viernes, diciembre 31, 2010

Huellas / Last session

Tengo huellas en el cuerpo y la mente. Mi piel y mi espíritu son mapas de la vida. Me he consumido los ojos leyendo, la cabeza pensando, el cuerpo corriendo detrás del goce permanente de las cosas buenas de la existencia. También corriendo detrás del dolor y la autodestrucción; ha habido de todo.
La felicidad que vivo, a la manera de Clarissa, está hecha de instantes continuos fundados sobre cimientos de dolor insoportable, de angustias que apenas puedo morigerar, de días y noches de llanto en continuado, de seres queridos que murieron o se fueron, de olvidos y de bienvenidas, de adioses y de enseñanzas. Cada momento de dolor me arrinconó insidioso, haciéndome creer que jamás iba a salir de allí. Bordeé la locura. Grité por qué y para qué. Le saqué la lengua a la muerte. Me paré frente a un arma cargada y frente al pozo de un edificio de trece pisos; me hundí en el abismo más profundo dispuesta a llenarme los pulmones de agua, y Eros me dio vuelta de un sopapo para que volviera a mirar el sol.
Ahora que lo pienso en retrospectiva, debería haber muerto antes de los 28. Elegí la vida tomándome, una vez más, de aquello que me hacía bien. Me salvó el amor que di, que nunca se había ido de mi lado aunque me sintiera terriblemente sola.

Huellas como cicatrices, queloides en el alma. Como marcas de dobleces en papel cuarteado. Como aureolas de quemaduras, resquebrajamientos y reconstrucciones sucesivas. Capa sobre capa sobre capa de una personalidad que, pese a los años, persiste en brillar a través de lo más opaco. Un brote verde me surge de las grietas, muro de piedra donde se enraizan las especies más diversas (entre la hiedra también se crían bichos). Magia en la punta de los dedos, que proviene de la Madre Universo y del Todo, de la Nada, del anverso y reverso de las cosas.
Me siento capaz de construir, de encontrar, de razonar, de crear. Nazco, crezco y muero cada día, desde la duermevela hasta la noche. Nunca sé dónde voy a estar, ni cómo, ni con quién. Insisto en no querer saberlo, en ignorar el día de mi muerte. Simplemente, vivo. Disfruto. Valoro cada segundo de música de la misma forma en que valoro el silencio. Me entretengo en los recuerdos, en la precisa reconstrucción de mis momentos preferidos. Pero no me quedo en el pasado. Sigo adelante, variando el ritmo para no agotarme demasiado rápido y porque las variaciones son lo que hace de la vida una maravilla constante.
¿Me he consumido, dije? Me corrijo. Mi devastación es como la del fénix, que se consuma y vuelve a empezar. Voy a leer hasta quedarme ciega. Voy a pensar aunque me vuelva loca. Voy a correr, a nadar, a volar hasta que me crujan todos los huesos y me salgan callos por todos los rincones. No me pongo límites. Los rechazo. A lo sumo tomaré un descanso, un respiro en el camino... pero siempre "más adelante, mañana".

Hoy voy a celebrarte, Vida, por lo que ya me diste y lo que vas a darme. Voy a beberte, a multiplicarte y a gastarte hasta que no quede nada.



viernes, diciembre 10, 2010

Impasse: Dejame bailar

Hay en algún lugar, en la casa de una tía lejana en geografía y en afecto (aunque nunca en el recuerdo) una foto de mis cinco años con vestido de organza pastel, moño en la cabeza, medias caladas (de esas que al sacarlas dejaban marcados circulitos en la piel) y guillerminas blancas, bailando entre las parejas de adultos en medio del patio del caserón que tenían mis abuelos paternos. En realidad, no hay una sola foto. Es todo un álbum de casamiento lleno de fotos en las que se cuela una nena bailando con la mirada perdida, sin darse cuenta que alguien la retrata junto a otros treinta danzarines.

Cuando se es apasionado hasta el punto del desborde emocional hay pocas cosas que "gusten". Por eso me cuesta mucho hablar de pasiones. No hay grados de pasión en mí, hay niveles. La escritura y la lectura, por ejemplo, son para mí naturales como respirar; me es fácil escribir casi sin corregirme, leer es parte de mi día a día. El cine está llegando al nivel de la lectura después de muchos años de demora, compensados con década y media de visionado constante. La pintura y el dibujo, dos cosas que no se me dan ni de cerca, también me apasionan. Pero van en otro nivel.

Así, llegamos a la música. ¿Qué decir de ella? La tengo dentro, en las tripas. Todos los momentos de mi vida están llenos de ella. Este blog está lleno de la música que me atravesaba en mi niñez y que me sigue sorprendiendo, de descubrimientos tardíos y adquisiciones recientes. En cada link de cada post puede estar escondida la sorpresa de un disco difícil de conseguir o una joyita para el alma de quien sabe escuchar. Sólo con los soundtracks de mi vida llenaríamos una módica disquería (de aquellas que valen la pena, del estilo de "High Fidelity").

La música es parte de mí, por eso me es difícil poner en palabras lo que significa. Me complementa mejor que cualquier otra cosa. En el silencio puedo imaginar la música de los elementos. Lo recordé en los dos últimos días de mar y campo y sol. Cuando llega a mi cabeza empiezan a picarme las notas, se me llena el diafragma de vibraciones minúsculas y tengo que dejarla salir. Me maravilla mi propia voz porque nunca suena igual en mi cabeza que en una pista de audio, que en una habitación cerrada, que gritada al viento y a las olas.

Pero lo mejor de todo es cuando se apodera de mí. Cuando su pulsar me inunda. Cuando quiero bailar con mi sombra esté donde esté. Cuando siento un atisbo de miedo o de ansiedad y me dejo arrebatar por el ritmo de mi propio corazón que busca el arpegio, la nota que le complemente.

Entonces, como en aquellos días de la infancia cuando apenas era consciente de las miradas sobre mí, bailo. Sentada en la oficina, de pie en un rincón o en la cola del supermercado, arrebatada en la soledad de mi casa vacía o en medio de una multitud de extraños. Abrazada, enlazada por las manos o la cintura. Saltando locamente o deslizándome al ritmo de un vals imposible y bello. Imaginando pasos nuevos o replicando una coreo universal. Siguiendo un ritmo perfecto, o absolutamente desacompasada. Envuelta en la toalla del baño, disfrazada o desnuda. Con tacos y en chatitas, aunque mejor descalza. Moviendo la cabeza de manera alocada o sólo las manos. O sólo los pies. O sólo unos dedos.

Bailar es anarquía en su expresión más pura. Es el canal de energía más armónico. Mi forma perfecta de expresar amor y convicción. Mi fórmula ideal para exorcizar a los demonios.
El mundo es un lugar irregular, caótico, transido de dolor y de pasiones. Y aún así, perfecto... porque todavía existe gente que baila en medio de la noche y las tormentas. Porque estoy convencida de que no existe un dolor capaz de silenciar todas las melodías del mundo, o privarnos de bailar. Porque cuando esa fuerza llega, me lleva puesta. Porque mientras bailo siento que todos, hasta los muertos, bailan conmigo.

Ahora, por ejemplo, para celebrar el viernes y el inicio de uno de los últimos fines de semana del año, les dejo un clásico saltarín de la casa, que nos perdimos este año porque estaba en la Creamfields... el día que los traigan a cualquier otro fest, nos tienen firmes como rulo de estatua.



sábado, noviembre 27, 2010

Dibujitos de ayer y hoy (1): Por qué Candy

Desde hace dos semanas, en Facebook se lleva adelante una simpática iniciativa: cambiar la foto de perfil por una imagen de algún dibujo animado que haya marcado tu infancia.
Se me hizo cuesta arriba elegir sólo uno, porque la realidad es que no sólo mi infancia ha sido marcada (o tocada) por los dibujos animados. Mi adolescencia y mi vida adulta están llenas, todavía, de esas series con personajes bidimensionales, algunos mejor animados que otros o con más profundidad argumental. En definitiva, nunca me alejé de esa parte de mi vida; soy incapaz de tomar distancia emocional con los buenos recuerdos.
Entonces, si tenía tantas opciones para elegir, ¿por qué Candy Candy? Me identifican mejor dibujos como Robotech, Mazinger Z, Heidi, Mi Pequeño Pony, los Pitufos, Patoaventuras, los Autos Locos... Incluso pertenecen a mi primera infancia (5 a 12 años), en tanto Candy llegó a mi vida durante la adolescencia. Pero todo tiene su explicación.

