Aunque parezca ciega, o abstraída del mundo, voy bastante atenta por la calle y por la vida en general. Ser perceptiva ayuda mucho, sobre todo cuando hay que adaptarse a personas, situaciones y cosas que no dejo de sentir como ajenas.
A diferencia de otra gente hipersensitiva, no llevo la percepción como una carga. No me cargo. Trato de mantenerme, dentro de los arranques, lo más impoluta posible. No siempre lo logro, claro (ahí está Aki para confirmarlo a quien quiera), pero al menos trato de que el daño colateral de mis arranques tenga la menor relevancia posible. No contaminar, como quien dice.
Mis afectos trataron de inculcarme desde chica lo que aprendí eventualmente a solas en la adolescencia y la adultez (es válido el término en mi caso? Ni idea); estar atenta, observar, aprender y sobre todo pensar. Pensar bien las cosas. Leer, escuchar, razonar. En este sentido, me resulta bastante fácil percibir en mi entorno la insatisfacción permanente de algunas personas.
Hace algunos días, mientras caminaba, tarareaba para mí esa maravillosa canción a capella que titula uno de los discos de Sinead O'Connor que más me gusta: "I do not want what I haven´t got" (No quiero lo que no tengo). Esquivaba gente, caminando las mismas veredas de distinta manera y llegué a destino con esa canción en loop.
A veces me toca ir hasta un lugar particularmente deprimente... una empresa multinacional de modernas y asépticas instalaciones, con cuyas subordinadas no me gusta mucho tratar. Todas trasuntan una expresión de incomodidad perpetua que se agudiza cuando mi informalidad fuera de moda les golpea en la cara. Entré con mi bolsita, Nokia 1100 en ristre, y por primera vez una persona diferente me salió al paso.
Ni siquiera era nueva. Recordaba haber visto su nombre escrito en el listado otras veces, pero no me había tocado tratar con ella. Mi jefe suele decir que soy demasiado perdonavidas (claro... qué le hace una lancha más al Tigre) y que me dejo engañar fácilmente por las primeras impresiones agradables. Que posiblemente detrás de una sonrisa y un "cualquier cosa avisame" se esconden la puñalada trapera y el "mejor que no me vuelvas a llamar, porque no pienso atenderte".
(No me dice nada nuevo, claro. Posiblemente nunca sepa que yo apañé muchas veces el engaño ajeno, con la esperanza de que esas personas me sorprendieran con un buen gesto. Prefiero absorber el costo de la decepción y culparme por ella).
Esta chica es distinta, se le nota desde una informalidad que saluda a la mía a la par. Podría ser una prima lejana, sólo que más bajita. Estas paredes no la contienen. Mira a los ojos cuando habla y está increíblemente tranquila, pese a la tensión que se respira en esas confortables oficinas pintadas de amarillo y gris. Cuando ofrece ayuda, lo hace genuinamente; lo comprobaré al llegar a mi puesto de trabajo, diez minutos después, cuando el correo electrónico que prometió mandar parpadee en mi bandeja de entrada.
Y cuando salgo a la calle, ya no me pesan tanto las miradas abatidas y serias de los cientos de chicos y chicas de mi edad, trajeados ellos pese al calor, subidas ellas a sus elegantes botas de caña alta (posiblemente y con suerte, su única preocupación a fin de mes). Ahora entiendo un poco mejor. Estoy metida en medio de una carrera por tener, por aspirar a más, en la que estorbo a mucha gente. Trato de correrme para que no me pisen, intento demostrar que no soy una amenaza para nadie, mantengo altas mis propias aspiraciones un poquito distintas al resto.
A diferencia de otra gente hipersensitiva, no llevo la percepción como una carga. No me cargo. Trato de mantenerme, dentro de los arranques, lo más impoluta posible. No siempre lo logro, claro (ahí está Aki para confirmarlo a quien quiera), pero al menos trato de que el daño colateral de mis arranques tenga la menor relevancia posible. No contaminar, como quien dice.
