miércoles, enero 16, 2008

Pequeño manual de inutilidades imprácticas

Quién no tiene al menos una habilidad o un conocimiento "inútil"? Con los que he reunido en mi vida, tengo para una pequeña colección de folletos.

- Dedos prensiles. Puedo levantar a la altura de la cintura, con los dedos de los pies (gracias Gé! qué haría sin vos?), prácticamente cualquier cosa: desde un naipe hasta un balde, pasando por ropa de distinto calibre, libros, llaveros... Todo con tal de no agacharme (esta es una habilidad que cualquiera tiene, pero se pierde al no ejercitarse).

- Conozco casi al dedillo el número de parpadeos de los muñequitos rojos de los semáforos peatonales, según zonas de la Capital.

- Puedo recitar de memoria y habiéndolos copiado a mano una sola vez en mi vida, el soneto póstumo de Alfonsina Storni y el poema "Al filo de la luz"de José Luis Martín Descalzo.

- Recuerdo los nombres de los personajes (y los actores que los interpretaron) de todas las películas que me han impresionado en la vida. También los años de edición de mis discos preferidos.


- Mis tortillas nunca fallan. NUNCA. Aún con el 90% de probabilidades a favor de quemarse, siempre se salvan.


- Rara vez corrijo lo que escribo, prácticamente no tengo errores ortográficos (cuando detecto uno, propio o ajeno, me agarra un ataque de maestraciruelismo).
(Lástima que Gé me enganchó en falta en el post anterior. ¡Menos mal que puse "rara vez"!)

- Puedo hacer dormir incluso al niño más rebelde.


- Tengo buen oído musical y puedo recordar la nota exacta de inicio de muchísimas canciones, además de las de ciertos timbres, sirenas, bocinas, motores, etcétera. Con apenas escucharlas un par de veces. También tengo la capacidad de "sacar" y sostener la segunda y/o la tercera voz de una canción. Y canciones en la guitarra, transportando escalas... etcétera.

- Recuerdo la composición de los colores secundarios, cuáles son los complementarios, el orden de los colores del arco iris y distingo entre matices de color imperceptibles dentro de una gama determinada (por ejemplo, los azules, los verdes y los violetas).

- Memoria olfativa total. Una vez olfateado, no lo olvido jamás.

- Leo rápido. Hice la prueba (este muchacho me dio la idea; no la hacía desde el secundario) y me di cuenta más o menos cuánto: a razón de una página cada 40 o 50 segundos; depende de qué tan tronchada esté mi vista en el momento del día en que leo y del volumen de palabras por página. Suelo recordar bastante bien todo lo que leo, así como nombres de personajes y autores.

- Pese a los años y el sedentarismo acumulados, sigo siendo capaz de hacer el arco sin apoyarme en la pared. Y caminar parada de manos.

Sin repetir y sin soplar. Hay más, claro. Excluídos (más de uno) por motivos que hacen a mi blog un sitio ATP .
Si quieren, colaboren con sus inutilidades.

viernes, enero 11, 2008

Fragmentos

Me temo en estos días extraños.

En momentos donde el cuerpo se abandona al mandato de las hormonas, de la sensación térmica o la chinche cotidiana, soy capaz de absolutamente cualquier cosa. Cualquier cosa. De gritar lo que estoy pensando en lugar de murmurarlo, de cantar a voz en cuello, de pelearme con los transeúntes, los choferes particulares y públicos, de devolver una pelota reventándola con el pie, de largar una carcajada y perder del todo la pátina de invisibilidad que me rodea. Mis dedos revuelven ligeros las góndolas de Corrientes, con un tap-tap-tap-tap nervioso de libros sobre libros sobre libros. Apreto los dientes y me llevo a la gente puesta. Simplemente me es inevitable. Es el verano. Detesto el verano. El noventa por ciento de los días, al menos.

Pero hoy hacía un fresco casi otoñal y el cielo azul era pura simpatía cósmica. Terminaba la semana (una semana odiosa, tortuosa); iba al encuentro de una ventana abierta a una calle sin ruidos (bendito fin de semana! váyanse, váyanse todos... lejos, déjenme la ciudad por dos días) y a un interludio de puro placer ocioso. El aire olía gris azulado por primera vez en meses.

Atravesaba una plaza silenciosa, luego otra. Crucé en rojo; ahí fue donde caí en la cuenta de que faltaban los autos. En medio de la segunda plaza, desaceleré a mínimo; una paloma bajaba aleteando, sin prisa. Casi en cámara lenta. La imagen se congeló del todo y de pronto recordé otra plaza

...cuatro años antes,
May caminando con decisión, las manos llenas de maíz
segura sobre sus 60 centímetros de altura
rodeada de palomas que le picaban los cordones de las zapatillas, las manos abiertas
sus labios relajados en una sonrisa quieta, entreabierta, mientras una bandada de palomas la cubre de los pies a la cabeza.

Viéndola, viéndome en esa misma plaza, fue como si el tiempo se hubiera deshecho en muchos fragmentos. El tiempo, que a fuerza de fragmentarse y recomponerse en mi memoria, me hace oír la música que no ha sido escrita y los sueños aún no soñados, retoma su ritmo más o menos dos metros más allá del semáforo de Tribunales.

Quedan los ojos de May revoloteando en el aire de la tarde.
Y me doy cuenta que la extraño. Extraño sus ojos que saben mirar sin miedo a todas las criaturas de la Tierra. Porque en eso se parece a mí, y sólo nosotras podemos comprendernos.

En estos días extraños (ahora me doy cuenta), quizá ella sería una de las dos personas en el mundo capaces de serenarme.