domingo, febrero 13, 2011

Verano en Buenos Aires

Verano en Buenos Aires, ocho años después. Sin pantalones blancos, pero todavía con trenzas. Sin guita, como entonces... pero al menos con laburo. Con amigos de aquel tiempo, más amigos que nunca, y casi todos ellos con sus circunstancias cambiadas. Ya no aquel grupo de solteros alegres de joda corrida, miércoles a lunes, cine en el Abasto con Musimundo como punto de encuentro. Ya sin entradas garroneadas a cinco pesos para que rindieran más, o mirar los platos de los otros en el patio de comidas porque no había con qué comprarse nada. Ahora, de vez en vez, compartimos recitales y un par de ritos al año, más fiestas, más cenas. En ese entonces no teníamos celulares y nos llamábamos a casa o mandábamos mails organizando encuentros. Ahora un teléfono y el mail suelen ser la única manera de sostener aquel contacto. Siento que dejé atrás la fase Secundaria y pasé directamente a Padres y Madres de Familia con ese grupete loco de febrero de 2003. Para organizar una cena hay que planificar las agendas. Y está bien, porque en todos estos años recuperé un espacio propio que me ayudó a armarme. Y porque sé que están allí, y que ellos cuentan conmigo. Es suficiente.

Verano en Buenos Aires. Palomas estampadas en el pavimento. Horas diurnas de encierro y salidas vespertinas. Volver a leer, a escribir, a jugar, a agitar viejos fantasmas. Verano rueda de la fortuna: estación del éxito laboral y el infortunio personal. Buenas y malas noticias invertidas. Lo que me acerca al mar me aleja de vos, y así sucesivamente. Mala época para vacas flacas y ya vendrán tiempos mejores. Frases hechas sobre culpa, sobre remordimientos, sobre inquietudes que no puedo manejar porque no son mías. Mala estación, el verano; malo cada preludio de cuaresma. Malo el calor. Mala vibra. Bueno esto de tenerte de amarre, de ancla. Esta alma libre mía jamás se sintió más segura que ahora, sabiendo que puede volver a enroscarse en tu dedo. Hacés amigable hasta las malas estaciones de cada año juntos.

La montaña rusa, en marcha nuevamente y conmigo en la parte más alta, me da la pauta de que acá empezó todo. Otra vez.
Y yo solamente pido que todo pase.
Que termine.

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