jueves, junio 28, 2012

Roundabouts

Aclaro que este post es una excusa para colgar el video con la música que aparece más abajo.
Habiéndome sincerado con los escasos, aunque constantes, lectores de este blog, aprovecho a informar que este espíritu libre se va de viaje por unos días, con un libro y un cuaderno para los poquitos espacios que deje el trabajo, con muchas ganas de ver cielo azul y un poco de río y haciendo un esfuerzo enorme por no anticipar la inevitable extrañitis que me comerá dentro de algunas horas, cuando me de cuenta que mi casa, mi cama y la persona que amo están a unos cuantos kilómetros de distancia; da lo mismo que sean trescientos o tres mil. 
Es tarde, pero podría estar despierta toda la noche. Hacer durar estos últimos abrazos hasta mi regreso, escucharlo editar audio en su piecita, cargar música en el celular para las caminatas al fresco de la madrugada, mientras el bolso (eterno postergado) me hace burla en un rincón, con sus tripas-ropa al aire. 
En el medio, las noticias de hoy. Me nutro de ellas porque sé que voy a estar bastante colgada de una palmera toda esta semana y un poquito más (ya me pasó cuando fuimos a Dolores, me perdí todo el caso Candela).
En Twitter avisan: murió Badía, Juan Alberto. Venimos toda la tarde piloteando la noticia, ahora está confirmada. Un año nefasto que ya se llevó puestos a unos cuantos y el sobresalto de entender que la vida también es esto: a medida que se crece uno se va quedando huérfano de referencias. Por eso los abuelos empezaban a leer los diarios por los obituarios, pienso. A mí me rodea tanta vida aún, que me resisto a entrar en ese estado de conciencia de lo efímero. Me resisto mucho. Me sé feliz y disfrutando el ahora. Hace ocho meses nos quedábamos afuera de esta casa por un derrumbe a la vuelta de la manzana, hoy escuchamos que pronto van a derrumbar lo que quedó del edificio roto. Me acuerdo que en aquel momento, salvando esa primera hora frenética transcurrida entre que nos impidieron el paso al departamento y la shockeante cena en La Pasiva mirando el racconto por televisión, me importó muy poco perder todo: lo más importante ya lo había sacado de la casa, estaba conmigo. Al alcance de mi mano, tomando mi mano.
Hay muy pocas cosas irremediables. La más representativa es la muerte, por supuesto. Otra podría ser la pérdida de la memoria. Creo que la peor de mis pesadillas es una que no involucra el fin del mundo o la bestia invisible que me persigue sin que yo pueda escapar: es el olvido. Le temo con el pánico irracional de quien atesora sus recuerdos como Gollum atesoraba el Anillo de Sauron. Soy la ávida guardiana de un pasado del que siempre aprendo.



