lunes, julio 28, 2008

Mudanzas

El sábado volvió al barrio una querida vecina. Incidentalmente participamos de su mudanza y volvieron tantos recuerdos mientras acarreábamos las cajas...
Desde los diecisiete años cambié tres veces de ciudad, y cuento no menos de diez mudanzas en total. Podría decir que estoy tan acostumbrada que la idea no me angustia, pero sería mentira. Todos los cambios me producen inquietud, aunque más no sea la impaciencia del momento previo a una zambullida.

El primer desarraigo fue una pensión más que modesta cerca del centro platense. Mi madre y mi abuela viajaron conmigo, dejándome con tres bolsos y lo puesto en una pieza de tres por dos donde el armario, una estantería metálica, la mesa con su silla y la cama de una plaza ocupaban todo el espacio vital, con excepción de una franja modesta que fungía como pasillo. Era la anteúltima habitación de una casa tipo chorizo, frente al patio, justo como yo la quería. Para mí era hermosa en su fealdad de casa vieja y mal reciclada, compartida por quince chicas más en distintas etapas de cursada. Mi mamá lloraba al dejarme prácticamente sola en una ciudad desconocida; para mí era todo tan novedoso que no había tiempo de extrañar mi casa. La tranquilicé como pude, sabiendo que no era suficiente. Ella palió las ausencias que vendrían con llamados todos los jueves y domingos, y las encomiendas que mandaban cada quince días, con cartas manuscritas que yo esperaba feliz.
En una semana, ya sabía ubicarme perfectamente en las calles platenses. Descubrí las primeras librerías de saldo y empecé a armar una pequeña biblioteca. En las ferias conseguía libros usados al precio de quedarme tres días sin comer nada más más que té con leche y galletitas y fideos con atún.

Al año siguiente, alquilaba una pieza en la casa de una parienta lejana de mi abuela, viuda más o menos reciente. Fueron dos años de mates tempranos y tardes compartidas con la familia de "la Tere", que aún guardo con entrañable afecto como los mejores de mi estadía en la ciudad de las diagonales. Allí conseguí mi primer trabajo en relación de dependencia, pude empezar a ahorrar y dije chau a la ayuda monetaria de casa. También tuve contención en momentos sumamente dolorosos.

Después vino otra pensión, un poco más coqueta, cerca de la estación de trenes. Mi habitación era la última de una casona de alto. Éramos ocho chicas en total; una por pieza, rigurosamente controladas por la encargada y la dueña del inmueble, al menos una vez al mes. Adoré esa pieza contra el cielo, la que ninguna de las chicas quería por insegura y que era la más grande de todas, aislada del cuerpo principal de la casa, construída de apuro sobre la cocina y junto a la terracita donde todas colgaban la ropa y (eventualmente) se tostaban al sol en las mañanas de verano.
Tenía un sillón en el que me gustaba apoltronarme cubierta con una frazada en los húmedos inviernos, con el mate al alcance de la mano; una mesa enorme, una biblioteca y un armario patón con la puerta rota. La cama era alta, y al lado de la cabecera tenía un ventanuco por el que entraba la luz de la luna. Aprendí a dormir de un tirón pese al barullo del FC Roca, con sus paradas y salidas a dos cuadras de mi cuchitril. Re-aprendí la costumbre de levantarme con el canto de los pájaros, puntuales, a las siete en invierno, a las cinco y media en primavera y verano.

Cuando tuve dinero suficiente para comprarme la computadora (setecientos patacones "cash", en aquella época) se liberó una habitación más "segura" en la planta baja, la segunda más grande de la casa. Allí trasladé en tres o cuatro horas mi cambalache de pertenencias y viví un año más. Conocí el insomnio en una larga convalecencia de mononucleosis, culpa de la humedad de las paredes, y me acostumbré a llevar un termo de agua hirviendo junto a la cama para reemplazar el contenido de la bolsa de agua caliente a mitad de la noche. Las sábanas de mi cama siempre estaban húnedas y frías, o húmedas y sofocantes. Por las noches se escuchaba el trotecito de las ratas en el techo.
Aprendí a meditar, entablé amistad con la encargada de un cine local y entre charlas de literatura policial e histórica, conseguí los afiches de El Señor de los Anillos a precio de regalo. Recibí la primera visita de mis hermanos, con una May de un año y pocos meses, traída a pasear en cochecito por los intrépidos Pau y Ra. Entre mate y galletitas ellos se asombraban del "calor de hogar" que había conseguido darle a la habitación. Me propusieron una nueva mudanza, esta vez todos juntos a Buenos Aires. Sin pensar en el destino de mi relación amorosa de aquel entonces, creyendo ingenuamente que tal vez volvería si él me lo pidiera, acepté. Ya no volví.

