miércoles, agosto 27, 2008

¡Cosas de palurdos! (2)

(continúa desde aquí)

Para un palurdo...

- Un jogging, un buzo desteñido y medias con agujeros son un atuendo perfecto para el fin de semana.
- El "cuerpo ideal" es una apología de la anorexia.
- El bajo perfil está por delante del jetonismo.
- La vergüenza ajena es peor que la propia. ("¿Qué es vergüenza?")
- Es normal sentir un extraño gusto por el dolor, derivado de la conciencia del propio cuerpo, que empieza a manifestarse desde las anginas de la más tierna infancia.
- Si los reprimen, desarrollan conductas culposas de adulto (como darse atracones desmesurados a escondidas, pasar de la elegancia perfecta a la crotez absoluta o un peligroso gusto por la bebida en solitario).

Bonus (susceptibles abstenerse): Los palurdos, mal aprendidos como son(mos), van al baño sin cerrar la puerta con tal de seguir la conversación.
Cuando éramos chicos, mis hermanos me seguían al baño para que les contara cuentos. Se sentaban del espaldas al inodoro, con los pies adentro de la bacha de la ducha, y escuchaban mis historias sobre los conejos Pat, Pit y Pot.




(¿Qué esperaban? No todas son rosas en el mundo de Cassandra).

lunes, agosto 25, 2008

Cortesía 0

Una muestra de la espantosa educación que dieron los padres a estos pseudo adultos que transitan las calles del Señor en las que me muevo, es esa manía de invadir mi espacio privado.

Entendámonos: Hay un metro cuadrado que es mío y no quiero que otros entren en él. Soy consciente de mi tamaño y de mi andar rápido, pero no puedo hacerles la vida tan fácil a otros transeúntes con delirios de expansión territorial.

La pregunta que me hago una y otra vez es: ¿Por qué siempre tengo que ser yo la que se mueve?
Las prerrogativas siempre son ajenas. Nunca mías.

Esta parejita viene en babia, mirando hacia abajo mientras se susurran al oído. No me ven, por eso no se corren. Claro.
Esta señora empuña un coche tipo paragüitas con un semejante "angelito" de cinco años, despatarrado de sueño. Cómo no darle paso...
Este hombre está muy apurado y va hablando por su celular, con la atención puesta a años luz de lo que pasa en la calle. Pase, señor, pase.
Esta señora camina muy despacio, justo por el medio de la vereda. Quizá quiera correrse a un lado, pero sus débiles piernas no se lo permitan. Baja Cass a la calle para darle paso, haciendo al mismo tiempo una finta para esquivar a esa bicicleta que circula en contramano.

Y así transcurren mis días, entre danzas invisibles, giros, torzadas y paraditas en punta de pie.

¿Qué hay de mis prerrogativas? ¿Y qué de mi espacio vital?

No hay caso. Siempre soy yo la que se corre. Hija de mis padres "por favor-perdón-permiso-gracias-buenos días-hasta luego", me deshago en fórmulas amables que nadie corresponde. A veces me divierto provocando caras de extrañeza con un "¡Buenos días!" alto y cantarín, subiendo al colectivo. Kiosqueros y panaderos me saludan con cara de miedo, pero sin mirarme.

Cuando camino me empeño en el contacto visual. Si me devolvieran la mirada, si solamente me estuvieran mirando a los ojos, no les daría la cara para robarse mi espacio vital. (Ah, qué problema ése... el contacto visual. Tengo vecinas de edificio que no sólo no responden jamás mi saludo, sino que viajan conmigo en el ascensor como si yo fuera transparente. Creo que podría identificarlas por cualquier rasgo, excepto por sus ojos.)

Hoy hice una prueba. Sin hartazgo, sin cansancio ni mal humor: por mera curiosidad antropológica. Decidí que en un trayecto de diez cuadras de ida y diez de vuelta, no iba a correrme ni un paso. Guardaría mi espacio sin hostilidad, pero con firmeza.

El resultado: Logré que me esquivaran cuatro o cinco personas. Sólo un hombre se detuvo en un umbral para darme paso. El resto me llevó puesta.