Ante todo, una breve (!) síntesis de este shoujo manga del año ´77, según lo que recuerdo y sin acudir a la Wikipedia (al menos por ahora)

Candice White es apenas un bebé cuando la abandonan en la casa de la Señorita Pony y la hermana María, una especie de orfanato rural, en un frío día de invierno. El mismo día abandonan a otra niña, Annie, que con los años se convierte en su mejor amiga (junto con su mascota mapachesca, Clint). Cuando las dos llegan a los seis años de edad, un matrimonio rico adopta a Annie y le prohíbe tener contacto con Candy siquiera por medio de cartas, ya que no quieren que sus amistades sepan que la niña proviene de un orfanato. Ese mismo día, Candy conoce al que se convierte en su primer gran amor, un chico de unos 14 años que toca la gaita para consolarla de su pena y se va sin decirle su nombre, aunque ella lo bautiza como "el Príncipe de la Colina".
Al cumplir doce años, Candy es adoptada por la familia Leagan, emparentada con los Ardley (o Andrew, o Andrley, según las versiones), que constituyen uno de los clanes más poderosos de Estados Unidos a nivel económico. Los chicos Leagan, Eliza y Neal, la torturan psicológicamente de tal forma que la niña piensa en escaparse, pero sufre un accidente y cae a un río turbulento. La rescata un extraño ermitaño llamado Albert, que vive secretamente en la propiedad Leagan/Ardley rodeado de animales. A partir de ese momento, Albert aparece varias veces a lo largo de la historia cuando Candy se encuentra en problemas o triste.
Después conoce a los otros miembros de la familia Ardley: la imponente tía Elroy y los primos Anthony, Stear y Archie, que de inmediato se convierten en sus mejores amigos. Anthony, además, será el segundo gran amor de Candy por su increíble parecido con el "Príncipe de la Colina". Pero todo termina trágicamente cuando Anthony muere en un accidente y se culpa de esto a Candy, motivando su expulsión de la familia Leagan. Misteriosamente, el patriarca William Ardley (que no aparece en la serie sino hasta el final) declara que ha adoptado a Candy y que no será maltratada nunca más por ningún miembro del clan, además de recibir la mejor educación junto con los demás primos.
Stear, Archie y Candy se embarcan en un buque a Inglaterra para continuar sus estudios en el Colegio St. Paul's. Una noche de niebla durante ese viaje, mientras llora recordando a Anthony, Candy conoce a un joven insolente que se burla de ella y la bautiza "pecosa". Además de encontrarse con los hermanos Leagan en el internado, también se encontrará con ese rufiancito que resulta no ser otro que el hijo ilegítimo del conde Grandchester y una actriz americana. Terry Grandchester se convertirá en el amor definitivo en la vida de Candy. Las aventuras en la etapa del colegio y posteriores son la mejor parte de la historia. Allí conoce a una simpática nueva amiga, Patty (que se convierte después en la novia de Stear). Y, oh, casualidad, también su amiga Annie estudia en el prestigioso colegio. Por supuesto, cerca de allí también anda rondando Albert, que recorre Europa trabajando aquí y allá para estar cerca de los primos Ardley y de Candy. Albert se hace muy amigo de Terry también.
Luego de la huída de Terry del colegio, consecuencia de un injusto castigo que recibiera por culpa de Eliza Leagan, Candy se escapa para seguirlo hasta América. Cuando sus esfuerzos por encontrarlo fracasan, se convierte en estudiante de enfermería en la escuela de Mary Jane, una veterana que la tiene al trote y la llama "torrrrrrrrrpeee" todo el tiempo. Además, su archirrival en la escuela de enfermeras, Flammy, no la trata mucho mejor, aunque Candy le tiene un enorme afecto y respeto: sólo se amigan cuando Flammy se va de voluntaria al frente de batalla en Europa (recordemos que la historia transcurre en la etapa previa y simultánea con la Primera Guerra Mundial).
Mientras estudia con Mary Jane, Candy reencuentra a Albert luego de que éste sufre un accidente y pierde la memoria. Lo toma a su cargo y viven juntos en un departamento cedido por el tío abuelo William Ardley. Poco tiempo después, Candy tiene la posibilidad de reencontrarse con Terry, que es ahora un actor exitoso en gira con su compañía teatral. Para desgracia de Candy, la actriz principal de la compañía, Susannah, está perdidamente enamorada de Terry también y justo cuando ellos dos están a punto de reconstruir la pareja, Susannah lo salva de un accidente potencialmente fatal... y queda inválida. La culpa fuerza a Terry a separarse de Candy para casarse con su salvadora.
Candy abandona la ciudad con el corazón destrozado, sólo para encontrar que Stear, su "primo del corazón", se ha enrolado en el ejército. La familia Ardley se encuentra revolucionada por este tema y por la decisión de Candy de ser enfermera. Ni los Leagan ni la tía Elroy la tratan bien desde que menguaron las noticias del tío abuelo William, de quien se rumorea está gravemente enfermo. Entre tanto, Albert se encuentra accidentalmente con Terry, que devastado por su separación de Candy abandonó la compañía teatral y se emborracha en antros de mala muerte. Luego de una charla lo convence de que regrese a la vida que eligió, y se separan. Albert tiene un accidente callejero mientras vuelve al departamento y recupera la memoria, pero no se lo dice a Candy. Unos días después, desaparece.
Esto es el golpe definitivo para Candy, pero todavía hay más: Stear Ardley, hermano mayor de Archie y novio de Patty, muere en el frente mientras pilotea su avión de combate. Y para colmo de males, el joven Neil Leagan, el mismo que la torturaba durante su infancia, descubre que en realidad está enamorado de ella y convence a la tía Elroy y a sus padres de que lo mejor que pueden hacer por Candy es obligarla a casarse con él. Falsifican una autorización del tío abuelo William, y cuando Candy le escribe desesperada para informarle la situación, recibe la orden de encontrarse con él para confrontar a la familia. Allí se revelará la verdadera identidad del benefactor de Candy, después de muchos años. Pero esa resolución me la guardo, así que si leyeron hasta acá... ¡no la deschaven en los comentarios, petes!

Factos y curiosidades de la serie:
- "Candy Candy" es una creación de Kyoko Mizuki (historia) y Yumiko Igarashi (dibujo). Tras un largo conflicto entre las socias, tanto el manga como el animé dejaron de distribuirse en el mundo, además de truncarse para siempre la muy rumoreada continuación de la historia. De hecho, la repetición de la serie está prohibida en todo el mundo desde el año 1998. Sin embargo, hay canales que continúan transmitiendo la totalidad de la serie eventualmente, como Panamericana Perú.
- El final no conformó a ninguno de los muchos fanáticos de Candy en el mundo y esto originó una fiebre de fanfics (ficciones "truchas", sin permiso de los autores) donde algunas fans le daban a Candy diferentes destinos, sobre todo en el aspecto sentimental. El más conocido y de mayor aceptación en castellano fue "Reencuentro en el vórtice" y se lo puede encontrar en línea en los sitios dedicados a la serie.
- El doblaje de Candy Candy se realizó en Argentina. Cuenta la leyenda que las fans hispanohablantes de todo el mundo quedaron enamoradas de Terry Grandchester (el tercer y definitivo gran amor de Candy) por el acento porteño de su actor de doblaje, Andrés Turnes. Casualmente, es el mismo que dobla a los otros dos amores de Candy: el Príncipe de la Colina y Anthony Brown (o Bower, o Brower, según quién escriba). La chillona e inconfundible voz de Candy pertenece a Cecilia Gispert.

