Ayer mientras cocinaba descubrí que muchas veces lo hago por un puro placer hedonista...
Amo la textura de la comida, su olor, el rito de prepararla para un ser querido.
Y si no requiere demasiada elaboración, me encanta comerla con ganas, con hambre, y sin el apuro de tener que salir corriendo a cualquier lado.
Ejemplos en ambos casos:
- El mate en solitario por las mañanas, preferiblemente cuando no hay nadie en casa...
- El olor y el calor de la taza de café con leche
- Rúcula estrujada con los dedos, en una fuente perfumada de ajo (las verduras amargas me pierden)
- Espinacas con champignones y tomate cherry
- Cualquier ensalada con huevo duro
- La masa de las pizzas y las tortas fritas, y cómo los dedos se hunden sin pegotearse
- El salteado de las cebollas y morrones cuando comienzo una salsa, y la sazón cuando estoy terminando
- Muzzarella chorreante, en la temperatura justa
- Sopa con hilitos de huevo batido
- Guiso con lentejas o mondongo, bien cargado, en un día de invierno particularmente frío
- Sandwiches en pan francés recién horneado
- Pan con chicharrones!!
- Conservas con algún picante (repollitos de bruselas, berenjenas, pickles, jalapeños, aceitunas)
- Caballa directamente de la lata... Palmitos también
- El juguito que queda en la sartén cuando cocinás bife frito, o el de la ensalada criolla (tomate cebolla y morrón. No la salsa; la ensalada)
- Puré de papas, zanahoria y calabaza condimentado por mi mamá
- Las papas fritas que hace mi hermano
- Las tartas de zapallitos y choclo de mi hermana
- Cualquier cosa que se pueda comer tomándola con los dedos
Pero uno de los ritos supremos y más antiguos en mi vida es sin duda, el asado hecho por mi papá. Si es de noche, con el vermouth junto al fuego. Si es de día, el mate sentada en el parche de césped del patio de Entre Ríos. Pronto vuelvo a esos ritos...
Qué poco se necesita para ser feliz.
¿No es cierto?