lunes, enero 24, 2011

¿Qué pasó en la semana? ¿¿Eh??

En diez días de vacaciones vengo pasando por todos los climas. Mi piel no llega a cuartearse y ya está roja de nuevo, pese al FPS 45 y todas las precauciones. Tomo 3 a 4 litros de agua por día, sin contar el tereré / mate: el agua de estas latitudes es la gloria absoluta y siempre andamos con el bidón lleno por ahí.
Ahora, hacia el final del camino, hace calor. Mucho. Pero en algún momento hizo frío. Volví a tocar la nieve, a arrodillarme sobre ella, a llenarme los puños, agradecida, en un gesto puramente simbólico que nunca pierde sentido. Se me despertaron al cien por cien el oído, el olfato, el gusto, el tacto. Por fin entendí lo que debe haber sentido Johanna Spyri cuando oyó por primera vez el rumor del viento en las coníferas en medio de la majestad y el silencio absoluto de los Alpes, un sonido que se me imprimó para siempre. Lavé y tendí ropa a centímetros de un halcón que nunca receló de mis pies descalzos y mi olor a excursión por el monte. Cocinamos verdaderas exquisiteces en la precariedad de una carpa, bajo la lluvia. Probamos algunas de las cosas más ricas que vamos a comer y beber en nuestras vidas (lo sé). Caminé tanto que mis zapatillas ya no aguantarán el viaje de regreso; siguen allí, al costado del bolso, llenas de pedregullo entre suela y plantilla. Abracé a los árboles con el cuerpo y con el corazón. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando un arcoiris me dio la bienvenida en mi primera mañana de caminatas en Colonia Suiza (el arcoiris más perfecto del mundo, y el más cercano a la Tierra que jamás haya visto). Vi volar a los cóndores. Me mojé manos, pies y cara en los arroyos y cascadas de montaña hasta quedar entumecida. Reverencié a los Lagos en silencio. Leí en voz alta y para mis adentros el primer tomo de los Cuentos Completos de Isaac Asimov (alegrándome por el reencuentro con muchos de ellos). Recordé por qué la gente puede ser maravillosa, aún cuando el fin de este viaje era precisamente no encontrarme a muchos ejemplares de seres humanos. Balanceé varias veces mis pies en el abismo. Me desperté con una sonrisa radiante de algunas de las peores noches de mi vida (traten de dormir después de un día agotador, con frío y los pies mojados). Me decepcioné por el cortísimo tiempo que pude pasar en algunos lugares y por lo mucho que cambió el Bariloche que conocí hace diecisiete años. La decepción duró lo que tardamos en llegar al Valle Encantado: minutos, apenas. Sufrí y gocé como loca el tramo en construcción de la ruta de montañas entre San Martín de los Andes y Villa La Angostura. Esperé media hora con el objetivo listo y las rodillas acalambradas hasta visualizar al volcán Lanín. Percibí los cultivos de frutas neuquinos antes de llegar a verlos, y aprendí que algunas pequeñas ciudades (sobre todo las perdidas en el cerro) pueden oler a alcanfor, menta y especias durante días. Tuve más momentos de lluvia, nubes y viento que de sol.
No compré chocolates, pero sí especias ahumadas y algo de cerveza artesanal. Probé un Partagás, quebrando uno de los pocos tabúes que me quedan en la vida. Extrañé un poco a mi guitarra, sólo un poco: la reservo para viajes más amigables con los objetos. Si la hubiera llevado, habría vuelto tan abollada como yo y además, canté muy pocas veces; hay lugares y momentos donde es mejor dejarse llenar por el canto de la Madre.
Escuché toneladas de música "en tránsito", pero hay una BSO muy definida que no se va a despegar jamás de este viaje: Rush, Arcade Fire, Queens of the Stone Age, Frank Zappa and the Mothers of Invention, Porcupine Tree, These New Puritans, The National, Goldfrapp y su Seventh Tree, Marillion... incluso hubo lugar para Raffaella Carrá, Los Prisioneros y Lady Gaga, bailes tipo "A night at the Roxbury" en el auto y lentos acaramelados bajo los árboles de San Martín de los Andes.
Todavía me faltan algunos días para disfrutar de esto antes de volver. Yo siento que me voy a quedar acá también, como cada vez que vuelvo a casa sin haberme ido del todo.

jueves, enero 13, 2011

La mejor BSO es la vida misma

Me gusta pensar que no "me escapo" de la ciudad. Escapar siempre entraña una huida de uno mismo, de lo que uno es. Y yo me llevo todo esto conmigo. Soy siempre Cass, en Baires o Entre Ríos, en Córdoba o Uruguay, en Cuyo o la Patagonia. Cambia el escenario, cambia la predisposición, a lo sumo; la gente, a veces... Principalmente, lagente-masa-anónima que rodea nuestra cotidianeidad y que no nos sigue a todas partes. ¡Por suerte!
Lo más probable es que no use ni tacos/plataformas ni maquillaje en estas vacaciones. Es fija que voy a pasarme 18 de 24 horas untada de bloqueador solar. Casi no voy a usar los anteojos; totalmente lo contrario de lo que va a pasar con la cámara de fotos. El celular será apenas una forma de mantener el contacto con los seres queridos que se preocupan a distancia o se ocupan de la casa. No enviaré ni contestaré mensajes o mails. No voy a extrañar la televisión ni el teléfono. ¿Y?
Al mismo tiempo que enumero todo esto, me pongo a pensar y advierto que muchas de esas cosas también las hago (mejor dicho, las no-hago) acá: no tacos, no maquillaje, no tele, no responder mensajes... No necesito escaparme porque en la perra gran ciudad también puedo hacer lo que quiero cuando se me da la regalada gana. Ventajas del trabajo de data entry por las mañanas y el freelancismo de la tarde. Caretaje reducido a la mínima expresión, cada vez más reductos donde ser una misma. Lucky bastard...
Si mi espíritu y mi capacidad de goce no cambian, sino que se adaptan... ¿para qué escapar?
La palabra "escapada" define cada vez menos esos paseos cortos o largos que hago (hacemos) fuera de Buenos Aires. Lo único que diferencia este viaje de los pasados viajes o de los que vendrán en el futuro es la sensación de aventura inminente. Una sensación diferente todas y cada una de las veces. El salto alegre del vértigo en la panza porque seguimos recorriendo juntos un camino compuesto de puntitos rojos en un mapa y muchas líneas más o menos convergentes. Y porque el mapa, que no se acota solamente a la geografía, nunca termina...
Emi y yo solíamos decir "¡A huir!" en tono cartoonesco cada vez que salíamos de viaje, así fuera a las canteras, Magdalena o Villa Gesell. Pero era apenas un código entre dos almas inquietas que se rebelaban contra la rutina y que sólo se liberaban por completo en un ámbito propicio, lejos (sobre todo) de las estructuras familiares y la gente conocida. Emi se llevó todo eso a Villa La Angostura y hoy es su propio Castillo Ambulante. Un tipo auténticamente libre, prescindente, que ya no necesita escaparse. Para preservarme, yo tuve que aprender que puedo ser Castillo y bosque, prado y fortaleza siempre y cuando tenga el coraje de reconocerme libre, de asimilar mis limitaciones (tiempo, dinero, objetivos, proyectos) y poner al karma a trabajar en mi favor.
El día que dejé de sentir que esta ciudad era una jaula, se acabaron las escapadas y empezó el verdadero camino de mi vida.

¡A celebrar, entonces!