Los compadezco, de verdad. Llevarme por delante cuando camino por la calle es como darse contra una puerta. Si en mi hacer diario los esquivo todo lo que puedo, es justamente para evitarles el moretón en el antebrazo, la puteada, el golpe en la bolsa de las compras, el medio giro o el choque de piernas.
Créanme que a mí me da casi el mismo rechazo el hecho de que me toquen, invadiendo de prepo mi metro cuadrado, que el daño que les pueda hacer con un encontronazo.
Me incomoda mucho su incomodidad.

Pero me estoy cansando de la pelotudez ajena, de las distracciones fingidas, del atropellamiento a mansalva.

Hoy mismo empiezo una acción agresiva de remilgos callejeros. Apuesto a que les da tanto asco mi melosa cortesía que se apartan de mi camino más rápido de lo que canta un gallo. Es eso, o aprenden de una vez a comportarse.

Eso. Cortesía absoluta. No puede fallar.


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Este post está dedicado a Fender, que es quien me preguntó por primera vez "¿por qué siempre soy yo el que se corre?"


viernes, agosto 22, 2008

Viernes porteño

Esta ciudad me quema.
Me lastima, me aliena.

La ciudad me agrede como un gigante malhumorado, desde sus rascacielos erguidos, desde la indiferencia de su tránsito asesino, desde la estridencia de los martillos neumáticos, motores y bocinas.

La ciudad me expulsa. Hoy es uno de esos días. Me doy cuenta de que no me quiere, que no estoy adaptada para esta vida, y ella-él me huele. Me percibe, me rechaza. Como un perro que siente el miedo, me ataca. Se me tira encima, me pasa por arriba, me muerde y me desgarra.

A veces despierto cubierta de cenizas y no alcanzan ni mis alas para cubrirme, ni toda el agua del mundo para lavarme. A veces la piel se me hace áspera y no huelo más que a polvo y a asfalto caliente, a humo aceite de motores, a gris metalizado.
Los gigantescos espejos a duras penas me reflejan; tampoco me veo en vidrieras o en los ojos de las personas que caminan a mi lado. Hasta los turistas se encuentran apagados o fuera del área de cobertura: mirando para arriba como quien camina en un prado desierto, sin olores, sin tacto, sin nada que despierte el apetito del alma. ¿De qué otras junglas de cemento vienen y buscando qué? ¿Belleza? ¿Historia? ¿Música? ¿Personas parecidas a ellos? ¿Distintas de ellos?
Sea por costumbre o por falta de ganas, apenas le encuentro atractivo a esta ciudad cosmopolita, crisol de razas.

Vengo de una mañana larga. Mi camino empezó en la puerta de casa y desde allí me fui apagando un poco. Rejas en Tribunales y un montón de policías ignorantes de todo, menos de su función; ignorantes de maniobrar sin mirar, porque sí, porque para eso están, llevándose puesta a una madre con su hijo que va al colegio arrastrando penosamente una mochila-carrito. Sombras chinas en un subte lleno a las ocho de la mañana, música en mis oídos .

Boomp3.com

Bajo en Agüero, camino al hospital de niños. Hay más tránsito de pequeños pies que en una escuela en pleno 25 de mayo; familias que copan un parche de piso a falta de asientos, sillas de ruedas, gatos. Sigo a un falso Persa blanco hasta el corredor que atraviesa el patio . Nunca pisé este lugar y sin embargo lo reconozco... ¿tanto se parece al Hospital de mi ciudad? Veo por primera vez sonreír a los médicos y enfermeras. Están como sedados en una nube de algodón rosa: acarician sin pedir permiso, hablan con calma y naturalidad, siempre miran a los ojos.
Una mano que asoma por un pullover celeste me da los papeles que necesito y salgo de ahí, casi corriendo, después de haber respirado todo el aire de la esperanza y los pensamientos confusos de cientos de padres con sus hijos, escuchando en loop los gritos de una criatura que apenas abría los ojos y babeaba yogur por las comisuras de sus labios.

Me zambullo en un colectivo que va a la oficina y me entero que hay que volver a salir. Otra vez el Bajo y sus edificios gigantes, los turistas que papan moscas jugando a ser presa fácil de cualquier punga. Cuando llega Tir Na mBan, me doy cuenta de que estoy a punto de soltar la bolsa que llevo.

