martes, noviembre 11, 2014

Tiempo

Los niños de mi vida tienen su propia sensibilidad. Justo en el umbral de la adolescencia, cuando se me escapan, puedo reconocer un poco de lo que serán. En ese umbral los dejo para que más adelante puedan buscarme por sí mismos si lo necesitan, y me vuelco (no tan) inconscientemente a los que me quedan cerca, en la parte más interesante de la infancia: cuando afloran los miedos, el reconocimiento del Otro, las primeras preguntas que no empiezan con "¿por qué?".
La peque me dejó abrazarla, hecha un bollito en la cama al final de un día largo en el que nada salió como ella quería. Después de haber llorado mucho y de espantar la tristeza con un chiste (su mejor amiga tiene una enfermedad rara, no la está pasando bien) se hizo un silencio entre las dos. Al final de la pausa estaban sus palabras, las que quiero recordar para siempre:
"Esto puede sonar raro" dijo con una sonrisa vergonzosa "pero voy a tener ocho años una sola vez en la vida". 
Y me miró haciendo una mueca de pánico.
Ella, ocho años recién cumplidos, tiró esa frase prolijamente armada después de un importante estallido emocional. Es fácil darse cuenta de que no estaba simplemente repitiendo como un loro algo que escuchó (seguro se lo dijo su madre cuando fue a consolarla). Cuando la miré a los ojos, supe que ese pensamiento ya es parte de ella y que puede comprenderlo
Así que repregunté:
"¿Creés que va a ser un año importante de tu vida?"
Hizo que sí con la cabeza, muy convencida, y replicó, como siempre, con otra pregunta:
"¿Cuál fue el año más importante de tu vida?"
Me obligó a pensar lo suficientemente rápido para no perder su atención. Le conté que creía que el más importante era 1992, e improvisé una lista de sucesos:
- Fue mi último año de escuela primaria, y me separé de muchos amigos que quería.
- El primer chico con el que me "arreglé" cortó conmigo avisándome a través de un primo.
- Escribí mi primera novela corta.
- Me iba bastante mal en el colegio y no tenía muchos amigos porque era chinchuda y peleona. Eso me hacía estar mucho tiempo sola para leer, pensar y escribir.
- Tuvimos el primer divorcio en la familia.
- Murió mi abuelo paterno.
Lo del abuelo la impresionó mucho: ella todavía tiene a los cuatro vivos. Por las dudas, le aclaré que con ese abuelo no teníamos mucho trato, que no era igual a su Tata, pero que igual me dio mucha tristeza cuando murió. No le dije que había visto llorar como nunca antes a mi papá (su abuelo) ni le hablé de la angustia que me quedó en el pecho mucho después de salir del velorio. Pero necesitaba decirle algo que la acercara a la niña que fui entonces y que se parecía a ella más que a ninguna otra de la familia.
Le conté que al día siguiente de la muerte del abuelo tenía un cumpleaños, el último que festejaba conmigo una de las compañeras que perdí en el camino al secundario. Que me habían insistido mucho para que fuera y que mis papás estuvieron de acuerdo en que yo debía ir. Recuerdo incluso la ropa que llevaba puesta: un pantalón de corderoy rosado, una blusa clara de mangas cortas, el pelo en media cola con una cinta de raso blanca. Llegué, entregué el regalo, comí y me pasé el resto del cumpleaños hamacándome sola al costado del patio. 
Sin estar exactamente acongojada, sentía que le debía a mi abuelo un par de días de silencio mientras ordenaba mis sentimientos hacia él, las sensaciones que me generó encontrar a la parte de la familia que no trataba nunca, la extrañeza al verlo en el cajón. Se lo expliqué lo mejor que pude sabiendo que me iba a entender aunque jamás hubiera vivido algo parecido. 
"Entonces" dijo "un año importante en la vida sería cuando te das cuenta de que pasa el tiempo y que no vuelve".

Sí, diría que es casi exactamente eso, mi amor.