Mis motivos para elegirla por sobre otras series:
El primer dibujo animado que tocó mi corazón fue Heidi, seguido de Mazinger, Ulysses 31, Voltron y Robotech. Esto definió en gran medida mi apego a la animación japonesa. Sin embargo, con el paso de los años fueron ganando terreno las producciones de Hannah Barbera (Los Picapiedras, Los Supersónicos, El Oso Yogi, Scooby Doo), Warner Bros animations (Looney Tunes, Merry Melodies, Tom y Jerry) y otros cuya factoría no puedo ni quiero recordar... (He-man, She-ra, Thundercats, Dinosaucers, Silver Hawks, The Centurions, Jem y The Holograms).

Cuando apareció Candy Candy yo estaba en pleno furor de reencuentro con mis raíces animé, ya que seguía de forma obsesiva a Capitain Tsubasa / Los Supercampeones por Telefé, y a Los Caballeros del Zodíaco en Rede O'Globo (sí, los vi de cabo a rabo primero en portugués y gracias a eso hoy entiendo gran parte de ese idioma que no hablo... jeje). Pero eran dibus bastante machones, por decirlo de manera delicada, y me conectaban con emociones muy diferentes a las que habían generado aquellos primeros dibujitos.
El breve apogeo de The Big Channel me acercó a Speed Racer / Meteoro, G-Force, UFO Robo Grendizer, la Abeja Maya y Kimba el león blanco. También me devolvió a Robotech (volver a ver esta serie cambió mi vida, no se rían... pero le debo mucho, de verdad). Y me envició severa y definitivamente con Candy Candy.

La primera vez que vi ese dibujo, volví a tener cinco años. Me emocioné genuinamente con las peripecias y tragedias de esa niña que estaba pisando la adolescencia a inicios del siglo XX, me identifiqué con su lado más marimacho y también con sus ilusiones románticas. Era un placer absolutamente culposo que sólo compartí con una amiga, Sabrina, tan fanática de los dibus como yo. La verdad era que me avergonzaba un poco reconocer que a los quince o dieciséis seguía estas aventuras con avidez. Fue mi regreso definitivo a la inocencia de la niñez y, de alguna forma, mi camino a casa.
Después de Candy Candy, mi escritura sufrió importantes cambios. Mi forma de ver animé, también. El shoujo manga se hizo parte de mi vida y le abrió las puertas a ese lado femenino que me negaba. Que existan historias así, con sus inverosimilitudes y lugares comunes es para mí una especie de celebración de la vida. No sé, ¿les parece suficiente justificación?

Presentación de Candy Candy:




Canción del final:




(todavía me acuerdo de las dos de memoria... ¡mi sobrina Evange me hacía cantárselas en la guitarra y todo!)

Próximo post: todos los dibujitos que marcaron mi infancia (en dudoso orden cronológico). Con mención especial al Magic Kids, canal que me acercó al gran vicio de mi adolescencia: Dragon Ball.

domingo, noviembre 21, 2010

Canciones tristes para amantes sucios

En estos días paso por una fiebre revival de mis clásicos. Cuando era chica nada me estremecía más que la música de The Cure en la radio. Primero "Friday I'm in love" y de ahí, para atrás. "Charlotte Sometimes", "Lullaby", "Boys don't cry", "A forest", "In between days", todos temas que me siguen partiendo la cabeza y me remontan a mis épocas en las que chapuceaba ese inglés que ni siquiera intuía (en los '80 era, ni más ni menos, una nena) tratando simplemente de seguir la melodía. Cuando llegué al conocimiento de las letras, la banda me gustó aún más y Robert Smith se me antojaba el tipo más lindo del mundo. La música nos afecta a todos de maneras... diversas.

Pero como la música es una búsqueda que jamás se agota, mi gusto por lo darkie me llevó en años universitarios, como ya conté muchas veces antes, a Dead Can Dance, Cocteau Twins, This Mortal Coil y por extensión a todo el sello 4AD, que actualmente incluye a varios de mis nuevos amores (St Vincent, Blonde Redhead, The National - a quien mencionaré más abajo-).

A medida que crecía, fueron llegando nuevas influencias nefastas. De la música gothfriendly llegué, por bifurcaciones que ni yo recuerdo, a las que yo llamo voces oscuras; mi amiga Ce alguna vez las llamó "voces como papeles rotos". Por ejemplo, Nick Cave and the Bad Seeds con sus "Murder Ballads", algunas canciones sueltas de "Henry's Dream", "The Boatman's call" y sobre todo "Let love in". Me pierde este tipo.
Me pierden los tipos con voces profundas, sucias, y letras que flechan corazón y cerebro al mismo tiempo. Me pierden Serge Gainsbourg, Chris Rea, Mark Knopfler, Tom Waits y Leonard Cohen. Me pierden la cadencia oscura de Brendan Perry y David Sylvian. Más cerca en estos últimos años, mis descubrimientos tardíos: Johnny Cash, Mark Lanegan, Chris Cornell. Y etcéteras que a veces se me van de la cabeza.

Click aquí para escuchar estos vozarrones (más yapas) en mi flamante primera lista de Grooveshark.

Click aquí para escuchar a The National. La voz de Matt Berninger es mi más reciente adquisición emocional. Cada respiración cerca del micrófono, cada vaivén en su registro vocal, me eriza la piel hasta el último vellito.
Será que las canciones tristes, melancólicas u oscuras me dan una atípica felicidad. Subrepticia, a la vez que intransferible. Como a tantos otros bichos en este extraño mundo.

sábado, noviembre 20, 2010

Tarea para el hogar (y experimento): Gotitas de felicidad /2)

Hace algún tiempo, por invitación de la Mona, me llegó este meme. ¿Se acuerdan de los memes? Cierto que con la llegada del FB y del Twitter se perdió la gracia de bloguear, pero no se pueden haber olvidado de aquellas verdaderas cadenas de pavadas que hacíamos con tanto gusto, a veces sólo por tener la excusa de postear algo.

Hoy se me dio por hacer un experimento, así que les ofrezco algunos de los clásicos del GReader de Cass. Una pequeña lista de blogs y sitios (que empezaron como blogs) que me han hecho feliz a lo largo de estos cinco años, por categorías atrevidas y sin ton ni son.

My kin, my soul:

a)
"Las ma-nosdeto-doslos-ne-grosarriba!".

b)
Con la felicidad implícita en el título:

c)
Abandonados, aunque inmortales (para mí):
- SEBUP (Se está buscando una paliza...)

Bonus- Con grave peligro de abandono:

La pura buena maldad
- Pequeñas Maldades Gratuitas (este también califica como "abandonado"... pero buáh)

La paz en la tormenta

Curiosidades, interés general + aplauso, medalla y beso:
- Inner el pendejoPrecaución, almas sensibles! Es sumamente explícito. En todo sentido.)

Buena onda, buena leche

Adquisiciones recientes (últimos dos años) / Diamantes en bruto

Y ahora, ¿cuál es el experimento? Simple. Si todavía hay alguien que me sigue por el Reader o cada tanto espía para acá, al menos uno se copará con la idea y reproducirá estas Gotitas de Felicidad en su propio blog, ofreciendo a la comunidad 2.0 la posibilidad de conocer un poco más de este hermoso microcosmos que es (o era) la blogósfera.

Eso sí: no dejen de avisarme, así puedo espiar también.
Pido disculpas si me olvidé de alguien. No habrá sido intencional :-)

sábado, noviembre 06, 2010

Apuntes de un luminoso sábado

Va a hacer calor, dicen. Me molesta en grado sumo el calor, pero eso no me impide amar los días soleados de primavera. Que no pueda ponerme al sol hace más o menos una década me ayudó a valorarlo más, a tolerarlo, y sobre todo a disfrutar las pocas horas diurnas en las que no me hace mal.

Este sol que todavía no pica se derrama por el suelo como agua lenta. La piel huele distinto en primavera. La ropa huele distinto, aunque se siga secando en interiores.
Persigo desde la noche sueños por toda la casa.
Hoy vamos a dormir la segunda siesta desde que cambió el espacio.
Caigo en el futón elevando los pies y juego a la tranquilidad por primera vez en meses.

