domingo, marzo 18, 2012

Río Babel

Mi cabeza a veces es como el hamster que se sube a la rueda y no sabe cómo parar, o no quiere parar, y a la vez no llega a ninguna parte. Fluctúo entre esos días y un caos organizado, entre el querer y el deber hacer, entre los proyectos y la inmediatez de lo cotidiano, entre lo que más me cuesta y lo más sencillo. Procuro fluir de un lado a otro con naturalidad y en ese fluir se me escurre la vida. Días, semanas, años. Los preciosos minutos con vos a mi lado. Las palabras en el teléfono, los afectos que extraño y que sin embargo siempre están allí. 
Ya tengo casi treinta y dos, unos cuantos buenos amigos, muchísimos excelentes conocidos y compañeros de la vida, cientos de miles de experiencias y otros tantos sueños por realizar. Aprendí a vivir sin apuro, a dejarme ser, con mis contradicciones y conflictos a cuestas. A estacionar en dos maniobras (después me olvidé), a tenerle respeto a las causalidades, a fijarme siempre en lo que hace el otro pero sin dejar de hacer foco en mí misma (aunque doy bandazos). Sigo acumulando conocimiento inútil y postergando lo supuestamente útil para "más después". Me caso en un poco más de un mes, firma de papeles sin suelta de palomas ni música, ni risas; después será agarrar el auto y salir tranquilos a donde nos lleven la ruta, el clima y las ganas, con lo mínimo indispensable para no pasar frío ni hambre y arreglarnos donde se pueda, como se pueda.
Ya no tengo miedo a pelearme, no tengo miedo a decir lo que pienso, no tengo miedo de mi muerte. Hace poco más de diez años decidí que el miedo nunca más sería una variable de mi vida. ¿Temerosa o temeraria? me pregunté en el ´95, sentada en el pupitre después de terminar la tarea de la clase del día, y garabateé un test como si fuera a publicarlo en la revista Querida. Un cuestionario que jamás le hice a nadie y que debe estar durmiendo en alguno de mis cajones de escritos del pasado. Ya hice mi testamento en vida para que les sea más fácil dejarme ir, dejé indicaciones varias aunque no es obligación de nadie cumplirlas. Y si sobrevivo a todo lo que me rodea y llega el momento en que no pueda valerme por mí misma, sabré qué hacer. No me ata la nostalgia. Vivo para ver el futuro y para regalar todo lo que tengo. Fluir, circular, todo es lo mismo. El mundo sigue. Yo sigo.
Feliz domingo para todos.



domingo, marzo 11, 2012

Perro verde con dos colas

Now, a staple of the superhero mythology is, there's the superhero and there's the alter ego. Batman is actually Bruce Wayne, Spider-Man is actually Peter Parker. When that character wakes up in the morning, he's Peter Parker. He has to put on a costume to become Spider-Man. And it is in that characteristic Superman stands alone. Superman didn't become Superman. Superman was born Superman. When Superman wakes up in the morning, he's Superman. His alter ego is Clark Kent. His outfit with the big red "S", that's the blanket he was wrapped in as a baby when the Kents found him. Those are his clothes. What Kent wears - the glasses, the business suit - that's the costume. That's the costume Superman wears to blend in with us. Clark Kent is how Superman views us. And what are the characteristics of Clark Kent. He's weak... he's unsure of himself... he's a coward. Clark Kent is Superman's critique on the whole human race.
(Bill a Beatrix, Kill Bill Vol. 2, Quentin Tarantino - 2004)

