sábado, julio 04, 2015

Astillas

Se hizo de noche mientras tomábamos el último sorbo de exprimido. Ya no me latía el corazón como al principio, aunque sabía que él se iba en un rato nomás. ¿Qué otra excusa iba a poner para seguir hablando? 
Esperé tanto ese momento, contando los días como una presa. De febrero a abril había cambiado de trabajo, desarrollado una lumbalgia y caído en la más profunda de las tristezas. No guardo recuerdos después de la primera semana de marzo de 2004, cuando volví del festival de cine. Ahí lo pasé bien. Dos semanas antes de eso, él me había despertado llorando. 

Quería hablar. Yo lo amaba con esa voracidad de los veinte años y cada palabra que conseguí de él está grabada a fuego en mi memoria. Me senté con la espalda contra la pared, en esa cama descuajeringada que conocía mejor que ningún otro lugar del mundo porque él era mi mundo.
Y me dejó. Ahí mismo, abrazándome y llorando por primera vez. Qué fuerte era verlo llorar después de siete años de conocernos cada gesto. Fue una conversación muy breve en la que me limité a hacer gestos y monosílabos para no interrumpirlo. Acepté todo lo que dijo, no refuté nada. Lo único que podía pensar es "¿en qué fallé? ¿en qué fallé? ¿en qué fallé?", pero no conseguí articular un solo reclamo. Me dijo que ya no estaba enamorado, así que más no se podía hacer. ¿Qué importaba desde cuándo y por qué? 
El amor nos había separado al fin. 
Me pidió que no lo contactara más porque creía que no iba a poder resistir las ganas de verme si yo le dirigía la palabra. ¿Ni siquiera por mail o msn? Ni siquiera. Me logueé en el MSN en su computadora y le hice mirar mientras bloqueaba y eliminaba su contacto, el de sus familiares y amigos. Sonreí para darle ánimos en medio de las lágrimas y ahí, creo, me rompí. Una grieta fulera. Crac.
Era un sábado de verano y el calor dio la excusa perfecta para levantarse temprano. Creo que lo hizo para que no nos cruzáramos con nadie de su familia cuando saliéramos de la casa. Para que no vieran nuestros ojos rojos, como nunca habían visto u oído nada extraño entre nosotros. Me llevó a la estación de trenes en silencio y volvió a llorar cuando estacionó en la puerta. "Prometeme que vas a estar bien y no vas a hacer ninguna locura". Prometí, porque estaba muy convencida de que si bien ya no importaban un carajo ni la vida ni el futuro, era capaz de hacer por él lo que nunca haría por mí misma.
Ni siquiera me di vuelta a mirarlo por última vez porque ni bien cerré la puerta del 504 a mi espalda empecé a llorar con angustia, el pecho reventando de gemidos. Creí que me moría de dolor y me pareció tan injusto mostrárselo. Tan indigno. Corrí el tren, me subí a uno de los últimos vagones, me acurruqué junto a la ventana y quedé ciega al mundo. No escuchaba, no podía hablar, no hacía nada más que llorar porque no iba a escuchar su voz nunca más, no iba a poder tocarlo nunca más. 
Recuerdo que pensé muchas veces "ojalá me muera ahora".
El vidrio en el que apoyaba mi cabeza reventó a la salida de Ringuelet. Sentí el estruendo en el cráneo. Volví a la realidad porque los pocos pasajeros del vagón me rodeaban gesticulando y gritando. Miré la ventana, había un agujerito y astillas que se desprendieron un poco cuando me separé de ellas. No escuchaba lo que me decían. Sonreí y les dije que estaba bien. Debatieron brevemente que si piedrazo o balinazo mientras yo volvía a apoyar la cabeza en el exacto lugar del agujero. 
"Ahora no vas a llorar más" escuché. Y literalmente no volví a llorar. Crac. Los pedazos cayeron. Bajé en Constitución con un frío en las tripas que nunca había sentido antes. 

Se hace de noche y yo pienso en todo esto. Gracias a vos, aprendí a escuchar y a hablar. Aprendí a aceptarme, ¿qué importa si el resto del mundo no te entiende? ¿No estás mejor ahora que sos un bicho a los gritos, que cuando te hacías la chica Clueless? Sí, estoy mejor gracias a vos. Qué mal me hace mirarte a los ojos y saber que este amor nunca más será correspondido. Tu mano sobre la mía y esa sonrisa de alivio sincero porque ahora podemos vernos como amigos. 
"¿Viste que la distancia era mejor, al final?" Sí, la puta madre, era mejor. Procesé tu ausencia y en el camino me volví un fantasma. Mi familia ya no sabe quién soy. Estoy saliendo con un tipo porque necesito coger con alguien, querer a alguien, encaminar este quilombo que es mi vida y pretender que está todo bien. Pero justo ahora que pagás la cuenta y vamos hacia la puerta me doy cuenta hasta qué punto la tristeza agujereó el contenedor de mentiras, se colaron todas. Estoy vacía de verdades. Camino como un zombie y no paro de perder trocitos día a día. Como te perdí, me pierdo.
Una buena: ahora que no somos nada, por fin te puedo mentir. Y todo lo que ves cuando subís al auto y agitás la mano para despedirte es la mirada de una mujer que te quiere bien. Una mujer superada. Tu amiga. La realidad es que sigo vacía desde que te fuiste, que ese lugar no va a ocuparlo nadie y que ahora sé que se puede amar a alguien que no te corresponde, pero el precio es alto e innegociable.
Cómo iba a imaginar que ese frío en las tripas y la falta de lágrimas continuarían muchos años más. 

(abril de 2004)





Esperá, antes de que te vayas
tenés que saber cómo me siento mientras te vas
Entiendo que necesites algo de tiempo, 
un poco de soledad.
Esperá un poquito, antes de que te vayas
deberías saber ya que mi corazón es tuyo.
Sé que tenés que irte,
y puedo ver que no es fácil para vos, no.
Pero estaré aquí y sabé que mi alma
está siempre cerca tuyo.

Esperá, antes de que te vayas
tendrías que saber a esta altura
que te amo y que esperaré también.

Mueve la vid y las hojas caen,
derrama el vino y nuestros sueños se derrumban 
todo alrededor.
Las arenas del tiempo se deslizan entre mis dedos.
Vos y yo, los recuerdos que perduran
y perduran...
Ahora sé que solo puedo dejarte ir
y esperar un rato, volverás conmigo
y seremos los mismos viejos amigos de siempre.

Esperá, antes de que te vayas
tendrías que saber a esta altura
que te amo, y entonces te esperaré un rato
esperaré un tiempo
esperaré un tiempo
por tí.