miércoles, febrero 28, 2007

Sea People (tercera parte)




Todo ese viaje (cinco horas en un 3CV recorriendo unas rutas bordeadas de roca, lomadas cada vez más altas, los cerros) finalizaba ahí: frente al mar verde cristalino, en una playa de arena gruesa en Uruguay.

Cinco horas antes, sin prender la luz, mamá nos había despertado. Nos sentó en la pelela de a uno en fondo para que hiciéramos pis, nos arreó hasta el Citroën (el mismo en que aprendería a manejar un año después), me ubicó en una colchoneta en el piso y a mis hermanos acostados juntos sobre el asiento trasero. Nos quedamos dormidos automáticamente hasta las siete de la mañana. Para entonces ya estábamos en Atlántida, creo. Faltaba una hora para Piriápolis, la primera ciudad con mar que pisé en mi vida.

Siempre me gustó con locura el agua. Siempre fui atropellada. En conclusión: corrí por la arena siguiendo a la madrina de mi hermano, directo a la rompiente. No hice más que cinco o seis pasos cuando una ola muy pequeña me golpeó las rodillas y caí de bruces sobre el agua que se movía.

Esa fue mi primer impresión del mar: arena áspera y conchillas raspándome las piernas, una bofetada de agua salada golpeándome la cara, ser hamacada por una fuerza invisible, los ojos y la boca abiertos por una fracción de segundo, hasta que mi papá me levantó del brazo en ese hacer brusco de gringo grandote, que siempre se me antojó un reflejo de animal para con las crías.

Todos se reían de mis muecas y mi aire de desconcierto. Salí del agua y me quedé parada en la orilla, masticando la vergüenza de mi primera humillación pública. El vaivén de las olas, que siempre le produjo a mi papá una sensación de vértigo ingobernable, me resultaba irresistible y sedante.

Tomé coraje y volví a intentarlo, paso a paso, dejando que las olas rompieran a la altura de mis muslos antes de avanzar un poco más. El agua estaba fría y yo daba respingos cuando una onda me atravesaba, cubriéndome momentáneamente el pecho. Podía ver mis pies moverse en el fondo, la luz ondulante en la arena, el matiz verdoso del mar, más verde cuanto más lejos miraba.

La siguiente ola me levantó con una potencia tal que mis pies se despegaron del suelo. Perdí un poco el equilibrio al apoyarme de nuevo, pero lo que me descalabró fue la sensación en el pecho. Mi corazón había dado un salto de puro gozo, una felicidad que no recordaba desde... ¿Desde cuándo? ¿Qué puede recordar una nena de cuatro años que entra al mar por primera vez? ¿Cón qué comparar la sensación del "despegue", de una fuerza armónica e independiente de tu voluntad que te acuna justo como más te gusta?

Me hice adicta al mar hasta un punto riesgoso. Siempre volvíamos a esas playas, y yo invariablemente quedaba hecha un tomate, cubierta de llagas, el primer día del veraneo. Mi mamá me retaba, me embadurnaba de bloqueador de pies a cabeza y a la noche, resignada, me acostaba en un colchón forrado de rodajas de tomate para bajarle la fiebre a mi cuerpo azotado de sol (por eso del efecto lupa que hace el agua).

Como lloraba si no me dejaban entrar al mar al día siguiente, se resignaban a mandarme totalmente vestida. Retozaba feliz entre las olas, pese a la tela que se pegaba en las ampollas abiertas, el ardor en los ojos, los labios resquebrajados. Era la primera en entrar al agua, y la última en salir al atardecer. Me recuerdo mirando el sol poniente, los brazos laxos flotando junto a mi cuerpo, dando pequeños saltos rítmicos en la punta de mis pies (totalmente agotada después de un día entero de nadar y sumergirme), tarareando una canción de despedida... porque, entre otras cosas, me encantaba la reverberación del sonido en mi pecho, la música rebotando en las olas.

Pensando, año a año, "Voy a volver". Con una felicidad que ya no conocí en ningún otro lugar.

Voy a volver.
Voy a volver.
Voy a volver.


(La imagen corresponde a la primera escena de una película de François Ozon, "Le temps qui reste". Recomiendo esa película sólo por sus escenas inicial y final, que me cambiaron un día por completo).


martes, febrero 27, 2007

Lenguaje corporal


Pistas para reconocer a Cass caminando por las calles de Buenos Aires:

- Muy erguida y con la cabeza alta... pero mirando un punto fijo en el piso o en el cielo. La nada, bah.