Domingo, circa mediodía.Camino por la calle vestida de chavita (sin gorro ni tirantes) rumbo a Farmacity, sintiendo que las conversaciones en familia de ayer y toda la música escuchada en el trabajo, y el vuelapluma violento de toda la semana no alcanzarían a resumir un átomo de las cosas que me cruzan por la cabeza desde que me despierto hasta que me acuesto. 
En Sarmiento y Libertad hay una horda de gente sobre la calle. Gente tranquila en un domingo tranquilo, los autos ya casi no pasan por allí aunque no hay policías que corten. Los esquivan, acostumbrados: hace unos cuatro años que el CC Buen Ayre se encuentran estos personajes, no todos los fines de semana (pero casi). La cola empieza y casi termina en la puerta; una cola irregular, de chicos disfrazados (pocos treintañeros, como yo) que se forman de a cuatro, a veces de a seis o más a lo ancho y, lógicamente, desbordan las veredas, dan la vuelta completa a la manzana. El evento abre no antes de la una, pero ellos están desde las nueve de la mañana, a veces desde mucho antes, formados para entrar. Las caras son todas de alegría, y eso que es un día de calor y la mayoría de ellos se tiraron encima pelucas, tapados, polleras doble tutú, borceguíes, maquillaje; están en su elemento, ni siquiera hablan fuerte. Un grupo de cinco Hell's Angels a la vuelta de mi casa mete más bochinche los sábados por la mañana. Ellos se divierten sólo de estar ahí parados, entre pares, sin alcohol de por medio. Puro entusiasmo. Deben haber preparado este encuentro hace un mes, por lo menos. Remeras de Manowar se mezclan con uniformes de colegialas de animé, cadenas y cruces relucientes con el frufrú del tafetán. 
Vuelvo de la farmacia, un buen rato y dos bolsas de productos después. Me siento fuera de este mundo. Camino una cuadra con los ojos cerrados. Los abro, una abeja baila frente a mí (apis mellifera, no apis mellifera scutellata*) y ya no siento el miedo que solía cuando era chica; lo tomo como el presagio del viaje que viene, de los días de frío, lluvia y sol al aire libre que me esperan dentro de muy poco. 
La fila de otakus y demás ya empezó a avanzar y mientras miro a todos estos chicos pasar sin apuro pienso cuánto más cómoda me sentí toda mi vida entre lo que muchos consideran "la diferencia". Lo diferente. Me pregunto cómo me verán ellos, qué pensarán al verme pasar vestida para limpiar la casa, con una cola de caballo floja y los anteojos sucios, de zapatillas, seria. Me pregunto qué llenará sus cabezas e imagino que alguno de ellos se interesa por sobreponerse al prejuicio y trata de ahondar en mis propios pensamientos. Lo imagino reconociéndose en muchos de ellos; todavía soy esa adolescente freak, y ni siquiera hay que escarbar lejos de la superficie para encontrarme.
Ayer, caminábamos los dos rumbo a Parque Centenario. Yo envidiaba su comodidad: aún vestido formalmente es un hombre sencillísimo, mientras yo me sentía ajena en un vestido de seda fría con sandalias de plataforma. Después de maquillarme no había querido volver a verme en un espejo y mi mirada rehuía incluso las vidrieras. Le dije que sentía que este era el disfraz para mi vida: cada vez que uso algo que destaque mis rasgos o mi femineidad, siento que interpongo una máscara que me aísla del mundo.
Allí, entre semáforos, él me regaló la mejor definición de mi propio extrañamiento.


*mi papá y mi hermano alguna vez fueron apicultores.



domingo, marzo 04, 2012

Sobre el no-amor.

El amor es difícil. Cuesta amar. Por eso es un bien tan preciado y no debe ser tomado ni brindado a la ligera. Aquel que quiera amar debe estar dispuesto a obrar en consonancia.
Surge muy fácil el amor cuando los vientos son favorables, cuando hay salud y equilibrio y dicha. Surge muy fácil cuando hay empatía y los defectos y virtudes se alinean sin esfuerzo. Se enraiza con mucha fuerza, aunque provisoriamente, en los espíritus volubles, proclives al vaivén emocional; los mismos que rebotan sin escalas hacia el temor o el odio. Así, por una perversión de la simpatía cósmica, el que hoy está triste desearía que todos se ahoguen en mierda y el que está feliz necesita que todo su entorno sea feliz, y si las cosas no salen como él las siente, entra en pánico intentando organizar el caótico entorno que todavía sufre los coletazos de su depresión anterior. O siente culpa de ser feliz, lo mismo da.
No suele entenderse que el amor es un mecanismo de lo más sencillo: el que recibís es igual al que das. El problema se plantea cuando el amor que se pretende es el de una sola fuente (persona o colectivo de personas). Así, una mujer que llora por un desengaño amoroso piensa que nadie la quiere, mientras sus amigos y familia alrededor se desviven por demostrarle afecto; un hombre ignora a sus hijos devastado por el desprecio o indiferencia de su pareja; hay quien se desvive por el reconocimiento y el amor de un amigo puntual relegando a los otros, y una abuela llora por uno de sus nietos aunque tenga a los demás dispuestos a acompañarla.
El amor nos rodea todo el tiempo. Incluso cuando estamos solos. Incluso en momentos oscuros donde no se puede ver claramente la salida a una situación de espanto. Y sin embargo es tan fácil darse cuenta de las señales de amor allí, a la mano. Pareciera que el ser humano está programado para ignorar sistemáticamente su propio anhelo, o quizá sea que necesita no ver la luz para atravesar algún tipo de duelo.
El amor también está en la mano firme de quien te ayuda a levantarte con algún gesto de admonición. Está en el que calla para protegerte de sí mismo. Está en las cosas que nunca te acordás que hiciste por otros hasta que viene el rebote del karma y te inunda de una luz inesperada.
El amor no está en las palabras vacías, en la catarsis egoísta, en la verborragia apasionada del post coito, en la ebriedad del momento del encuentro. Ahí, en esos instantes, está apenas la semilla del amor lista para germinar. El resto es esfuerzo. Remarla. Cultivar el día a día con otros sentimientos y cualidades.
Conozco tantos optimistas del amor que se quedan a medio camino, pensando que el afecto se riega solo, se cuida solo... y que después vienen a patalear un reclamo absurdo, como si el amor fuera un derecho adquirido. (Como en este mundo todo tiene que ver con todo, algo dije ya por aquí cuando hablaba del amor fraternal y filial).