Boomp3.com

Una torre alta y fea, marrón. Por suerte es rápido y la gente tiene esa felicidad ligera de viernes, te hacen todo más fácil. Llego a la calle. El cielo es azul y el pecho está vacío de esa llamita que tenía cuando salí de casa. Me apago.









Qué suerte que existe Joanna, un cacho de verde entre tanto gris.
Boomp3.com

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Buen fin de semana.


jueves, agosto 14, 2008

Gratitud eterna

Con este post pretendo cerrar, o al menos darle un punto aparte, a la cuestión planteada aquí y acá.

Tengo un par de personas (me gusta considerarlos amigos) a las que no sólo les debo gran parte de lo que aprendí a ser, sino una gratitud de por vida que no va a mermar por más tiempo que pase. Con ellos tengo deudas que no se saldan más que con afecto.

Uno, el primero que me hizo redefinir la cualidad de un verdadero amigo, cumplió años en abril, yendo y viniendo de La Angostura a La Plata. Un año antes le había dedicado un post. Este año me quedé corta en todo. Sé que ni siquiera debe registrar que tengo este blog y que lo actualizo con cierta regularidad (últimamente, mucho más que antes. Por suerte. ¿Le estaré encontrando la vuelta?). Siempre alentó mis rarezas, mis puntos fuertes y me amigó con mis debilidades. Me contuvo, me dio todo, incluso lo que no tenía, lo que le faltaba. Fue la primera persona con la que compartí silencios perfectos e intimidad absoluta.

Otra, la que estuvo casi desde el principio y no vi hasta que nos separamos por un tiempo largo, es la que más conflictos me genera a nivel interno. Hoy caminamos por sendas muy distintas. Somos cara y ceca, sabíamos que iba a ser así. No obstante, el colegio fue mejor porque ella estaba, el barrio fue mejor porque ella estaba, las noches fueron siempre demasiado cortas y divertidas porque ella estaba ahí.
Creo que nos extrañamos. Yo la extraño, de verdad y con toda mi alma. Pero no soy capaz de llamarla todavía.

Y la última (en cronología, aunque no en relevancia) fue quien me hizo entender lo más importante. Que no interesa cuánto pase el tiempo y cuántas cosas te afecten, siempre hay maneras de volver a ser vos misma. Que estar bien depende solamente de una. Que la buena compañía es la que te respeta los silencios tanto como las palabras, y que la afinidad es eso que te permite ser familia por elección. A ella la considero una suerte de hermana cósmica; no importa cuán lejos hayamos terminado físicamente, el lazo es, al día de hoy, inamovible.
Algún día le dedicaré un largo post evocador a Paula, mi otra hermana (la del alma), a quien tengo menos tiempo en persona que por correspondencia y que me conoce mucho mejor que tantas otras personas más cercanas. Simplemente por intuición y por esa bendita afinidad.

En ellos tres se resumen mi mundo, mis otras amistades y mis afectos más próximos. Porque todos los demás combinan algo de estos tres. Y no es simplificación; es apenas un muestreo de personalidades.
Como ninguno me lee, aprovecho este descargo anónimo para darles, como siempre que puedo cara a cara, las GRACIAS.

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Y en nuestro apartado aviso a la población:
ESQUIZOFÓNICO cumple un año. Y yo que creí que no llegábamos a un trimestre completo...
Y todavía hay tanta música para compartir, para gustos diversos...

Viva la música, esa amiga que nunca me abandona...


lunes, agosto 11, 2008

Ejercicio de autoconciencia / Lunes


- Si hoy tuviera que plantarme delante de todas las personas que me dijeron que era la más talentosa de mi generación, la mejor dotada y la más preparada, sin duda me harían sentir su frustración. O al menos, su perplejidad. Después de muchos años, recién estoy llegando a un punto de comprensión de mí misma en el que me siento contenta de mis logros y mi porvenir. Estoy harta de escuchar por todos lados "era un bocho, lástima que..." . Lástima, mis polainas. El fulano tiene la vida que buscó y que quiso. Igual que yo.

- Si busco con insistencia la aceptación ajena, el reconocimiento de un par o un superior, nunca voy a llegar a ningún lado. O peor: Correré el peligro de perderme a mí misma en el proceso. Es prácticamente imposible hacer coincidir mi pretensión con la aceptación ajena: si me gusta, al otro no le gusta. Así es la vida. Lo que está bien, está bien; lo que está mal, está mal... Y en el medio hay un montón de grises. Siempre estoy más cerca de lo que está bien, de la cosa bien hecha. Aún así, siempre habrá alguien (la mayoría, el "canon") dispuesto a descalificarme.