- Zancadas nerviosas o pasos largos y rápidos.

- Pelo rubio, largo. Siempre atado (trenzas, colitas o una cola de caballo alta). El 99% del tiempo uso pantalones.

- Agarro todos los volantes que me dan. Antes de tirarlos, voy haciendo barquitos de papel o "seleccionadores"(*) con ellos. Si no tengo nada en las manos, voy balanceando los brazos a los lados mientras me paso el pulgar por la yema de los otros dedos.

- Los únicos negocios que paro a mirar son las librerías.

- Tengo el tic de fruncir la nariz y dilatar las pupilas.

- Seres vivos que captan con más frecuencia mi atención: bebés muy lindos, chicas tetonas y mascotas en general.

- Cuanto más sol o "buen tiempo" haya, más apretadas llevo las mandíbulas y más fijo miro al frente. Cuando llueve, relajo la boca y miro alrededor.

- No uso walkman, ni Ipod, ni nada que se le parezca.

- Nunca sonrío. Solamente si llueve.





(*) Esa porquería que hacíamos en la primaria, y que usábamos para "silabear" el nombre de la persona que nos gustaba. Después elegíamos alguno de los circulitos de colores y detrás estaba el destino de aquel amor, en sentencias como "gusta de vos", "te quiere sólo como amiga" o "te engaña con otra".

sábado, febrero 24, 2007

Bailate algo!

... los sábados es imposible no bailar, en algún momento...

Como dijera Nahuel: "A vos que te gusta el animé volado..." (qué habrá querido decir...)

Cúspide


... Según mi amiga Paula (compren-smaug), esta situación en la que me encuentro podría deberse principalmente a que soy una Cúspìde zodiacal, esto es: que el día en que nací es una bisagra entre signos. ¿Por qué? Pues... ni puta idea, yo nací un 21 de marzo (primer día del zódíaco, primer día de otoño austral... bloh).

Técnicamente soy Aries. Signo de fuego con todas las letras: impulsiva, nerviosa, atropelladora, chinchuda. Dominante, con tendencias masculinas y regida por el Sol. De acuerdo a la teoría de Paula, soy cúspide con mi signo inmediato anterior, y por ende comparto algunas características del signo que me precede... en este caso, Piscis.

Siendo que los signos se dividen en cuatro elementos (fuego, tierra, aire, agua... en ese orden simultáneo), hay cuatro cúspides posibles: Fuego-tierra, tierra-aire, aire-agua y agua-fuego.
Dicen los que saben que la mejor combinación es la de agua y aire, ya que de ella suelen resultar personas creativas y armoniosas por una cuestión de composición elemental complementaria y esas mierdas. Dicen que fuego-tierra es de lo peor, pero creo que es porque algún cráneo se dio cuenta que Hitler nació en esa cúspide.

Por mi parte, y aplicando cierto sentido común (ya que vamos a guitarrear, guitarreemos con algo de lógica) no puedo pensar en una combinación peor que agua-fuego. ¿¿¿En qué orden de la naturaleza o la metafísica cadórchica se pueden combinar estos dos elementos??? El agua apaga al fuego. El fuego evapora el agua. Se repelen naturalmente. ¿Qué coherencia puede haber en ese tipo de combinación?

Piscis tiene una característica muy molesta, que es fundamentalmente la dualidad de su naturaleza: Voy a los chinos. No, mejor a Disco. Tomo esta gaseosa... o la otra? Le digo que sí? o que no? Y así con todo. No hablemos de su tendencia a las melancolía y la inestabilidad mental y emocional.

La espontaneidad de Aries, uno de los rasgos que lo hace más simpático en primeras impresiones, puede ser repentinamente anulado (apagado) por Piscis con una observación lúgubre o una "reculada" repentina. No digo que sea un mal signo: mi lado artístico debe ser absolutamente Piscis. Pero la autocompasión viene de ahí, no jodamos. Cualquier horoscopero sabe que Aries es ego y confianza en movimiento, y que no importa cuántas vueltas le de al asunto: es encantador y todo el mundo lo ama. Y si no, le chupa un huevo.

Los Piscis que he conocido necesitan probarse todo el tiempo que tiene alguien que los quiere. Que les caen bien a los demás. Son serviciales y bien dispuestos, pero absolutamente permeables a las críticas, a las frustraciones. Y cualquier desplante o desprecio, sea directo o indirecto, los aplasta llenándolos de miedos.