La habitación con vista al lavadero recibió una Traffic llena de cosas. Qué lejos habían quedado los tres bolsos originarios, las encomiendas quincenales que llegaban desde casa con latas de atún, paté y choclo, más los frascos de dulce caseros de la Tiatá; las madrugadas húmedas volviendo a casa a pie desde el McDonald's céntrico, con el cuerpo dolorido de levantar y bajar mesas, hediendo a grasa y lavandina.
Me hice adicta a las caminatas por calle Corrientes, a hacer tortas fritas, buñuelos y pepas de membrillo para todos en las tardes de lluvia. Estiraba el presupuesto al máximo para poder comprarme libros y discos, y en poco tiempo había ocupado mi biblioteca de mimbre y la estantería de mi dormitorio.

May aprendió a acompañarme en la guitarra, a usar la computadora, a recortar muñequitos de papel y a ser una buena espectadora de cine en mis tardes de tía ociosa. Conocí más amigos en tres meses de los que llevaba frecuentando desde mis épocas del secundario. Tuve un año turbulento donde me puse a prueba una y otra vez. Me enamoré de nuevo, volví a mudarme (esta vez con mi hermano), circulé por distintos trabajos con menor y mediana fortuna, caí en una depresión monstruosa y descubrí que me costaba mucho (muchísimo) relacionarme con la gente de la forma en que era esperable o deseable hacerlo.
Empecé un blog. Mudé algunas pequeñas impresiones de mi cabeza a la plantilla, elipsis retorcidas sobre mi comprensión del mundo y frases que sólo tenían sentido para mí (o eso creía).
Me sentí rara, en una habitación compartida que nos quedaba incómoda y ajena, en un departamento que nunca fue del todo un hogar, excepto cuando lográbamos estar de nuevo los tres hermanos juntos disfrutando de una pizza o empanadas caseras. Empecé a acopiar más libros, compulsivamente, hasta abarrotar la biblioteca que mi hermano había pensado tener para sí mismo. Bordeé el síndrome de Colyer con mi afán por las fotos, afiches y merchandising de películas. Y, al borde del colapso existencial, sobrevino otra mudanza.

Involucioné tres años, dándome cuenta que pese a las cajas que ocupaban la mitad del living hasta el techo del departamento, no tenía nada propio. Nada que fuera mío, nada que me enorgulleciera mostrar. Estaba sola de nuevo y me sentía vacía, aunque alrededor tenía mucha gente preocupada intentando descifrar qué me pasaba.
La última mudanza, la que me trajo a donde estoy ahora, fue la más angustiante de todas. El día de la firma del contrato estuve sola; mis padres vinieron a firmar y se fueron apurados, sin siquiera ver a dónde iba a ir a parar. Una voz intuitiva en el teléfono celular fue mi única compañía, desde el momento en que introduje la llave en la puerta nueva hasta que completé la recorrida "de adaptación".
La adaptación concluyó inesperadamente seis meses después, cuando la voz dejó de ser voz y se instaló entre los libros, los muebles y la memorabilia acumulada. Sin premeditación ni alevosía, cambió mi mundo por completo. Volví a reírme con ganas. Y por la misma puerta por la que habían entrado, expulsé casi todos mis miedos para quedarme sólo con los buenos recuerdos.

Mis hermanos siguen viniendo como quien llega a un oasis, nunca entenderé bien por qué. Siempre hay una pava de agua caliente en la cocina, algo de música y buena charla, eso sí.
Estoy bastante lejos de un techo propio, pero mientras bajábamos las últimas cajas de la mudanza de la querida vecinita, recordé que estamos a mitad de año y se viene la renovación del contrato. Es la primera vez que estoy tan nerviosa.