Antes de anoche y anoche pisaron esta casa los primeros queridos extraños. Las voces quedaron atrapadas en algún lugar cerca del cielorraso. May golpeando con sus pies enfundados en medias de colegio paredes y puertas mientras hace la vertical. Finis bailando y saltando sobre la cama "como un conejo". Flores celestes para celebrar.

Hay una ventana con antepecho que podemos llenar de plantas. Por ahora, la única huésped es la que ya teníamos, un pequeño potus. Lo traje abrazado, a pie, desde la casa vieja. Le hablé como si pudiera escucharme y le dije que todo iba a ser mejor. Desde que llegamos se estira lleno de una nueva vida, las hojas buscando el cielo cinco pisos más arriba.

Ir a la Marcha sin curiosidad ni poses, encontrarse con amigos a celebrar el amor. Eso es motivo de orgullo. Celebrar que el amor exista y se multiplique, para llenar la nada que dejan el rencor y las mezquindades cotidianas.

Estamos escuchando esto:


martes, noviembre 02, 2010

Otros ámbitos

En la casa nueva hay otros olores, nuevos sonidos, pequeños desperfectos. La lucha con los cueritos canilleros nos persiguió hasta aquí. Hay un cuarto con frisos infantiles y una sección del piso que a veces chilla. Hay puertas vaivén, puertas corredizas y celosías por todos lados. Circula tanto aire que a veces pienso que hace fresco afuera, cuando en realidad hay 25º o así.
La casa nueva me hace pensar en un mundo de posibilidades y en la mejor manera de llenar las paredes tan grandes. Tiene, eso sí, muebles no aptos para liliputienses y hay que treparse a la silla para poder alcanzar un tupper o unas copas.
Me quedo embobada mirando el techo, pensando en la altura que deberá tener la escalera que me haga llegar hasta ahí si se llega a quemar el foco del living o el de la habitación. Restrego mis pies en el piso suave y cálido, olfateo las maderas. Estoy reconociendo este ámbito nuevo, amigándome aunque me cueste baches de sueño y madrugones intempestivos justo el día que me pedí para no tener que correr. Tengo sueños maravillosos desde que llegamos y me despierto descansada... no puede ser otra cosa que una buena señal.
Faltan, sí, algunas cosas. Uno que otro mueble, desembalar los libros y por sobre todo, acostumbrarme a caminar hasta él para hablarle. Fueron tres años y medio de levantar la mirada para encontrarlo ahí nomás, de hablar sin levantar la voz porque la cocina quedaba a tres pasos del living y la computadora daba la espalda a una habitación mínima.
Cuatro años habitando una caja de zapatos de divisiones invisibles donde aprendí que la convivencia no era ese cuco atroz que me puso a prueba tantas veces (sometimiento, ahogo, renuncia al espacio propio), sino la única situación posible entre dos personas que se aman y no pueden estar separadas porque ya lo estuvieron mucho tiempo, demasiados años. Trasladar la situación a otro ámbito se me antoja una aventura más, tan llena de misterio e impredecible como todo lo que nos involucra. Y me abro a ese misterio con toda la fe y el optimismo que me dan los años de (muchas) buenas y (pocas) malas sorpresas.
En las cajas viajaron mucho más que libros, elementos de cocina, herramientas y un par de PCs.
Viajaron todas las posibilidades y esperanzas de este pequeño mundo nuevo, mis sueños de siempre actualizados, la irrefrenable convicción de que no importa cómo, pero todo va a estar bien porque no puede ser de otra forma cuando se lo desea de la manera correcta.

Quiero estar entera para cuando lleguen el momento de la cosecha y de la nueva siembra.


domingo, octubre 24, 2010

Qué es felicidad




Adoro ser la que se ríe en sus caras azoradas cuando admito lo mucho que me gusto, aún estando quince, veinte kilos por encima de mi peso. Adoro mi personalidad que no necesita de la confirmación de otros para ser arrolladora. Sencillamente, me gusto porque me divierto conmigo misma, me permito actos de egoísmo, encaro mi lado oscuro y trato de amigarme con la idea de que no soy una persona buena, pero sí alguien perfectible que quiere ser bueno. Ni más ni menos, me acepto: con limitaciones, con miles de defectos, con todo lo que todavía tengo por mejorar.

Me moviliza un irrefrenable impulso vital y me dejo llevar por él con altibajos, intentando moderar apenas los bandazos para no volver a pendular como antes, cuando recién tomaba conciencia de lo poderosa de esa energía y la manejaba así, peligrosamente. Con riesgo de partirme la cabeza a cada salto.

Pero no siempre fue así. No siempre fui así. Tuve mis momentos bajísimos, mis crisis, esos momentos donde la mirada ajena pesó tanto que casi... casi me hace cambiar el curso de lo que quería para mi vida. Casi me hacen pensar que mi valor-persona era equivalente a lo que podía demostrar, a lo que podía aparentar. Casi me hacen creer que ambición es igual a motivación, y que la falta de una es equivalente a la carencia de otra. Casi me hicieron sentir que rebelarse era humillarse y que la última palabra en una discusión demuestra algo. La verdad, nunca me sentí más aliviada que el día que me di cuenta que no me afectaban las voces que me conminaban a pisar cabezas para trepar, que me susurraban que era lícito hacer valer la apariencia y el carisma por encima del auténtico esfuerzo o talento. Y esto pasó cuando no había cumplido veinte años.

Cuando renunciás a encajar en ciertos preconceptos se te cierran muchas puertas. Los "amigos" a los que les convenías más zalamera, descarada, siempre sonriente y feliz dejan de llamar. Los potenciales jefes que se dan cuenta que no van a llegar a ningún lado halagándote, te rebotan a la primera entrevista. Los contactos que se presumen profesionales y terminan siendo citas a ciegas desaparecen de la agenda y, cuando querés acordar, hasta te juegan en contra.

Después, el tiempo pasa y te queda lo que sos. Descubrís que está todo bien y que siempre se puede mejorar. Valorás lo conseguido con la misma calma con la que aprendiste a asumir lo que falta. Aprendés a bendecir todo (sea bueno o malo) lo que te hizo llegar a este punto. Cuando releo cosas como esta, me doy cuenta del camino recorrido y de lo cíclico de algunos procesos. Idas y vueltas, pero no en un mismo lugar: en algún momento dejé de ser trompo y me volví barrilete.

Largas caminatas en una primavera fresca. Me olvido por un rato de aquello que me irrita en "la gente". Redescubro la belleza del ser humano en una chica de gesto tranquilo y severo que pasea en bicicleta por avenida Córdoba, una flecha de luz entre cardúmenes de autos unidireccionales, grisáceos. Llega el último fin de semana en este lugar al que llamé "hogar" por cuatro años, hoy decorado con cajas del piso al techo, me estremezco de emoción, "nada nos puede pasar" aunque pase. Las bolsas de ropa huelen a perfumina, en el ambiente persisten vahos a humo de incendio.

Caricias en el alma. Estoy escuchando esto:



Todo el disco es una belleza. Este hombre siempre sabe cómo hacer llorar de emoción.

jueves, octubre 07, 2010

Retrospective: 'Cause Regina is a bitch

Hace cuatro años escuché por primera vez esta canción y me enamoré perdidamente de la voz de Regina Spektor. Desde la portada de "Begin to Hope" (el segundo disco que llegó a mi compu), una chica de aspecto adolescente y boca grande me invitó a recorrer un camino que ya no abandonaría más.
Es difícil amar la música, haber cantado toda la vida y encontrarte de golpe con un monstruo como Regina. Es desalentador y tortuoso, y a la vez es un milagro. Que apareciera justo en ese momento de mi vida fue como salir de una pileta de barro para zambullirme en pleno océano. Por esa época también me enamoraban otras vocalistas asombrosas, pero ninguna me provocaba esa sensación de infarto. Escuchar a Regina significaba muchas veces contener la respiración durante un rato larguísimo o quedarme después mirando el techo sin saber qué fuerza me pasó por encima.