Ah... Piscis. ¡Si te habré puteado!
Y a vos, Paula, ¡por meterme estas ideas en la cabeza!

PD: Sí, ya sé, ahora van a aparecer quienes digan que los signos esto y aquello... que el determinismo y las pelotas de Mahoma... Miren: me chupa un huevo. El Zodíaco es la única banalidad con la que me divierto horrores, en lugares donde no se puede charlar de otras cosas. ¡Aguanten el enciclopedismo al pedo y la lectura de baño!

martes, febrero 20, 2007

Recuerdos de cine - Para Donnie

Este post es un post doble, dedicado al adorable niño Donnie a quien extraño con todo mi puerco cuore.

Lo escribí en una sala, mientras esperaba que proyectaran María Antonieta. Y derivé de la costumbre perdida del cine a nuestra propia generación perdida. Más bien era una reflexión para mí misma y para el mencionado desaparecido de la vida blogueril niño Donnie, porque en esos momentos me daba la sensación de que lo tenía a mi lado y que se le habrían ocurrido las mismas tonteras que a mí.


Los olores y sonidos de una sala de cine se te impregnan en la nariz, en la piel. Alfombras acustizantes. Papel viejo. Telones de terciopelo. O algo así. La vieja ceremonia de sentarse en silencio, dejarse llevar, hundirse en la pantalla. Viejas costumbres olvidadas por la mayoría de la gente.

Formo parte de una generación híbrida, extraña. A nosotros no se nos recordará por nuestros logros, o por haber cambiado en algo el mundo. Habremos sido testigos, meros escribientes, con poca o nula participación. Aún así, creo que no somos la auténtica "generación perdida".

Esos son los que nos continúan, los que nos siguen.

Nosotros somos apenas esa generación bisagra, abúlica, desganada. Aquellos que todavía retienen este olor en la nariz, la costumbre de la vieja ceremonia del cine. Sólo que ahora entramos con el celular. Y hay quienes se olvidan de apagarlo.

No cuidamos tamagotchis, pero jugamos a los viejitos chotos nostálgicos en Internet. No nos compramos la última playstation, pero hemos reemplazado el walkman por el MP3 player.

Somos agudos y talentosos. Pero la cancha nos cambia todo el tiempo, y apenas están surgiendo las herramientas para adaptarnos a esos cambios. No tenemos la destreza de los que nos seguirán ni la dureza de los que nos precedieron. Somos los melancólicos caminantes del atardecer, los sensibles frustrados, los incomprendidos y los aislados de la historia reciente.

Mientras tanto, las luces bajan, el proyector se enciende, la pantalla se ilumina... y por un momento podemos dejar el mundo atrás, para rendirle culto a esta vieja costumbre.


lunes, febrero 19, 2007

¡Cosas de palurdos!

Les dejo un poco de Jorge Drexler para que se contagien del espíritu de este post...

Los palurdos somos una casta absolutamente anárquica.

Eru nos cría y el viento nos amontona. No hay reglas de identificación visible... De golpe, una frase disparada en medio de la charla, un gesto, una reacción a la música que empieza a sonar. La mano estirada exactamente hacia el mismo punto de la barra. A por la misma bebida. El mismo modismo al putear a los demás... y ... alcoyana-alcoyana.

Los palurdos del mundo de Cassandra...

- Comen con las manos.
- Llegan a casa y se sacan toda la ropa. Aún en invierno.
- Bailan desquiciadamente. Incluso temas lentos.
- Garchan como conejos.
- Les gusta el agua.
- No usan perfumes importados.
- Se sientan espalda con espalda, o bien ante la falta de sillas se tiran indolentemente en el suelo.
- Son grafópatas.
- El otoño es su estación preferida.
- La hora mágica del día es el atardecer.
- Prefieren los días de lluvia a los de sol.
- Prefieren una buena picada antes que un kilo de helado, y un tenedor libre al mejor restaurante de Puerto Madero.
- Se conmueven ante la belleza, por pequeña que sea su manifestación.
- Les gusta el alcohol. De hecho, algunos tomamos como irlandeses en San Patricio.
- Son perpetuos insatisfechos.
- Hacen el comentario equivocado en el momento equivocado. Son más inoportunos que auténticos cínicos.
- No importa que la pileta no tenga agua, o esté sucia. Cuando un palurdo tiene ganas de tirarse, se olvida del sentido de la prudencia y se tira. Ocasionalmente se caga a golpes, pero se levanta diciendo "No me dolió!" o "Wiiiii... Otra vez!"
- Aman los peloteros, los castillos inflables, las plazas con calesitas y las playas de noche. Por supuesto, los parques de diversiones.
- No comen pochoclo en el cine y se pelean con los que hacen ruido en la función.
- Tienen un mundo interior interesante.
- Juntan, acovachan, coleccionan, amontonan sin saber por qué.
- Les gustan los colores, pero se visten de negro más que nada.
- Escuchar música es más importante que ver televisión. (PD: Televisión... qué es eso???)
- Pasan largas temporadas alternativas de melancolía o "vida en tupper". (Nene Tonto dixit: "Viste que se murió Anna Nicole Smith?"... ayer en Jodafone...)


