domingo, octubre 24, 2010

Qué es felicidad




Adoro ser la que se ríe en sus caras azoradas cuando admito lo mucho que me gusto, aún estando quince, veinte kilos por encima de mi peso. Adoro mi personalidad que no necesita de la confirmación de otros para ser arrolladora. Sencillamente, me gusto porque me divierto conmigo misma, me permito actos de egoísmo, encaro mi lado oscuro y trato de amigarme con la idea de que no soy una persona buena, pero sí alguien perfectible que quiere ser bueno. Ni más ni menos, me acepto: con limitaciones, con miles de defectos, con todo lo que todavía tengo por mejorar.

Me moviliza un irrefrenable impulso vital y me dejo llevar por él con altibajos, intentando moderar apenas los bandazos para no volver a pendular como antes, cuando recién tomaba conciencia de lo poderosa de esa energía y la manejaba así, peligrosamente. Con riesgo de partirme la cabeza a cada salto.

Pero no siempre fue así. No siempre fui así. Tuve mis momentos bajísimos, mis crisis, esos momentos donde la mirada ajena pesó tanto que casi... casi me hace cambiar el curso de lo que quería para mi vida. Casi me hacen pensar que mi valor-persona era equivalente a lo que podía demostrar, a lo que podía aparentar. Casi me hacen creer que ambición es igual a motivación, y que la falta de una es equivalente a la carencia de otra. Casi me hicieron sentir que rebelarse era humillarse y que la última palabra en una discusión demuestra algo. La verdad, nunca me sentí más aliviada que el día que me di cuenta que no me afectaban las voces que me conminaban a pisar cabezas para trepar, que me susurraban que era lícito hacer valer la apariencia y el carisma por encima del auténtico esfuerzo o talento. Y esto pasó cuando no había cumplido veinte años.

Cuando renunciás a encajar en ciertos preconceptos se te cierran muchas puertas. Los "amigos" a los que les convenías más zalamera, descarada, siempre sonriente y feliz dejan de llamar. Los potenciales jefes que se dan cuenta que no van a llegar a ningún lado halagándote, te rebotan a la primera entrevista. Los contactos que se presumen profesionales y terminan siendo citas a ciegas desaparecen de la agenda y, cuando querés acordar, hasta te juegan en contra.

Después, el tiempo pasa y te queda lo que sos. Descubrís que está todo bien y que siempre se puede mejorar. Valorás lo conseguido con la misma calma con la que aprendiste a asumir lo que falta. Aprendés a bendecir todo (sea bueno o malo) lo que te hizo llegar a este punto. Cuando releo cosas como esta, me doy cuenta del camino recorrido y de lo cíclico de algunos procesos. Idas y vueltas, pero no en un mismo lugar: en algún momento dejé de ser trompo y me volví barrilete.

Largas caminatas en una primavera fresca. Me olvido por un rato de aquello que me irrita en "la gente". Redescubro la belleza del ser humano en una chica de gesto tranquilo y severo que pasea en bicicleta por avenida Córdoba, una flecha de luz entre cardúmenes de autos unidireccionales, grisáceos. Llega el último fin de semana en este lugar al que llamé "hogar" por cuatro años, hoy decorado con cajas del piso al techo, me estremezco de emoción, "nada nos puede pasar" aunque pase. Las bolsas de ropa huelen a perfumina, en el ambiente persisten vahos a humo de incendio.

Caricias en el alma. Estoy escuchando esto:



Todo el disco es una belleza. Este hombre siempre sabe cómo hacer llorar de emoción.

jueves, octubre 07, 2010

Retrospective: 'Cause Regina is a bitch

Hace cuatro años escuché por primera vez esta canción y me enamoré perdidamente de la voz de Regina Spektor. Desde la portada de "Begin to Hope" (el segundo disco que llegó a mi compu), una chica de aspecto adolescente y boca grande me invitó a recorrer un camino que ya no abandonaría más.
Es difícil amar la música, haber cantado toda la vida y encontrarte de golpe con un monstruo como Regina. Es desalentador y tortuoso, y a la vez es un milagro. Que apareciera justo en ese momento de mi vida fue como salir de una pileta de barro para zambullirme en pleno océano. Por esa época también me enamoraban otras vocalistas asombrosas, pero ninguna me provocaba esa sensación de infarto. Escuchar a Regina significaba muchas veces contener la respiración durante un rato larguísimo o quedarme después mirando el techo sin saber qué fuerza me pasó por encima.

Desde ese día no hice más que esperar y rogar por el milagro posible que la trajera a Argentina. No éramos pocos los reginómanos. De alguna forma, el occiso blog Esquizofónico fue testigo de la esparción del virus entre propios y ajenos; a partir de ahí me llegaron "Mary Ann meets the Gravediggers", "11.11", "Soviet Kitsch" y finalmente "Far".
La escucha compartida nos dejaba en estado de gracia. A la distancia, en aquella nuestra primera primavera, volaron canciones como "Samson", "Love Affair" y "Fidelity". Dos de ellas nos encontraron abrazados anoche, agradecidos por tanto milagro. Milagro de estar juntos escuchando en vivo, para testificar de paso que esa voz es de verdad.

Regina fue precisa, perfecta como un reloj suizo, y aún así se dio el margen de una cordialidad que tenía poco ensayo. Sus músicos, ajustados a ella como un guante en "On the Radio", "Eet" y "Better" (entre tantas otras), la dejaron sola en el último tercio del programa para que pudiera emocionarnos con una guitarra en "That time", que fue el tiempo de tantas de nosotras (freeeeeeeaaaakies), con sus teclados en "Dance Anthem of the '80's" e incluso a capella.
Y cuando alguien le acercó otra silla al piano nos quedamos pensando quién sería el fantasma capaz de compartir con ella el espacio íntimo de los marfiles blancos y negros. La respuesta sería "nadie". O más bien, ella misma desdoblada en un prodigio imposible de coordinación caprichosa: mano izquierda ejecutora de notas, mano derecha haciendo percusión con una baqueta en la silla a su lado, y su increíble voz que jamás pierde una nota.
Allí recordé lo que más me gusta de Regina, un mes mayor que yo en el almanaque y lejanísima en geografías, pero que en ese momento, cuatro minutos comprimidos, fue más cercana para mí que mi propia familia: su capacidad infinita de juego, el goce de las armonías y las notas, el mundo de afuera envuelto en la música que nace del vientre, del pecho mismo. La música que la acunó de niña y que ella reinventó con la obsesión genial de los monstruos sagrados.

Llegó el final y tuve que agarrarme de tus manos más de una vez. Mis lágrimas escandalosas y toda mi alma cantándote "Us" sin mover los labios. Otra vez sin aliento, pero sin mirar el techo, sino ese escenario vestido de estrellas, piano y violines. Y un baterista increíble: hay que decirlo.

Te queremos de regreso, Regina. No dejes de volver.