domingo, enero 20, 2013

Ahora.

Ahora que ya caminé con el viento en la cara y dormí en el suelo. Ahora que el sol volvió a descascarar mi piel. Ahora que lloré todas las lágrimas de meses en un día (el último) y descubrí que los ojos más hermosos siguen mirándome con infinita dulzura, rejuveneciendo día a día hacia el infinito. Ahora que estreché nuevas manos y lloraron en mi hombro. Ahora que nadé y navegué en aguas heladas, que encontré nuevos futuros senderos que recorrer en lugares de los que me siento parte orgánica aunque intrusa. Ahora que es mañana, que es muy pronto o demasiado tarde, me doy cuenta que si bien el tiempo es inelástico también es relativo, que un año puede resumirse en un día y en los sueños de una sola noche se esconden las epifanías de toda una década.
Ahora que admití que todavía no me quiero completamente, que no he aceptado del todo mi esencia, que no abracé mi naturaleza sin temores, que no me abandono del todo a las potencialidades de mi vocación (que serán pocas o pobres, pero son totales y sobre todo mías).  
Ahora que soy yo la que se queda y viajan amores muy lejos de mí, entiendo un poco cómo deben sentirse ellos cuando me voy. Es una angustia dulce y remezclada que no se pasa con los días. Ahora, que me toca ordenar mi quilombo y subir las fotos de los hermosos días vividos, no puedo despegarme de esta silla, no me puedo enfrentar a los días que vienen. No puedo o no quiero, ya no sé qué es cada cosa o si es lo mismo. 
Lo único que sé después de cada viaje y de cada separación, de cada desgarro provisorio o permanente, es que me estoy acercando paso a paso a la que quería ser a los veinte y no me animé. 
Y es una Yo tan grande y tan brillante que a veces me da miedo. Y es tan fuerte la tentación de sofocarla, de mantenerla pequeña, de no dejarla respirar aunque me mire con cara de tristeza o de furia, o en pánico. Aunque se muera por salir. Porque al salir va a desgarrarme y a ponerme muy lejos de muchas personas a las que quiero, me va a parar en la vereda de enfrente de mi historia con las manos vueltas hacia arriba. Desarmada, sin aviso. Y yo sé que no me queda otra que dejarla salir, porque ya está aquí. Es epidérmica, me late a flor de piel. Una desconocida me paró en una calle de tierra en medio de la montaña para saludarme y decirme que no era la primera vez que me veía pasar y que ella veía pasar mucha gente, que nadie le impresionaba tanto como yo y la energía que movía solamente al caminar. Que era bueno verme. Ella, que no me conocía, me dijo "es bueno verte". 
Y yo dándome cuenta, allí mismo, que todo este tiempo no he querido verme a mí misma. Que me niego, aunque ya estoy a la vista, a plena luz de día. Esa Yo que promete desgarrarme ya está aquí y yo sigo sin verla, haciendo como que no existe. Como si fuera posible sofocarla. Como si fuera posible contener un torrente con las manos. Aquí y Ahora.
Ahora.
Ahora.