Entiéndanme; no todos los días una se da cuenta que le llegó el momento de sentirse en casa.






For a long time I felt without style or grace
Wearing shoes with no socks in cold weather
I knew my heart was in the right place
I knew I'd be able to do these things.

And as we watch him digging his own grave
It is important to know that was where he's at
He can't afford to stop...that is what he believe
He'll keep on digging for a thousand years.

I'm walking a line
Im thining about empty motion

I'm walking a line
just barely enough to be living

Get outa the way
no time to begin

This isnt the time
so nothing was done

Not talking about
not many at all

I'm turning around
no trouble at all

You notice theres nothing around you, around you
I'm walking a line
divide and dissolve.


Never get to say much, never get to talk
Tell us a little bit, but not too much
Right about then, is where she give up
She has closed her eyes, she has give up hope

I'm walking a line
i hate to be dreaming in motion

Im walking a line
just barely enough to be living

Get outta the way
no time to begin

This isn't the time
so nothing was done

Not talking about
not many at all

I'm turning around
no trouble at all

I'm keeping my fingers behind me, hind me
I'm walking a line
divide and dissolve.


I turn myself around, I'm moving backwards and forwards
I'm moving twice as much as I was before
I'll keep on digging to the center of the earth
I'll be down in there moving the in the room...

I'm walking a line
visiting houses in motion

I'm walking a line
just barely enough to be living

Get outta the way
no time to begin

This isnt the time
so nothing was done
.
Not talking about
not many at all

I'm turning around
no trouble at all

Two different houses surround you, round you
I'm walking a line
divide and dissolve.

martes, julio 22, 2008

Me importa un cuerno

De aquel post sobre el prejuicio ajeno hasta hoy ha corrido mucha agua bajo el puente. Ya lo dijeron aquí, en un comentario... mi escritura cambió, yo cambié. ¿Cuánto? Solamente lo sé yo y algunos poquísimos que quedan para recordar cómo era de chica, de adolescente. Porque también han cambiado las amistades, más por falta de costumbre de tenerme en cuenta, más por acostumbramiento a que sea yo siempre la que busque sostener el contacto hasta que se me vence la mano y ya no la levanto ni para marcar esos números en el teléfono. Porque todo cambia, aunque a veces duela o no nos guste.

Como en el cuento del burro, el viejo y el niño, si escuchara a todos terminaría no haciendo caso a nadie. Prefiero tomar el riesgo de seguir haciendo lo que a mi criterio es lo mejor, aún equivocándome, aún sabiendo que está mal.
Acepto consejos, claro. Siempre que no esperen que los siga. Por más razonados que estén y mejor fundamentados que los míos (cosa que no voy a dejar de reconocer) existe la posibilidad de que no considere necesario tomarlos al pie de la letra.
Si se trata de escuchar, escucho todo atentamente. Un buen consejo de una persona razonable jamás cae en saco roto. Si no me sirve a los efectos inmediatos, puede que me sirva a futuro; si no, servirá para alguien más. Sería una completa necedad despreciar un consejo.

Creer que un pensamiento único sería la solución a todos los disensos es una idiotez tan llena de prejuicio como (por ejemplo) pensar que todos los que tenemos un blog nos masturbamos a diario con la idea de que lo lea el capanga de alguna editorial, le guste y lo publique para así poder llenarnos de plata, amigos y reconocimiento ajeno. No funciona así, cariño; hay quienes tienen blogs para levantarse minas (o tipos), para firmarles a otros amigos que escriben por gusto, para exhibir su vida y ponerla a consideración de unos cuantos anónimos (a los que les daría terror mirar a la cara), para romperle los huevos a otra gente, o simplemente para no olvidarse de que alguna vez tuvieron algo para decir.

Así como no se me canta el undécimo forro del traste ponerle al blog adsense, statcounter, visitar otros espacios y firmar esperando que me contesten y/o linkeen para ser un boom de visitas (and so on), tampoco me desvela la existencia ser una "fracasada" que "no intenta terminar lo que empieza". Me conformo con saber que estoy en marcha, y si no ves el progreso ahora quizá te sorprendas más adelante. O tal vez mi progreso y mis objetivos corran por carriles muy diferentes a los tuyos, y así nunca verás de mí más que esto, el afuera. ¿Y qué?