- Si no respeto la opinión del más humilde y cercano a mí, siquiera como opinión divergente, no puedo esperar respeto por parte de otros cuando emito mis propias opiniones. Hablar más fuerte no te da la razón.

Bonus track: un tirito para el lado de la justicia que me alegró el fin de semana. Ojalá dure.

domingo, agosto 10, 2008

Déja vu (recargado)

No me gustaría darle la razón a los Wachowski, pero lo cierto es que una vez que vi Matrix, mi percepción sobre los déjà vu se trastocó para siempre. Sería un alivio (relativo, pero alivio al fin) saber que detrás de esas alteraciones espaciotemporales, jugarretas de la memoria y demases existe una lógica, aunque sea inverosímil e incluso absurda.

Como tengo una memoria a largo plazo bastante amplia, puedo recordar el primer déjà vu consciente que tuve.
Fue a los seis años. La familia que vivía al lado de casa se había mudado a otra zona, y en los primeros días extrañamos mucho a Ana (un año mayor que yo) y Malvina (un año menor), con quienes jugábamos en las siestas, compartíamos el colegio y algunas meriendas. Fueron las primeras "amigas del barrio" que tuvimos. Recuerdo que nos llamó muchísimo la ingenuidad con que creían a sus padres las historias sobre el Ratón Pérez, Papá Noel y los Reyes... Papá y mamá, que nunca habían alentado esas fantasías en nosotros, nos prohibían que les contáramos que Papá Noel y los Reyes Magos no existían o que nos riéramos de esa ingenuidad perfectamente normal para la edad.

La cuestión es que un par de semanas después de la mudanza, volvieron al barrio de visita. Y cuando Malvina saltó de la vereda de Nico (el otro vecino) a la nuestra para saludarnos, yo sentí que ya había vivido eso: el momento preciso del salto, la expresión de Malvina y Ana, sus palabras exactas. Y la impresión fue tan fuerte que apenas terminé de decir "hola", corrí a contárselo a mis padres. La respuesta fue tan simple que me descolocó aún más: "Eso pasa a veces, como tener sueños de cosas que después se cumplen".
Mis padres siempre usaron esa lógica naturalista para explicar las cosas que más me llamaban la atención, como si minimizando el asombro ante mis hallazgos pudieran mermar mi propia capacidad de maravilla, o desalentarme de alimentar fantasías más descontroladas.
Lo único que conseguían era exacerbar mi curiosidad. ¿A todos les pasaba? Entonces, tenía que tener un nombre. Había que encontrar una recurrencia, una regla. Y entre paquetris para el colegio y visitas a los diccionarios, más preguntas a los abuelos, logré reconstruir la sensación, si no la definición exacta.

En los últimos días estoy experimentando sucesivos déjà vu. Tienen que ver con cuestiones cotidianas, nada sorprendente: algunos sueños, palabras anticipadas, música que se conecta a un lugar o momento específico, reacciones que mi cuerpo no tenía hace años.

El pico fue el viernes. Y sin ánimo de buscar causalidades, ¿tenía que ser justo un 8 de agosto de 2008? Esa seguidilla de números me pone un poco nerviosa. Lo peor es que parece que no me pasa solamente a mí. Al menos cuatro personas en la última semana me hablaron de sus respectivos "ya visto".

Nada me produce más intriga que las recurrencias. ¿Por dónde empezaré a buscar las señales esta vez?

lunes, agosto 04, 2008

Vienen y se van

Retomando la vieja tónica "una de cal y otra de arena", estoy obligada (conmigo misma ante todo) a hacer una errata sobre el post anterior.
No sé si una errata o un acto de sincericidio. En todo caso no lo invalida. Lo que escribí en ese momento era lo que sentía. Pero nació de algo que no era tan positivo ni tan bueno. Nació, como muchísimas de mis catarsis, de un momento bajo, de ese lado oscuro que a veces me asusta y mando a guardar antes de que me desborde. Y que otras veces (como pasó el viernes, por caso) pude sublimar.

