lunes, diciembre 31, 2012

Felicidad

Afuera, unos grados menos aligeraron la noche porteña. Hay silencio en el barrio. Pasamos la víspera de año nuevo como pasamos la navidad del año que pasó: solos. Entre los dos, rumor de ventiladores, una charla que va y viene. La cena temprana, algún trago rico con alcohol. Buena música. Lo de siempre. Pero en realidad, no. En realidad, las extrañeces, las embicheces que nos unieron aquellos primeros últimos días de 2006 tienen una continuidad en nuestra vida. Sobrevuelan las conversaciones los errores que nos confesamos alguna vez. Y aunque todo es normal y se puede hablar de todo, aunque tenga tus piernas en mi regazo mientras hablamos, hay mucho que no cambió desde aquel 2006 hasta ahora.
Vos creciste y yo me quedé un poco. No crecimos a la par. Podrás decir que llevabas ventaja pero los dos sabemos que no es cuestión de edad, sino de temperamento; de decisión, por qué no. Yo avanzo a los saltos, a veces me adelanto años o meses a las cosas que van a pasar, y después me quedo ¿semanas, meses? pensando en nada, haciendo nada. La plancha. Milagro es que me aguantes después de tantos tirones. Vos, que una vez encarada la montaña no parás ni a respirar.
Pero decís que te gusta de mí incluso lo que ha repugnado a otros y algo se me mueve en el corazón, esa necesidad de volver a estar a la altura de algo. No para complacer, sino para estar un poco más cerca de lo que alguna vez soñé. Aprendí mucho con vos en estos años, cosas que después otros pusieron en perspectiva o diagnosticaron; en mi caso es todo lo mismo. 
Este trago que me hiciste me deja un regusto a flores de jazmín en el paladar. No sé qué usaste, no me animo a preguntar. Es lindo, como todo en nuestra vida común, y es un anticipo. ¿Estamos viviendo nuestra primavera, aún? ¿Cómo hago para diferenciar las estaciones de una vida iluminada? Mis preguntas te hacen sonreír. Vivamos el momento, me dicen tus ojos. Retruca mi sonrisa en silencio: ¿no es lo que siempre digo? Carpe diem. 



martes, diciembre 18, 2012

Que los muertos dancen

El jueves 6 de diciembre fue un día muy particular. Les cuento, por si no viven en Buenos Aires ni les importa: a la mañana tuvimos nube tóxica y a la tarde un mini diluvio que, sumado al corte programado de subterráneos, afectó el traslado de un millón de personas del trabajo en la CABA inmunda a sus casas. 
Más allá de las noticias, el jueves 6 de diciembre fue un día sumamente particular e intenso para mí por muchas otras cosas (víspera de una fecha por demás importante), y terminó de la mejor manera que podía terminar.
Lo pasé a buscar al trabajo con una hora de margen para la puerta del teatro. Cuando quedó claro que no había colectivo o taxi que parase, empezamos a caminar. El día ya había sido agotador y a la lluvia y el desánimo se sumaban el calor, los transeúntes tan hastiados como nosotros. Cuando finalmente pegamos un taxi, ya estábamos a un tercio del trayecto y muy resignados a llegar tarde. Por suerte, el conductor estaba de un humor apacible, pese a las siete horas infernales trabajadas. Llegando al cruce de vías de Dorrego, muy demorado el tránsito aún, encontramos este atardecer. Qué buen presagio.



En la puerta del teatro había poca gente, la mayoría había entrado y ocupado su lugar cerca de la valla. El percusionista principal desplegaba su virtuosismo con una simpleza tal que parecía que no ofrecía un minishow previo, sino que estaba ensayando en su propia casa. Se levantaba y se sentaba, agradecía, daba vueltas. Fui a buscar una cerveza a la barra: nunca una Quilmes me cayó tan bien como esa, tirada en el vaso y casi a punto de congelación. La música, el silencio respetuoso del público, eran todo.
Abrazarlo de nuevo, como hacía apenas dos meses atrás cuando fuimos a ver a Marillion. Y cuando empezó todo, puntual, sentir que tomaba posición detrás de mí para dejarme en libertad de sumergirme en la música. De llorar, incluso, no sólo por la intensidad de las emociones que la música me despierta, sino por todo lo demás que Dead Can Dance representa para mí. Cada etapa de mi vida desde que los conocí. Abandonarme para ser la que fui a los dieciocho, a los veintiuno, a los veinticinco. Ellos en cada etapa, cada vez más presentes. 
Yo no sabía qué es lo que hacían que me llegaba tan al alma y sigo sin saberlo, aún después de años de indagar en sus discografías solistas, proyectos compartidos y reuniones. Sigo sin saber nada. Solamente están allí las emociones. El corazón todavía se me estruja pequeñito cuando pienso en Lisa Gerrard cantando "Sanvean", o Brendan Perry gritando I don't believe you anymore en "The Ubiquitous Mr. Lovegroove". O en los dos ejecutando con precisión y amor el don recibido, compartiéndolo en un escenario y con una gente que se sentía (todo) parte de una liturgia. 
Desde la apertura con "Children of the Sun" hasta el cierre con "Return of the She-King" (poderosos y épicos títulos para dos canciones que les hacen justicia) temblé como una hoja. Años en mis auriculares, en el aire de mis sucesivos dormitorios, retumbando entre las paredes de mi casa como un mantra recurrente. Y por fin, allí. Delante mío, Brendan a quien los años perdonaron menos y Lisa que parece no haber envejecido un día. Sus historias a cuestas. La música perfecta. Aquella que ni los muertos pueden dejar de oír.



(En honor a Dead Can Dance, renuevo la lista de tracks a la derecha de la pantalla tratando de plasmar el recorrido que yo misma hice por la discografía. El único álbum que he dejado completo es "Into the Labyrinth", que no será el más mejor, pero es el más representativo para mí. Y acá pueden acceder a una galería maravillosa de fotos que subió a Facebook Satya Sen, amiga de un amigo que estuvo presente aquel jueves).

jueves, noviembre 29, 2012

El viento que mueve las almas

¿Qué hace a las personas hostiles? ¿Qué fuerza o energía las vuelve nocivas para su entorno y venenosas en conjunto? ¿Cuál es la razón para que terminen oprimidas, reprimidas, deprimidas? ¿Cómo es el proceso en que el entorno transforma a una persona, y cómo una persona modifica el entorno para su supervivencia?
Pienso en esto desde hace diez días, con una taza de café entre las manos, caminando junto al mar para tratar de pescar los aromas y las frescuras que llegan desde la rompiente. Rara vez me acompaña alguien. En esta capital petrolera nadie tiene tiempo de caminar junto al mar, apenas un par de personas sueltas y estoy pensando que quizá sean turistas. Hay una tasa de obesidad mórbida impresionante, mucha pobreza, mucho resentimiento.
Nadie mira el agua. Todos hablan del viento. 
El viento es más que un formador de paisaje por aquí. Es un forjador de carácter. El color local no existiría sin el viento, esta ciudad no sería lo que es sin el viento. El clima les ofrece la excusa perfecta para todo, sobre todo cuando tienen que ajustar el potenciómetro de amabilidad para con un afuereño particularmente extrovertido y entusiasta (mi caso): el viento es lo primero que invocan. Pero yo estoy segura de que lo que invocan como causa no es tal, y las consecuencias del impacto económico son la variable fundamental para entender por qué se están convirtiendo en esto: una ciudad desangelada, sin alma.
Lo que no se cultiva, muere; toda aquella idea que no inspira, no arraiga; la energía que no se usa en favor de un plan maestro, se desperdicia. ¿Dónde van a parar esos residuos brillantes, pero inútiles? ¿Por qué nadie los toma?
Aquí, donde me toca estar, he visto cientos de pares de ojos y pocas sonrisas. Cuántos dedos callosos y curtidos tomé entre mis manos siempre calientes. Cuántas veces hice reír a un niño. Cuántos olores invadieron mi burbuja y cuántas frustraciones me atravesaron el pecho. Cada día pude irme feliz de lo que soy y lo que tengo, también un poco más triste porque mi cuota de cambiar el mundo nunca va a alcanzar. Yo reposo los huesos en esta cama cómoda mientras afuera el viento arrecia y una familia de cinco o seis miembros duerme en la calle. Me privo de algo para que otro lo tome y de paso, tome lo del vecino. Me callo para que otro hable, y esas palabras no son mejores que el silencio. Ocasionalmente me cruzo un alma afín y me suspendo contemplándola con tanta discreción que pierdo la oportunidad de asirla, de tomar algo de ella.
Me atenazan pudores y vergüenzas que son tan socialmente aprendidos, tan antinaturales en mí.
Sé que esta desazón casi infantil no es por el viento. Pero la danza de almas que el viento de esta ciudad moviliza cada noche me afecta más de lo que puedo comprender. ¿Dónde está la clave de este cambio necesario?
En las calles sólo sonríen los niños y los enamorados. El resto los mira como quien olvidó algo. Serios. Anónimos. Perdidos.