Desde ese día no hice más que esperar y rogar por el milagro posible que la trajera a Argentina. No éramos pocos los reginómanos. De alguna forma, el occiso blog Esquizofónico fue testigo de la esparción del virus entre propios y ajenos; a partir de ahí me llegaron "Mary Ann meets the Gravediggers", "11.11", "Soviet Kitsch" y finalmente "Far".
La escucha compartida nos dejaba en estado de gracia. A la distancia, en aquella nuestra primera primavera, volaron canciones como "Samson", "Love Affair" y "Fidelity". Dos de ellas nos encontraron abrazados anoche, agradecidos por tanto milagro. Milagro de estar juntos escuchando en vivo, para testificar de paso que esa voz es de verdad.

Regina fue precisa, perfecta como un reloj suizo, y aún así se dio el margen de una cordialidad que tenía poco ensayo. Sus músicos, ajustados a ella como un guante en "On the Radio", "Eet" y "Better" (entre tantas otras), la dejaron sola en el último tercio del programa para que pudiera emocionarnos con una guitarra en "That time", que fue el tiempo de tantas de nosotras (freeeeeeeaaaakies), con sus teclados en "Dance Anthem of the '80's" e incluso a capella.
Y cuando alguien le acercó otra silla al piano nos quedamos pensando quién sería el fantasma capaz de compartir con ella el espacio íntimo de los marfiles blancos y negros. La respuesta sería "nadie". O más bien, ella misma desdoblada en un prodigio imposible de coordinación caprichosa: mano izquierda ejecutora de notas, mano derecha haciendo percusión con una baqueta en la silla a su lado, y su increíble voz que jamás pierde una nota.
Allí recordé lo que más me gusta de Regina, un mes mayor que yo en el almanaque y lejanísima en geografías, pero que en ese momento, cuatro minutos comprimidos, fue más cercana para mí que mi propia familia: su capacidad infinita de juego, el goce de las armonías y las notas, el mundo de afuera envuelto en la música que nace del vientre, del pecho mismo. La música que la acunó de niña y que ella reinventó con la obsesión genial de los monstruos sagrados.

Llegó el final y tuve que agarrarme de tus manos más de una vez. Mis lágrimas escandalosas y toda mi alma cantándote "Us" sin mover los labios. Otra vez sin aliento, pero sin mirar el techo, sino ese escenario vestido de estrellas, piano y violines. Y un baterista increíble: hay que decirlo.

Te queremos de regreso, Regina. No dejes de volver.



miércoles, septiembre 29, 2010

Postales (escritas) de un eterno retorno

En el colectivo llené de garabatos los apuntes que me mandó Bianca por mail. Entre metodologías de análisis semiótico y música funcional de los cuarenta principales, me distrajo una puntada en la cabeza... cada vez la misma historia en los lugares cerrados y cargados. El Plaza iba lleno, o casi lleno; casi todos amodorrados, yo llena de expectativas y con la inseguridad de siempre. ¿Qué mierda hago con esto de la hermenéutica? ¿Y si tengo que reformular todo?
Llegué a Plaza Italia y la ciudad me recibió con esa lluvia molesta de cada cambio estacional. Retorcí mi pelo esponjado en trenzas y me fui a caminar por el barrio de la Facultad, reconociendo viejas rutas. Pensar que alguna vez cambié mi domicilio a este preciso lugar. Pensar que mi mejor amigo pasó uno de los peores años de su vida armando un cyber en este local y hoy ni siquiera recuerdo cómo se llamaba ese cyber. Acá vivió Paula en la época en que cursábamos Comunicación y Teorías. Y quién lo diría: hoy, mis primos viven a dos cuadras de mi último domicilio platense, aquella pensión de alto con una ventana a la luna y en la que me dormía escuchando la sirena del tren.
Mates y galletas mediante, charlamos sobre la familia y el estudio. Pude reconocer la cama recién hecha, el desorden ordenado de la cocina, las ventanas por las que se empieza a colar el sol. Vida de estudiantes varones y solteros, en fin... "¿Qué será del Seba? ¿Vivirá solo ahora?" No sé por qué, pero ni me asomé a ver si lo encontraba en Musimundo. "Hoy tengo que pensar en otra cosa." De camino al lugar del próximo encuentro, volvió la lluvia y me metí en la galería Géminis. "La lluvia espanta bastante a la gente; nota mental: siempre que sea posible, elegir los días grises para viajar".
En la mesa del bar, llena de papeles, el mozo acomodó dos ensaladas y agua mineral. Nuestras risas y el envuelte se atropellaron en una hora y media que nunca alcanza y sin embargo, nunca nos queda corta. Gracias por todo, nena, ahora me voy caminando al edificio nuevo, a ver qué onda.
Y acá, la mejor parte del viaje: perfecto silencio sin auriculares, manos a los lados del cuerpo y una larga caminata hasta diagonal 79 y 118, después unos metros a la izquierda. El edificio nuevo no me produjo nada, apenas una sensación un poco opresiva de "qué aislados quedamos", esa falsa pertenencia a la facultad que, minutos más tarde, corroboré mientras firmaba la solicitud de readmisión. Frenar para avanzar, pensé mientras Estudiantes gritaba el primer gol en algún lado, y ahí me di cuenta que la poca gente en la calle quizá no tenía nada que ver con la lluvia, con el día gris.
Perfecto silencio sin auriculares y más caminata, por avenida 1 hasta la estación de trenes. Pasó más de una hora sin que llegara el único mensajito capaz de retenerme minutos extra en la ciudad que nunca les gustó a mis hermanos ni a mi vieja. En ese ínterin, bordeé el bosque y sentí la tentación de perder un par de horas más en el museo. Si hubiera tiempo... La próxima vez, sin dudas. Tengo que volver a andar por ese camino que antes me vio correr, comer choripán, reaprender a manejar y besar al que creía que era el chico de mis sueños.
Volví a Buenos Aires en el Roca. Los vagones y asientos están mejor que antes, los olores y sonidos son los mismos de hace años. Descubrí, casi al mismo tiempo, que la cámara de fotos nunca había abandonado mi mochila y que el libro de cuentos que estaba leyendo (y que me mandaron directamente de la editorial) era un ejemplar dedicado por el hijo del autor a una persona que conozco. Honestamente, ¿cuáles son las probabilidades de que pase algo así?
Bajé del subte C en Avenida de Mayo y caminé por las veredas de un barrio posible. El regreso sigue estando a la vuelta de la esquina.


domingo, septiembre 26, 2010

En las alas de la madrugada

Las personas ansiosas e impacientes no nos llevamos bien con la rutina. Si a eso sumamos cuotitas de excentricidad y una angurria de vivir todo al mismo tiempo, a veces se desatan reacciones en cadena que terminan en enfermedades varias (gastrointestinales, musculares, nerviosas). Usualmente, me pegó por el lado del insomnio y desde mi más tierna infancia hasta que terminé de cursar no hice otra cosa que contar ovejas, estrujando sábanas y dando vueltas como leona enjaulada cuando la madrugada había avanzado tanto que no valía la pena arriesgar el pellejo en una caminata agotadora.

Por suerte apareció esta mujer mientras buscaba una canción que me había gustado mucho (Ever so lonely) y haciendo uso de una banda ancha ajena, me bajé este disco suyo que contribuyó en gran medida a relajar mis noches pasada de mate, de trabajo en McD y de estudio feroz.


Pasaron los años, pasó el insomnio y llegaron algunas cuestiones más importantes y demandantes que atender. Ya no era una estudiante, y aunque la experiencia gasolera me había enseñado los rudimentos de la supervivencia, nada me preparó para el desembarco en Buenos Aires. Ciudad caníbal con la que sólo me reconcilié cuando un ex-porteño se apareció en mi vida para darle un sentido distinto (y tres cambios menos) a esto de vivir sola y acelerada.

