domingo, marzo 04, 2012

Sobre el no-amor.

El amor es difícil. Cuesta amar. Por eso es un bien tan preciado y no debe ser tomado ni brindado a la ligera. Aquel que quiera amar debe estar dispuesto a obrar en consonancia.
Surge muy fácil el amor cuando los vientos son favorables, cuando hay salud y equilibrio y dicha. Surge muy fácil cuando hay empatía y los defectos y virtudes se alinean sin esfuerzo. Se enraiza con mucha fuerza, aunque provisoriamente, en los espíritus volubles, proclives al vaivén emocional; los mismos que rebotan sin escalas hacia el temor o el odio. Así, por una perversión de la simpatía cósmica, el que hoy está triste desearía que todos se ahoguen en mierda y el que está feliz necesita que todo su entorno sea feliz, y si las cosas no salen como él las siente, entra en pánico intentando organizar el caótico entorno que todavía sufre los coletazos de su depresión anterior. O siente culpa de ser feliz, lo mismo da.
No suele entenderse que el amor es un mecanismo de lo más sencillo: el que recibís es igual al que das. El problema se plantea cuando el amor que se pretende es el de una sola fuente (persona o colectivo de personas). Así, una mujer que llora por un desengaño amoroso piensa que nadie la quiere, mientras sus amigos y familia alrededor se desviven por demostrarle afecto; un hombre ignora a sus hijos devastado por el desprecio o indiferencia de su pareja; hay quien se desvive por el reconocimiento y el amor de un amigo puntual relegando a los otros, y una abuela llora por uno de sus nietos aunque tenga a los demás dispuestos a acompañarla.
El amor nos rodea todo el tiempo. Incluso cuando estamos solos. Incluso en momentos oscuros donde no se puede ver claramente la salida a una situación de espanto. Y sin embargo es tan fácil darse cuenta de las señales de amor allí, a la mano. Pareciera que el ser humano está programado para ignorar sistemáticamente su propio anhelo, o quizá sea que necesita no ver la luz para atravesar algún tipo de duelo.
El amor también está en la mano firme de quien te ayuda a levantarte con algún gesto de admonición. Está en el que calla para protegerte de sí mismo. Está en las cosas que nunca te acordás que hiciste por otros hasta que viene el rebote del karma y te inunda de una luz inesperada.
El amor no está en las palabras vacías, en la catarsis egoísta, en la verborragia apasionada del post coito, en la ebriedad del momento del encuentro. Ahí, en esos instantes, está apenas la semilla del amor lista para germinar. El resto es esfuerzo. Remarla. Cultivar el día a día con otros sentimientos y cualidades.
Conozco tantos optimistas del amor que se quedan a medio camino, pensando que el afecto se riega solo, se cuida solo... y que después vienen a patalear un reclamo absurdo, como si el amor fuera un derecho adquirido. (Como en este mundo todo tiene que ver con todo, algo dije ya por aquí cuando hablaba del amor fraternal y filial).

Todo lo que no es amor no siempre es odio. A veces es... no-amor. No sé cómo describirlo mejor. El amor enfermizo que te profesa una persona violenta, por ejemplo; y esto lo digo pensando en algo que acabo de leer y que siempre cruza mi cabeza en algún momento del día.
El amor que eclosiona atado a algún tipo de obsesión, a la furia, a los sentimientos negativos, es la peor forma del no-amor. Asociado a cualquiera de estas llagas vivas, el amor se pudre y se pervierte derramándose en el entorno con consecuencias peligrosas para cualquiera que esté en el radio de influencia de semejante enfermedad. El no-amor contamina todo lo que toca. Perjudica a los directamente involucrados y al entorno, especialmente a los niños. 
El paradigma, MI paradigma del no-amor, es este. El del violento. 
El individuo violento muchas veces no percibe que lo es. Se siente equilibrado. Justifica su explosión en el otro: siempre fue el otro el que tuvo la culpa. 
Aunque pida perdón, no perdona al otro por "provocarlo", por dejarlo expuesto; su pedido de disculpas no es sincero, ya que no se siente culpable. Nunca lo es. 
Si la persona que tiene al lado es mansa, o su ventaja física y psíquica sobre ella es evidente, su coartada se cae (ya que no hay cómo justificar las explosiones con esa persona, llámese pareja o niños). Entonces, la culpa es de la infancia de mierda que tuvo, porque su padre le pegó o porque las malas juntas, o porque otro adulto abusivo... 
El violento es muy sensible, sí: pero llora sólo por sí mismo. Pide siempre comprensión, tolerancia, paciencia, perdón... pero es incapaz de sentir empatía por el dolor del otro o sus necesidades.  
El otro, los demás, son cosas. Cosas que el violento necesita, como se necesita poseer algo. Son público: él es el único actor posible en el escenario de la vida. Que nadie se atreva a robarle el protagónico, que nadie se atreva a negarle lo que pide. Con suerte, pide "sólo amor". El problema es que no hay medida que lo llene.  
Estos individuos no pueden percibir el amor que reciben porque no se sienten capaces de brindarlo. De hecho, no lo brindan aunque se esfuercen. Aunque verdaderamente se esfuercen. Viven frustrados porque nunca están conformes. Nunca están conformes porque no se preguntan realmente qué es lo que está mal. Creen que lo que está mal está siempre afuera, no se interpelan a sí mismos. No entienden que el problema son ellos. 
Entonces, de nuevo, la culpa afuera. El pato lo pagan los seres más queridos, los únicos que están cerca.
Vuelve la violencia: verbal, física, psicológica. Nunca me das lo que te pido. Ves que no servís para nada. No me acompañás. No me entendés. Sos un hijo de puta, mirá lo que me hacés hacer, sacás lo peor de mí. Yo que te doy todo. Hoy estoy de malas, ni me mires... me estás mirando, ¿ves que me estás provocando? Salí de mi vista. ¿Por qué no me querés? No me importa nada, ya estoy jugado, la vida se terminó para mí. ¿Vos sufrís? ¿VOS estás mal? ¿¿Y yo??