(.Comodoro Rivadavia, 24-11-2012)


martes, octubre 30, 2012

Eterno retorno a los mundos propios

Vuelvo a casa después de dos semanas de ausencia. Todo está igual en mi quilombo permanente, todo y nada. Nosotros, móviles, más o menos inamovibles. Mi cabeza en tu hombro en el taxi, el ruido de la ciudad que me abruma por un rato mientras en mis pies y mis dedos todavía hay la memoria de la hierba fresca y la calidez de los niños amados. Qué afortunada me siento de haber sido destinataria de tanto, qué suerte que ningún beso, ningún abrazo o caricia fueron rechazados. Tengo en mí toda la historia que me moviliza y me motoriza. Tengo la frivolidad de algunos momentos robados que me avergonzaron, que me obligaron a enfrentarme y pensar una vez más: ¿por qué me cuesta tanto decir "no"? ¿Se va a ir otro año de propósitos sin cumplir? 
Decidida de una vez a ser sólo para quienes quiero y me quieren (y me aceptan), empiezo a desprenderme de los últimos hilos de urbanidad organizada. Soy un páramo en el que las emociones gobiernan y diseñan universos intrincados como dibujos en la arena, que el viento luego reacomoda. No es siempre el mismo diseño, ni el viento es el mismo, pero sí hay una coherencia interna. Yo soy el mundo que quiero ser, mis mundos todos. Yo soy. Me embriago y me deshago por no pertenecer a nada. Otoño y bóreas. Tulkas y Melian. En cada tramo de camino está imprimado el carácter de mis sueños. Poder vivir sin nada habiendo tenido todo, no conocer exactamente mis límites es parte de las cosas que me liberan. Yo era border. Ahora soy libre. Ni la locura me asusta, ni la ansiedad conseguirá doblegarme del todo. Aprendo a cada paso y no temo pedir perdón, prefiero seguir pidiendo disculpas antes de quedarme con las ganas de hacer algo. Lo lamento, esto es lo que hubo. Esto es lo que hay. La vida que viene, las palabras atropellándose otra vez. 
Si mi tren está pasando por tu puerta es porque sos uno de los elegidos. Vos sabrás si querés subir o no, hasta dónde ir, qué aventuras podremos vivir juntos. Yo te elijo, familiar o amigo, afinidad o karma. Te elijo y quizá sea esta vez la única que pase frente a tu casa. Quién sabe qué nos espera mañana.
Volvamos a lo que éramos antes de poner la pausa.


sábado, octubre 06, 2012

El día perfecto

Él me dice que quiere guardar en su memoria este día porque es un día perfecto. Tan parecido a otros días perfectos que hemos pasado juntos. La verdad sea dicha, hicimos de todo. Lo empezamos despiertos, a la 1 de la madrugada cuando nos fuimos a la cama, con la lluvia en los oídos y olor a citronella. Despertamos temprano, sin ruidos a obra en construcción. Desayunamos una barbaridad. Nos disfrutamos. Salimos a comer algo nuevo por ahí, después a hacer unos trámites en familia. Mates, una linda peli y charla. Previo a la siesta tardía, merienda y lectura compartida. Finalmente, cenamos temprano, liviano, mirando "Ghost in the shell". 
En este momento, él toca la guitarra y hace música en el cuartito y yo intento despegarme la pereza para ordenar la ropa que cuelga de las sillas. Cada tanto paso por allá a darle besos. Estas son cosas de todos los días: muestras de afecto, palabras de agradecimiento, miradas de felicidad. Silencios compartidos en medio de las actividades que nos nutren. Esta intuición calmada que nos permite entender que sí, hay problemas, preocupaciones y miserias, miedos y ansiedades; pero todo se puede solucionar dándole para adelante, enfocados. Hagamos lo imposible, porque podemos. 
Mi Norte, mi casa: Hoy fue un día perfecto. Tan parecido a todos los demás y tan distinto, que pensé regalarte este post para recordarlo.

viernes, septiembre 21, 2012

Equinoccio / 2

Siete años en mi Extraño Mundo, o un Mundo de siete años. Todavía, sí, aunque los blogs están pasando de moda. Resisto porque puedo y porque me da la gana. Y porque estoy segura de que crecí mucho gracias al blog. No sólo por todo lo que aflojé la mano, la cabeza, las estructuras desde que camino por acá, sino por todo lo que el blog me dio: amor, amistad, buenos momentos, catarsis, inspiración, excusas, distracción. 
Cuando empecé tenía veinticinco años, pelo largo, era soltera, recién dejaba de estudiar, estaba bloqueada y había decidido que, ya que no podía volver a escribir como a mí me gustaba, al menos iba a intentar escribir algo. Encaucé mis vergüenzas y frustraciones y la verdad es que me fue bastante bien. Hoy estoy haciendo cosas que jamás pensé que me atrevería. Cosas que me hacen bien y que confirman, justifican mi inmenso apego a la Vida. Además, el 7 es uno de mis números preferidos, y esto amerita que haga lo que nunca hice hasta ahora, algo que también es parte de este cambio de actitud: una foto mía. Siguen sin gustarme las fotos, pero ya no soy la persona que era: ahora me acepto y me doy un lugar en el mundo. Siete años después de la debacle, ya no soy invisible.


(El buzo es diseño exclusivo de las chicas Faraway, a quienes recomiendo de corazón: ellas se ocupan de casi toda mi indumentaria miyazakiana. El último otoño quise hacerme un regalito alusivo y qué mejor que el kodama que se convirtió en el emblema de este espacio tan importante para mí)

domingo, agosto 26, 2012

Domingo

Despliego mis papeles, mi prosa manuscrita, empiezo a transcribir las líneas en un documento de word. Así todas las noches, o casi todas, desde hace más o menos dos meses. Dos meses, ya. ¿Dónde se está yendo mi vida? Donde sea, abrazo los cambios. Hoy tengo fe. 
Siete años atrás, me siento una anciana de veinticinco. No quedan aventuras por probar, sí muchos viajes que, pienso, jamás haré. Estoy en un pozo ciego, en una trampa. Deprimida. Enviciada. Escribiendo desapasionadamente, por deporte, exprimiendo mis neuronas inútilmente en textos que no verán la luz. Humillada, ninguneada. Despreciada, principalmente por mí misma. Afuera del pozo, muchos seres queridos me miran, me gritan y me tienden las manos. Estoy muy cerca de la luz, pero vuelvo a mirar la oscuridad, empacada. Quien con monstruos lucha... 
Siete años después, me doy cuenta que soy una niña de treinta y dos. Con la energía y la curiosidad intactas, con ganas de más y mejores aventuras. Preocupada por el entorno, pero también por robustecer mis raíces agotadas; hay tanto tiempo que recuperar. He viajado. Me enamoré. Encuentro la manera de disciplinar mis vicios. Y las palabras que antes se atoraban en un bolo de mugre y tristeza, hoy son el material de las obras que siempre soñé escribir.
Es domingo, de nuevo. La música y las palabras han desplazado definitivamente al televisor y las redes sociales. Fue un día de hermoso y perfecto invierno, que me encontró caminando por las calles desiertas de tres barrios distintos, compartiendo mates y almuerzo en familia. Es una tarde mágica y tranquila en casa. Es todo lo que no se puede decir con palabras (en un hogar de dos también hay preocupaciones y penas secretas, goces y alegrías tanto o más tabú que ciertas crueldades socialmente toleradas). Es un abrazo quieto que jamás pido... nunca necesité pedir, pero tampoco nadie me dio tanto.
Hago mate cocido y para vos es como si te bajara el cielo, y me dan ganas de llorar porque te amo tanto que me pondría a amasar pan casero ahora mismo para compensar esta merienda tan modesta. Nada de lo que yo pueda hacer estaría a la altura de esa mirada de alegría y paz en tus ojos. Cuando llegaste a mi vida, volví a dormir de corrido. Y empecé a entender que esta enfermedad enraizada en mí, esta montaña rusa emocional que me destroza con la misma energía con la que me eleva por el aire, es una pavada. Soy yo, enferma para siempre, en control de mis combustiones. Sos vos, que podés faltarme (no soy tan ingenua de pensar que puedo retenerte contra todo y contra todos) pero ya estás en mi historia. Son nuestras circunstancias moldeando el humor y el terror del día a día. Es el pasado en perspectiva y el futuro acá nomás. 
Hoy, el domingo es esperanza. 
Me tocará el rebote. Pero no tengas miedo.
Yo ya no tengo miedo.