Hay como mil millones de detalles más, pero a quién le importan? (a mí sí... dejen sus agregados personales en los comentarios, please)

sábado, febrero 17, 2007

Avalon

A cuento de nada, dejo esta banda sonora que me encanta.


AVALON - Kenji Kawaii


Dentro de mis clasificaciones musicales antojadizas, esta banda sonora que me regaló M está entre mis preferidas para cualquiera de esos momentos introspectivos en los que necesito tener música incidental.

Momentos Avalon que puedo recordar:
- Manejando en el Camino de la Costa en Gualeguaychú (traveling primaveral / veraniego de río, árboles y cumulonimbus bajitos por la ventanilla). Corte. Escena siguiente: Misma música de fondo, auto detenido de trompa al río, Cass espalda apoyada en un espinillo, garabateando poesía berreta y una carta en un cuaderno con algunas hojas arrancadas.
- Leyendo "Harry Potter y la Orden del Fénix"* (Capítulos finales... sobre todo el de la cámara de las profecías en el Ministerio de la Magia)
- Escribiendo una novela a la que titulé Sci-Fi y que tengo todavía como borrador en mis documentos del Word.
- Amasando tortas fritas en un día lluvioso.
- Colgando afiches de "El Señor de los Anillos" en la pared del dormitorio, un sábado de limpieza en el antiguo departamento.


*Sí, también leo a Harry Potter. Hasta el 4º libro supo gustarme. Pero no alimento a Rowling, que bastante guita tiene, joder... aguanten los "libritos bajables"!!!


...Y estoy, y camino, y me muevo, y respiro,
y me río, y disfruto, y suspiro, y escucho,
y hablo, y observo, y escribo, y recuerdo,

y te extraño... te extraño... te extraño... te extraño...


... el sueño de ayer, dioses, fue un sueño?
quiero vivir en mi propio Avalon...

viernes, febrero 16, 2007

Sobre la niñez y lo macabro (II)



A fines del año pasado pude ver una de esas películas que te marcan, "El laberinto del Fauno". A grosso modo, es la historia de una pre-adolescente fantasiosa y su particular visión de la realidad (bastante oscura) que le toca vivir. Analogía o no, esa realidad se traslada de una forma particularmente fiel a su propio mundo de fantasía.

Guillermo del Toro, el director, mezcla bien y a conciencia el conflicto (la guerra), los niños y lo sobrenatural. Lo hizo antes en "El espinazo del diablo", referente necesario de esta película. Incluso en "Hellboy": su personaje (cuya edad real, según el B.P.R.D., lo acerca más a un adolescente que a un adulto) es el punto de tensión de la batalla entre las fuerzas del Bien y el Mal. Incluso en "Mimic", donde lo siniestro ronda a los niños en el subterráneo, alcanzándolos finalmente.

Seguramente, Guillermo del Toro niño frecuentó a esa cofradía de asustadores eximios que existieron antes que el cine y sus perversiones. Desde Grimm hasta Perrault, los "clásicos" de la literatura infantil aleccionaban desde una perspectiva nada complaciente, e incluso agresiva.

Quiso el destino que mis lecturas de infancia, en un salón enorme y oscuro forrado de libros y oloroso a cuero viejo, a hojas desmigajadas, tuvieran más de Stevenson y Poe que de María Elena Walsh. Conocí antes a El Gato Negro que a Dailan Kifki, el elefante. A la edad en que mis amiguitas leían a Elsa Bornemann, yo amenizaba mis días entre lecturas de Agatha Christie y "Aquí vive el horror", de Jay Anson.

