miércoles, marzo 31, 2010

Nada que enseñar. Todo por aprender.

Lo que me dejó la celebración simbólica de mis primeros treinta años se parece a lo que me viene dejando desde hace mucho, mucho tiempo la Vida misma.

Primero que nada: no hay fechas. Nos gusta creer que tienen significado, atesorarlas. Algunas le dan sentido a momentos de nuestras vidas, para bien o para mal. Pero las fechas son engañosas. Se diluyen en la memoria, como los recuerdos; se desdibujan y pierden fuerza a medida que rompemos la telaraña de vínculos que nos unen al pasado. Al final, apenas queda esa raíz gruesa y algunos filamentos selectos. Un compilado somero y útil de experiencias, momentos, gente.
Claro que la memoria no funciona de la misma manera en todos los momentos de la vida, en cada situación puntual... y ni hablemos del transcurso del tiempo, que lima y pule asperezas pero también acrecienta los "cucos".
Al final, uno siempre se queda solo. Fue bueno darme cuenta siendo aún muy chica, y es bueno recordármelo cada tanto. Nadie comete tantos errores como aquel que vive en función del qué dirán, de la expectativa ajena. Se puede ser inmensamente generoso en la propia soledad. Sólo el que sabe explorarse es capaz de compartirse.
Aprendí, antes de todo esto, que se puede ser coherente con uno mismo independientemente de los tiempos ajenos. Mi ritmo es personal, privado. Llegaré. ¿Cuándo, cuándo? Cuando deba llegar. No antes. Ni tarde.

Sigo aprendiendo. Por ejemplo, a equilibrarme y equilibrar un poquito lo que me rodea. A devolver cachetazos con besos, y puñaladas con buenos deseos. Ya no me dura nada la sensación de veneno en la sangre. (Hoy tuve una larga charla con la compañerita de trabajo, una de esas charlas en las que me vuelvo un Hulk cebado y gritón; a los cinco minutos, mi corazón estaba tan tranquilo como esta mañana al despertar).

Eso, también eso: aprendí a despertarme feliz cada día, aunque haya dolor o enfermedad. Y a luchar por que esa sensación perdure. Elijo con más cuidado, tengo la vida que quiero y construyo el futuro sin otra incertidumbre que la inevitable: ¿cuándo moriremos?.

Entendí que no tengo ninguna gracia y me amigué con mi lado más jocoso. Por razones que se me escapan, aprendí a desarrollar la capacidad de rodearme de gente mejor que yo. Y a ser aceptada, incluso amada por muchas de ellas. Me conformo con que me acepten como decidí ser: yo misma, colgada, irritable, sociópata y cariñosa, "aparato" y ser humano todo-en-uno. Ya no hago el esfuerzo de caer bien. El que venga buscando eso, llegó quince años tarde.

Fueron unos cuantos años de divagues y meandros en el trayecto, de escaladas imposibles y decepciones olvidables, pero el camino siempre estuvo allí. Y me llevó directo a la persona adecuada, esa con la que puedo estar sola en la mejor de las compañías. Me trajo a un lugar que no podía amar, pero al que me es imposible odiar. Me enseñó que siempre se puede empezar de nuevo y que a veces, el que creíamos el mejor Yo es en realidad el Enemigo mirándote con tu propia cara.

Aprendí a quererme. Aprendí a gustarme. Qué ironía: justo ahora, en pleno declive hormonal. En plena debacle física. Sin saber qué mierda va a pasar mañana con esta máquina infernal de pasarla bien que es mi cuerpo-alma. Con la frustración de no vivir (aún) en contacto a tiempo completo con la naturaleza; lejos de la tentación del fetiche libresco-artístico. Tal vez estoy logrando conciliar todo esto en una mélange que cristalizará cuando sea el momento, y por eso me doy mis tiempos, como puse más arriba. No soy un éxito, un trofeo, una persona-objeto. No quiero serlo. Quiero ser feliz. ¡Más!. Por eso estoy acá.

En fin, lo he pasado bárbaro estos treinta años.
Pienso seguir haciéndolo. Así que pónganse cómodos, porque la fiesta sigue.

lunes, marzo 01, 2010

Asquerosa alegría

El acto de escribir en tanto catarsis se me antoja a veces tan lejano a la felicidad que experimento en estos días que podría escudarme en esa excusa para justificar mis ausencias. Sin embargo, sigo escribiendo (aquí, allá, en privado, bajo otras identidades) y aprendo, de paso, a dejar ir el restito de energía malsana que me dejó el año pasado con actividades que, de a poco, se van ganando mi tiempo libre.

Entre tanto: viajes, planes de viajes, de futuro inmediato, decisiones que jamás imaginé tomar (siquiera plantearme) y nuevas actividades en el horizonte. Todas orientadas a mi perezosa creatividad, que se va despabilando de a cuotas. Amaso proyectos en silencio, no sea cosa que a fuerza de ventilarlos los mate antes de tiempo. Los atesoro, les doy forma, les pido paciencia, les hablo. La música inunda mis días. Ya queda poco del silencio y la modorra del verano; funciono en piloto automático (o casi) seis horas al día, el resto es pura euforia, apenas puedo creer que todavía consiga dormirme temprano con todas estas ideas en mi cabeza.

Ah, y encima viene Quidam.

Escuchen mis gritos de alegría en la noche. La noche, con sus murciélagos, sus grillos y su rumor de urbe dormida, aúlla conmigo.