domingo, diciembre 17, 2006

Tiatá

Ella estuvo allí cuando nací, estrangulada por el cordón y llorando de calor un 21 de marzo de 40º a la sombra.

Fue una madre para mi mamá, la segunda madre de dos generaciones en mi familia.

Se llamaba Amalia, pero le decíamos simplemente "la tía". De chica, deformé las sílabas para llamarla Titi, o Tiatá. Vivía en la casa de mis abuelos, en la pieza que había sido de mis tíos mellizos antes de casarse.
Cuando yo era muy chica también viví allí... pero al otro lado de la casa, en una dependencia sobre el patio. Y en las noches de invierno, ya nacidos mis hermanos, me despertaba de madrugada y atravesaba la galería (mis tres años de pies descalzos, piernas regordetas y bombacha de goma con pañal de tela), cruzaba la cocina, el living y el dormitorio de mis abuelos para llegar hasta su cama. Ella ni siquiera se despertaba; con un reflejo automático abría las sábanas y me hacía un lugar para que yo durmiera junto a ella.

Ya para ese entonces había comenzado a quedarse ciega. La diabetes cobraba su precio, pero no me di cuenta hasta que tuve unos años más; ella dejó de llevarnos a la plaza a comprarnos Operas, y me acariciaba la cara y el pelo con una sonrisa triste.

Siempre estuvimos cerca. Ella fue el testigo privilegiado de las sombras y las pequeñas glorias de Kuki y sus hijos. Ella estuvo ahí cuando todo se quebró, cuando me apareció una hermana de la nada, cuando me hice señorita, la noche de mi primer beso, y la tarde en que Paula trajo la noticia de su embarazo.

Tenía una huerta en la que me encantaba estar, y cultivaba la radicha más rica que haya comido en mi vida. Siempre que viajaba a Entre Ríos, me esperaba con un frasco de dulce casero y una bolsita de radicha.

Era la última sobreviviente de lo que alguna vez fueron las fiestas de fin de año multitudinarias en casa: desde hace al menos cinco años, Tía Amalia era la única que compartía nuestra mesa de Navidad. Y estas Navidades van a ser especialmente duras sin ella.

Este año, parte de su corazón murió con Maruca, su hermana del alma, que nos dejó en marzo. Se fue apagando a fuerza de melancolía, su corazón fallaba, el azúcar comenzó a emperrarse en sus venas, y hace dos semanas empezó a transitar ese calvario que nunca quisimos que atravesara.

Hace cuatro horas, en un hospital público de mi ciudad natal, se nos fue la Tiatá como epílogo de una de las tormentas más fuertes del año. Se fue con el agua, y la dejamos ir.

Hoy me desperté con dos presagios en el alma. Mientras escucho a Marilion y Ebba Forsberg, escribo sin dar crédito a mis dedos, un adiós a mi tía del alma... y me como a cucharaditas este dulce de frutillas, que fue el último que me preparó hace apenas un mes, mezclado con lágrimas.

Esta nena de tres años siempre añorará aquellos inviernos, aquella huerta en el jardín, el mate compartido, las charlas, el sol.

Entre tanto, comienza un nuevo día. Sin Amalia. O mejor dicho, con ella para siempre en mi corazón, en un lugar donde podrá descansar merecidamente por la eternidad...



2 comentarios:

Fender dijo...

Ella ya tiene paz. Ojalá quienes la quisieron compartan un poco de esa paz.
Sabés que no creo, pero de hacerlo me gustarìa creer en la reencarnación, y sobre todo, en el karma.
Entre las piezas de su karma hay una chiquita de tres años que lloró de amor escribiendo este post.
Y varios lloramos con vos...
Así que la cadena puede ser infinita...

Arwenkina dijo...

Amiga, para variar me hiciste llorar.
Sobretodo porque contas una parte de ella donde se ve todo el cariño que tenia por ustedes y ustedes por ella.
Tuve la posibilidad de conocerla hace casi un año, pero como dejas ver en tu relato ya era la sombra de lo que habia sido.
Fuerza, ella esta mejor ahora.
Besos
Vero