Nunca voy a olvidar que la primera versión que conocí de "La Sirenita" fue la del propio Hans Christian Andersen. La historia del libro de cuentos que llegó a mi poder a través de mi bisabuela es material suficiente para otro post. Ironías de la vida: la versión animada de ese mismo cuento que pude ver en video no fue la de Disney, sino ésta. Que es muchísimo más fiel, y por supuesto... termina mal.

No se me escapa que las Crónicas de Narnia, antes de pasar al cine adaptadas por Disney y su subsidiaria Walden Media, sufrieron una severa poda simbólica. Hasta tal punto que, oh casualidades, de los siete libros sólo se adaptarán cuatro, los más inocuos: Narnia no tendrá origen, con "El sobrino del mago", ni fin, ya que sacaron "La última batalla".

Temo igual suerte para la adaptación cinematográfica de "His Dark Materials", la fabulosa, oscura y cruel trilogía de Phillip Pullman, que estoy terminando de leer esta semana y cuyo segundo volumen, "La Daga", es un compendio de buena escritura y disparador suficiente para cualquier cabecita lo suficientemente curiosa. Recomendable para cualquier infante que, como Ofelia, quiera internarse en el laberinto, a conciencia de que pueden encontrarse hadas pero también ogros; maravillas y sangre, paz y guerra, Eros y Thanatos.

Y que no siempre todo es lo que parece.


01- Long, Long Time Ago


(Banda sonora de El laberinto del Fauno, por Javier Navarrete)

jueves, febrero 15, 2007

Sobre la niñez y lo macabro (I)


La primera vez que murió alguien a quien yo quería, tenía 9 años. Recuerdo verlo en el cajón, todos llorando. Mi primo del alma, ese con el que estamos "empardados" en edad, llamando a su padrino con angustia y lágrimas silenciosas. Yo no lloraba. Desde el momento en que supe que el tío Hugo se había muerto, empecé a extrañarlo. Pero el del cajón no era él. Yo extrañaba al otro.

Esa cáscara corpórea no movilizaba en mí demasiadas emociones, y después de todo las circunstancias de su muerte eran previsibles: cáncer de pulmón. Dos semanas antes, yo había estado revisando revistas de salud para entender un poco más del tema y había visto pulmones seccionados, ennegrecidos por el alquitrán. Aprendí lo que significaban palabras como "enfisema" y "sarcoma", y fui la única de la familia que nunca probó el cigarrillo.


En un entierro poco después (no me dejaron asistir al del tío), vi el cementerio por primera vez. Fue como entrar a una pequeña ciudad. El cementerio Norte de Gualeguaychú es un poco como el de la Recoleta: los mismos panteones, similares esculturas, altos muros flanqueados de nichos. Cuando terminó el entierro pedí permiso para recorrer más. Bajé a las criptas. El fresco era tan agradable que me habría quedado allí toda la tarde (era noviembre, y si bien aquellos noviembres no eran como los de ahora, hacía calor).



No olía, como yo esperaba, a podrido; sólo a verdín, a agua de flores muertas, a piedra enmohecida y fría. En uno de los nichos de la cripta subterránea, había huesos sueltos. No me produjo particular impresión. Pero recuerdo vivamente un cuerpo de pie, detrás de un cristal opaco, con un ajuar de novia ya amarillento. La Novia de las Catacumbas, me contaron después en el colegio. Nunca pude olvidarla, pero la verdad es que tampoco la volví a ver.

A partir de ese momento, me volví una rondadora de cementerios, soñando con el día en que pudiera pasar la noche en uno. Detesto los Jardines de Paz, los cementerio - parques. Las ciudades mortuorias son un camino de ida.

Principios

Soy una persona de principios, tal vez un poco a la Groucho, pero que los tengo, los tengo.

Desde hace un tiempo vengo limitando mi sociabilidad a un círculo cada vez más pequeño de gente. No es que sea una ermitaña que odia a todo el mundo, aunque hay días que con gusto volaría a la raza humana del planeta, sólo para estar tranquila y sola un rato.