Así como exhibo con orgullo mis poquísimos delicatessen literarios, musicales y cinéfilos, también me hago cargo de mi bastardismo e ignorancia en otros territorios; pecados veniales ("no te puede gustar Shyamalan", "no podés estar leyendo Harry Potter", "¿cómo vas a escuchar esa música de mierda?") que disfruto sin la menor culpa, aunque mi inveterada afición por no agitar las aguas los omita en algunas discusiones.
Desmintiendo mi proverbial capacidad, disfruto ignorando muchísimas cosas porque sólo así puedo aprender más, y más, y más. Y porque espero que las personas que respeto, admiro y quiero nunca me vean subida a un caballo ajeno, pontificando sobre nada. Quiero, por sobre todas las cosas, ser humilde e insignificante para todo el mundo, excepto para aquellos a quienes destino todos mis esfuerzos por chiquitos que sean.

Hace mucho entendí que tengo mis tiempos, que soy la hija maldita de mi procrastinación y un desperdicio de energía para los que todavía hoy tienen fe en mis cualidades.
Ahora estoy aprendiendo a que me importe más mi propia estimación y a sacarme de los baches con ejercicios de voluntad autodirigida.

Si les gusta, bien. Y si no, aquí nos vemos:



lunes, julio 21, 2008

Tarea para el hogar: Gotitas de felicidad

Vía el blog de Mona Loca me llegó una pequeña tarea para descomprimir un poco estos agitados días de melanco propia y ajena.

Las reglas son las siguientes:

1. Escribir 14 "pequeñas cosas" que te hagan feliz
2. Copiar primero las reglas
3. Seleccionar 6 bloggers para que sigan con el meme
4. Avisarles a los bloggers seleccionados (y aguantarse después las puteadas)

No más leerlo tuve un déjà vú... ¿no había hablado de esto antes? ¿Y no sólo una, sino dos veces? Como siempre hay excusa para encontrar más felicidad en las pequeñas cosas y no suelo hacerle asco a nada, acá van mis 14 pequeñas gotas de felicitud, reloaded.

1. El momento de descubrir que finalmente aprendí de un error y logré corregirlo
2. Caminar con energía en un día frío
3. Tirarme de espaldas en el suelo y hundir los dedos en la tierra húmeda
4. Conseguir poner en palabras una idea, una emoción, un momento
5. Buen cine, buena música, buenos libros
6. Volver a ver películas de Miyazaki, en especial algunas escenas que me conmueven mucho
7. Cocinar juntos, compartiendo un vaso de Fernet Cola o una copa de vino.
8. Dormir profundamente
9. Ver fotos viejas
10. Un baño relajante y prolongado al final del día
11. El olor de mis seres queridos, el aura que dejan en los lugares por donde pasan.
12. Escribir por placer
13. Hacer algo, por chiquito que sea, que le cambie el día o el humor a alguien
14. Cantar y bailar porque sí
15. (Bonus track): Limpiar la casa al ritmo de una buena música. O de la consola de sonido virtual que tenemos en la compu. ¡Yeah!

Mis elegidos (que como siempre podrán mandarme a la mierda con libertad, o bien ignorarme):

- Ana, de Felices Juntos (Ahí seguro hay más de 14 pequeñas cosas para destacar)
- Nala, de Colores Serranos (porque habrá más de un motivo para poner en la lista)
- , de Violentamente Feliz y aledaños (por razones obvias, y porque sus Saturday Morning Cartoons son, por sí mismos, motivos de felicidad findesemanal)
- Fender, de Das Gebiet (porque sí)
- Almendra, de Mundo de Almendra (porque realmente tengo curiosidad por leer esa lista)
- Vontrier, de Atrabiliaria y anexos (porque sí, también ¡carajo! me fastidia dar tanta explicancia)

IMPORTANTE BONUS: A la izquierda, en el apartado de Premios, encontrarán el galardón "Muchas gracias al blog amigable", que tan amablemente me dio Pablo. Aprovecho a agradecerlo y a avisar que aquellos que se consideren meritorios o tengan gente que les interese nominar al premio son libres de llevárselo.
Por mi parte, me siento muy feliz simplemente de tenerlos como lectores. Por conocer a tantos de ustedes en persona, y por contar entre este puñado de personajes alguno que otro amigo, buen conocido, compañero de andanzas o potencial cómplice. En lo que a mí respecta, cualquiera de ustedes es tan digno de apropiarse de ese premio y darle el uso que crea necesario como yo misma.

