sábado, noviembre 27, 2010

Dibujitos de ayer y hoy (1): Por qué Candy

Desde hace dos semanas, en Facebook se lleva adelante una simpática iniciativa: cambiar la foto de perfil por una imagen de algún dibujo animado que haya marcado tu infancia.
Se me hizo cuesta arriba elegir sólo uno, porque la realidad es que no sólo mi infancia ha sido marcada (o tocada) por los dibujos animados. Mi adolescencia y mi vida adulta están llenas, todavía, de esas series con personajes bidimensionales, algunos mejor animados que otros o con más profundidad argumental. En definitiva, nunca me alejé de esa parte de mi vida; soy incapaz de tomar distancia emocional con los buenos recuerdos.
Entonces, si tenía tantas opciones para elegir, ¿por qué Candy Candy? Me identifican mejor dibujos como Robotech, Mazinger Z, Heidi, Mi Pequeño Pony, los Pitufos, Patoaventuras, los Autos Locos... Incluso pertenecen a mi primera infancia (5 a 12 años), en tanto Candy llegó a mi vida durante la adolescencia. Pero todo tiene su explicación.

Ante todo, una breve (!) síntesis de este shoujo manga del año ´77, según lo que recuerdo y sin acudir a la Wikipedia (al menos por ahora)