miércoles, julio 11, 2012

Sueño con ballenas

Ya pasaron casi tres meses desde nuestro viaje a Madryn y me pasé la última semana teniendo sueños vívidos con ballenas y bosques desiertos frente al mar. Sueño que planeo cerca de la superficie y veo a las ballenas francas en su danza de reproducción y cría. Sueño que me sumerjo junto a ellas y que el golpe de mar frío me paraliza el corazón y los pulmones. Puedo sentir el pánico, el miedo físico por su proximidad, pero la curiosidad siempre es más fuerte y me atrevo a dar una brazada más, a acercarme más, pese a la impresionante fuerza motriz de sus vientres y colas que me succionan y me hacen pensar (aunque, claro, sé que es un sueño y no puedo dejar de saberlo) que quizá muera acá abajo porque puedo volar pero no respirar bajo el agua. ¿O puedo?
Emerjo para que el viento y el sol sequen mi ropa (¿por qué estoy vestida en el sueño y es verano?) y vuelo hasta la orilla, hacia la tundra primero y luego hacia un bosque que sale de no sé dónde porque debería estar cerca de las montañas y sin embargo está aquí, junto al silencio de los acantilados y las caletas. Y allí, entre las hojas amarillas de los árboles, despierto. Por un momento incluso siento el aroma yodado y el perfume de los troncos vivos.  
No es casual que hasta la música de estos días y el proyecto que empezamos estén llenos de mar. Nuestro corazón está allí suspendido, entre las olas y los árboles, aunque los compases y los instrumentos reposen en un departamento de Buenos Aires y nos vayamos a dormir entre vibraciones de motores.
¿Por qué, si no, voy a seguir soñando con ballenas y aves marinas? ¿Por qué este despertarme con la sal y la savia entre los labios?

lunes, julio 09, 2012

Terapia musical para esquizofónicos

Nos sacudimos la modorra de los años y en tránsito a muchos nuevos proyectos, vamos poniendo en línea el primer trabajo (caótico, perfectible, desquiciado) de Cassenders para el portero.
En una semana, y gracias a la tenacidad de uno de los integrantes del dúo, tenemos cuatro temas arriba y uno en post producción en este preciso momento. Con ganas de más. Con letras propias de inminente musicalización. No sabemos cómo va a salir, pero nos divertimos como locos mientras hacemos esto. Porque sí, porque se puede. 

Click para escuchar.


jueves, junio 28, 2012

Roundabouts

Aclaro que este post es una excusa para colgar el video con la música que aparece más abajo.
Habiéndome sincerado con los escasos, aunque constantes, lectores de este blog, aprovecho a informar que este espíritu libre se va de viaje por unos días, con un libro y un cuaderno para los poquitos espacios que deje el trabajo, con muchas ganas de ver cielo azul y un poco de río y haciendo un esfuerzo enorme por no anticipar la inevitable extrañitis que me comerá dentro de algunas horas, cuando me de cuenta que mi casa, mi cama y la persona que amo están a unos cuantos kilómetros de distancia; da lo mismo que sean trescientos o tres mil. 
Es tarde, pero podría estar despierta toda la noche. Hacer durar estos últimos abrazos hasta mi regreso, escucharlo editar audio en su piecita, cargar música en el celular para las caminatas al fresco de la madrugada, mientras el bolso (eterno postergado) me hace burla en un rincón, con sus tripas-ropa al aire. 
En el medio, las noticias de hoy. Me nutro de ellas porque sé que voy a estar bastante colgada de una palmera toda esta semana y un poquito más (ya me pasó cuando fuimos a Dolores, me perdí todo el caso Candela).
En Twitter avisan: murió Badía, Juan Alberto. Venimos toda la tarde piloteando la noticia, ahora está confirmada. Un año nefasto que ya se llevó puestos a unos cuantos y el sobresalto de entender que la vida también es esto: a medida que se crece uno se va quedando huérfano de referencias. Por eso los abuelos empezaban a leer los diarios por los obituarios, pienso. A mí me rodea tanta vida aún, que me resisto a entrar en ese estado de conciencia de lo efímero. Me resisto mucho. Me sé feliz y disfrutando el ahora. Hace ocho meses nos quedábamos afuera de esta casa por un derrumbe a la vuelta de la manzana, hoy escuchamos que pronto van a derrumbar lo que quedó del edificio roto. Me acuerdo que en aquel momento, salvando esa primera hora frenética transcurrida entre que nos impidieron el paso al departamento y la shockeante cena en La Pasiva mirando el racconto por televisión, me importó muy poco perder todo: lo más importante ya lo había sacado de la casa, estaba conmigo. Al alcance de mi mano, tomando mi mano.
Hay muy pocas cosas irremediables. La más representativa es la muerte, por supuesto. Otra podría ser la pérdida de la memoria. Creo que la peor de mis pesadillas es una que no involucra el fin del mundo o la bestia invisible que me persigue sin que yo pueda escapar: es el olvido. Le temo con el pánico irracional de quien atesora sus recuerdos como Gollum atesoraba el Anillo de Sauron. Soy la ávida guardiana de un pasado del que siempre aprendo.



