Podría decirse que a nuestra peculiar manera de estar en el mundo le faltaba una pandemia. Lo último que escribí omitía la amenaza en ciernes, nada de lo que se lee allí habla de lo que estamos viviendo ahora. ¿Te acordás cuando discutíamos esa manía que tengo de no usar la primera persona del plural aún cuando te incluyo? Todavía me cuesta no ser elíptica, especialmente aquí, especialmente ahora, robando minutos a la madrugada en tu computadora, bajo la luz tenue de la linterna del celular, después de que nos despertó el negro Zucchini ladrando sus reclamos bajo la ventana. No quiero que ni los perros sepan que estoy levantada escribiendo esta carta. Quiero y no quiero que estas palabras hablen de nosotros. Seguir siendo el secreto mejor guardado, que crean que nos conocen, reír mientras imaginamos las caras de los queridos extraños si pudiesen escuchar nuestras charlas, si pudiesen ver la forma en la que somos cuando estamos solos. Cuando la oscuridad se apodera de mí, boca abajo, más vacía que cero, invisible vienes a mí en silencio. Pasaron muchos años y pasarán muchos más y seguiremos preocupándonos por las mismas cosas: si uno durmió poco, si al otro le duele algo, cuánto falta para todo lo que falta, cómo asir la pequeña dicha cotidiana sin inmovilizarla. Algunas personas piensan que soy algo; me diste eso, lo sé. Pero siempre me siento una Nada cuando estoy sola en la oscuridad. Después de todo, ¿cuál es la fórmula de lo imposible? Son estos minutos robados a lo cotidiano, las excepciones disruptivas, el espacio entre nosotros donde uno sólo puede navegar a ciegas, confiando en que está todo bien. Son las diferencias respetadas a rajatabla y las libertades inclaudicables. Podrías seguir viviendo a mil kilómetros de distancia y aún así tendría un hilo de plata enredado en el dedo pulsando cada hora de cada día. Es el interés profundo, genuino y compartido. Es la rutina sin rutina y las listas no escritas, los kilómetros y las horas. Esto que sucede, aquí y ahora: otra primera vez en un trayecto generoso en primeras veces. Proporcionas el alma, la chispa que me impulsa y me hace algo más que carne y huesos. Ya se adivina el amanecer y tengo que salir de esta ciudadela. Todas las veces, invariablemente, es la necesidad lo que me impulsa a salir. Y la única razón por la que me rindo a esa necesidad es la certeza del camino de regreso. Volver aquí, volver a vos.
En momentos como éstos, cualquier tonto puede ver tu amor dentro de mí.
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