lunes, julio 12, 2010

Enfolding

Vuelve el frío y camino. Es lo que mejor me sale, lo que hago incluso cuando estoy quieta: caminar. Camina mi cabeza, mi cerebro como esponja de celulosa, resbaloso y denso y empapado de nada, de todo.
Caminan mis dedos.
Caminan mis oídos, mi paranoia en ese Rapipago donde estoy atrapada momentáneamente, Rapipago que acaba de dejar un cliente enojado, tan enojado que estoy segura que va a regresar enseguida con un martillo para romper la puerta, con una bazooka o al volante de un colectivo para matarnos a todos.
Camina mi imaginación detrás de los espejos. Caminan mis piernas atrapadas en un atuendo impropio. Desafiante, echo los hombros hacia atrás demostrando que no me importa estar metida en esta ropa, en este cuerpo prestado, y me invento que estoy protegida por un campo de fuerza invisible y que no estoy pensando en nada, absolutamente nada.
Caminaban hace unos minutos las suelas de mis zapatillas sucias por la misma plaza donde años atrás otro calzado jugó a mimetizarse con las raíces de un ombú mientras las palabras se me hacían rizos, a la vez, y yo era un barrilete pura cola buscando enredarme en tu dedo.
El reloj de la Torre de los Ingleses marcando las 17.20 y en mi retina un nombre propio, Esquel. Más otros dos nombres al que quiero sumar el tuyo, más esa carpa que sueño comprar en primavera para compartir con vos.

Pienso en el clavijero que me vas a enseñar a poner, si tenés la paciencia de soportar mis ojos pendulando entre tus dedos y tus propios ojos concentrados, uno de estos días en la guitarra criolla. Pienso que no quiero perder los callos nunca más. Tropiezo en Suipacha a la altura del Tita Merello, que ya no está y es otra ausencia que me pone triste y me hace pensar cuál fue la última película que fui a ver allí... "De quién es el portaligas", eso. Un seis, un siete con toda la furia, y que le besen el pupo a la Ricci porque fue gracias a ella. ¿Y en el Cosmos, qué fue lo último? Ni una década en Baires y ya he visto desaparecer lugares que empezaban a ser míos y que fueron de tanta gente, tanto tiempo. Gandhi, el América, que ni para eventos quedó. Las cuponeras del Hoyts a veinte pesos, las salidas foreras de jueves a lunes.

Me acuerdo de todo a fuerza de pensarlo todo, siempre, a fuerza de caminarme la cabeza ida y vuelta. A veces siento que estas múltiples Yo que se envuelven una dentro de la otra, bien apretadas en un abrazo cómodo, son mi manera de no olvidarme de nada: creer que todo le pasó a una Otra Yo lejana y próxima. Porque si no, no podría recordarla con este nivel de detalle.
Labial protector para el frío, pienso en "La campana de cristal" y "ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí". Estoy tan lejos de las publicidades de la tele y de la radio. Nadie me conoce. Sonrío. Nadie entendería cómo se hila este matete que me lleva inevitablemente al jueves, 16 horas, un punto más de inflexión porque sí. Porque puedo. Porque lo mío no es la sinestesia exaltada de los químicos, sino la química tramposa de mis propias neuronas.





1 comentario:

Fodor Lobson dijo...

I Love Ben Folds!!!

(tenía que decirlo)

Y no se crea que su post queda atrás, no, no, también mencantó, y I could totally relate to it. Caminar es para mi una terapia, cuando camino se me aclaran las ideas, caminar y pensar, son casi la misma cosa...