En pocos días cumplo cuarenta años.
Los cumplo en la misma ciudad en la que nací, también en medio de una ola de calor. Ni la ciudad ni yo somos las mismas después de veinte años, el tiempo que estuve fuera. Tuve y tengo una familia enorme, en la que la natalidad compensa ampliamente la mortalidad.
Crecí entre la ciudad-pueblo, el campo y el río. El mar del Uruguay durante 15 días en enero, de los 4 años hasta los 19. Jugando con los vecinitos del barrio, con los primos y los compañeros del colegio. Fui una de las primeras promociones mixtas de un colegio de orientación católica en el que hice toda mi educación formal. Fui, también, bastante religiosa hasta la adolescencia; catequesis, primera comunión, confimación, acción católica. Mientras mis hermanos destacaban en gimnasia, yo me dedicaba a los talleres de escritura, canto y teatro. He sido una especie de nerd, una esponja de saberes inútiles, una máquina de desear conocer el mundo. Tengo oído casi absoluto y una facilidad para la música y los idiomas que jamás exploté debidamente.
Tuve un par de novios. Pude irme a estudiar a la universidad. Me casé; mi familia ensamblada comprende actualmente varias geografías. Igual que los amigos. No tengo hijos ni me interesa tenerlos. Escribo casi todos los días desde los cinco años, aunque tuve un par de paradas largas en tiempos de mucho movimiento y cambios, las sufrí muchísimo. Lucho con mi propia cabeza desde que nací al raciocinio. A veces me venzo, muy pocas. Hice terapia, fui al psiquiatra. Viajé por muchos lugares del país, por placer y por trabajo. Tengo amigos en todas las ciudades que conocí.
Soy perezosa para los deportes (en realidad cualquier cosa que implique un reglamento, incluso los juegos de mesa, pierde mi atención al poco rato) pero muy activa en general. Paradójicamente, me encanta leer y podría pasar horas leyendo también. Este es uno de los conflictos más viejos de mi vida. Necesito tener tiempo para escribir y leer, sin dejar de hacer cosas con el cuerpo. Me gusta sobre todo dar largas caminatas al aire libre, con cualquier clima, especialmente en lugar agreste. Me encanta cocinar y comer; podría escribir durante horas sobre mi intensa relación con el alimento.
No me recibí de lo único que estudié. Soy bastante cobarde y vaga para ejercer las pocas actividades que podría basadas en la profesión que elegí en su momento. Supongo que siento que no lo merezco. Que ya a esta altura intentar en este rubro es tirar esfuerzo, que no voy a poder. Desde que entré al mercado laboral siento que estoy allí de prestado, haciendo lo que puedo para sobrevivir bajo cualquier condición que quieran ponerme. Doy mil vueltas para pedir licencia, vacaciones, días por médico. Sigo estando última a la fila de mis propias prioridades.
Tuve un par de novios. Pude irme a estudiar a la universidad. Me casé; mi familia ensamblada comprende actualmente varias geografías. Igual que los amigos. No tengo hijos ni me interesa tenerlos. Escribo casi todos los días desde los cinco años, aunque tuve un par de paradas largas en tiempos de mucho movimiento y cambios, las sufrí muchísimo. Lucho con mi propia cabeza desde que nací al raciocinio. A veces me venzo, muy pocas. Hice terapia, fui al psiquiatra. Viajé por muchos lugares del país, por placer y por trabajo. Tengo amigos en todas las ciudades que conocí.
Soy perezosa para los deportes (en realidad cualquier cosa que implique un reglamento, incluso los juegos de mesa, pierde mi atención al poco rato) pero muy activa en general. Paradójicamente, me encanta leer y podría pasar horas leyendo también. Este es uno de los conflictos más viejos de mi vida. Necesito tener tiempo para escribir y leer, sin dejar de hacer cosas con el cuerpo. Me gusta sobre todo dar largas caminatas al aire libre, con cualquier clima, especialmente en lugar agreste. Me encanta cocinar y comer; podría escribir durante horas sobre mi intensa relación con el alimento.
No me recibí de lo único que estudié. Soy bastante cobarde y vaga para ejercer las pocas actividades que podría basadas en la profesión que elegí en su momento. Supongo que siento que no lo merezco. Que ya a esta altura intentar en este rubro es tirar esfuerzo, que no voy a poder. Desde que entré al mercado laboral siento que estoy allí de prestado, haciendo lo que puedo para sobrevivir bajo cualquier condición que quieran ponerme. Doy mil vueltas para pedir licencia, vacaciones, días por médico. Sigo estando última a la fila de mis propias prioridades.
Tengo problemas crónicos de espalda, sobrepeso, ansiedades varias. Duermo a veces bien y a veces mal. El cuerpo se desmorona pieza a pieza. Esto entraña cosas positivas también: he hecho mucho de lo que siempre quise hacer, de la forma en que quise; el cuerpo es testimonio. Sigo provocando miradas en la calle pero ya no me miran dos veces ni me gritan cosas. Soñaba con este momento. Siempre quise ser invisible para los extraños.
