viernes, agosto 22, 2008

Viernes porteño

Esta ciudad me quema.
Me lastima, me aliena.

La ciudad me agrede como un gigante malhumorado, desde sus rascacielos erguidos, desde la indiferencia de su tránsito asesino, desde la estridencia de los martillos neumáticos, motores y bocinas.

La ciudad me expulsa. Hoy es uno de esos días. Me doy cuenta de que no me quiere, que no estoy adaptada para esta vida, y ella-él me huele. Me percibe, me rechaza. Como un perro que siente el miedo, me ataca. Se me tira encima, me pasa por arriba, me muerde y me desgarra.

A veces despierto cubierta de cenizas y no alcanzan ni mis alas para cubrirme, ni toda el agua del mundo para lavarme. A veces la piel se me hace áspera y no huelo más que a polvo y a asfalto caliente, a humo aceite de motores, a gris metalizado.
Los gigantescos espejos a duras penas me reflejan; tampoco me veo en vidrieras o en los ojos de las personas que caminan a mi lado. Hasta los turistas se encuentran apagados o fuera del área de cobertura: mirando para arriba como quien camina en un prado desierto, sin olores, sin tacto, sin nada que despierte el apetito del alma. ¿De qué otras junglas de cemento vienen y buscando qué? ¿Belleza? ¿Historia? ¿Música? ¿Personas parecidas a ellos? ¿Distintas de ellos?
Sea por costumbre o por falta de ganas, apenas le encuentro atractivo a esta ciudad cosmopolita, crisol de razas.

Vengo de una mañana larga. Mi camino empezó en la puerta de casa y desde allí me fui apagando un poco. Rejas en Tribunales y un montón de policías ignorantes de todo, menos de su función; ignorantes de maniobrar sin mirar, porque sí, porque para eso están, llevándose puesta a una madre con su hijo que va al colegio arrastrando penosamente una mochila-carrito. Sombras chinas en un subte lleno a las ocho de la mañana, música en mis oídos .

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Bajo en Agüero, camino al hospital de niños. Hay más tránsito de pequeños pies que en una escuela en pleno 25 de mayo; familias que copan un parche de piso a falta de asientos, sillas de ruedas, gatos. Sigo a un falso Persa blanco hasta el corredor que atraviesa el patio . Nunca pisé este lugar y sin embargo lo reconozco... ¿tanto se parece al Hospital de mi ciudad? Veo por primera vez sonreír a los médicos y enfermeras. Están como sedados en una nube de algodón rosa: acarician sin pedir permiso, hablan con calma y naturalidad, siempre miran a los ojos.
Una mano que asoma por un pullover celeste me da los papeles que necesito y salgo de ahí, casi corriendo, después de haber respirado todo el aire de la esperanza y los pensamientos confusos de cientos de padres con sus hijos, escuchando en loop los gritos de una criatura que apenas abría los ojos y babeaba yogur por las comisuras de sus labios.

Me zambullo en un colectivo que va a la oficina y me entero que hay que volver a salir. Otra vez el Bajo y sus edificios gigantes, los turistas que papan moscas jugando a ser presa fácil de cualquier punga. Cuando llega Tir Na mBan, me doy cuenta de que estoy a punto de soltar la bolsa que llevo.

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Una torre alta y fea, marrón. Por suerte es rápido y la gente tiene esa felicidad ligera de viernes, te hacen todo más fácil. Llego a la calle. El cielo es azul y el pecho está vacío de esa llamita que tenía cuando salí de casa. Me apago.









Qué suerte que existe Joanna, un cacho de verde entre tanto gris.
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Buen fin de semana.


10 comentarios:

Manuelita dijo...

Duele arrastrarse así a veces, sintiendo exageradamente el afuera: ajeno e imposible lo que brilla y angustiantemente propio lo doloroso. Prefiero esa sensibilidad extrema, (en los otros, y en mí), antes que perderse en el autocontrol.
Así me reconozco, topándome con lo que no tolero, con lo que me provoca; no en las miradas ajenas, que casi siempre son ausentes y cuando no se quieren demasiadas.

El Profe dijo...

Describis perfectamente como me sentía cuando me fuí a estudiar a Buenos Aires, me enamoré de la ciudad, de sus lugares, pero era un amor que me mataría con el tiempo. Ruido, muchedumbre, falta de cielo, caos... Estamos mejor así, la ciudad allí y yo a más de 3000 km. Extraño pocas cosas de la ciudad del Buen Aire, irónico nombre por cierto. Ya volver{e para verla, aunque solo de visita.
Cass espero que el fin de semana te ayude a recuperar fuerzas y te encuentres renovada al despertar el lunes.
¡Un abrazote!