martes, junio 12, 2012

Infanticidio

En medio del debate por el derecho de cada mujer a abortar, un debate que en este país tiene menos años (al menos, de ser tomado en cuenta como prioritario) que lo que llevamos de recuperada la democracia, nos atraviesa como un dardo lacerante, una y otra vez, el infanticidio cotidiano. Nos enteramos de Martín, de Tomás, de Candela, pero hay tantos más. Tantos más. Infinidades, y ya llevamos décadas de esto. Décadas.
Nos estamos volviendo una sociedad infanticida.
No voy a entrar en la pseudopolémica sofista de si el aborto es un hecho más o menos criminal que arrebatarle la vida a una criatura que ya tuvo oportunidad de transitar los primeros pasos de una vida socializada, culturizada. No voy a meterme en eso cuando ya dejé claras mis posturas al respecto. Hay un infanticidio urgente y cotidiano que me genera tanta alarma como el otro, quizá no tan espectacular en su desarrollo y presentación noticiosos, pero igualmente preocupante.
Cada vez que un niño cae en situación de calle, es infanticidio. Cada vez que se lo ignora o se lo invisibiliza, el niño muere. Peor aún: el niño es consciente de que lo están matando, de su estatus de zombie social, de indeseado. ¿Cómo crece de ahí en más un alma muerta?
¿Alguna vez se detuvieron a pensarlo? ¿Hicieron el esfuerzo de recordar cómo era ser niños, por un minuto, y pensar en esto que les estoy diciendo? Inténtenlo, por favor. A mí el sólo ejercicio me devasta, me aniquila.
Ni siquiera tenemos que hablar de niños que llegan a un mundo incapaz (por desabastecido, por sobresaturado o por falto de educación y planificación) de sostener sus necesidades básicas. Podemos hablar durante horas de los que llegan a un hogar bien constituído, es decir: niños deseados de hogares biparentales heterosexuales con un pasar económico que les permite sostener la familia y proporcionarle al niño una correcta inserción sociocultural. Este niño, imagínese como "ideal de niño" al que no le falta nada, que lo tiene todo, es el que presenta a la larga mayores problemas si es sometido durante su período de formación a procesos inductivo-conductivos dañinos para su autoestima, a estímulos que anulan su desarrollo cognitivo natural o peor aún, a la indiferencia afectiva y formativa de su entorno inmediato. 
No requiere más que unos minutos pensar en todos los niños a quienes conocen. En todos los padres a los que conocen. 
Mientras haya un padre que ridiculice de manera sistemática a su hijo en público, que minimice sus necesidades, que no se conmueva por las lágrimas contenidas e incluso reclame esa represión pavloviana,  tendremos una sociedad infanticida.
Mientras haya un padre que exija de su hijo una reacción proactiva ante la reprimenda de un maestro o de un par, al mismo tiempo que exige una reacción de pasividad o sumisión ante la agresión propia ("no dejes que nadie te pise la cabeza / te pase por arriba", "ves que sos un inútil": el estilo complaciente-agresivo del psicópata moral para minar la autoestima es dañino de una forma eficaz e irreversible durante la infancia, justamente), seremos una sociedad infanticida. 
Mientras haya un niño indeseado en nuestras calles, expulsado de su casa como si fuera un cachorro que ya creció y "no hace gracia", estaremos asesinando niños. Mientras exista un adulto capaz de explotarlo en beneficio propio o de causarle dolor mirándolo a los ojos, seremos una sociedad infanticida. 
Mientras sigamos alimentando sus almas y cerebros de basura predigerida y afán consumista, ahogando su curiosidad innata con respuestas impacientes y vagas, excluyéndolos de una participación activa en su propia formación intelectual y emocional, habremos incurrido en el más imperdonable de los delitos. 
Si tenés un niño cerca (hijo, sobrino, nieto o amigo) y la posibilidad de un patio, una plaza, un espacio amplio, hoy te quiero proponer un ejercicio. No le des juguetes, no lo lleves a un shopping, no lo secundes como si fueras su par. Dejalo solo en ese espacio amplio y sentate a tomar unos mates mientras lo observás.  Dejalo que se aburra, que no sepa qué hacer. Quizá haga algún berrinche. Y después (si es que no apareció otro niño con el que se enganche a jugar), proponele algo distinto: no sé, quizá sentarse en la arena o el pasto a contar historias, jugar a la payana, preguntas y respuestas, la rayuela... Cualquier cosa que le de a entender a ese niño que estás allí, aunque no le proveas de ningún confort. Sencillamente, pendiente de su necesidad momentánea. Disponible para lo que quiera saber. Sobre todo, no tengas miedo de hacer el ridículo
Cuando hayas hecho carne este ejercicio a fuerza de repetirlo, enseñale al mundo a escuchar a los niños y estimularlos. Acapará niños ajenos y dales un poco de esto que entendés, que aprendiste. Envenená a los chicos modernos de infancia vieja. 
Es poquito, ya sé. Pero si supieras que podés salvar a uno solo...




... no lo harías?


domingo, junio 10, 2012

Gracias.

El placer de estar en casa y saber que el amor no se acaba nunca... que no importa a dónde vaya, y pese a mis muchos defectos, siempre hay alguien muy querido que me recibe con amor y alegría, haciendo de la vida un jardín de rosas. Qué me importa extrañar, si las separaciones se borran en un parpadeo. Qué importa todo el tiempo transcurrido, si poco o mucho siempre es relativo y al final me quedo solamente con las cosas buenas. Gracias por las bendiciones. Gracias por alimentarme de buena energía. Gracias, gracias, gracias. Los llevo a todos en el corazón: amigos, familia, y enemigos (si los hubiera...). Me hacen fuerte. Me arrancan sonrisas. Y si a veces se sienten soñados, sepan que es porque mis alas los envuelven desde algún lugar. 
Quizá en algún momento me volví corta de abrazos y palabras, corta en la expresión de mis sentimientos, pero de a poco voy volviendo; no dejaré de decir lo que siento y pienso sólo porque alguna nube negra me dejó fría y muda en algún momento de mi vida. Que la tristeza no se me haga carne es mi pelea diaria, y voy ganando. Que la emoción gobierne mis decisiones en armonía con mi cabeza es el desafío que nunca voy a saber si cumplí, hasta que todos y cada uno de mis sueños se cristalicen (o sea, me puedo ir muriendo tranquila recién a los cientoypico de años, o cuando se me acaben las ganas de soñar). Cada vez que te salude sabrás el lugar exacto que ocupás en mi vida. Y no te atrevas a pensar que exagero si sentís que en la expresión desbordo tus expectativas. Te lo digo desde mi propia experiencia: mucho tiempo sentí que no valía el amor de quienes me rodeaban, que era una máquina de decepcionar. No me dejé querer y ese fue el error, también dejar de quererme; tenía que ser yo "la que quería", nadie podía amar por encima mío y sobre todo, nadie debía amarme. 
Así que callate, cerrá los ojos y simplemente abandonate a la Vida. 
Dejate amar por todos, por alguien, por vos mismo.
Si supieras qué bueno está todo esto que viene...




domingo, mayo 27, 2012

"¿Qué se siente tener a un loco por hijo?" pregunta Jake Gyllenhaal en Donnie Darko, ahora mismo. Yo miro la televisión a centímetros, los pies planos en el suelo, la espalda derecha y las manos clavadas a los lados de las caderas. El sumario de mi domingo se resume en las ganas que me quedaron de escribir tanto que tenía por escribir y en que no logro que se vaya mi dolor de cabeza. Volverán las oscuras golondrinas... y los eternos fantasmas, y los remordimientos, y mañana seguro sí hago lo que todavía no hice. Lo juro. Me lo juro a mí misma, ya no puedo esperar más. ¿Qué se siente tener este ácido corriéndote por las venas, estas ganas furiosas de no volver a ver a nadie, de no salir más de tu casa? 
Estoy en este túnel de tiempo. Mañana será otro día y todo seguirá su camino según lo previsto. O no. Qué lindo es vivir, qué lindo es que el arte te recuerde cosas fundamentales. Qué lindo es sentirte cerca ahora, y qué lindo era también cuando no estabas, porque ya estabas en el mundo y yo iba a vos. Errática ciclotimia.
Domingos de otoño, con su veneno para solitarios. A veces vuelven. 