Me gusta decir que en los nueve alineamientos soy caótica buena. O al menos lo intento. Elegí una forma de vida que resulta difícil y desgastante porque combina una necesidad extrema de libertad con un esquema rígido de rituales para encajar en el mundo (no podría haber durado en ningún trabajo o institución formal, si no). En definitiva: todo lo que hago se orienta a tener cada vez menos y conservar lo fundamental, mientras procuro mantenerme fiel a esa parte que llamamos nuestra naturaleza.
Vivo en una casa que es casi exactamente la que siempre imaginé. Planta baja, tres ambientes, una galería, un patio inmenso. Vivo con animales y cultivo cosas. Todos los días despierto inundada de un sentimiento de gratitud que me impulsa a salir de la cama con alegría, aunque el día y sus devenires me vayan amargando a veces. Es el lugar al que siempre quiero volver, no sólo porque es un hermoso lugar sino porque todo lo que amo está allí.
Tuve y tengo muchos amores, pero hace trece años y medio comparto mi vida con uno que es, además, un hogar en sí mismo. Un árbol-casa. Mi contraparte, la voz de la conciencia, una persona que es muchas personas y muchas vidas en una sola. Alguien que debate, discute y sabe cuándo dar la razón sin condescender. Alguien que no acepta un "no quiero pensar", que me obliga a ser honesta conmigo misma aunque eso le juegue en contra.
Este módico balance excluye un montón de cosas que me han configurado desde la adolescencia, pero es adrede. Pude y puedo mantener una privacidad privilegiada (cuando no un secreto hermético) en todo lo que atañe a mi intimidad y lo que me ilumina la existencia, que es mi vida de puertas adentro. La que discurre tras bambalinas, en mis ámbitos personales o directamente dentro de mi cabeza. A veces me agarran ganas de escribir algo, cualquier cosa, y entonces vengo (vuelvo) al blog y salen mis estados anímicos o las listas de cosas que pasan por mi cabeza como el código de un programador o el entramado de fibras de una tejedora del NOA. Así funciono, hija mestiza de las eras analógica y digital. Estoy cableada al mundo a través de lo que conozco, parte insignificante de un Todo muy grande que no va a sufrir cuando falte. Así me pienso cuando pienso en vuelapluma. Sin editar, sin cuidar formas, apenas escondiendo algo de información para seguir partida entre lo concreto y el misterio.
Me gusta decir que en los nueve alineamientos soy caótica buena. O al menos lo intento. Elegí una forma de vida que resulta difícil y desgastante porque combina una necesidad extrema de libertad con un esquema rígido de rituales para encajar en el mundo (no podría haber durado en ningún trabajo o institución formal, si no). En definitiva: todo lo que hago se orienta a tener cada vez menos y conservar lo fundamental, mientras procuro mantenerme fiel a esa parte que llamamos nuestra naturaleza.
Vivo en una casa que es casi exactamente la que siempre imaginé. Planta baja, tres ambientes, una galería, un patio inmenso. Vivo con animales y cultivo cosas. Todos los días despierto inundada de un sentimiento de gratitud que me impulsa a salir de la cama con alegría, aunque el día y sus devenires me vayan amargando a veces. Es el lugar al que siempre quiero volver, no sólo porque es un hermoso lugar sino porque todo lo que amo está allí.
Tuve y tengo muchos amores, pero hace trece años y medio comparto mi vida con uno que es, además, un hogar en sí mismo. Un árbol-casa. Mi contraparte, la voz de la conciencia, una persona que es muchas personas y muchas vidas en una sola. Alguien que debate, discute y sabe cuándo dar la razón sin condescender. Alguien que no acepta un "no quiero pensar", que me obliga a ser honesta conmigo misma aunque eso le juegue en contra.
Este módico balance excluye un montón de cosas que me han configurado desde la adolescencia, pero es adrede. Pude y puedo mantener una privacidad privilegiada (cuando no un secreto hermético) en todo lo que atañe a mi intimidad y lo que me ilumina la existencia, que es mi vida de puertas adentro. La que discurre tras bambalinas, en mis ámbitos personales o directamente dentro de mi cabeza. A veces me agarran ganas de escribir algo, cualquier cosa, y entonces vengo (vuelvo) al blog y salen mis estados anímicos o las listas de cosas que pasan por mi cabeza como el código de un programador o el entramado de fibras de una tejedora del NOA. Así funciono, hija mestiza de las eras analógica y digital. Estoy cableada al mundo a través de lo que conozco, parte insignificante de un Todo muy grande que no va a sufrir cuando falte. Así me pienso cuando pienso en vuelapluma. Sin editar, sin cuidar formas, apenas escondiendo algo de información para seguir partida entre lo concreto y el misterio.
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