Para muestra, vayan algunos de estos principios que deben (o deberían...) respetar aquellos que pretendan tocar mi existencia de alguna manera, o meterse en mi territorio:

- El único principio moral inamovible es la fidelidad a uno mismo. El resto de los códigos dependen de cada uno.
- Mentes cerradas y / o portadoras de conceptos reduccionistas o maniqueos inclaudicables, siquiera por la paz de una conversación racional, olvídenlo: puedo estar mirándolas muy sonriente y estar a millones de millas de distancia de ahí.
- No sirve de nada posar ("ser poser", dicen ahora algunos conocidos... creo que el término es por demás elocuente). Si no tenés personalidad, asumite como sos. Los "personajes" son bienvenidos siempre y cuando obedezcan al principio nº 1 (personaje igual a persona, o al menos personaje igual a alguna dimensión de esa persona, exacerbada o no).
- Mínimo de cultura general. Sólo hablo de frivoludeces cuando estoy de humor. No gasto las palabras. Las respeto demasiado.
- No necesito ganar una discusión. El que guste de discutir por el placer de imponerse, se va a aburrir mucho conmigo.
- Me visto siguiendo la corriente "loquesemecantista". De hecho, soy una cultora de la crotez. A veces me detesto por eso pero no lo puedo evitar: tengo alma de poligriya. Por lo tanto, y con absoluta naturalidad, adoro a la gente con estilo propio. Esas personas que "son" lo que visten, más allá de cualquier moda, merecen todo mi respeto.
- Sigo impulsos. Esto cuenta para todo. Puedo ser encantadora, sociable y disciplinada en un momento y absolutamente intratable, huraña y perezosa al siguiente. (Sobrevivir a este principio regente no es fácil para nadie, pero he tratado de pulirlo un poco).
- Me gustan con locura los animales. Tengo devoción por ellos. Me gustan incluso más que la gente... supongo que por eso no tengo ninguno.
- Valoro absolutamente la sinceridad y hablar de frente, aunque muchas veces no pueda evitar criticar a los ausentes (me banco que lo hagan conmigo... todo vuelve).
- El prejuicio es algo que voy desterrando con bastante éxito. Ya habrá tiempo para emitir opinión... después.
- Mi idea de una salida es: cuanto más tranquila y menos planificada, mejor.
- La comida es uno de los más grandes placeres de la vida. No puedo entender a la gente que no come voluntariamente o que lo vive con culpa, o como un trámite. De hecho, mi excesivo gusto por la comida hace que me ubique en el extremo opuesto del espectro de los desórdenes alimenticios. A menos que comas como un cerdo, bienvenido seas...
- El sexo, hecho con ganas, no importa con quién, dónde, cuándo ni cómo. Si gusta, si es libre, desprejuiciado y sin tabúes propios, está bien hecho.
- La reunión ideal: esa en la que somos pocos, y nos atendemos unos a otros (a.k.a. "autoservicio")
- Cambio de opiniones a medida que aprendo. Pocos principios son inamovibles en mi vida. El que pretenda hacerme pisar el palito diciendo "Pero si vos aquella vez dijiste que..." se va a encontrar con un radical: "Cambié de opinión". Un ejemplo: Cuando me gustaba Titanic, película que actualmente considero horrenda. Esto es algo micro, llevado a lo macro funciono exactamente igual.
- "Vísteme despacio, que estoy apurado". Respeto absolutamente los tiempos ajenos, y pido reciprocidad para los míos. Nunca entenderé a los workholic, pero los respeto. Ellos no entienden que dos por tres relaje tanto la disciplina que me quedo atrás 2000 leguas respecto de mi propio talento. Si me respetan, está todo bien. Quiero poder elegir cuán desperdiciada y frustrada sentirme a futuro, sin que nadie me lo esté machacando constantemente.
- Empatizo en un 90% de las veces con la gente, por cómo huele. Definitivamente, la gente con la costumbre de no bañarse o con olor corporal muy fuerte queda excluída de mi círculo existencial. No lo puedo evitar... Es químico, y es una tara que no manejo.
- Soy inmune al chamuyo y tengo un detector de cumplidos incorporado. Y me molestan los chamuyos y los cumplidos. Mucho.
- Cuando tengo ganas de gritar, tengo que gritar. Cuando necesito callarme y quedar colgada del éter, tengo que hacerlo.
- Es fundamental disfrutar de cosas simples y no hacer espamento por caminar bajo la lluvia, sentarse en la tierra (el barro si es necesario), andar descalzo o semi desnudo, mirar el cielo en perfecto silencio, comer con los dedos cuando no hay cuchara / cubierto, jugar como una criatura, el desorden (pero limpio!!!).
- Espíritu viajero.
- Mucha, muchísima imaginación.
- Tolerancia para con el otro, aunque nos patee el hígado. Que el otro exista, cuanto menos santo de mi devoción sea, más justifica mi propia existencia.