lunes, mayo 07, 2012

Relatividad del Tiempo (y) de las lágrimas

Cuando volvés del viaje más largo y hermoso que hayas hecho en compañía de una sola persona (que es casi vos misma) y la realidad te recibe con un mazazo en plena cara, recordándote que el mundo sigue girando implacable para todos. Cuando tenés que separarte de alguien a quien querés con el alma con el calor tibio de sus abrazos todavía en el cuerpo. Cuando te vuelven a romper el corazón. Cuando el proyecto más brillante comienza a revelar sus peros y sus nubes y te agarra justo, justo con la guardia baja y tenés que calzarte el equipo para hacerle frente aún débil, aún ebria de una felicidad que te medraron. Allí vuelven las lágrimas, el corazón pesado. Es ahí, en ese momento, el vaivén de los días como el vaivén del mar. Darte cuenta que los sueños siguen teniendo un significado y que todo se conecta con tus tiempos, el momento de tu vida apenas un pulso insignificante: el círculo concéntrico exterior de la piedra que alguien tiró al océano de la Vida muchos años antes de que vos nacieras. 
Cómo explicarle al tiempo que puede parar, canta acá abajo Jamardo con Gran Martell. Yo todavía soy una idealista de aquéllas y me siento tan invulnerable pese a mis fragilidades que insisto en pararme frente a estas enormes abstracciones (el Tiempo, la Muerte, la Locura, el Ser) para explicarles un poco de lo que aprendí y tratar de entenderme con ellas de igual a igual. 
Entonces anoche, en una mesa familiar irregular donde intentaban unirme los pedazos del cuore una vez más, se dieron cuenta de que no siempre lloro cuando querría y que hoy, por ejemplo, escuchando (sic) el final de "El verano de Kikujiro" en I-Sat, mientras él ordenaba un poco las fotos que ahora me demoro en mirar, sí lloraba. En silencio, con toda la angustia que ni mis millones de demonios desatados liberan en momentos de tensión, guardándome todo para cuando estoy en casa, asentada y feliz. Dándole la espalda  para que no se entere que estoy llorando, porque sé que seguiré llorando cuando él vuelva del trabajo y no quiero ahogarle el comienzo del día. 
Cuando tenía dieciocho años lastimé a alguien muy querido, fue el primero de varios y dolió como ninguno. Me encerré dos días seguidos a llorar en la piecita de la pensión, falté a la facultad y dejé de comer con tal de no cruzarme con las chicas en la cocina a la hora del almuerzo. Lloré hasta que creí haberme sacado la última lágrima del cuerpo, no sólo por la culpa de dejarlo sino porque sentía cómo le dolía a él. Mi cuerpo y mi cabeza, limpios de esa emoción, explotaron unos días después y salieron al exterior pateando y gritando, en un desenfreno vital que me mantuvo al tope de mis emociones más agresivas durante muchísimo tiempo. Claro que muchísimo tiempo a los veinticinco años no es más que una fracción ahora. Y las lágrimas de aquellos dos días volvieron después multiplicadas, se concentraron, explotando de adentro hacia afuera volviéndome agujero negro, estrella fría... usted sabe
Otro ciclo me trae frente a estas gigantes abstracciones y esta vez, humilde, me siento para hablar. Les cuento que estoy cansada física y emocionalmente, de los peores y mejores cansancios que un ser humano puede albergar. En este cuerpo se mezclan la fatiga de las aventuras al aire libre con el agotamiento emocional de las despedidas y las discusiones. Soy esposa-compañera, hermana, tía, madre e hija incompletas. Todos los roles me desgarran, le digo a la Locura, que es la más paciente y la única que no me habla por mucho que insisto. Vivo sin miedo, mi adrenalina es positiva, le cuento a la Muerte, que habitualmente camina a mi lado y me acaricia para recordarme que está allí. Balanceo mis pies en el abismo del Ser que es también la Nada, un bloc de hojas en blanco cuyo número desconozco, y que puede terminar abruptamente: allí no hacen falta palabras, está lleno de los sonidos que configuran la Vida. Acabo de entregarle los más recientes y los escucho mezclarse con los otros sin discordia, en armonía. Incluso el último, esa voz que me apuñala con adioses de desprecio.
He aquí, le susurro al Tiempo, lo que aprendí: no importa cuán lejos me vaya, cuánta gente conozca y cuánta deje de frecuentar en esta vida. Hasta el fin de mis días tendré alguien por quién llorar, sea de tristeza o de alegría, de culpa o bronca, por la nostalgia de lo que fue o el presentimiento de lo que no será. Y este llanto no es por mí (hasta ese rasgo compartimos con el amor de mi vida: nuestra tristeza nunca es ego-céntrica). No lo causa la música de Hisaishi en la televisión. Este llanto es hilo invisible que une mis entrañas con las entrañas del mundo que conozco y del que apenas puedo intuir. Es esa raíz común, ancestral, genética. Es el Otro que me posee por el solo hecho de configurarse en alguna parte de mí, sea por mutua elección o por la inevitabilidad de algo que me resisto a nombrar. 
Y de esos hilos, la energía irradiando a todos los demás hilos del tapiz, esa trama tan infinita como la misma vida, tocando otras vidas, obligándome a buscar el equilibrio para seguir adelante porque... pucha... pese a los conflictos y los dolores, hay tanto amor a mi alrededor y tanto por lo que quiero pelear, sonriendo entre lágrimas, mientras me dure esta fuerza que presiento inagotable.



Bosques frondosos frente al mar
Inevitablemente
Ojos desiertos que al reflejar
Brillan la nada
Cómo explicarle al tiempo que puede parar
Y encandilar latente.

Pintan los mares de cristal
En un velero blanco
Buscan las naves aterrizar
Sobre la calma

Cómo explicarle al tiempo que puede parar
Y encandilar latente.

martes, mayo 01, 2012

El viaje de tu vida

Un papel puede no significar más que lo que está escrito en él...
PERO...
si rubrica la mayor apuesta de mi vida (al corazón, a la intuición y a la racionalidad combinados)
si refuerza la mejor decisión que pude haber tomado
si sus imbricaciones pueden cambiar el curso de mi vida y mis proyectos
si abre la puerta a futuras y mayores aventuras... entonces

no es un papel cualquiera.


domingo, marzo 18, 2012

Río Babel

Mi cabeza a veces es como el hamster que se sube a la rueda y no sabe cómo parar, o no quiere parar, y a la vez no llega a ninguna parte. Fluctúo entre esos días y un caos organizado, entre el querer y el deber hacer, entre los proyectos y la inmediatez de lo cotidiano, entre lo que más me cuesta y lo más sencillo. Procuro fluir de un lado a otro con naturalidad y en ese fluir se me escurre la vida. Días, semanas, años. Los preciosos minutos con vos a mi lado. Las palabras en el teléfono, los afectos que extraño y que sin embargo siempre están allí. 
Ya tengo casi treinta y dos, unos cuantos buenos amigos, muchísimos excelentes conocidos y compañeros de la vida, cientos de miles de experiencias y otros tantos sueños por realizar. Aprendí a vivir sin apuro, a dejarme ser, con mis contradicciones y conflictos a cuestas. A estacionar en dos maniobras (después me olvidé), a tenerle respeto a las causalidades, a fijarme siempre en lo que hace el otro pero sin dejar de hacer foco en mí misma (aunque doy bandazos). Sigo acumulando conocimiento inútil y postergando lo supuestamente útil para "más después". Me caso en un poco más de un mes, firma de papeles sin suelta de palomas ni música, ni risas; después será agarrar el auto y salir tranquilos a donde nos lleven la ruta, el clima y las ganas, con lo mínimo indispensable para no pasar frío ni hambre y arreglarnos donde se pueda, como se pueda.
Ya no tengo miedo a pelearme, no tengo miedo a decir lo que pienso, no tengo miedo de mi muerte. Hace poco más de diez años decidí que el miedo nunca más sería una variable de mi vida. ¿Temerosa o temeraria? me pregunté en el ´95, sentada en el pupitre después de terminar la tarea de la clase del día, y garabateé un test como si fuera a publicarlo en la revista Querida. Un cuestionario que jamás le hice a nadie y que debe estar durmiendo en alguno de mis cajones de escritos del pasado. Ya hice mi testamento en vida para que les sea más fácil dejarme ir, dejé indicaciones varias aunque no es obligación de nadie cumplirlas. Y si sobrevivo a todo lo que me rodea y llega el momento en que no pueda valerme por mí misma, sabré qué hacer. No me ata la nostalgia. Vivo para ver el futuro y para regalar todo lo que tengo. Fluir, circular, todo es lo mismo. El mundo sigue. Yo sigo.
Feliz domingo para todos.



domingo, marzo 11, 2012

Perro verde con dos colas

Now, a staple of the superhero mythology is, there's the superhero and there's the alter ego. Batman is actually Bruce Wayne, Spider-Man is actually Peter Parker. When that character wakes up in the morning, he's Peter Parker. He has to put on a costume to become Spider-Man. And it is in that characteristic Superman stands alone. Superman didn't become Superman. Superman was born Superman. When Superman wakes up in the morning, he's Superman. His alter ego is Clark Kent. His outfit with the big red "S", that's the blanket he was wrapped in as a baby when the Kents found him. Those are his clothes. What Kent wears - the glasses, the business suit - that's the costume. That's the costume Superman wears to blend in with us. Clark Kent is how Superman views us. And what are the characteristics of Clark Kent. He's weak... he's unsure of himself... he's a coward. Clark Kent is Superman's critique on the whole human race.
(Bill a Beatrix, Kill Bill Vol. 2, Quentin Tarantino - 2004)

