martes, mayo 11, 2010

Sangrar conmigo

Me levanto a la mañana cuando apenas sale el sol. Kilómetros al norte, se apaga una (otra) vida y de la forma más inesperada, no me afecta enseguida. Al levantarme soy una, otra, la misma que fui ayer y la semana pasada, la de hace tres o diez o quince años atrás. Me peino, me pongo una vincha para no atarme el pelo y las mismas zapatillas medio rotas de ayer.
Subo al colectivo y mato los minutos leyendo "El eternauta".
Estoy contenta porque hace un par de días no siento ese mareo molesto culpa de las cervicales (que no duelen pero joden igual) y entonces suena el teléfono y tengo que salir porque el corazón me late fuerte y se me llena el cuello de manchas rojas como siempre que estoy nerviosa o excitada.
Las lágrimas encuentran el camino; yo ya no veo nada. Otra vez ella: recurrencia número uno, causa primera de muerte. Recuerdo sin que venga a cuento el frío de ayer en la nuca cuando no había una sola coladera de aire y la vieja sensación de que la parca me stalkea justo cuando menos pienso en ella. El segundo recuerdo es feliz y huele a tripa cruda, a carbón y a pasto cortado, a agua con cloro y sol en los frutales.
En el presente soy yo en medio del pasillo gigante de una fábrica cuadrada donde por suerte nadie está circulando. Soy yo y la cara deformada por el llanto que mis manos secan furiosas mientras camino de regreso a mi puesto de trabajo.
Suena de fondo Julieta Venegas y lo único que puedo escuchar es el estribillo que se repite deforme "di-me-si... quisieras sangrar conmigo ooo, oooooohhh, cuéntame si quisieras sangrar conmigooo".
Quisieras. Sangrar. Conmigo.
Sangrar. Sangrar. Sangrar conmigo.

Ojos claros al cielo, apagados para siempre.

Morir sangrando, morir matando.

1 comentario:

Mona Loca dijo...

Uy!
Bueno...te dejo un beso grande...

No sé qué más decirte.

Otro beso.