Mis afectos trataron de inculcarme desde chica lo que aprendí eventualmente a solas en la adolescencia y la adultez (es válido el término en mi caso? Ni idea); estar atenta, observar, aprender y sobre todo pensar. Pensar bien las cosas. Leer, escuchar, razonar. En este sentido, me resulta bastante fácil percibir en mi entorno la insatisfacción permanente de algunas personas.
Hace algunos días, mientras caminaba, tarareaba para mí esa maravillosa canción a capella que titula uno de los discos de Sinead O'Connor que más me gusta: "I do not want what I haven´t got" (No quiero lo que no tengo). Esquivaba gente, caminando las mismas veredas de distinta manera y llegué a destino con esa canción en loop.
A veces me toca ir hasta un lugar particularmente deprimente... una empresa multinacional de modernas y asépticas instalaciones, con cuyas subordinadas no me gusta mucho tratar. Todas trasuntan una expresión de incomodidad perpetua que se agudiza cuando mi informalidad fuera de moda les golpea en la cara. Entré con mi bolsita, Nokia 1100 en ristre, y por primera vez una persona diferente me salió al paso.
Ni siquiera era nueva. Recordaba haber visto su nombre escrito en el listado otras veces, pero no me había tocado tratar con ella. Mi jefe suele decir que soy demasiado perdonavidas (claro... qué le hace una lancha más al Tigre) y que me dejo engañar fácilmente por las primeras impresiones agradables. Que posiblemente detrás de una sonrisa y un "cualquier cosa avisame" se esconden la puñalada trapera y el "mejor que no me vuelvas a llamar, porque no pienso atenderte".
(No me dice nada nuevo, claro. Posiblemente nunca sepa que yo apañé muchas veces el engaño ajeno, con la esperanza de que esas personas me sorprendieran con un buen gesto. Prefiero absorber el costo de la decepción y culparme por ella).
Esta chica es distinta, se le nota desde una informalidad que saluda a la mía a la par. Podría ser una prima lejana, sólo que más bajita. Estas paredes no la contienen. Mira a los ojos cuando habla y está increíblemente tranquila, pese a la tensión que se respira en esas confortables oficinas pintadas de amarillo y gris. Cuando ofrece ayuda, lo hace genuinamente; lo comprobaré al llegar a mi puesto de trabajo, diez minutos después, cuando el correo electrónico que prometió mandar parpadee en mi bandeja de entrada.
Y cuando salgo a la calle, ya no me pesan tanto las miradas abatidas y serias de los cientos de chicos y chicas de mi edad, trajeados ellos pese al calor, subidas ellas a sus elegantes botas de caña alta (posiblemente y con suerte, su única preocupación a fin de mes). Ahora entiendo un poco mejor. Estoy metida en medio de una carrera por tener, por aspirar a más, en la que estorbo a mucha gente. Trato de correrme para que no me pisen, intento demostrar que no soy una amenaza para nadie, mantengo altas mis propias aspiraciones un poquito distintas al resto.
El día que cobre mi aguinaldo, posiblemente salga corriendo en un viaje frenético al verdadero culismundis, no a una ciudad donde se amontonen más de los mismos... O buscaré más libros, o decidiré por fin comprar los estantes que nos hacen falta para los que ya no tienen más lugar en la casa. No me haré la falsa esperanza de ahorrar para un auto o para mudarme de ciudad ... todavía no es el momento. No llegué donde debería, no es realista meterme a pensar en una vida que no es mía y tampoco quiero vivirla a cuenta.
Simplemente, quiero lo que tengo y no voy a preocuparme por lo que no tengo a menos que realmente me haga falta. Y no es por escasez de ambición. Quiero, como esa extraña en las oficinas de la multinacional del stress, vivir a mi tiempo. Que corran los otros al ritmo de la ambición ajena, y yo miraré pasar los días que me acercan a mi objetivo vital con la serenidad de quien sabe que todo llega.
