Córdoba y Cerrito, 8.55 hs.
En la fuente, una pareja muy joven lava ropa. Se intuyen humildes, están serios, tienen ese gesto cansado y sereno de quien se sabe pobre por resignación, pero digno. Sobre un cantero, a pocos pasos, dos niñitas rubias (seguramente sus hijas). La más grande no debe tener más de tres años. Amorosamente extiende un cuadrado de paño rojo, toma a su hermana por las axilas y la arrastra con alguna dificultad hasta acostarla sobre ese nido improvisado. Se recuesta a su lado canturreando.
Córdoba y Suipacha, 8.58 hs.
Una mujer de mediana edad, más bien corpulenta, con pelo descuidado y frissé, circula con ese andar apurado y algo bamboleante que le dan las rodillas vencidas. Lleva un saco de paño largo que no combina con sus zapatos, carpetas y una cartera. En su cara rubicunda, sin maquillar, se lee un gesto de desaprobación mientras conversa, sin mirarlo, con su hijo adolescente, dos cabezas más alto que ella pero igualmente contundente, con los mismos cachetes y el mismo pelo frisado. El protohombre lleva pantalones holgados y un buzo canguro enorme. Me cruzan discutiendo y se mezclan con el resto de los peatones de la avenida.
Miro hacia atrás para abarcar todo el cuadro, antes de llegar a mi propia esquina: al fondo una fuente, dos figuras desalineadas en primer plano.
En dos cuadras, dos realidades diferentes. Iba caminando y me pasaron por delante.
¿Cómo no escribirlo?
5 comentarios:
Lo que siempre me conmueve, más allá del trasfondo de esos padres dignos y quizá malhadados (prefiero pensar así, en contra de lo que pensaría un taxista genérico), es la inocencia y la candidez con que los niños viven, a veces, estas vicisitudes.
Un poco de amor, cambia el mundo. Ya lo dijo Lennon.
Dostoievsky -donde quiera que esté- aún se estremece cuando alguien cita estas historias. Tanto tiempo desperdiciado, tantas cosas importantes olvidadas, tanto egoísmo, desidia y estupidez abrumándonos.
Si alguien se lo hubiera contado hace más de un siglo, no lo hubiese creído. Pero así estamos, y así seguimos: encomendándonos a la inocencia de los niños.
Vivimos rodeados de mierda, pero también de milagros.
Qué lindo post. Me lo imaginé todo.
Recién me paso por aquí y me gusta lo que leo. Aunque la letra sea chiquita y yo corta de vista.
Cosas que te pasan por acá diría algún canal o escritor. Buenos Aires tiene esos contrastes que a veces te chocan, otros los ignorás, tanto que llegás un día(ya ni lo notás) a ignorar a la chica que pasa con su cara quemada de ácido por el subte, la razón no es asco o maldad, va más allá, ya se volvió parte del decorado, tanto como el no con asco que ya esgrimís ante que un niño intente darte una estampita o peine a cambio de unas monedas. Una vez leí alguien que dijo que si no era en una película ya esas cosas no la emocionaban. Nos estamos volviendo robots o algo parecido... No se.
La magia de lo simple. La dignidad ante la adversidad. Lo verdadero en contraste con los artificios, los espejitos y las piedras de colores con los que nos venden una realidad falsa... en la lucha constante contra las cosas que nos hacen sentir vivos.
un abrazo!
Esa mirada minimalista y esa capacidad única de descripción la tiene usted sola.
Cuando guste vamos con mi sra a tomar mate con buñuelos, sólo es cuestión de oraganizarnos
abrazo
polito
Publicar un comentario