No hace falta leer ningún libro de psicología para entender que el primer objeto de amor, cuando empezamos a desarrollar la conciencia del otro, es uno mismo. Ni más ni menos que uno mismo.
El que manifiesta alguna de las formas de no-amor ha fallado en este sencillo primer precepto, porque no se ama a sí mismo. Se quiere y se valora de mala manera. Ha sido su primera víctima, pero no será la última. 

Hasta que aprenda a amar.
Si aprende.



2 comentarios:

Sabina dijo...

Siempre me pregunté qué pasaría si al violento/a le devolvieran violencia. Creo que no funciona mucho rato una pareja en la que los dos se maltratan, creo que el violento funciona con una sumisa y viceversa.
Me pregunto también si existe la sanación de las personas violentas; sí creo que pueden curarse las violentadas, las que se creen merecedoras de los golpes y los insultos.

Me has dejado pensando Cass...

Cassandra Cross dijo...

Sabi, me alegra que estas palabras ayuden a pensar un poco más sobre el tema. Yo lo tengo en mi cabeza más o menos todos los días desde mi infancia, porque soy una persona intrínsecamente violenta que se propone sostener un compromiso de cambio en el tiempo. Si interpelo al violento es porque emtiendo cómo piensa o qué siente; es muy difícil que las personas no violentas puedan llegar a intuírlo (a menos que haya alguna preparación o estudio previo).
Las personas violentas no siempre buscan personas sumisas o débiles. Muchas veces encuentran la debilidad justa en una persona absolutamente dominante (incluso podría ser un par) y es con la acción del tiempo y de su psicopatía que consiguen quebrar a la víctima y establecer el dominio. Quizá para con el resto del mundo la víctima conserva su temperamento habitual, pero inserta en el círculo inmediato del agresor está indefensa, desarmada.
La mayor cualidad del violento es modelar el entorno a su placer: no vive para otra cosa. Y la única forma de confrontarlo es quitándole ese entorno (algo similar a las famosas "intervenciones" que se hacen a los adictos a las drogas o quienes sostienen un hábito autodestructivo).
La violencia una vez enquistada es sumamente difícil de erradicar. Como su internalización es conductista (es decir, producto de la generación de un patrón de conducta por repetición, como el condicionamiento pavloviano)y por lo general de larga data, y como además actúa sobre la autoestima de la víctima destruyendo la totalidad o parte de su personalidad, te diría que es casi tan difícil curar a un violento como a quien es violentado.
Yo estoy convencida de que cualquier persona violenta que sea capaz de reconocerse como tal, tomar conciencia del daño al entorno y generar un propósito en sentido contrario a su tendencia, está prácticamente salvada. El problema es cuando está expuesta a la retroalimentación de una víctima habitual, connivente y/o conviviente, ya que esto completa un círculo perverso del que es casi imposible salir. Que la víctima se abra del pacto es una posibilidad, pero ¿qué le impide al violento hacerse de una nueva víctima rápidamente? Allí es donde deben tomar acción otros miembros del entorno por medio de la "intervención", ya que las probabilidades de mejorar suben.
De cualquier manera, soy muy escéptica al respecto... aunque tan optimista como para no perder jamás las esperanzas.

uf... no sé si se entendió algo de todo esto, pero pucha que me hace bien escribirlo.