Domingo, circa mediodía.Camino por la calle vestida de chavita (sin gorro ni tirantes) rumbo a Farmacity, sintiendo que las conversaciones en familia de ayer y toda la música escuchada en el trabajo, y el vuelapluma violento de toda la semana no alcanzarían a resumir un átomo de las cosas que me cruzan por la cabeza desde que me despierto hasta que me acuesto. 
En Sarmiento y Libertad hay una horda de gente sobre la calle. Gente tranquila en un domingo tranquilo, los autos ya casi no pasan por allí aunque no hay policías que corten. Los esquivan, acostumbrados: hace unos cuatro años que el CC Buen Ayre se encuentran estos personajes, no todos los fines de semana (pero casi). La cola empieza y casi termina en la puerta; una cola irregular, de chicos disfrazados (pocos treintañeros, como yo) que se forman de a cuatro, a veces de a seis o más a lo ancho y, lógicamente, desbordan las veredas, dan la vuelta completa a la manzana. El evento abre no antes de la una, pero ellos están desde las nueve de la mañana, a veces desde mucho antes, formados para entrar. Las caras son todas de alegría, y eso que es un día de calor y la mayoría de ellos se tiraron encima pelucas, tapados, polleras doble tutú, borceguíes, maquillaje; están en su elemento, ni siquiera hablan fuerte. Un grupo de cinco Hell's Angels a la vuelta de mi casa mete más bochinche los sábados por la mañana. Ellos se divierten sólo de estar ahí parados, entre pares, sin alcohol de por medio. Puro entusiasmo. Deben haber preparado este encuentro hace un mes, por lo menos. Remeras de Manowar se mezclan con uniformes de colegialas de animé, cadenas y cruces relucientes con el frufrú del tafetán. 
Vuelvo de la farmacia, un buen rato y dos bolsas de productos después. Me siento fuera de este mundo. Camino una cuadra con los ojos cerrados. Los abro, una abeja baila frente a mí (apis mellifera, no apis mellifera scutellata*) y ya no siento el miedo que solía cuando era chica; lo tomo como el presagio del viaje que viene, de los días de frío, lluvia y sol al aire libre que me esperan dentro de muy poco. 
La fila de otakus y demás ya empezó a avanzar y mientras miro a todos estos chicos pasar sin apuro pienso cuánto más cómoda me sentí toda mi vida entre lo que muchos consideran "la diferencia". Lo diferente. Me pregunto cómo me verán ellos, qué pensarán al verme pasar vestida para limpiar la casa, con una cola de caballo floja y los anteojos sucios, de zapatillas, seria. Me pregunto qué llenará sus cabezas e imagino que alguno de ellos se interesa por sobreponerse al prejuicio y trata de ahondar en mis propios pensamientos. Lo imagino reconociéndose en muchos de ellos; todavía soy esa adolescente freak, y ni siquiera hay que escarbar lejos de la superficie para encontrarme.
Ayer, caminábamos los dos rumbo a Parque Centenario. Yo envidiaba su comodidad: aún vestido formalmente es un hombre sencillísimo, mientras yo me sentía ajena en un vestido de seda fría con sandalias de plataforma. Después de maquillarme no había querido volver a verme en un espejo y mi mirada rehuía incluso las vidrieras. Le dije que sentía que este era el disfraz para mi vida: cada vez que uso algo que destaque mis rasgos o mi femineidad, siento que interpongo una máscara que me aísla del mundo.
Allí, entre semáforos, él me regaló la mejor definición de mi propio extrañamiento.


*mi papá y mi hermano alguna vez fueron apicultores.



domingo, marzo 04, 2012

Sobre el no-amor.

El amor es difícil. Cuesta amar. Por eso es un bien tan preciado y no debe ser tomado ni brindado a la ligera. Aquel que quiera amar debe estar dispuesto a obrar en consonancia.
Surge muy fácil el amor cuando los vientos son favorables, cuando hay salud y equilibrio y dicha. Surge muy fácil cuando hay empatía y los defectos y virtudes se alinean sin esfuerzo. Se enraiza con mucha fuerza, aunque provisoriamente, en los espíritus volubles, proclives al vaivén emocional; los mismos que rebotan sin escalas hacia el temor o el odio. Así, por una perversión de la simpatía cósmica, el que hoy está triste desearía que todos se ahoguen en mierda y el que está feliz necesita que todo su entorno sea feliz, y si las cosas no salen como él las siente, entra en pánico intentando organizar el caótico entorno que todavía sufre los coletazos de su depresión anterior. O siente culpa de ser feliz, lo mismo da.
No suele entenderse que el amor es un mecanismo de lo más sencillo: el que recibís es igual al que das. El problema se plantea cuando el amor que se pretende es el de una sola fuente (persona o colectivo de personas). Así, una mujer que llora por un desengaño amoroso piensa que nadie la quiere, mientras sus amigos y familia alrededor se desviven por demostrarle afecto; un hombre ignora a sus hijos devastado por el desprecio o indiferencia de su pareja; hay quien se desvive por el reconocimiento y el amor de un amigo puntual relegando a los otros, y una abuela llora por uno de sus nietos aunque tenga a los demás dispuestos a acompañarla.
El amor nos rodea todo el tiempo. Incluso cuando estamos solos. Incluso en momentos oscuros donde no se puede ver claramente la salida a una situación de espanto. Y sin embargo es tan fácil darse cuenta de las señales de amor allí, a la mano. Pareciera que el ser humano está programado para ignorar sistemáticamente su propio anhelo, o quizá sea que necesita no ver la luz para atravesar algún tipo de duelo.
El amor también está en la mano firme de quien te ayuda a levantarte con algún gesto de admonición. Está en el que calla para protegerte de sí mismo. Está en las cosas que nunca te acordás que hiciste por otros hasta que viene el rebote del karma y te inunda de una luz inesperada.
El amor no está en las palabras vacías, en la catarsis egoísta, en la verborragia apasionada del post coito, en la ebriedad del momento del encuentro. Ahí, en esos instantes, está apenas la semilla del amor lista para germinar. El resto es esfuerzo. Remarla. Cultivar el día a día con otros sentimientos y cualidades.
Conozco tantos optimistas del amor que se quedan a medio camino, pensando que el afecto se riega solo, se cuida solo... y que después vienen a patalear un reclamo absurdo, como si el amor fuera un derecho adquirido. (Como en este mundo todo tiene que ver con todo, algo dije ya por aquí cuando hablaba del amor fraternal y filial).

Todo lo que no es amor no siempre es odio. A veces es... no-amor. No sé cómo describirlo mejor. El amor enfermizo que te profesa una persona violenta, por ejemplo; y esto lo digo pensando en algo que acabo de leer y que siempre cruza mi cabeza en algún momento del día.
El amor que eclosiona atado a algún tipo de obsesión, a la furia, a los sentimientos negativos, es la peor forma del no-amor. Asociado a cualquiera de estas llagas vivas, el amor se pudre y se pervierte derramándose en el entorno con consecuencias peligrosas para cualquiera que esté en el radio de influencia de semejante enfermedad. El no-amor contamina todo lo que toca. Perjudica a los directamente involucrados y al entorno, especialmente a los niños. 
El paradigma, MI paradigma del no-amor, es este. El del violento. 
El individuo violento muchas veces no percibe que lo es. Se siente equilibrado. Justifica su explosión en el otro: siempre fue el otro el que tuvo la culpa. 
Aunque pida perdón, no perdona al otro por "provocarlo", por dejarlo expuesto; su pedido de disculpas no es sincero, ya que no se siente culpable. Nunca lo es. 
Si la persona que tiene al lado es mansa, o su ventaja física y psíquica sobre ella es evidente, su coartada se cae (ya que no hay cómo justificar las explosiones con esa persona, llámese pareja o niños). Entonces, la culpa es de la infancia de mierda que tuvo, porque su padre le pegó o porque las malas juntas, o porque otro adulto abusivo... 
El violento es muy sensible, sí: pero llora sólo por sí mismo. Pide siempre comprensión, tolerancia, paciencia, perdón... pero es incapaz de sentir empatía por el dolor del otro o sus necesidades.  
El otro, los demás, son cosas. Cosas que el violento necesita, como se necesita poseer algo. Son público: él es el único actor posible en el escenario de la vida. Que nadie se atreva a robarle el protagónico, que nadie se atreva a negarle lo que pide. Con suerte, pide "sólo amor". El problema es que no hay medida que lo llene.  
Estos individuos no pueden percibir el amor que reciben porque no se sienten capaces de brindarlo. De hecho, no lo brindan aunque se esfuercen. Aunque verdaderamente se esfuercen. Viven frustrados porque nunca están conformes. Nunca están conformes porque no se preguntan realmente qué es lo que está mal. Creen que lo que está mal está siempre afuera, no se interpelan a sí mismos. No entienden que el problema son ellos. 
Entonces, de nuevo, la culpa afuera. El pato lo pagan los seres más queridos, los únicos que están cerca.
Vuelve la violencia: verbal, física, psicológica. Nunca me das lo que te pido. Ves que no servís para nada. No me acompañás. No me entendés. Sos un hijo de puta, mirá lo que me hacés hacer, sacás lo peor de mí. Yo que te doy todo. Hoy estoy de malas, ni me mires... me estás mirando, ¿ves que me estás provocando? Salí de mi vista. ¿Por qué no me querés? No me importa nada, ya estoy jugado, la vida se terminó para mí. ¿Vos sufrís? ¿VOS estás mal? ¿¿Y yo??