Estos principios son míos. Cambian, por supuesto: siempre les quito o les agrego algo.

Siempre que estoy en una situación diametralmente opuesta a alguno de ellos, o a todos ellos, aplico el último. Es suficiente, aunque (mierda) cada vez me cuesta más resignarlos a montones.

lunes, febrero 12, 2007

Una nena

Escarbó la tierra con los dedos, un rato largo. Era una tierra dura y apisonada por las generaciones de botinetas y guillerminas (sus tias, sus primas mayores) que habían pasado antes bajo aquellos árboles. Hacer ese pozo le llevó todo el recreo. Había olor a primavera en el aire lleno de casuarinas y un dejo a agua de lluvia en los últimos charcos de la calle de tierra, más allá del alambrado con enredaderas que separaba al colegio del resto del barrio.

Trabajó concentrada y terminó justo cuando sonaba el timbre. Amontonó despacio una parva de agujetas de pino, algunos coquitos, una piedra pulida de color verde con estrías amarillas (tal vez era un resto de botella de vidrio. Quién sabe). Al fondo de todo, un ramillete de coronas de novia y un diente de león que se marchitaba rápidamente.

Sólo cuando creyó que el nido estaba listo, depositó con manos de madre al ave muerta, que el rigor mortis todavía no había agarrotado del todo. Qué pelotudos son los varones, pensaba con lágrimas de furia en los ojos. Al menos la cabeza no estaba rota, como la de la rata que habían aplastado contra la pared de un botinazo la semana anterior. En realidad, le habría parecido que estaba dormida si no fuera por el cuello torcido en un ángulo extraño y el hilo oscuro que colgaba del pico.

Selló con tierra la tumba, la aplastó con sus propios zapatos, se sacudió el guardapolvos y volvió caminando al aula, bajo un sol absurdo y en medio de las risas burlonas del resto de las chicas.

"Ahí va la que habla sola" decían las mayores, que sin embargo nunca se habían animado a aguantarla en una pelea a puño limpio por el derecho de uso al parche de cemento donde se saltaba mejor a la cuerda.

En el pupitre le esperaba una carta de Luisa, donde decía que no podía ser su amiga porque no pensaban igual. "Yo no creo en las mismas cosas que vos. No creo que exista la magia, o en las hadas, o en los duendes", decía. O algo así.

La que hablaba sola y miraba los arcoiris parada bajo la lluvia, la de anteojos y dientes torcidos, se inclinó sobre el cuaderno y empezó a escribir con su letra diminuta lo que la seño dictaba. Terminó antes que nadie. Se sacó un diez, le acariciaron la cabeza. Pero pensaba, incluso cuando llegó a su casa aquella tarde, en el pajarito enterrado bajo las casuarinas, en los miles de botines por venir pisando la tumba anónima.

Saludó a su madre, y se fue al dormitorio a leer.

viernes, febrero 09, 2007

Me rindo!

Blogger Beta me tiró un ultimátum y no pude rehusar... acabo de cambiar a la nueva versión... y que sea lo que Eru quiera.
Ah, sí. Iba a hablar de lo indisciplinada que me hace sentir Ge con su blog pero bueno, ya me explayaré en otro post. Ahora estoy pensando cómo puede llegar a quedar mi pobrecito blog una vez haya puesto a andar esta versión...
(pleasepleasepleaseplease)

lunes, febrero 05, 2007

El color de los olores

Alguna vez leí que ciertos artistas y escritores nacieron con una alteración cerebral que les hace asociar impresiones producidas por los diferentes sentidos, como si se tratase de una sola. Esta condición tiene un nombre: Sinestesia. Tal era el caso de V. Nabokov, que asociaba un color a la sonoridad de cada letra.

Un día me choqué con una nota en la revista Viva (la vieja) y descubrí que esto que me pasa con los olores tenía nombre. Y condición clínica, además.

Así como tengo una clasificación musical antojadiza para cada momento (o playlist), tengo una clasificación de olores por colores. Una experiencia muy vívida de la semana pasada me lo trajo a la cabeza con una precisión que había olvidado.