Desde entonces, no he tenido problemas de sueño (aunque los años de descuidos no dejan de hacerse notar cada vez que me paso de rosca con las actividades) y aprendí a relajarme. A veces demasiado, como puedo advertir cada vez que miro a mi alrededor y descubro lo que no hice cuando debía y que ahora me da fiaca. Pilas de libros, de cd's y de ropa acomodados con apuro, desmañadamente, en cualquier silla o rincón. Platos y cubiertos que nunca se guardan en la alacena y que duermen la siesta en el secaplatos, listos para la próxima comida. Todo limpio, pero a mano; pensado para no perder el tiempo revolviendo. Y a la tardecita no es raro que estemos dándole codazos al afinador de la Fender o al capodastro para hacerle lugar a los vasos, porque tampoco es raro que las ganas de comer nos agarren ensayando una canción.

Parte de las ansiedades de esta altura del año tienen que ver con este espacio que se ha vuelto mínimo y con la inminencia de un cambio. Este imperceptible tic en el ojo izquierdo, las largas listas con teléfonos, presupuestos, pendientes para antes de fin de año (que está tan cerca, ¡tan cerca!), números que cierran a duras penas, espaldas fatigadas y corridas me traen el recuerdo de aquellas otras noches.

Qué chiquitas parecen aquellas preocupaciones comparadas con las actuales. Pero como nada pasa porque sí y la experiencia siempre sirve de algo, las ahuyento de la misma manera: música tranquila, aromas suaves, un té caliente. Y palabras.
Esta receta infalible me ayuda a acomodarme entre las alas de la madrugada y llegar a buen puerto lo más descansada posible. Lista para el desafío cotidiano y para el presente que hilvana mi futuro, todos estos proyectos hermosos que se van concretando. Libre de miedos y de incertidumbres, con los ojos del asombro bien abiertos, la ansiedad convertida en el mejor combustible para la aventura.

jueves, septiembre 23, 2010

Equinox

Hoy es el equinoccio de primavera. Hoy, 23 de septiembre, y no el 21. Un día fatal en el que apenas tuve tiempo de recordar algo que sistemáticamente me obligo a olvidar y que sin embargo siempre me vuelve a la mente: con cada primavera, este blog cumple cinco años.

Cinco años de reflejar una ínfima porción de mi vida y mis pensamientos, cada vez más íntimos (aunque menos visitados). Tan míos. Tan realidad-ficción como el primer día. Y aunque cada vez me acerco más al lado oscuro para explorarlo y sacarle chispas, siempre está este rincón de bosque donde alguna vez floreció vida entre ruinas. Siempre vuelvo a sentarme en el claro del silencio perfecto para mirarme las uñas coloridas, levantarme un poco la remera y tumbarme de cara al cielo imaginando que vuelvo a ser una niña, físicamente una niña con todo el pelo alborotado y mugriento, las hormonas revolucionadas y la garganta áspera de gritar y cantar. Una nena con olor a agua de pozo y roña de cuello u orejas, de esas que sólo son compañía deseable para los perros, los caballos y otra runfla rural. La nena que hablaba (habla) con los árboles, las abejas y los arcoiris. La nena que quería (quiere) escribir y que nunca se va a dormir sin haber leído un buen puñado de páginas.
Esa que un día se quedó esperando en el claro hasta que la mujer que la había despreciado pensando que era hora de despegarse de ella volvió cansada y ojerosa, más muerta que viva, pero con el mismo fuego en los ojos, los brazos llenos de compañías que eran soledad, y que sólo podía seguir viviendo si volvían a ser una sola.

En honor de esa niña que puedo seguir siendo, de esa soñadora, de ese espíritu indomable, un día creé este blog-patio de juegos y me dediqué a registrar las imprecisiones de un mundo que me alienaba, de esta ciudad que todavía me repulsa. Fue sal en las heridas y pomada para las cicatrices. En las fisuras de lo híbrido, lo más frívolo y gritón, resplandecieron brotes de vida nueva. También quedaron guardados por allí algunos sueños y obsesiones. Una de ellas viene al rescate en este preciso momento, cuando iba a decir "ya está, ya fue".

"Ya fue" nada, nena.
La vida siempre está empezando.




sábado, septiembre 04, 2010

Réquiem para Esquizo

El blog Esquizofónico, proyecto que empezó como un juego entre cinco locos lindos, dejó de existir luego de tres años de compartir la música que nos deslumbraba con amigos y desconocidos (es injusto llamarlos así, ya que muchos de éstos se convirtieron en el puntal de un proyecto que nació personalísimo y derivaron en más que conocidos. A ellos, gracias).

Es cierto que desde hacía más de un año que el más dedicado al blog era Thiago, a quien no puedo dejar de agradecer por su constancia y su amor al proyecto. Él lo llamaba su cable a tierra, y sin embargo a través de los meses sus posteos se convirtieron en los cables a tierra de muchos de nosotros. Gracias a él conocí compositores e intérpretes nuevos por montones, versiones de música clásica a la que no habría podido llegar de otra forma y me volví a encontrar con bandas de sonido que buscaba hacía años, sin éxito.

Hoy me voy a quedar sólo con lo bueno, con lo mejor. Ya puteamos un rato a google y su política de meter a todos en la misma bolsa. No somos el primer blog de música que cierra y no vamos a ser el último. Pero siempre hay maneras de volver a compartir lo que uno quiere con quienes quiere. Y como ya lo hice a través de este espacio puedo volver a hacerlo en cualquier momento.

En todo caso, vaya desde aquí todo mi amor para mis compañeros de aventura (Thiago, Donnie, Milo y Fender), para los cientos de seguidores que, solitos, se embarcaron con nosotros.

Gracias por la música, amigos. Nos volveremos a ver.




miércoles, agosto 18, 2010

Rituales

El martes pasado empezó bien. Día largo y con buenas noticias. Con un viaje en perspectiva, laboral... pero un viaje! Me fui despidiendo con un pinchazo de dolor de esta casa (que es usted, también y sobre todo), murmurando un "gracias" por cada prenda doblada y acomodada en el fondo del bolsito azul que fue de mi papá, cuando él también viajaba.
Los preparativos y la ansiedad me palman. El tránsito de Buenos Aires, su gente malhumorada, sus olores y sus ruidos me hacen disfrutar doblemente el regreso a casa. Bosquejé mis reseñas de los miércoles, eligiendo libros al pasar para llevarme al hotel. Ronronea el lavarropas, él descansa un rato y entonces aprovecho para mirarlo y volver a murmurar "gracias" con la nariz pegada a su nuca.
Cuando llegó traía muy poco equipaje. Diría que la sexta parte de lo que tiene ahora, tres años después; posiblemente menos, estoy calculando a ojo. Pero en una caja con las poquitas cosas de cocina venían tres vasos gigantes, de 500 cc, que son los únicos que sobreviven como juego completo (somos torpes y tenemos tendencia a ensañarnos con vasos y copas). Uno de mis ritos preferidos de fin de semana son los tragos, alcohólicos o no, que preparamos en esos vasos combinando distintas cosas que nos gustan. O el rito de estos días: jugo de naranjas recién exprimidas, con tres hielos y un sorbete gigante.

Tenemos muchos otros ritos que van cambiando con el tiempo. Como las mexicaneadas de los viernes, que fueron reemplazadas por la pizza de los sábados y la pasta de los domingos, hoy sustituidas por experimentos mayormente vegetarianos o naturistas, el sushi, las infusiones. Esos rituales se combinan, toman turnos, se evaporan, cambian.
Los ritos inamovibles siguen allí: mate y caminatas, lecturas compartidas, trabajo codo a codo, Los Sabios, Musetta Caffe, cine de los jueves, series lunes y martes, recorrido por las librerías, compras los sábados, siesta los domingos, más viajes, música a dúo...

El rito de la actualización de este blog lo perdí hace tanto. El post empezó a escribirse dos martes atrás. Y por no ponerle punto final, porque tengo semanas largas y complicadas por delante, con muchos otros ritos que espero recobrar... música.



domingo, agosto 08, 2010

La traición de Enid Blyton

En agosto se celebra el Día del Niño. Una efemérides que año a año sirve para acordarse de las enormes carencias y las violaciones constantes a sus derechos que sufren los más peques, y también (por qué no) para acordarse de que son ellos los que dictaminan y reglan el consumo familiar. Por lo demás, el día del niño es sencillamente cada día en que nos sentimos niños o cada vez que nos acordamos de lo que era sentirse uno. Así, cada vez que tratamos a un chico con respeto, con afecto y sin subestimar sus emociones - en síntesis, con algún grado de empatía - revivimos la infancia.