Empezó hace algunas semanas. Me quedó dando vueltas en la cabeza, y necesité escribir esto, apenas unos días después:

Porque también han cambiado las amistades, más por falta de costumbre de tenerme en cuenta, más por acostumbramiento a que sea yo siempre la que busque sostener el contacto hasta que se me vence la mano y ya no la levanto ni para marcar esos números en el teléfono.

Todavía no logro conciliar los dos extremos del abandonicismo: el propio y el ajeno. Supongo que en un punto me cansé de dar hasta que dolía. Me cansé de brindarme, de dar tiempo, calidez, compañía, la mano de obra para un mate vespertino, la voluntad para hacer de "chica de los mandados" cuando una depresión arrojaba a algún ser querido a la cama.
Me cansé de poner la oreja sistemáticamente.
Me cansé de posponer mis necesidades y las de otros seres muy queridos porque "solamente vos me podés ayudar".

Pero una no se cansa así como así de la gente que quiere, créanme. Una no se cansa de dar, dar y dar. Tampoco se cansa de esperar, porque cuando se ama con todas las letras, cuando se siente un afecto verdadero por la persona que nos requiere, no se espera nada a cambio. Sólo ruega porque el sufrimiento se termine, porque esas lágrimas queden restañadas y olvidadas, por verlo o verla volver a sonreír. Y no hay manera de que esa espera y esa entrega sean un sacrificio, cuando se quiere auténticamente.

Yo me cansé el día que comencé a darme cuenta que mayormente había servido de paño de lágrimas. Como mano de obra barata y accesible para gran parte de aquellos maravillosos seres humanos a los que quiero con toda mi alma, y que a la hora de divertirse y festejar los buenos tiempos eligieron a otros y no a mí. Que a la menor vuelta de la fortuna a su favor, volvieron al mutismo, a no responder llamados y a olvidarse de las fechas importantes.
Tal vez sea cierto que los que servimos de consuelo y compañía en tiempos de tristeza somos un mal recuerdo para las personas felices. Que tal vez tenernos cerca sea como un mal agüero o el recuerdo mordiente del dolor pasado. Pero... ¿y nuestros propios malos tiempos? ¿A quién recurre "el fuerte" cuando la fuerza lo abandona, si no es a los amigos?

¿Y qué puedo pensar cuando ese amigo a quien me brindé, por el que pasé noches en vela, del que escuché todos los secretos y a quien hice de soporte cuando no podía tenerse en pie, desaparece sin dejar rastro? O está sistemáticamente ocupado, pero después encuentra tiempo para verse con otro amigo en común, descontando con ingenuidad que "a vos no te importa esperar". En el peor de los casos, te sacudirán el "es que soy un colgado" o te volcarán el speech acusándote de lo mismo. Ce' igual.

Me molesta. El abandonicismo de mis amigos me molesta tanto como me remuerde la conciencia el mío propio.
Pero como al mismo tiempo soy siempre la primera en acercarse, me declaro en vacaciones de esa culpa por tiempo indefinido.


(A la luz de esta catarsis, creo que queda bien claro que lo mío es el día a día. Porque seguro mañana estaré pensando en llamar por su cumpleaños a esa amiga que no se acordó del mío, ni me llamó en ocho meses pese a la última extensa charla que tuvimos, donde me repitió que mi compañía le gusta y le hace bien... "Que no se corte". Y todas esas mierdas que escupo para olvidarme y cuando menos lo pienso, vuelven).


viernes, agosto 01, 2008

Van y vienen

Ahora que pasó la euforia postística
que no tengo que putear por el tráfico de mensajitos de celular
que se cumple un año completo de mi cuarentena de MSN (superé la adicción, aún me cuesta creerlo)
que no tengo la cabeza en millones de cuestiones más urgentes o preocupantes
que puedo dedicar un segundo a la frivolidad de lo obvio (ellos ya saben, siempre, cuán presentes están en mi memoria cotidiana)

ahora, porque sí, porque se me antoja
deseo para mis amigos el mejor de los días,
la mejor semana, el mes perfecto,
un buen año, una década plena,
una vida iluminada.



Me han hecho muy feliz, todos. Los que no se quedaron, también. Incluso aquellos con los que no me quedé.
Me hacen muy feliz, todos los días.
Que existan hace de este mundo un lugar mejor.