Todo lo que no es amor no siempre es odio. A veces es... no-amor. No sé cómo describirlo mejor. El amor enfermizo que te profesa una persona violenta, por ejemplo; y esto lo digo pensando en algo que acabo de leer y que siempre cruza mi cabeza en algún momento del día.
El amor que eclosiona atado a algún tipo de obsesión, a la furia, a los sentimientos negativos, es la peor forma del no-amor. Asociado a cualquiera de estas llagas vivas, el amor se pudre y se pervierte derramándose en el entorno con consecuencias peligrosas para cualquiera que esté en el radio de influencia de semejante enfermedad. El no-amor contamina todo lo que toca. Perjudica a los directamente involucrados y al entorno, especialmente a los niños. 
El paradigma, MI paradigma del no-amor, es este. El del violento. 
El individuo violento muchas veces no percibe que lo es. Se siente equilibrado. Justifica su explosión en el otro: siempre fue el otro el que tuvo la culpa. 
Aunque pida perdón, no perdona al otro por "provocarlo", por dejarlo expuesto; su pedido de disculpas no es sincero, ya que no se siente culpable. Nunca lo es. 
Si la persona que tiene al lado es mansa, o su ventaja física y psíquica sobre ella es evidente, su coartada se cae (ya que no hay cómo justificar las explosiones con esa persona, llámese pareja o niños). Entonces, la culpa es de la infancia de mierda que tuvo, porque su padre le pegó o porque las malas juntas, o porque otro adulto abusivo... 
El violento es muy sensible, sí: pero llora sólo por sí mismo. Pide siempre comprensión, tolerancia, paciencia, perdón... pero es incapaz de sentir empatía por el dolor del otro o sus necesidades.  
El otro, los demás, son cosas. Cosas que el violento necesita, como se necesita poseer algo. Son público: él es el único actor posible en el escenario de la vida. Que nadie se atreva a robarle el protagónico, que nadie se atreva a negarle lo que pide. Con suerte, pide "sólo amor". El problema es que no hay medida que lo llene.  
Estos individuos no pueden percibir el amor que reciben porque no se sienten capaces de brindarlo. De hecho, no lo brindan aunque se esfuercen. Aunque verdaderamente se esfuercen. Viven frustrados porque nunca están conformes. Nunca están conformes porque no se preguntan realmente qué es lo que está mal. Creen que lo que está mal está siempre afuera, no se interpelan a sí mismos. No entienden que el problema son ellos. 
Entonces, de nuevo, la culpa afuera. El pato lo pagan los seres más queridos, los únicos que están cerca.
Vuelve la violencia: verbal, física, psicológica. Nunca me das lo que te pido. Ves que no servís para nada. No me acompañás. No me entendés. Sos un hijo de puta, mirá lo que me hacés hacer, sacás lo peor de mí. Yo que te doy todo. Hoy estoy de malas, ni me mires... me estás mirando, ¿ves que me estás provocando? Salí de mi vista. ¿Por qué no me querés? No me importa nada, ya estoy jugado, la vida se terminó para mí. ¿Vos sufrís? ¿VOS estás mal? ¿¿Y yo??

No hace falta leer ningún libro de psicología para entender que el primer objeto de amor, cuando empezamos a desarrollar la conciencia del otro, es uno mismo. Ni más ni menos que uno mismo.
El que manifiesta alguna de las formas de no-amor ha fallado en este sencillo primer precepto, porque no se ama a sí mismo. Se quiere y se valora de mala manera. Ha sido su primera víctima, pero no será la última. 

Hasta que aprenda a amar.
Si aprende.