Candice White es apenas un bebé cuando la abandonan en la casa de la Señorita Pony y la hermana María, una especie de orfanato rural, en un frío día de invierno. El mismo día abandonan a otra niña, Annie, que con los años se convierte en su mejor amiga (junto con su mascota mapachesca, Clint). Cuando las dos llegan a los seis años de edad, un matrimonio rico adopta a Annie y le prohíbe tener contacto con Candy siquiera por medio de cartas, ya que no quieren que sus amistades sepan que la niña proviene de un orfanato. Ese mismo día, Candy conoce al que se convierte en su primer gran amor, un chico de unos 14 años que toca la gaita para consolarla de su pena y se va sin decirle su nombre, aunque ella lo bautiza como "el Príncipe de la Colina".
Al cumplir doce años, Candy es adoptada por la familia Leagan, emparentada con los Ardley (o Andrew, o Andrley, según las versiones), que constituyen uno de los clanes más poderosos de Estados Unidos a nivel económico. Los chicos Leagan, Eliza y Neal, la torturan psicológicamente de tal forma que la niña piensa en escaparse, pero sufre un accidente y cae a un río turbulento. La rescata un extraño ermitaño llamado Albert, que vive secretamente en la propiedad Leagan/Ardley rodeado de animales. A partir de ese momento, Albert aparece varias veces a lo largo de la historia cuando Candy se encuentra en problemas o triste.
Después conoce a los otros miembros de la familia Ardley: la imponente tía Elroy y los primos Anthony, Stear y Archie, que de inmediato se convierten en sus mejores amigos. Anthony, además, será el segundo gran amor de Candy por su increíble parecido con el "Príncipe de la Colina". Pero todo termina trágicamente cuando Anthony muere en un accidente y se culpa de esto a Candy, motivando su expulsión de la familia Leagan. Misteriosamente, el patriarca William Ardley (que no aparece en la serie sino hasta el final) declara que ha adoptado a Candy y que no será maltratada nunca más por ningún miembro del clan, además de recibir la mejor educación junto con los demás primos.
Stear, Archie y Candy se embarcan en un buque a Inglaterra para continuar sus estudios en el Colegio St. Paul's. Una noche de niebla durante ese viaje, mientras llora recordando a Anthony, Candy conoce a un joven insolente que se burla de ella y la bautiza "pecosa". Además de encontrarse con los hermanos Leagan en el internado, también se encontrará con ese rufiancito que resulta no ser otro que el hijo ilegítimo del conde Grandchester y una actriz americana. Terry Grandchester se convertirá en el amor definitivo en la vida de Candy. Las aventuras en la etapa del colegio y posteriores son la mejor parte de la historia. Allí conoce a una simpática nueva amiga, Patty (que se convierte después en la novia de Stear). Y, oh, casualidad, también su amiga Annie estudia en el prestigioso colegio. Por supuesto, cerca de allí también anda rondando Albert, que recorre Europa trabajando aquí y allá para estar cerca de los primos Ardley y de Candy. Albert se hace muy amigo de Terry también.
Luego de la huída de Terry del colegio, consecuencia de un injusto castigo que recibiera por culpa de Eliza Leagan, Candy se escapa para seguirlo hasta América. Cuando sus esfuerzos por encontrarlo fracasan, se convierte en estudiante de enfermería en la escuela de Mary Jane, una veterana que la tiene al trote y la llama "torrrrrrrrrpeee" todo el tiempo. Además, su archirrival en la escuela de enfermeras, Flammy, no la trata mucho mejor, aunque Candy le tiene un enorme afecto y respeto: sólo se amigan cuando Flammy se va de voluntaria al frente de batalla en Europa (recordemos que la historia transcurre en la etapa previa y simultánea con la Primera Guerra Mundial).
Mientras estudia con Mary Jane, Candy reencuentra a Albert luego de que éste sufre un accidente y pierde la memoria. Lo toma a su cargo y viven juntos en un departamento cedido por el tío abuelo William Ardley. Poco tiempo después, Candy tiene la posibilidad de reencontrarse con Terry, que es ahora un actor exitoso en gira con su compañía teatral. Para desgracia de Candy, la actriz principal de la compañía, Susannah, está perdidamente enamorada de Terry también y justo cuando ellos dos están a punto de reconstruir la pareja, Susannah lo salva de un accidente potencialmente fatal... y queda inválida. La culpa fuerza a Terry a separarse de Candy para casarse con su salvadora.
Candy abandona la ciudad con el corazón destrozado, sólo para encontrar que Stear, su "primo del corazón", se ha enrolado en el ejército. La familia Ardley se encuentra revolucionada por este tema y por la decisión de Candy de ser enfermera. Ni los Leagan ni la tía Elroy la tratan bien desde que menguaron las noticias del tío abuelo William, de quien se rumorea está gravemente enfermo. Entre tanto, Albert se encuentra accidentalmente con Terry, que devastado por su separación de Candy abandonó la compañía teatral y se emborracha en antros de mala muerte. Luego de una charla lo convence de que regrese a la vida que eligió, y se separan. Albert tiene un accidente callejero mientras vuelve al departamento y recupera la memoria, pero no se lo dice a Candy. Unos días después, desaparece.
Esto es el golpe definitivo para Candy, pero todavía hay más: Stear Ardley, hermano mayor de Archie y novio de Patty, muere en el frente mientras pilotea su avión de combate. Y para colmo de males, el joven Neil Leagan, el mismo que la torturaba durante su infancia, descubre que en realidad está enamorado de ella y convence a la tía Elroy y a sus padres de que lo mejor que pueden hacer por Candy es obligarla a casarse con él. Falsifican una autorización del tío abuelo William, y cuando Candy le escribe desesperada para informarle la situación, recibe la orden de encontrarse con él para confrontar a la familia. Allí se revelará la verdadera identidad del benefactor de Candy, después de muchos años. Pero esa resolución me la guardo, así que si leyeron hasta acá... ¡no la deschaven en los comentarios, petes!

Factos y curiosidades de la serie:
- "Candy Candy" es una creación de Kyoko Mizuki (historia) y Yumiko Igarashi (dibujo). Tras un largo conflicto entre las socias, tanto el manga como el animé dejaron de distribuirse en el mundo, además de truncarse para siempre la muy rumoreada continuación de la historia. De hecho, la repetición de la serie está prohibida en todo el mundo desde el año 1998. Sin embargo, hay canales que continúan transmitiendo la totalidad de la serie eventualmente, como Panamericana Perú.
- El final no conformó a ninguno de los muchos fanáticos de Candy en el mundo y esto originó una fiebre de fanfics (ficciones "truchas", sin permiso de los autores) donde algunas fans le daban a Candy diferentes destinos, sobre todo en el aspecto sentimental. El más conocido y de mayor aceptación en castellano fue "Reencuentro en el vórtice" y se lo puede encontrar en línea en los sitios dedicados a la serie.
- El doblaje de Candy Candy se realizó en Argentina. Cuenta la leyenda que las fans hispanohablantes de todo el mundo quedaron enamoradas de Terry Grandchester (el tercer y definitivo gran amor de Candy) por el acento porteño de su actor de doblaje, Andrés Turnes. Casualmente, es el mismo que dobla a los otros dos amores de Candy: el Príncipe de la Colina y Anthony Brown (o Bower, o Brower, según quién escriba). La chillona e inconfundible voz de Candy pertenece a Cecilia Gispert.