En la infancia, dijera mi amigo E, somos esponjas. Desde los 2 hasta los 5 o 6 años, aprehendemos casi absolutamente todas las herramientas que nos van a definir ya de mayores. Es por eso que es tan importante estimular a las criaturas en todos los sentidos posibles. El tacto, el gusto, el olfato, son tan importantes como el oído o la vista. Pero tendemos a subvalorizarlos.

En mi caso, mi percepción del mundo es absolutamente sensorial en los tres primeros niveles. La vista me ha servido para capturar la imagen que da forma al resto, como si fuera una fotografía; pero a la hora de la evocación, siempre pesa más el olfato, o el tacto.

Mi memoria emotiva está muy ligada a lo olfativo.

Entonces, hay olores verdes que definen campos, árboles y flores... Olores herbáceos, leñosos, con una nota ácida o tal vez cítrica. Olores tibios, con la temperatura de la primavera o del otoño. Hay olores cristalinos, frescos, evanescentes. El olor a lluvia, a agua que corre en un lecho de piedra.
Hay olores rojos: especiados, espabilantes, calientes. Como el olor y el sabor de las frutas rojas. Ese es el olor rojo. O el olor de la pizza, que también se me antoja rojo.
Olores oscuros, sombríos, maderosos. La sangre tiene un olor oscuro, sobre todo cuando recién está brotando. Luego se azula. También la tierra tiene un olor oscuro. Las piedras, las paredes. Los cementerios, las iglesias.
Olores azules, salinos, marinos, pero también levemente metálicos. Conozco pocas personas que huelan a algún matiz de azul.
Olores naranja: frutados, eufóricos, con el nivel exacto de acidez. Aceleran el corazón. Como el olor de los espinillos, que es entre verde y naranja.
Olores violeta: nocturnos, con la pesadez de los aceites esenciales, un regusto a rosas mordidas.
Olores amarillos... No empatizo mucho con ellos... son sumamente invasivos, y tienen una cualidad agresiva. Ciertos perfumes, como el Rumba de Balenciaga o el Paloma Picasso, son olores amarillos.

Y tantos, tantos matices más...

Lo complejo es cuando empiezo a sentirlos en los seres humanos, sus casas, las cosas que tocan: libros, cuadernos, ropa, muebles, autos.

No estoy lista para definir el color del olor del alma humana todavía. Pero no me canso de estudiar...


Recomendación de la semana, asociada a este post:
La película "Perfume: Historia de un asesino", que se estrena el 15 de febrero. No llegué a leer el libro, pero me lo bajé y estoy en plena faena.


Y la música... fascinante... De muestra:

Meeting Laura - Perfume (Original Soundtrack)

jueves, febrero 01, 2007

Pensamientos matinales

Sentada frente a la compu con el mate a mano, tipeando claves de búsqueda en páginas de empleo o redactando para la web, mientras escucho el ruido de la calle (increíble el quilombo que puede meter un solo colectivo con mantenimiento deficiente) podría decir que casi casi me siento "en casa".

Sin embargo, esta mañana podría mejorar de tantas maneras. Podría, por ejemplo...

- Tener un patiecito de 2x2 con algunas plantas (a esta altura me conformaría con un balconcete en el pulmón...)
- Un carrillón (Campanas de viento hechas de caña... mmmmmmmm)
- No tener que ir a trabajar a ese lugar horrible. De hecho, trabajar desde mi casa en estos momentos se me antoja la cosa más maravillosa del mundo...
- Salir a caminar a las 6 de la matina sin tener que chuparme todo el smog de Buenos Aires
- Un desayuno "con tutti" al regresar. Pero de esos tipo continental... con juguito de naranja, tostadas y dulces. Y de ser posible, que no me lo tenga que preparar yo! (carajo).
- Dedicar una hora para hacer la tesis y una para escribir mis ficciones.
- Tener el tiempo y los recursos para cocinar un plato distinto todos los días, escuchando una musiquita que ambiente ese particular momento doméstico (Aunque tuviera que comerme un desastre experimental yo sola, afterwards).


Definitivamente me gustaría ser como el viejo Hem, aunque me falte montonazo...


*Aclaración necesaria: Para variar, había escrito el post original directamente en la plantilla, el señor Explorer dio un error y se perdió todo... Asi que esta es una segunda versión del post original, la casa no se responsabiliza de cierto tufillo a ballotage creativo o poca espontaneidad.