Soñé con una casa nueva de aberturas de madera pintadas de blanco, mucha luz y olor a libros abiertos. La ventana daba a algún lugar verde: parque, plaza, pasaje. Recuerdo el verde y el azul del cielo con sus nubes. Los colores eran terriblemente vívidos.
Soñé que lo perseguía por toda la casa nueva sacándole fotos (justo yo!): de pie junto a la ventana tomando mate, tirado en la cama leyendo, cocinando, fijando estantes a la pared, saliendo del baño.
Soñé con una minivan en la puerta y un viaje largo de vacaciones, con la conciencia perfectamente tranquila y sin preocupaciones apremiantes.
Tuve un sueño tan parecido a cómo me imagino una vida potencial, que me desperté tarde para ir al trabajo con una sensación casi premonitoria.
Y me acordé de haber leído hace muchos años, en un librito de esos pecaminosos a los que ya referí en algún post viejo, algo sobre la potencia de la proyección, que lleva a la concreción de esos mismos deseos proyectados.
Lo pensé con una diferencia de milésimas de segundo respecto del momento de abrir los ojos. Fue como si me hubiera acordado de algo: no sé exactamente qué. Quizá un viejo orden de cosas, un estado antiguo de mi cabeza en el que todo era posible porque estaba teñido de un optimismo virulento.
Me acordé que alguna vez tuve la capacidad de hacer que las cosas sucedan.
Y esa sola idea, sumada al sueño, a los colores brillantes en los que veía todo en sueños, alcanza para elevarme el alma, recargarme las pilas y hacerme reir. Mucho.
Es hora de recuperar la alquimia de los sueños, esa que da la capacidad de hacerlos realidad.
Soñé que lo perseguía por toda la casa nueva sacándole fotos (justo yo!): de pie junto a la ventana tomando mate, tirado en la cama leyendo, cocinando, fijando estantes a la pared, saliendo del baño.
Soñé con una minivan en la puerta y un viaje largo de vacaciones, con la conciencia perfectamente tranquila y sin preocupaciones apremiantes.
Tuve un sueño tan parecido a cómo me imagino una vida potencial, que me desperté tarde para ir al trabajo con una sensación casi premonitoria.
Y me acordé de haber leído hace muchos años, en un librito de esos pecaminosos a los que ya referí en algún post viejo, algo sobre la potencia de la proyección, que lleva a la concreción de esos mismos deseos proyectados.
Lo pensé con una diferencia de milésimas de segundo respecto del momento de abrir los ojos. Fue como si me hubiera acordado de algo: no sé exactamente qué. Quizá un viejo orden de cosas, un estado antiguo de mi cabeza en el que todo era posible porque estaba teñido de un optimismo virulento.
Me acordé que alguna vez tuve la capacidad de hacer que las cosas sucedan.
Y esa sola idea, sumada al sueño, a los colores brillantes en los que veía todo en sueños, alcanza para elevarme el alma, recargarme las pilas y hacerme reir. Mucho.
Es hora de recuperar la alquimia de los sueños, esa que da la capacidad de hacerlos realidad.
2 comentarios:
Notable, a mí esos sueños me provocan una melancolía que nubla la realidad hasta bien pasado el mediodía. Como despertarme de una pesadilla siniestra me alegra (por no haber pasado realmente por la situación planteada), el caer en la cuenta que no hay dos docenas de amazonas solícitas a mis deseos más sublimes y más viles (al decir de Les Luthiers), me desilusionan un poco.
Igual, en cuanto conecto con la realidad (mi realidad), me doy cuenta que mi psique se queja de llena, como un gordo que habla de comer cuando todavía tiene un colgajo de centolla en la barbilla.
Que quede esto entre usted y yo :-)
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