Capitan de su calle dijo...

Que suerte que te salva la musica. Que suerte que puedas elegir la banda sonora que te aleje de esa peste que puede volverse esta ciudad.
Tu fuego no se apaga. Se esconde del humo que no le pertenece.


Pero tu fuego no se apaga.

Anónimo dijo...

¡Uf! Si me habré sentido así en mis días citadinos. No sabés cómo te entiendo. Ese estado que vos describís en el post fue el que irremediablemente me llevó a tomar medidas para dejar de estar "apagada".
Besos con aire fresco.

Vill Gates dijo...

Siempre se me ocurre pensar que la ciudad es una proyección de las cosas mías que no me gustan, porqué están ahí adentro y es fácil adjudicarlas a esas otras que tampoco son tan buenas y tambien están ahí, como el smog, el malhumor, los bocinazos, la suciedad...
Pero es mi locura nomás.

Fender dijo...

La ciudad (esta y cualquiera) puede ser impiadosa, pero es apenas un reflejo de quienes vivimos en ella.
Siempre es conveniente estar un poco a la defensiva, ser un poco condescendiente, un poco indiferente. Hace falta un punto zen en todo esto.
Por otro lado, la ciudad muchas veces no responde a las expectativas (¡qué casualidad, los seres humanos tampoco!), cargándonos de mala onda no importa dónde estemos.
Preguntale a un adolescente en un pueblo del interior, a un adulto en cualquier ciudad.

unServidor dijo...

En esa misma mañana de viernes, un río litoral está trayendo una brisa de quién sabe dónde con olores verdes, amarillos, marrones, celestes. Un grupo de tordos músicos se mueve a los saltos por el césped. Un árbol añoso sabe que una de sus niñas está a sólo 3 horas de él.

Cassandra Cross dijo...

Manuelita: Perderse en el autocontrol inevitablemente lleva a dolores graves. La sensitividad es un precio aceptable que pago con gusto, y algunas veces con ataques de pánico. Las menos.

Profe: A las cinco de la tarde del mismo viernes ya era otra. Y aunque parezca raro, la música ayudó mucho!
Hubo una recaída el sábado pero porque tuve el poco tino de ir a parar a un shopping. Argh, fueron veinte minutos de puro desperdicio... que me saqué de encima caminando rápido por Corrientes.
Esperamos su visita con bombos y platillos, eh!

Pablo: Puede menguar, pero si se apagara del todo estaría muerta. Ya estuve ahí y no extraño para nada la sensación :-P

Lucy in the Sky: Puede que en algunos... ¿meses? ¿años? ¿semanas? pueda decir lo mismo que vos. Gran abrazo.

Vill: Gran verdad. A veces imagino las ciudades como cajas, como esas maquetas que hacíamos en la primaria, pero atravesadas de distinto tipo de proyecciones energéticas que chocan entre sí, rebotan y vuelven al suelo mezcladas; lo bueno de imaginarme esto es que eventualmente lo mejor de mi energía va a ir a parar a alguien que lo necesite. Creo que bien vale cargarme de mala vibra si voy a valorar mejor después la buena!

Fender: Le consta que lo intentamos :-) (a eso de ponernos "zen"). De todos modos mi asignatura pendiente es bajar la expectativa al mínimo respecto de las cosas que no se pueden manejar. Y no confundirla con resignación o bajar los brazos. Mi fe sigue intacta.

Unser: Me emocionó, carajo. En el núcleo de mi mundo interior hay un paisaje tan parecido al que describió aquí...

Gracias a todos por pasar.

Anónimo dijo...

La ciudad de Buenos Aires es hermosa, hermosa, depende con que ojos la mires, hay que saber mirarla para no querer matarla...pero es hermosa.

Cassandra Cross dijo...

Rubita: No digo que no sea hermosa. Lo es. Pero a mí me conmueven otras cosas... Hay algo que mucha gente encuentra de inspirador en Buenos Aires y que a mí no me "toca". No logro retener y perderme en sus espacios con el mismo gusto con que retengo otros. Quizá por eso me cuesta más la empatía con la ciudad, y surgen días como ese viernes porteño.
Con la gente, en cambio, me pasa algo distinto.

Gracias por pasar siempre, nena!