Mis motivos para elegirla por sobre otras series:
El primer dibujo animado que tocó mi corazón fue Heidi, seguido de Mazinger, Ulysses 31, Voltron y Robotech. Esto definió en gran medida mi apego a la animación japonesa. Sin embargo, con el paso de los años fueron ganando terreno las producciones de Hannah Barbera (Los Picapiedras, Los Supersónicos, El Oso Yogi, Scooby Doo), Warner Bros animations (Looney Tunes, Merry Melodies, Tom y Jerry) y otros cuya factoría no puedo ni quiero recordar... (He-man, She-ra, Thundercats, Dinosaucers, Silver Hawks, The Centurions, Jem y The Holograms).

Cuando apareció Candy Candy yo estaba en pleno furor de reencuentro con mis raíces animé, ya que seguía de forma obsesiva a Capitain Tsubasa / Los Supercampeones por Telefé, y a Los Caballeros del Zodíaco en Rede O'Globo (sí, los vi de cabo a rabo primero en portugués y gracias a eso hoy entiendo gran parte de ese idioma que no hablo... jeje). Pero eran dibus bastante machones, por decirlo de manera delicada, y me conectaban con emociones muy diferentes a las que habían generado aquellos primeros dibujitos.
El breve apogeo de The Big Channel me acercó a Speed Racer / Meteoro, G-Force, UFO Robo Grendizer, la Abeja Maya y Kimba el león blanco. También me devolvió a Robotech (volver a ver esta serie cambió mi vida, no se rían... pero le debo mucho, de verdad). Y me envició severa y definitivamente con Candy Candy.

La primera vez que vi ese dibujo, volví a tener cinco años. Me emocioné genuinamente con las peripecias y tragedias de esa niña que estaba pisando la adolescencia a inicios del siglo XX, me identifiqué con su lado más marimacho y también con sus ilusiones románticas. Era un placer absolutamente culposo que sólo compartí con una amiga, Sabrina, tan fanática de los dibus como yo. La verdad era que me avergonzaba un poco reconocer que a los quince o dieciséis seguía estas aventuras con avidez. Fue mi regreso definitivo a la inocencia de la niñez y, de alguna forma, mi camino a casa.
Después de Candy Candy, mi escritura sufrió importantes cambios. Mi forma de ver animé, también. El shoujo manga se hizo parte de mi vida y le abrió las puertas a ese lado femenino que me negaba. Que existan historias así, con sus inverosimilitudes y lugares comunes es para mí una especie de celebración de la vida. No sé, ¿les parece suficiente justificación?

Presentación de Candy Candy:




Canción del final:




(todavía me acuerdo de las dos de memoria... ¡mi sobrina Evange me hacía cantárselas en la guitarra y todo!)

Próximo post: todos los dibujitos que marcaron mi infancia (en dudoso orden cronológico). Con mención especial al Magic Kids, canal que me acercó al gran vicio de mi adolescencia: Dragon Ball.

domingo, noviembre 21, 2010

Canciones tristes para amantes sucios

En estos días paso por una fiebre revival de mis clásicos. Cuando era chica nada me estremecía más que la música de The Cure en la radio. Primero "Friday I'm in love" y de ahí, para atrás. "Charlotte Sometimes", "Lullaby", "Boys don't cry", "A forest", "In between days", todos temas que me siguen partiendo la cabeza y me remontan a mis épocas en las que chapuceaba ese inglés que ni siquiera intuía (en los '80 era, ni más ni menos, una nena) tratando simplemente de seguir la melodía. Cuando llegué al conocimiento de las letras, la banda me gustó aún más y Robert Smith se me antojaba el tipo más lindo del mundo. La música nos afecta a todos de maneras... diversas.