(Y si les suena a demagogia, agua y ajo)


viernes, julio 18, 2008

Fuego y cenizas

En mi historia hay un registro amplio y variado de explosiones e incendios.
Desde la primera vez que alguien que no era yo misma se refirió a mi temperamento como "inflamable y apasionado", tomé conciencia de lo que es arder y consumirse.
Características que tomaron dimensión humana gracias a personalidades que cambiaron el mundo para bien o para mal y a las que fui conociendo en años de estudio, por mera curiosidad personal. También otros (mucho más anónimos) que cambiaron mi mundo y me moldearon en el mejor y en el peor de los sentidos fueron personas apasionadas, capaces de entregar una llama brillante y limpia o una explosión caótica antes de extinguirse por completo.

Hay quienes nacen para brindar esa llama como un don permanente. Aprenden a domarlo y entregan de sí lo justo, quedándose con lo que les permita realimentarse y crecer. También están los que de vez en vez flaquean en la constancia por el afán de brindarlo todo y quedándose, en consecuencia, con lo mínimo imprescindible para sobrevivir hasta el próximo impulso llameante.

Los que me inspiran, los que me apasionan verdaderamente, son los otros.
Esos que vienen al mundo para brindar un único resplandor y consumirse en el esfuerzo.
Se los reconoce desde chicos, por más introvertidos que sean. Afectan todo lo que tocan. A veces son un bálsamo para sus más queridos, pero los llenan de miedos, felicidad y dudas. Suelen ubicarse en extremos opuestos del espectro de la empatía: o absolutamente adaptables, o irremisiblemente outsiders.
Y un día, simplemente, explotan.
La luz puede durar toda una vida, unos días, años, horas, un latido de corazón, cien ciclos de mariposas. Pero mientras dura, está cambiando el mundo.

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Todo esto viene a cuento del día de ayer, que empezó muy temprano (muy temprano, supongo que entenderán por qué) y me dejó un regusto a cenizas entre nariz y boca.

Desperté tres horas después, con la televisión encendida en el exacto canal donde se había quedado y me levanté a preparar el día. Creía que el tufillo a humo pegado a mi nariz era producto de alguna quematina cerca, pero preferí ignorarlo evocando las fogatas de espinillos y arbustos que hacíamos en la infancia.

Fue inútil. El olor no me abandonó ni por la mañana ni por la tarde, mientras volaban los despachos noticiosos sobre "la historia del día". A esa altura estaba resignada a percibirlo como una jugarreta sinestésica más. A la hora del after hubo que correr para hacer tiempo de cenar (muy temprano) y llegar puntuales al Imax para ver la película que veníamos esperando hace años. Una vez allí, espantados los pensamientos cotidianos por la posibilidad de un poco de acción discrónica, entendí una vez más que nada es porque sí y que hasta las casualidades sensoriales pueden cerrar en un sentido causal, ya no azaroso.

Si tuviera que hacer una síntesis de ayer, diría que todo fueron fuego y explosiones y cenizas de principio a fin del día. Y la más violenta de todas fue la explosión de un personaje-ser-humano que ocupó todo el espacio que había para la incredulidad o el escepticismo. Quizá más. Quizá fue por ese desborde que no paro de borrar y reescribir cada palabra hace horas.

Es fácil decirlo ahora que pasó la emoción y que se aplacaron los latidos de mi corazón; fácil, porque en el lapso de cinco meses y medio hubo tantas otras cosas en las que pensar, incluso otros momentos extra-cinematográficos donde él no tenía cabida...
Es fácil porque nunca lo conocí más que por las películas donde participaba y alguna que otra entrevista. Es fácil porque no hay otro nexo entre él y yo que un par de causalidades compartidas y que a nadie van a interesarle más que a mí (tan afecta a encontrar en esas coincidencias mensajes direccionados, excusas para pensar y repensar cuando estoy ordenando mi memorabilia cinéfila).