No hace falta leer ningún libro de psicología para entender que el primer objeto de amor, cuando empezamos a desarrollar la conciencia del otro, es uno mismo. Ni más ni menos que uno mismo.
El que manifiesta alguna de las formas de no-amor ha fallado en este sencillo primer precepto, porque no se ama a sí mismo. Se quiere y se valora de mala manera. Ha sido su primera víctima, pero no será la última. 

Hasta que aprenda a amar.
Si aprende.



viernes, febrero 24, 2012

Pasajeros del silencio

Esa mañana, Laura se tomó el Sarmiento. Igual que todas las mañanas. Un poco triste por el fin del fin de semana largo, un poco contenta de que fuera semana corta. Dejó atrás Haedo, Ramos, Ciudadela, Liniers... Los barquinazos eran los de siempre. Las frenadas, más o menos bruscas. Lo de siempre. Laura iba parada porque desde Moreno, la estación cabecera, el tren venía lleno. En Floresta, el tren casi no frenaba. Con la cabeza puesta en llegar temprano, ni se dio cuenta que la velocidad era mucha cuando llegaron al andén de Once. 
Laura iba en el primer vagón.
Se salvó porque estaba parada y se sostuvo con todas sus fuerzas de algún respaldo, pero el cuerpo se le combó en un segundo por la violencia del choque. 
Cuando reaccionó, ni siquiera se dio vuelta a ver cómo el techo se doblaba y comprimía por el peso del segundo vagón. Quiso salir, a cualquier precio.Estalló una ventana justo en el momento en que abrió la boca para gritar; tragó cristal roto, el marco le golpeó las piernas. Se cayó. La pisaron. Pudo levantarse. Logró salir, todavía no sabe cómo. Laura cuenta que vio gente sin piernas, con las piernas amputadas. Que la sangre. Que los gritos. El olor. 
El dolor.
Laura está en shock y no puede volver al trabajo porque no se anima a subirse al tren.

Ya pasaron dos días. 
En la radio, Ernesto Tenembaum editorializó: "Hay un silencio que crece". Es verdad: hasta el momento, ninguno de los miembros del poder ejecutivo nacional se expidió al respecto. Un par de ministros, carne para los cuervos. Y claro, un programa de televisión que salió a hacer análisis de medios, como si el grupo Clarín o Juan Pablo Varsky hubieran prohijado con fondos del Estado a los corruptos empresarios que dejaron que las vías del Sarmiento sean peligrosas para transitar a velocidades mayores a 30 km/h. Que dejaron a los trenes sin mantenimiento hasta que, en este miércoles fatídico, uno directamente no frenó.

Este silencio cobarde es un eslabón más de la cadena de ignorados. De nadies. De ciudadanos de segunda. Para un líder político, hace año y medio atrás, hubo "dolor nacional". Para un Flaco querido que se va, para cualquier ídolo de multitudes. Para los que enderezan lo roto, para los que pagan el impuesto que hace que el festejo del Bicentenario o las pompas fúnebres de un ex presidente sean memorables, sólo hay silencio oficial.
Los aullidos pasan por otro lado. Llámese redes sociales o el hall de Plaza Miserere. 

Cada muerte, cuando llega, es irreversible. Siempre quedan algunos a quienes les duela, como duelen todas las ausencias. El dolor de una persona a la que le arrancaron de un día para el otro a su ser más querido no tiene arreglo.
Lo que no es irreversible es el daño a futuro, porque si hay algo que las tragedias enseñan a los pueblos, es que se puede (y se debe) aprender. Actuar desde la prevención. Solucionar desde el reconocimiento del problema; por ahí se empieza.
En realidad, podríamos empezar hablando, pero no hablando por hablar, "al cuete", como decimos en el terruño. No hablar bolazos. No más de lo mismo. Y que las palabras lleven a los hechos. Y que nunca más, por favor. Nunca más, pero en serio. Nunca más esperar a más adelante. 
Lo que nos pasa hoy es el resultado de ayer, y lo que dejamos sin pagar hoy, se nos reclama con intereses mañana. 

Cuando los militantes ultrakirchneristas con los que trabajo me hablan de una nueva Eva, yo pienso en una mujer que, en esta coyuntura, se habría acercado a la estación a ayudar hasta el límite de sus fuerzas. En una mujer capaz de trabajar con un grupo de asistencia a familiares, en alguien con la capacidad de escuchar. En alguien para quien el sencillo gesto de tender una mano es lo más natural del mundo, aunque nunca alcance. Esa es, en parte, la Eva que tengo en mente.
Pero tenemos una dirigencia con la capacidad de reacción de un tren de TBA
No nos gobierna una estadista, sino una reina de hielo que comunica sin espontaneidad, calculadoramente y tarde. Siempre tarde.
Tenemos un vicepresidente tan cool que toca la guitarra eléctrica en eventos en vivo, tiene una espectacular novia-trofeo y una cuenta muy activa en Twitter. Pero que es incapaz de calzarse las zapatillas cancheras que gasta en un escenario para caminar junto al SAME, la Policía, los Bomberos o algunos familiares que piden que alguien dé la cara. 
Tenemos un ministro de Planificación con la cara de cemento, que sobrevivió a escándalos que en otro país (¿acá, en otra coyuntura?)  habrían descabezado gobiernos completos.
Tenemos una Justicia cómplice de empresarios corruptos y funcionarios prebendistas.
Tenemos medios oligofrénicos que instalan y desinstalan agenda con tanta y tan obscena rapidez que lo que ayer era bueno hoy es malo. Tenemos cada vez más burros, más sordos, más neuróticos que no quieren aprender, oír ni ver.

Lo más terrible de todo, tenemos anemia de acción. Nos estamos acostumbrando a dejarnos llevar a la rastra, a las patadas, porque creemos que la única que nos queda es gritar a tontas y locas mientras Algo Allá Afuera nos pone de cabeza, nos obliga a hacer cosas que no queremos, nos acorrala, nos mata. Y de a poco, también nos quedamos sin voz. Afónicos de tanto gritar, porque la inexpresividad en la cara del que nos arrastra nos convence de que nos hemos quedado mudos. O que ellos son sordos.

ES MENTIRA. Mentira que nos arrastren. Mentira que no podemos. Mentira que nos llevan y que no hay nada que hacer. Siempre se puede hacer algo, SIEMPRE. Allí están Famatina y Alumbrera de pie. Allí está Esquel. Allí están los Qom, la Asamblea de Gualeguaychú, los curas villeros, las Madres del Dolor, Susana Trimarco, La Alameda, Red Solidaria, cientos de comedores comunitarios, el Tren Alma, Médicos sin fronteras, tantos más que mi memoria ametralla. 
Lo único que puedo pedir en este momento es un poco de justicia. Y que las voces no se callen, ni ahora, ni nunca.