Pero como la música es una búsqueda que jamás se agota, mi gusto por lo darkie me llevó en años universitarios, como ya conté muchas veces antes, a Dead Can Dance, Cocteau Twins, This Mortal Coil y por extensión a todo el sello 4AD, que actualmente incluye a varios de mis nuevos amores (St Vincent, Blonde Redhead, The National - a quien mencionaré más abajo-).

A medida que crecía, fueron llegando nuevas influencias nefastas. De la música gothfriendly llegué, por bifurcaciones que ni yo recuerdo, a las que yo llamo voces oscuras; mi amiga Ce alguna vez las llamó "voces como papeles rotos". Por ejemplo, Nick Cave and the Bad Seeds con sus "Murder Ballads", algunas canciones sueltas de "Henry's Dream", "The Boatman's call" y sobre todo "Let love in". Me pierde este tipo.
Me pierden los tipos con voces profundas, sucias, y letras que flechan corazón y cerebro al mismo tiempo. Me pierden Serge Gainsbourg, Chris Rea, Mark Knopfler, Tom Waits y Leonard Cohen. Me pierden la cadencia oscura de Brendan Perry y David Sylvian. Más cerca en estos últimos años, mis descubrimientos tardíos: Johnny Cash, Mark Lanegan, Chris Cornell. Y etcéteras que a veces se me van de la cabeza.

Click aquí para escuchar estos vozarrones (más yapas) en mi flamante primera lista de Grooveshark.

Click aquí para escuchar a The National. La voz de Matt Berninger es mi más reciente adquisición emocional. Cada respiración cerca del micrófono, cada vaivén en su registro vocal, me eriza la piel hasta el último vellito.
Será que las canciones tristes, melancólicas u oscuras me dan una atípica felicidad. Subrepticia, a la vez que intransferible. Como a tantos otros bichos en este extraño mundo.

sábado, noviembre 20, 2010

Tarea para el hogar (y experimento): Gotitas de felicidad /2)

Hace algún tiempo, por invitación de la Mona, me llegó este meme. ¿Se acuerdan de los memes? Cierto que con la llegada del FB y del Twitter se perdió la gracia de bloguear, pero no se pueden haber olvidado de aquellas verdaderas cadenas de pavadas que hacíamos con tanto gusto, a veces sólo por tener la excusa de postear algo.

Hoy se me dio por hacer un experimento, así que les ofrezco algunos de los clásicos del GReader de Cass. Una pequeña lista de blogs y sitios (que empezaron como blogs) que me han hecho feliz a lo largo de estos cinco años, por categorías atrevidas y sin ton ni son.

My kin, my soul:

a)
"Las ma-nosdeto-doslos-ne-grosarriba!".

b)
Con la felicidad implícita en el título:

c)
Abandonados, aunque inmortales (para mí):
- SEBUP (Se está buscando una paliza...)

Bonus- Con grave peligro de abandono:

La pura buena maldad
- Pequeñas Maldades Gratuitas (este también califica como "abandonado"... pero buáh)

La paz en la tormenta

Curiosidades, interés general + aplauso, medalla y beso:
- Inner el pendejoPrecaución, almas sensibles! Es sumamente explícito. En todo sentido.)

Buena onda, buena leche

Adquisiciones recientes (últimos dos años) / Diamantes en bruto

Y ahora, ¿cuál es el experimento? Simple. Si todavía hay alguien que me sigue por el Reader o cada tanto espía para acá, al menos uno se copará con la idea y reproducirá estas Gotitas de Felicidad en su propio blog, ofreciendo a la comunidad 2.0 la posibilidad de conocer un poco más de este hermoso microcosmos que es (o era) la blogósfera.

Eso sí: no dejen de avisarme, así puedo espiar también.
Pido disculpas si me olvidé de alguien. No habrá sido intencional :-)

sábado, noviembre 06, 2010

Apuntes de un luminoso sábado

Va a hacer calor, dicen. Me molesta en grado sumo el calor, pero eso no me impide amar los días soleados de primavera. Que no pueda ponerme al sol hace más o menos una década me ayudó a valorarlo más, a tolerarlo, y sobre todo a disfrutar las pocas horas diurnas en las que no me hace mal.