Ahora es fácil. Pero ayer, cuando vi esa última escena y caí en la cuenta de que nunca más vamos a verlo caminar, reírse, callar, leer, mirar ausente, abrazar a su esposa ... Cuando me di cuenta de que no tendremos la posibilidad de encontrarlo de nuevo (desmesurado, alucinado, perdido para siempre), lloré en silencio.

Porque haciendo lo que más quería, él ardió hasta consumirse. Y gracias a eso, arderá siempre en mi memoria y en muchas otras.







Gracias, Heath.



martes, julio 15, 2008

Es fija (II)

Es más sano tomar distancia antes que hacerse mala sangre por cuestiones que escapan a nuestro rango de acción.

No es rentable estar permanentemente enojado o molesto. Implica demasiado gasto energético, demasiado tiempo. De hecho, es la peor forma de perder tiempo y energía vitales.

Siempre hay algo que querríamos estar haciendo y no podemos. No se pueden vivir todas las vidas. Algo positivo: estás viviendo la vida que querés. Si te cuesta resignar o "dejar de hacer", estás en problemas.

Cada día, aún el peor de los días, está hecho para ser disfrutado, aprendido, exprimido, agotado.




(Estas cuestiones deberían entrar en "Pequeñas verdades aprendidas (y no siempre aplicadas)", pero mejor que quede así. Me reconforta recordármelo cada tanto).


Días extraños

Tengo que sacarlo afuera de alguna forma y no sé cómo.
Entonces... escribo.
Escribo porque nací para esto. Nací para las letras que se alinean y suenan, y para los sonidos que me cantan o susurran en los oídos, y para las imágenes que se suceden en un continuo tenso, disfrazadas de engañosa calma, en las películas que hago de los recuerdos ajenos, en los sueños que no entiendo y las visiones que a veces se interponen en mi realidad objetiva.

Pero sucede que escribo para nadie, ni siquiera para mí. Hoy, ni las palabras me llegan. Hoy leí tanto, y me hizo tanto daño lo que leí. Por todos lados las palabras rezumaban algún grado de tristeza, rencor, soberbia, miedo, angustia, palidez, realismo exacerbado, intereses creados, tanto antivalor y tanta macana junta, que imploté. Claro que leí otras cosas más hermosas, pero quedaron tan chiquitas al lado de la mufa.

Entonces escribo (o hago como que escribo) porque no encuentro otra manera de evacuar esta tristeza, justo hoy que no hay motivos más que para estar feliz, porque estoy mejor que nunca. Y aún así mi pequeño, escondidísimo lado oscuro prevalece y me pone lágrimas en la garganta y en los ojos.

Nadie ni nada tiene la culpa; sólo ese peso que me até a los pies hace algún tiempo para ponerme de una vez a meditar en un futuro posible, sin miedos atávicos ni prejuicios.

A veces me cuesta levantar vuelo y me asombra que mis alas, intactas, no me respondan.
Sólo los temores atan, pienso, y desecho automáticamente toda inquietud. Ese resquicio que queda, la cautela que me mantuvo viva y me hizo atravesar las peores circunstancias sin despedazarme, no va a conseguir jugarme en contra por más que quiera.

Por ahora me entrego a las palabras, al sueño y a la música en mis oídos; a las caricias, al recuerdo de las caricias que son presente, a la melancolía de la que no voy a escaparme nunca.

El futuro me hace trampas, cambia todo el tiempo.
Aún así, tengo fe en que sabré reconocer cada señal. Es mi mayor esperanza.

