El impacto fue tan fuerte y sordo que dudó si realmente lo había sentido.
Al día siguiente despertó y había un orificio minúsculo en la coraza de autocontrol y cotidianeidad con la que encaraba el mundo. Como siempre, dejó para reparar el agujero al día siguiente, sin preocuparse de esa molestia que crecía y crecía, y que a veces la obligaba a detenerse como si el aire le faltara, como si no hubiera otra cosa en el mundo que quisiera hacer, más que gritar, rajarse las venas y dejar que toda su sangre brotara hacia afuera para limpiarlas de tanta presión, de tanta miseria, de tanta angustia acumuladas.
Y hubo una grieta y todo el dolor, la oscuridad, el fuego, el hielo, las palabras atragantadas, las sensaciones desordenadas, la paz, el rencor, lo reprimido, la energía, el agua agitándose a borbotones rompió las paredes de ese dique que era el centro mismo de su Universo y la arrastró durante un largo rato.
Y aunque trató de resistir con la última fuerza de sus coyunturas, con los músculos doloridos de la voluntad y la represión, se dejó llevar, se arrasó a sí misma hasta los cimientos, quemando todo a su paso, dejando apenas una hoja más en blanco donde volver a empezar, y reescribir todo de nuevo: el dolor, la oscuridad, el fuego, el hielo...