Este sol que todavía no pica se derrama por el suelo como agua lenta. La piel huele distinto en primavera. La ropa huele distinto, aunque se siga secando en interiores.
Persigo desde la noche sueños por toda la casa.
Hoy vamos a dormir la segunda siesta desde que cambió el espacio.
Caigo en el futón elevando los pies y juego a la tranquilidad por primera vez en meses.

Antes de anoche y anoche pisaron esta casa los primeros queridos extraños. Las voces quedaron atrapadas en algún lugar cerca del cielorraso. May golpeando con sus pies enfundados en medias de colegio paredes y puertas mientras hace la vertical. Finis bailando y saltando sobre la cama "como un conejo". Flores celestes para celebrar.

Hay una ventana con antepecho que podemos llenar de plantas. Por ahora, la única huésped es la que ya teníamos, un pequeño potus. Lo traje abrazado, a pie, desde la casa vieja. Le hablé como si pudiera escucharme y le dije que todo iba a ser mejor. Desde que llegamos se estira lleno de una nueva vida, las hojas buscando el cielo cinco pisos más arriba.

Ir a la Marcha sin curiosidad ni poses, encontrarse con amigos a celebrar el amor. Eso es motivo de orgullo. Celebrar que el amor exista y se multiplique, para llenar la nada que dejan el rencor y las mezquindades cotidianas.

Estamos escuchando esto:


martes, noviembre 02, 2010

Otros ámbitos

En la casa nueva hay otros olores, nuevos sonidos, pequeños desperfectos. La lucha con los cueritos canilleros nos persiguió hasta aquí. Hay un cuarto con frisos infantiles y una sección del piso que a veces chilla. Hay puertas vaivén, puertas corredizas y celosías por todos lados. Circula tanto aire que a veces pienso que hace fresco afuera, cuando en realidad hay 25º o así.
La casa nueva me hace pensar en un mundo de posibilidades y en la mejor manera de llenar las paredes tan grandes. Tiene, eso sí, muebles no aptos para liliputienses y hay que treparse a la silla para poder alcanzar un tupper o unas copas.
Me quedo embobada mirando el techo, pensando en la altura que deberá tener la escalera que me haga llegar hasta ahí si se llega a quemar el foco del living o el de la habitación. Restrego mis pies en el piso suave y cálido, olfateo las maderas. Estoy reconociendo este ámbito nuevo, amigándome aunque me cueste baches de sueño y madrugones intempestivos justo el día que me pedí para no tener que correr. Tengo sueños maravillosos desde que llegamos y me despierto descansada... no puede ser otra cosa que una buena señal.
Faltan, sí, algunas cosas. Uno que otro mueble, desembalar los libros y por sobre todo, acostumbrarme a caminar hasta él para hablarle. Fueron tres años y medio de levantar la mirada para encontrarlo ahí nomás, de hablar sin levantar la voz porque la cocina quedaba a tres pasos del living y la computadora daba la espalda a una habitación mínima.
Cuatro años habitando una caja de zapatos de divisiones invisibles donde aprendí que la convivencia no era ese cuco atroz que me puso a prueba tantas veces (sometimiento, ahogo, renuncia al espacio propio), sino la única situación posible entre dos personas que se aman y no pueden estar separadas porque ya lo estuvieron mucho tiempo, demasiados años. Trasladar la situación a otro ámbito se me antoja una aventura más, tan llena de misterio e impredecible como todo lo que nos involucra. Y me abro a ese misterio con toda la fe y el optimismo que me dan los años de (muchas) buenas y (pocas) malas sorpresas.
En las cajas viajaron mucho más que libros, elementos de cocina, herramientas y un par de PCs.
Viajaron todas las posibilidades y esperanzas de este pequeño mundo nuevo, mis sueños de siempre actualizados, la irrefrenable convicción de que no importa cómo, pero todo va a estar bien porque no puede ser de otra forma cuando se lo desea de la manera correcta.

Quiero estar entera para cuando lleguen el momento de la cosecha y de la nueva siembra.