(Dedicado a esas manos que ya no se mueven para obrar, ni para acariciar).

jueves, febrero 09, 2012

Nosotros, los gordos

Sé que algunos de quienes todavía me leen aquí o en Twitter no me junan en Facebook, es difícil mantener todo así pegoteado en la vida, y más cuando una es la inconstante que es. Sin embargo, en algo me he mantenido constante los últimos meses: en mi propósito de llegar a terminar la tesis, la escritura, el plan de mudanza a mediano plazo (con todo y proyectos imbricados) y algo que me pone bastante más orgullosa a la luz de los rápidos resultados: mi cambio definitivo en la relación con la comida.
Todo esto lo pueden encontrar en Nosotros, los gordos; blog que empezamos casi casi con el año 2012 y que administramos con mi compañero de la vida. Allí contamos la experiencia que estamos transitando ahora mismo, veinte kilos menos después (yo: él, muchísimo más). Colgamos el programa de alimentación responsable que seguimos a rajatabla desde agosto de 2011, escribimos recetas propias y tips, linkeamos notas y noticias interesantes... Además, aceptamos comentarios, sugerencias y todo lo que quieran mandarnos. No pretendemos enseñar nada, sólo compartir una experiencia... Aunque yo creo también que esa experiencia de dos puede estar generando también algo de conciencia colectiva entre los lectores más fieles; hay un par de amigos transitando ya este mismo camino con buenos resultados.
Les invito, si gustan, a dar una vuelta. A hacerse seguidores, por qué no. Recomiéndenlo si les parece bien, si creen que hay alguien de su entorno que se pueda sentir identificado con la situación que vivimos nosotros, y tiene oportunidad de cambiar un poco su vida.
Todas las sugerencias y críticas serán atendidas y bienvenidas. Gracias por acompañarme también en esto.

martes, febrero 07, 2012

Soñadores y magos

Entramos al cine con la amenaza de la lluvia a lo lejos. El corte (mínimo) de la proyección cerca del final nos avisaba que la tormenta finalmente estaba sobre nosotros, allá afuera... esperándonos.
En la puerta, al salir, la gente de azúcar esperaba apretujada que los taxis pararan cerca del Gaumont. Caía (todavía cae) agua a baldes sobre las calles de Buenos Aires. Agua caliente. Vinimos sin paraguas, pero listos. Nos miramos agarrados de la mano, cómplices.
Y dejamos que las lágrimas se confundieran con las gotas y se fueran. Y reímos como niños mientras corríamos en la lluvia.

No es la primera vez que la magia del cine me acompaña más allá de la pantalla, transformándome.
Tampoco será la última. 
Gracias por permitirme seguir soñando.




(... También quiero hacerme viejita a tu lado. Mi mago.)

sábado, febrero 04, 2012

Aquellos días, estos días.

Mi cuerpo está cansado. Mi cabeza también. A veces no sé cuál de los dos cansancios tira más, pero le juego unas sotas a la cabeza. Después de todo y pese a la enorme ayuda que significó perder todo el sobrepeso que arrastraba hacía años, es verano: voy a sufrir el calor hasta el día que me muera, me revienta mucho más un día de calor que un día de limpieza. En cambio, la cabeza...
Cuerpo y mente concuerdan en una sola cosa en estos días: la nostalgia. Extrañar esos abrazos, aquellos momentos. Últimamente vivo de duelo en duelo, derrochando adioses que las muchas bienvenidas no llegan a compensar. Cada pieza de mi corazón que se pierde o cambia de sitio lo redefine todo. Todo. Por más que deje ciertas reflexiones para más tarde, los hechos (lo que es, en este momento: lo que está pasando) se imponen siempre en algún momento del día, usualmente el más inesperado. El más desequilibrante e inoportuno. Y tengo que apretar los dientes para no llorar, tengo que hacer fuerza para cambiar el carrete de película en mi cerebro. Tengo que tratar de poner en perspectiva todo lo que me pasa y vencer, todos los santos días, el impulso de hacer algo estúpido. Tengo que reírme o enojarme. Y todo es esfuerzo agotador que lastra mi energía. 
No tengo quejas, sí preguntas. Muchas preguntas, las de siempre y las nuevas. A veces me frustro mirando al costado y pensando cómo hacen algunas personas para que todo les resbale, para engañarse de manera tal que siempre el otro tiene la culpa y, por ende, ellas no tienen que hacerse cargo de nada. El otro, fue. Yo no puedo hacer eso. Será mi premio o mi castigo, no puedo. No tiene que ver con ser mi propia verdugo; tiene que ver con la asunción de responsabilidades que me corren en este duelo que no puedo resolver ni siquiera para mí, pero que gustosa arreglaría para todos.
No sé cómo decirle a esta persona todo lo que la extraño, lo que la necesito. Lo fuerte que la abrazaría y el gusto con el que me quedaría a su lado a arreglarle la vida si pudiera. No puedo decírselo, lo mataría. Le haría más daño del que ya tiene encima. Entonces, dejo que el silencio y la represión me maten un poquito para compensar. Me acostumbro (o eso intento) a sentirme permanentemente incómoda. Los años me prepararon para hacerme una idea de lo que iba a ser este trance, pero no para la forma de mis pensamientos y mis emociones hoy. De alguna manera, al dejar de ser la que era cuando empecé a armar este rompecabezas mental (ese what if que el paso del tiempo iba volviendo más lejano y difuso) las cosas quedaron congeladas y mi movimiento hace que hoy las descubra grotescas.
Como si le estuviera pasando a otra persona. Como si las personas del cuadro fueran reflejos, sombras en la cueva. Como si la situación fuera ficción, volver a tener diez años y representar frente al espejo las cosas que haría y que diría si tuviera el valor, si me dieran la oportunidad. 
Desarmada, cansada, con la guardia baja, vuelve la peor de las nostalgias. La más perversa de todas. 
Porque no puedo (no debo) extrañar aquello que nos destruyó a todos. 
Es que en el ayer estuvieron también tantas alegrías... La raíz de mis afectos reside allí. Mis afectos no han cambiado, aunque se hayan formado en un entorno enfermizo resultaron sanos y constructivos, con el paso del tiempo. Y la cabeza busca volver a ese momento (¿costumbre? ¿reflejo?) y automáticamente la regreso al presente para que no se distraiga. 
Alerta, Cass, alerta siempre. Por el bien de nuestra alma.
Por la sana nostalgia. 
Curá tu corazón, secá esas lágrimas.
Sigamos adelante. 

El pasado pasó.

viernes, febrero 03, 2012

Propias y ajenas que me ayudaron a sobrevivir los últimos años.


Si caminas por un sendero sin levantar polvo, entonces no estás caminando por un sendero. Cuando haces un cambio verdadero en tu vida, las cosas se mueven, los amigos cambian y la gente no siempre está contenta con tu crecimiento. Los senderos auténticos nunca son tranquilos. Hoy reconoce que, mientras avanzas en tu vida, no todo el mundo va a apoyarte. No tengas problema con eso. Y dale hacia adelante.

Hasta el más hijoputa tiene quien lo ame, o ama tanto a alguien que sería incluso capaz de dar su vida. Eso renueva mi fe en la humanidad. Pero no lo hace menos hijoputa. 
(Queridos conspiranoicos mitómanos compulsivos, muertos para mí desde el día en que revelaron su miseria: todo llega. Descanso en la certeza de que incluso quienes más los defienden descubrirán por fin lo dañinos que son, y así tendrán la patada en el orto que necesitan para empezar a movilizar un cambio auténtico en sus vidas).

El amor no se puede forzar. Se siente o no se siente. Nadie está obligado a dar amor, nadie merece amor por decreto. No es cuestión de méritos.

Lo que no te mata, te fortalece. Lo que te daña también puede curarte.

El verdadero valor no nace de la negación del miedo, sino de enfrentarse a él y vencerlo de un día a la vez.

Aunque parezca paradójico, asumir que tenés un lado oscuro, miserias y defectos no te hace peor persona; sólo pone en perspectiva qué tan lejos estás de ser la mejor persona posible. Si no sos consciente de esto, ¿cómo pretendés llegar a estar alguna vez a la altura de ese ideal? Poder verse tal como uno es, por vergonzoso o doloroso que sea, es una bendición. Es autocrítica; es la puerta abierta al cambio. 

La confianza de los demás es un bien invaluable. Ser una persona recta, honesta y de confianza, tarde o temprano tiene su recompensa.

Siempre se puede dar un poco más, un paso más. En el movimiento y el servicio están las claves de un espíritu libre.

Y en el final, el amor que recibes es igual al amor que das.