martes, junio 12, 2012

Infanticidio

En medio del debate por el derecho de cada mujer a abortar, un debate que en este país tiene menos años (al menos, de ser tomado en cuenta como prioritario) que lo que llevamos de recuperada la democracia, nos atraviesa como un dardo lacerante, una y otra vez, el infanticidio cotidiano. Nos enteramos de Martín, de Tomás, de Candela, pero hay tantos más. Tantos más. Infinidades, y ya llevamos décadas de esto. Décadas.
Nos estamos volviendo una sociedad infanticida.
No voy a entrar en la pseudopolémica sofista de si el aborto es un hecho más o menos criminal que arrebatarle la vida a una criatura que ya tuvo oportunidad de transitar los primeros pasos de una vida socializada, culturizada. No voy a meterme en eso cuando ya dejé claras mis posturas al respecto. Hay un infanticidio urgente y cotidiano que me genera tanta alarma como el otro, quizá no tan espectacular en su desarrollo y presentación noticiosos, pero igualmente preocupante.
Cada vez que un niño cae en situación de calle, es infanticidio. Cada vez que se lo ignora o se lo invisibiliza, el niño muere. Peor aún: el niño es consciente de que lo están matando, de su estatus de zombie social, de indeseado. ¿Cómo crece de ahí en más un alma muerta?
¿Alguna vez se detuvieron a pensarlo? ¿Hicieron el esfuerzo de recordar cómo era ser niños, por un minuto, y pensar en esto que les estoy diciendo? Inténtenlo, por favor. A mí el sólo ejercicio me devasta, me aniquila.
Ni siquiera tenemos que hablar de niños que llegan a un mundo incapaz (por desabastecido, por sobresaturado o por falto de educación y planificación) de sostener sus necesidades básicas. Podemos hablar durante horas de los que llegan a un hogar bien constituído, es decir: niños deseados de hogares biparentales heterosexuales con un pasar económico que les permite sostener la familia y proporcionarle al niño una correcta inserción sociocultural. Este niño, imagínese como "ideal de niño" al que no le falta nada, que lo tiene todo, es el que presenta a la larga mayores problemas si es sometido durante su período de formación a procesos inductivo-conductivos dañinos para su autoestima, a estímulos que anulan su desarrollo cognitivo natural o peor aún, a la indiferencia afectiva y formativa de su entorno inmediato. 
No requiere más que unos minutos pensar en todos los niños a quienes conocen. En todos los padres a los que conocen. 
Mientras haya un padre que ridiculice de manera sistemática a su hijo en público, que minimice sus necesidades, que no se conmueva por las lágrimas contenidas e incluso reclame esa represión pavloviana,  tendremos una sociedad infanticida.
Mientras haya un padre que exija de su hijo una reacción proactiva ante la reprimenda de un maestro o de un par, al mismo tiempo que exige una reacción de pasividad o sumisión ante la agresión propia ("no dejes que nadie te pise la cabeza / te pase por arriba", "ves que sos un inútil": el estilo complaciente-agresivo del psicópata moral para minar la autoestima es dañino de una forma eficaz e irreversible durante la infancia, justamente), seremos una sociedad infanticida. 
Mientras haya un niño indeseado en nuestras calles, expulsado de su casa como si fuera un cachorro que ya creció y "no hace gracia", estaremos asesinando niños. Mientras exista un adulto capaz de explotarlo en beneficio propio o de causarle dolor mirándolo a los ojos, seremos una sociedad infanticida. 
Mientras sigamos alimentando sus almas y cerebros de basura predigerida y afán consumista, ahogando su curiosidad innata con respuestas impacientes y vagas, excluyéndolos de una participación activa en su propia formación intelectual y emocional, habremos incurrido en el más imperdonable de los delitos. 
Si tenés un niño cerca (hijo, sobrino, nieto o amigo) y la posibilidad de un patio, una plaza, un espacio amplio, hoy te quiero proponer un ejercicio. No le des juguetes, no lo lleves a un shopping, no lo secundes como si fueras su par. Dejalo solo en ese espacio amplio y sentate a tomar unos mates mientras lo observás.  Dejalo que se aburra, que no sepa qué hacer. Quizá haga algún berrinche. Y después (si es que no apareció otro niño con el que se enganche a jugar), proponele algo distinto: no sé, quizá sentarse en la arena o el pasto a contar historias, jugar a la payana, preguntas y respuestas, la rayuela... Cualquier cosa que le de a entender a ese niño que estás allí, aunque no le proveas de ningún confort. Sencillamente, pendiente de su necesidad momentánea. Disponible para lo que quiera saber. Sobre todo, no tengas miedo de hacer el ridículo
Cuando hayas hecho carne este ejercicio a fuerza de repetirlo, enseñale al mundo a escuchar a los niños y estimularlos. Acapará niños ajenos y dales un poco de esto que entendés, que aprendiste. Envenená a los chicos modernos de infancia vieja. 
Es poquito, ya sé. Pero si supieras que podés salvar a uno solo...




... no lo harías?


domingo, junio 10, 2012

Gracias.

El placer de estar en casa y saber que el amor no se acaba nunca... que no importa a dónde vaya, y pese a mis muchos defectos, siempre hay alguien muy querido que me recibe con amor y alegría, haciendo de la vida un jardín de rosas. Qué me importa extrañar, si las separaciones se borran en un parpadeo. Qué importa todo el tiempo transcurrido, si poco o mucho siempre es relativo y al final me quedo solamente con las cosas buenas. Gracias por las bendiciones. Gracias por alimentarme de buena energía. Gracias, gracias, gracias. Los llevo a todos en el corazón: amigos, familia, y enemigos (si los hubiera...). Me hacen fuerte. Me arrancan sonrisas. Y si a veces se sienten soñados, sepan que es porque mis alas los envuelven desde algún lugar. 
Quizá en algún momento me volví corta de abrazos y palabras, corta en la expresión de mis sentimientos, pero de a poco voy volviendo; no dejaré de decir lo que siento y pienso sólo porque alguna nube negra me dejó fría y muda en algún momento de mi vida. Que la tristeza no se me haga carne es mi pelea diaria, y voy ganando. Que la emoción gobierne mis decisiones en armonía con mi cabeza es el desafío que nunca voy a saber si cumplí, hasta que todos y cada uno de mis sueños se cristalicen (o sea, me puedo ir muriendo tranquila recién a los cientoypico de años, o cuando se me acaben las ganas de soñar). Cada vez que te salude sabrás el lugar exacto que ocupás en mi vida. Y no te atrevas a pensar que exagero si sentís que en la expresión desbordo tus expectativas. Te lo digo desde mi propia experiencia: mucho tiempo sentí que no valía el amor de quienes me rodeaban, que era una máquina de decepcionar. No me dejé querer y ese fue el error, también dejar de quererme; tenía que ser yo "la que quería", nadie podía amar por encima mío y sobre todo, nadie debía amarme. 
Así que callate, cerrá los ojos y simplemente abandonate a la Vida. 
Dejate amar por todos, por alguien, por vos mismo.
Si supieras qué bueno está todo esto que viene...