Una de las frases claves de la película "Enid", dirigida por James Hawes para la televisión británica y protagonizada por Helena Bonham-Carter, lo pone más simple:

"Cuando crezca, no olvidaré las cosas que pienso hoy. No olvidaré la clase de cosas que me gusta hacer o decir. No seré como la gente que conozco que parecen demasiado viejos y han olvidado las cosas que hacían cuando tenían ocho años. Hay otras muchas cosas, por supuesto, que también recordaré. Y entonces, cuando crezca, recordaré lo que les gusta hacer a los niños. Sabré qué es lo que les da miedo. Y sabré las cosas que odian. Y espero que me quieran aunque sepan que hace mucho que pasé de los ocho años."

Claro que Enid Blyton era incapaz de advertir que aquello de lo que había creído escapar lo tenía bien agarrado de la sangre y de la psiquis. Aunque amaba a su padre (que la abandonó antes de cumplir los doce años), atesoraba su recuerdo y se sentía íntimamente identificada con él, lo cierto es que se parecía más a su madre: una mujer neurótica e irritable de la que había escapado apenas tuvo la edad y a la que no volvió a ver con vida. La noticia de su muerte le llegó a través de uno de sus hermanos, Hanly, al que vio en ocasión de entregarle la invitación al funeral, y nunca más.

Todo contacto con la familia se limitó a esa única aparición de Hanly, que treinta años después de su fuga del hogar materno todavía era un niño de seis años que venía a reclamarle abandono a su hermana mayor. Como le reclamaban, en silencio, sus hijas Gillian e Imogen, relegadas a verla apenas una hora por día (y a veces ni eso, ya que si Enid consideraba que se habían portado mal las castigaba interrumpiendo ese único contacto).

Es natural que Blyton se indignara cuando la prensa comenzó a cuestionar su prolífica obra: llegó a editar veinte libros por año, y algunas personas se preguntaban cómo era posible que una mujer dinámica, madre de familia, que además promovía activamente su trabajo mediante elaboradas operaciones de prensa (que incluían responder a mano cientos de cartas de sus fans de todo el país), podía sostener semejante ritmo productivo. La realidad es que Enid vivía para su trabajo; su vida personal y familiar era un infierno de obsesión y control para sus más cercanos.

Resulta difícil conciliar la imagen que Enid Blyton tenía de sí misma y que trataba de proyectar a través de sus libros (en gran medida criticados por triviales y superficiales) con la que parece haber tenido en la vida real. Imagen que se ocupó de distorsionar obsesivamente hacia dentro y hacia fuera del hogar familiar, llegando a mentirse a sí misma sin ningún pudor, inclusive delante de personas que podían ver diariamente sus contradicciones. Su primer marido, su mejor amiga, sus hijas, fueron alternativamente testigos y víctimas de la neurosis de Enid, cuya egomanía rayaba la crueldad en sus formas más básicas y en la más extrema también.
La famosa escritora era capaz de dedicar toda una tarde a recibir contingentes de niños venidos de cada rincón del país en el salón de su propia casa, permitir que hablaran en voz alta y jugaran con la comida, mientras relegaba a sus hijas al cuidado de las niñeras en la habitación del piso alto y pretendía de ellas un silencio perfecto. Jamás las integró a estas reuniones. Asimismo, cuando se divorció de su primer esposo, Hugh Pollock, para poder formalizar la relación extramarital que sostenía con su amante (Kenneth Darrell Waters, también casado), le exigió que asumiera la culpa del adulterio a cambio de acceso irrestricto a sus hijas. Por supuesto, una vez que consiguió el divorcio no hizo otra cosa que entorpecer esas visitas, y además hizo que sus hijas adoptaran el apellido de su nuevo marido, como si eso pudiera borrar a Pollock de sus vidas.

Paradójicamente, la mujer que se había propuesto recordar por siempre las emociones y sensaciones de la infancia, que se había propuesto amar y ser amada fracasó en ambos sentidos. De sus libros, la crítica dijo que "engordan, pero no alimentan" en alusión a la escasa calidad de su escritura y a su frecuente apelación demagógica a lo más básico del universo infantil. Los libros de Blyton se leen en la infancia y se esconden vergonzantemente en la adolescencia. Ni siquiera la nostalgia sirve para salvarlos: el lector pródigo que regresa a sus páginas descubre, efectivamente y con pudor, lo mal escritos que están, su facilismo argumental, su superficialidad unívoca. Es como si Blyton se hubiera estancado por siempre en la etapa más idílica de una niñez idealizada, sin poder abandonar jamás el loop de sus ideas fijas, de su concepción determinista del mundo infantil.
Murió meses después de quedar viuda, alejada de sus hijas, víctima de demencia y del mal de Alzheimer, enfermedades que se habían comenzado a manifestar años atrás y que su esposo había paliado con proverbial tolerancia. Quizá fue Kenneth la única persona a la que pudo amar y de la que recibió ese amor incondicional, totalmente sesgado por la aceptación de la neurosis de Enid, que los terminó aislando del resto del mundo en un vínculo enfermizo que de alguna forma contribuyó a precipitar la muerte de la escritora.

Les dejo el trailer de la película y recomiendo su visionado a quienes, como yo, alguna vez leyeron novelas de esta autora. Ahora entiendo un poco mejor los personajes de "Torres de Malory" (una curiosidad: el nombre de la protagonista es Darrell, igual que el apellido de su segundo esposo, única persona que parece haberla tocado emotivamente) y "El club de los cinco", libros que alguna vez leí y en los que llegué a reconocer una influencia sobre el trabajo de J. K. Rowling.





Para seguir leyendo:

- Enid Blyton en Wikipedia.

Buena semana (corta) a todos! Espero retomar algún día la frecuencia posteadora. Hay mucho de qué hablar, pero poquísimo tiempo. ¿Y saben qué? igual está bueno.

sábado, julio 31, 2010

Contra el silencio, contra la muerte.

Estoy en contra del aborto.

Lo digo ahora mismo para que se entienda y para que se enteren los que nunca preguntaron sobre el tema. No me parece sano para la mujer que aborta ni ético para con la criatura que viene al mundo sin haberlo siquiera pedido. El solo hecho de poner en riesgo las vidas de esa relación simbiótica madre-hijo me toca la más íntima de las fibras.
La violencia y el crimen me espantan, más cuanto más cercanos. Como a todos. Entonces, soy de las que piensan que en la medida de lo posible habría que tener a la criatura y darla en adopción, en caso de no poder o no querer hacerse cargo. Pero insisto en que esta es mi postura personal. Esta soy yo, diciendo qué haría yo, o en todo caso alguien en una situación similar a la mía.

La cuestión es sencilla: el aborto existe.
El aborto está.
El aborto se realiza en cientos de lugares en todo el país, fuera del arbitrio de la ley, causando miles de complicaciones y miles de muertes anuales (incluyo aquí a los bebés nonatos).
El aborto continuará existiendo aunque la Iglesia Católica o cualquier otra Iglesia, religión, culto o tendencia moral/política se opongan a su existencia. Es absurdo decir que uno se opone a la existencia de algo que ya está, pensando que la suma de oposiciones hace que esta situación desaparezca, se evapore. ¿Acaso la penalización del aborto ha disminuido un ápice el número de abortos? Está claro que no.

El aborto es el punto culminante de una forma de violencia que se me ocurre terrible por varios motivos, porque es una violencia de múltiples vías. Violencia contra el ser indefenso, última (aunque no única) víctima de la cadena de sucesos que lleva al aborto. Violencia contra la madre, cuyo cuerpo desgarrado por dentro queda, aunque no se vea, marcado para siempre. Más violencia contra la madre por la decisión tomada. Violencia previa contra una mujer que no ha sabido, no ha podido o no ha querido no embarazarse, pero que está segura de que ese embarazo no puede continuar. ¿Quién puede cuestionar sus motivos, sus lágrimas o su convicción? Y sin embargo, sólo por el hecho de abortar, son discriminadas y maltratadas. Esto sin contar la profunda huella psicológica que deja en una mujer la interrupción de un embarazo.