Hasta mañana, Mundo. Hasta siempre.

viernes, julio 11, 2008

Ejercicio de autoconciencia / Viernes

La mayor parte de los problemas, entredichos y discusiones que he tenido en mi vida se deben fundamentalmente a alguna de estas razones:

- No me tomo a mí misma muy en serio
- Hago lo que quiero cuando quiero
- Poca disciplina y / o constancia en lo que encaro a diario
- Tiendo a la subvaloración propia y la sobrevaloración ajena
- Me canso de discutir muy rápidamente y cuando eso sucede quiero poner fin a la cuestión de manera abrupta e inapelable
- A todo digo que sí ("Yo puedo")
- Cuando logro un determinado nivel de afinidad con alguien, tiendo a verlo como un amigo aunque no lo sea.
- A veces no entiendo por qué puedo no caerle bien a todo el mundo
- Tiendo a dejar que mis relaciones personales (contactos, gente que frecuento en circunstancias más o menos sociables) terminen diluyéndose en el tiempo porque no tengo ese impulso loco de cultivar la sociabilidad.

Hace un par de añitos empecé a reconciliarme conmigo en vez de pelearme tanto, y descubrí que puedo morigerar un poco estas características, pero no combatirlas por completo. Objetivamente , no sé si es mejor o peor que antes, pero yo me siento bastante mejor y más liviana.

Cargar con el estereotipo de uno mismo, de lo que esperan de uno y de lo que cada quien está dispuesto a dar, es algo que seguramente otras personas hacen mejor y sin tanto complejo.

(Estoy preocupada. ¿Me estaré volviendo otra fanática de las listas?)

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En otro orden de cosas, ayer la Tiatá habría cumplido años (sesenta y pico, ya no recuerdo bien...). Estoy teniendo un viernes nihilista. Vi Wall-E y puse una crítica y reflexión al respecto en la web y en el foro de cine que frecuento. Y en estos días escucho celta galego, que me pone de un humor bastante reflexivo y ensoñado (salvo cuando estallan las gaitas y los drums, que me dan ganas de saltar como una loca al ritmo de mi propio corazón; abrir puertas y ventanas, salir volando agarrada de su mano y terminar el día caminando en silencio por un campo verde, lleno de flores amarillas y rosadas, mientras el cielo se pone gris plomo y empieza a llover en sordina, con ruido de truenos a lo lejos)

boomp3.com


viernes, julio 04, 2008

Pequeñas dudas intrascendentes

- ¡¿Quién dijo que los joggings no son ropa?! eh? Snif, mis pobres pantalones preferidos... discriminados de este modo! no hay derecho!
(Sólo para que Milo y Ge se retuerzan, acá va esssta: durante los otoños e inviernos de mi carrera, iba a cursar a la facultad todos los días de pantalón jogging y buzos enormes heredados de mi papá).

- La genialidad ¿es una causa o una consecuencia de la locura? (Hablamos de condiciones mentales severas, no de simples e inflamadas neurosis. Neuróticos somos todos).

- ¿Es cierto que a primer hijo tranquilo corresponde segundo hijo hiperkinético? (En mi familia es regla de tres simple directa: SÍ, siempre).

- ¿Por qué está tan lleno de pequebús que no miran la excelente programación de canal 7 en trasnoche y después se desgañitan porque "no hay oferta cultural en la tele"? (No me vengan con el tema del horario, que me pongo loca. Más de uno tendrá una videograbadora que no usa. Si en vez de quejarse usaran el tiempo productivamente... grrr - Sí, yo también prefiero tener sexo a esa hora. Pero hay días que lo tengo más temprano y estoy cansada para las 0.30. ¿Algún problema?-).

- ¿Por qué el mundo está tan lleno de pelotudos que, encima, hacen alarde de su idiotez a los gritos? (Ni hablemos de los borreguitos que los aplauden).

- ¿Por qué un hombre que no sabe manejar es menos vergonzante que una mujer que no sabe cocinar? (Auto-respuesta: Por el mismo motivo por el cual un tipo que se garcha a cinco juntas es un winner y una mujer que guampea a su pareja/fato/novio es una puta).

- ¿La afición a los rankings, listas, Top 5/10/1000, es una condición patológica? ¿Tiene cura? ¿Los que no padecemos "rankismo", deberíamos ser considerados parias de la Sociedad o simplemente un caso de estudio?

- ¿Para qué sirve MENSA? ¿Y los tests de IQ? ¿Te dan alguna prerrogativa sobre el resto de la gente, o solamente sirven para que un inútil funcional se sienta "ezpezial"?

- ¿Hay alguna otra forma de preparar los repollitos de bruselas que no sea en conserva?