Simplemente, quiero lo que tengo y no voy a preocuparme por lo que no tengo a menos que realmente me haga falta. Y no es por escasez de ambición. Quiero, como esa extraña en las oficinas de la multinacional del stress, vivir a mi tiempo. Que corran los otros al ritmo de la ambición ajena, y yo miraré pasar los días que me acercan a mi objetivo vital con la serenidad de quien sabe que todo llega.
6 comentarios:
Con el paso de los años, necesito y quiero menos cosas, pero cada vez soporto menos mis propios defectos, en eso si soy ambiciosa...
¿Cuánto cuesta la perfección? :P
China, QUÉ GUSTO encontrarte por aquí nuevamente!! Lo que describís es bastante típico del crecimiento, mal que me/nos pese.
Tu perfección está ahí nomás. Buscala, mimala, seguila. Y mientras te sirva a vos, los de afuera serán de palo.
Qué monada de post. Lindo y valiente decir que querés lo que tenés y no te interesa por ahora lo que no te hace falta de verdad. El problema es que con frecuencia uno pierde la perspectiva de lo que necesita en realidad. En fin. Por mi parte, yo no tengo el sueño de la casa propia... y no sé si eso está mal o bien o si no importa. (Sí tengo el sueño del par botas de caña alta a fin de mes, y el de una campera lila que vi en Falabella). Me pasa también esto de sentir oleadas de insatisfacción, casi pegajosa. Me pasa en el subte sobre todo. Miguelito el de Mafalda es un capo cuando habla del "propio pastito interior". Besos!!
Que bueno esto. Estoy pasando por esa cuestion justo ahora y la verdad que a mi tampoco me interesa lo que no tengo. En cambio me encanta lo que tengo y por primera vez eso vale mas que lo que hay que conseguir.
Es muy buena esa sensacion,pero...
No estamos acostumbrados. Es una cosa culposa. Como si estar bien con uno estuviera mal.
Con que paciencia te tomas esa oficina "Amarilla y gris", es como la linea H con escritorios. Un asco.
Siga por ahi che...asi envalentona a gente como uno que tambien es feliz en el lugarcito que se construyo.
Ah!! como te animas a decir que aspiras a mas! estorbo es poco para los hombrecitos grises: acostumbrate a ser maltratada, pero siempre con la sonrisa de a palabras necias oidos sordos.
Me fascino leerte que tienes la serenidad de quien sabe que todo llega. besos
Ana: Qué monada de respuesta ^_^. La verdad es que todos tenemos necesidades diferentes y vamos en pos de ellas a nuestro modo. Ocurre que a veces perdemos la perspectiva de nuestra verdadera necesidad si empezamos a rozarnos con otra gente o a frecuentar distintos ámbitos (la socialización, antropológicamente hablando, tiene su precio). A veces incluso perdemos la perspectiva del camino para satisfacer esa necesidad, e incluso tomamos por inercia la velocidad ajena. El pastito interior viene bárbaro en momentos donde nos empezamos a dar cuenta de esa contaminación externa que precede a la angustia. Qué bueno sería tenerlo presente más seguido, no?
Pablo: En distintos trabajos me he cruzado con gente que piensa que soy conformista por no ir detrás de lo mismo que ellos, o por no envidiar ciertas cosas. Te tachan de poco ambicioso, y uno (o una) que es un poco alérgico a la palabra "conformismo" o a que le tomen por mediocre, medio que se espanta. Hay que perderle el miedo a eso. Y en cuanto a la oficina... ya me acostumbré. Me daría más miedo que fuera mi lugar permanente, y no uno de paso.
Minombre: La serenidad va y viene, pero las cuestiones objetivas quedan. Mirarse al espejo cada día y tenerlo presente, aunque todo esté negro o gris; que la sonrisa se quede guardada no importa, ya tocará el momento de sacarla a lucir. Como mantra me vino funcionando bárbaro.
Gracias a todos por pasar... mil gracias :-)
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