Vale la pena contarles ahora la historia de Carme y de Dorita antes de seguir. Los nombres fueron cambiados, pero lo que escribo aquí me lo contaron ellas mismas. Todo es verdad.

Carme se casó joven y enamorada con su primer novio, que también fue su primer y único hombre. Vivieron juntos, noviazgo y matrimonio, durante algo más de treinta y cinco años. Tuvieron dos hijos, el segundo de los cuales casi le causa la muerte a Carme. A partir de ese momento, el médico familiar les advirtió que debían cuidarse de futuros embarazos, porque no garantizaba la supervivencia de ninguno de los dos (madre e hijo).
Sea que Carme no tuviera la posibilidad o las ganas de acudir a un sistema eficaz de anticoncepción, su fertilidad desafió cualquier intento y quedó embarazada dos veces más, en un lapso de diez años. El mismo médico amigo fue quien evaluó y guió a la pareja en el proceso de suspensión de los dos embarazos. A sus setenta y cinco años, Carme sigue pensando que fue la mejor decisión que pudieron tomar. Actualmente es abuela, es viuda y extraña a su marido todos los días. De los bebés que pudieron ser no habla, fuera de la anécdota puntual.

Dorita se casó de apuro a los dieciséis años, víctima de circunstancias ajenas: su hermana quedó deshonrada la primera noche que salieron de baile juntas, y ella pagó el pato por haberla acompañado al baile. "Yo todavía era tan chica, todavía necesitaba tanto a mi mamá" me dice con su voz de pajarito, que los setenta años transcurridos no alteraron ni un poco. La veo tan menuda como debe haber sido. Me imagino al hombre que eligieron para ella, un tano grandote, mujeriego y bailarín que le llevaba diez años y, por supuesto, ya tenía toda la experiencia. Un hombre explosivo "pero bueno", cuya familia había decidido que tenía que sentar cabeza. Así que Dorita se casó con él. Pero el Tano no quería saber nada de regirse por el almanaque, no quería excusas de cansancio ni dolores de cabeza.
Muy rápido llegaron los hijos, y con ellos la estrechez económica. Dorita, que ni siquiera pudo terminar el colegio, tuvo que salir a trabajar porque con el sueldo del marido no alcanzaba. El Tano agachó la cabeza, pero no perdía ocasión de aparecérsele por el dispensario a hacerle auténticas escenas de celos. Es que en los años '40 no era común que una mujer saliera a trabajar, y menos la mujer de un tipo tan machista y celoso como el Tano. Aunque él nunca le pegó ni la maltrató, Dorita tenía terror de sus arranques y hacía cualquier cosa por aplacarlo. Nunca se le negó en la cama, aunque ya habían hablado de no tener más hijos. Entonces, lo inevitable sucedió: ella quedó embarazada una y otra vez.
Una y otra vez, dice. No se acuerda si fueron cinco o seis, o más. Se queda en suspenso mirando el techo, los ojos enormes empañados. Sacude la cabeza con gesto resignado, de "qué macana, no". Es que había que hacerlo, pero si el Tano se enteraba... Entonces recurrió a una enfermera amiga que le hizo el favor y la atendió lo mejor posible, hasta que el cuerpo dijo basta, aquí no entra nada más, de aquí no sale nada más. Fue un alivio pensar que ya no habría que preocuparse por eso. Pero Dorita nunca superó el trauma de esas experiencias. "Todos esos bebés que no tenían la culpa" dice. A veces llora. "Todavía sueño con bebés, casi todas las noches. Son mis bebés. Les pido perdón pero ellos no dicen nada, solamente me miran".

Ellas tuvieron suerte de no pagar con su vida el precio de la decisión. A las otras miles de historias, las anónimas, no puedo más que imaginarlas. No hay mujeres para contarlas, ni familiares que te digan "se murió por un aborto mal hecho". Es una vergüenza o un dolor muy grande, a veces ni siquiera en ese orden. A veces es solamente la vergüenza la que frena la lengua. Y en el silencio crece la violencia.

Según estudios realizados por distintas organizaciones, en Argentina, las muertes a consecuencia de abortos mal realizados constituyen la primera causa de muerte materna.
Pónganse a imaginar ahora mismo a todas las mujeres que conocen. Yo puedo imaginar a Carme y a Dorita entre ellas. Ochenta y dos madres cada cien mil nacidos vivos son las que mueren. Pónganles caras conocidas a todas ellas. Cuenten ochenta y dos mujeres caminando por la calle de camino a su trabajo, y piensen.
Supongamos que la cifra es exagerada. Supongamos. La mitad, la cuarta parte de esa cifra ya sería escandalosa. Se habla de medio millón de solicitudes o intentos de aborto por año en Argentina. Supongamos que fueran cien mil. Supongamos que fueran treinta mil. ¿Cuál es el punto? ¿Reducir las muertes? El objetivo debería ser cero, y punto. Reducción a cero de las muertes, o al menos del riesgo de muerte. Dada la circunstancia y la inevitabilidad de la realización de un aborto, hay que desplegar una serie de garantías mínimas que hagan más plausible ese objetivo.

Asimismo, tiene que cortarse de una vez el enorme negocio montado detrás de las redes de aborto clandestino. Sobre todo las más inseguras, aquellas que por quinientos pesos realizan una mala intervención a una adolescente de bajos recursos cuya vida o muerte no le importa a nadie, sólo a los fines de la indignación.

Porque estoy en contra de llegar al aborto como solución, quiero (exijo) que se regule el aborto de una buena vez por todas.
Porque más allá de mi personalísima visión del tema o de mi decisión irreductible de traer al mundo a una criatura que no busco o no deseé, tiene que terminar tanta muerte. La cadena de violencia tiene que cortarse por algún lado.
Y ya que las políticas de salud reproductiva no son suficientes (por desidia, por mala implementación de lo que ya está o por impracticabilidad de la misma según áreas puntuales de la población - aquellas más carentes de lo básico-), es deber del Estado garantizar una opción de interrupción de embarazo segura para estas miles de mujeres en situación desesperante.
Esto no les exime de continuar implementando y mejorando la Ley de salud reproductiva que se sancionó en 2003, con décadas de atraso: el problema ya está arraigado en esta sociedad pauperizada, polarizada educativa y económicamente. Pero eso no es excusa para no hacer nada.

Que se entienda que estoy en contra del aborto pero no voy a juzgar jamás a una mujer por tomar la decisión de hacerlo. Ni por reclamar el derecho a no morir en este intento.
Antes bien, me abrazaré a ella como si fuera mi hermana y la sostendré en su reclamo. Prefiero creer en su convicción y sus intenciones a juzgarla y maltratarla por una decisión que es suya y sólo suya.

Para leer hoy:

- Suplemento Las 12. Diario Página/12
- Artículo "Argentina: ¿Por qué hay tantas muertes por aborto?". BBC Mundo (tiene vínculos relacionados a la derecha de la página que conviene consultar también)
- Síntesis de la historia legislativa del aborto en Argentina.
- En Wikipedia: Aborto en Argentina, breve historia y antecedentes inmediatos.
- En Pensar.org: "Aborto: una contribución al debate en Argentina". Cuestiona los datos vigentes y la real incidencia del aborto en las tasas de mortandad femenina, en ocasión del debate que se dio en 2007 con las declaraciones de Ginés González García. Para que puedan leer otro punto de vista.
- Carmen Argibay en 2009, también sobre el aborto.

Se agradece cualquier contribución que quieran dejar en los comentarios.

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Qué cosa es el amor,
medio pariente del dolor,
que a ti y a mí no nos tocó,
que no ha sabido, ni ha querido, ni ha podido.

Por eso no estás conmigo,
por eso... no estoy contigo.

(Liliana Felipe, "A nadie")