lunes, septiembre 08, 2008

Sin miedo a las serpientes

(Inspirado por esta imagen, que vi en lo de Estrella)


Mi infancia fue, entre muchas otras cosas, interesante y afortunada. Sobre todo porque las cuestiones menos afortunadas y felices se articulaban con lentitud en algún lugar del subconsciente y quedaban para después. ¡Sabia madre Natura!

Una de esas cosas fabulosas fue mi colegio, el Malvina Seguí de Clavarino, mejor conocido como "Villa Malvina" o simplemente "la Villa". Un lugar algo aislado del centro de la ciudad, en un barrio tranquilo camino a la ruta 136; un terreno enorme donde aún conviven el viejo solar del matrimonio Seguí (que es actualmente "la casa de las monjitas") y el edificio del colegio propiamente dicho, bastante más moderno. La capilla anexa era lo primero que se veía al final de la calle, y es una de las más lindas que haya visto en mi vida.
Fui a ese colegio en parte porque mis padres trabajaban día y noche, y no se animaban a mandarnos caminando a alguna escuela más próxima a casa, en tanto que "la Villa" tenía su propio servicio de transporte escolar. En parte, también, porque todas mis tías eran egresadas notables de ese colegio y había una suerte de pacto de simpatía entre la familia de mi papá y las monjitas.
Mamá dijo, algunos años más tarde, que habría preferido enviarnos a una escuela pública como la ENOVA, a la que fue ella. Que quizá nos habría preservado de muchos desengaños y del elemento humano que suele rondar ese tipo de colegios.

"La Villa" me contó entre sus huestes desde preescolar hasta mi egreso, un total de doce años. Desde la sala "Hormiguita Viajera" hasta el quinto año del Bachillerato en Letras cambié de amistades, aprendí a estudiar, a negociar, a expresarme y a pelear.
El preescolar me encontró escribiendo mis primeras rimas junto a algunos dibujos y cumpliendo penitencia en un rincón, con algún libro en la mano. Recuerdo el olor a barniz de madera que tenía la banderita "de los de jardín" y la textura de la soga al izarla. Recuerdo las alianzas bajo las coronas de novia y las luchas de poder en el arenero y los toboganes.
A medida que nos hicimos púberes, mis hermanos y yo nos acostumbramos a llegar a la parada del transporte a las siete menos cinco de la mañana, de lunes a viernes. El transporte era un colectivo pintado de naranja con el cartel del colegio, manejado por un cincuentón de cara cansada y bigote blanco que se llamaba Ángel. Peleábamos por un lugar en el fondo del colectivo y a veces nos sentábamos los tres juntos, aupados y amontonados, en un asiento simple. Compartíamos la merienda incluso cuando ya habíamos pasado al secundario y a nuestras amistades les resultaba rarísimo ver un caso tan patológico de solidaridad fraterna.

Mi colegio tenía gente excepcional en más de un sentido. Excepcionales idiotas y excepcionales seres humanos. Tenía un roble gigante en medio del patio y un salón de actos que servía de gimnasio cubierto los días de lluvia. Sobrevive en el patio una fuente de cemento y un bicentenario cordón de casuarinas que da vuelta a todo el perímetro. Todavía están ahí los bebederos de mármol y las glorietas con glicina y azahar que tienen olor a "Un año más" de Mecano, cuando llegan las vacaciones de verano.

Lo mejor de todo es ese parque enorme, en el que me gustaba perderme aún en épocas de prohibición. Por la calle que circunvalaba el parque pasaban las canaletas de Obras Sanitarias, criadero de yararáes, arañas y culebras. Apenas llegaban las estaciones cálidas, una tanza custodiada por maestras de la primaria partía el parque en dos, impidiéndonos cruzar a las zonas de peligro. Yo prefería perder cinco minutos de recreo buscando la manera de pasar sin que me vieran, antes que quedarme jugando cerca de la bandera.
Mi lugar preferido era La Gruta, una reconstrucción a escala del lugar donde la Virgen de la Inmaculada Concepción se le apareció a Santa Bernardita. A ese lugar con olor a pino y tierra con lombrices me iba a pensar, a escribir o simplemente a soñar despierta, sentada en los bancos de madera (¡tan parecidos al de la foto!) o al pie de un árbol, con la pollera del uniforme bien extendida cubriéndome las piernas.
En mi adolescencia fui seria y disciplinada como un soldado, o tan revulsiva y rebelde como cualquiera de las más revoltosas del curso, dependiendo del día y de mi humor. El único lugar donde me sentía yo misma era aquella gruta con glorieta, hiedras y un sendero de casuarinas por detrás, donde podía cantar sin que me oyeran o treparme a los árboles sin riesgo de que un varón me espiara los calzones.

Un invierno en que se hizo difícil parar la olla y uno de los tres tuvo que renunciar al transporte, empecé a levantarme todos los días quince minutos más temprano para vestirme con doble capa de abrigo (cancanes y un saquito de lana azul, tejido por la abuela) y encarar en bicicleta o a pie las calles silenciosas, aún en penumbra, donde la helada aparecía primero en los techos de los autos.
Llegando al boulevard se avistaban los primeros jardines blancos. Casi podía sentir que se gelificaba el humo de mi aliento. Los perros del barrio, medio ateridos de frío, me acompañaban en procesión silenciosa cuando llegaba a la calle cortada que desembocaba directamente en el portón de hierro forjado de la entrada. A veces llegaba tan rápido que tenía que esperar que Molina, el casero del colegio, abriera la puerta de acceso peatonal, mientras el sol empezaba a levantar la helada del campo de deportes y la humedad me calaba los huesos.
En ese momento exacto, de silencio perfecto y temperatura bajo cero, sentía que el corazón me iba a explotar de felicidad.

Entre obligaciones y recreos, convivencias y jornadas deportivas, aprendí a desengañarme de las falsas amistades, a renegar de los prejuicios, a leer a las personas y a no dar nada por sentado. A bancarme las humillaciones soterradas y las traiciones de gente intachable que me juzgaba en silencio por mis excentricidades. También pude construir auténticos principios y valores que me sirven al día de hoy, bastante más que aquellos que pretendieron inculcarme.
Nunca me vieron llorar, pero sí aprendieron a temer mis enojos. Nunca dejé de hablar con los bichos o con los arco iris. Ex compañeros y docentes todavía me recuerdan por eso; por ser la que hablaba con los pájaros, los perros y las flores. Y porque no le tenía miedo a nada.

Es por estas cosas, entre algunas otras, que cada vez que mi madre lamenta haberme enviado a ese colegio yo le respondo que ningún otro lugar me habría gustado más, o me habría enseñado mejor a sobrevivir.

21 comentarios:

Manuelita dijo...

Da gusto leerte. Hoy, más que otras veces, tus palabras tienen música.
Creo que ya te dije una vez que es notable tu virtud de enriquecerte con lo que podrías haber padecido.
Besos

The Bug dijo...

Me encantó.
No hay nada más que pudiera agregar.

El rincòn de mi niñez dijo...

Hermoso post.
Muy tierno,lleno de recuerdos.
Ese banco ,me recordó también,mis largos ratos,hablando con palomas,y hormigas.

Anónimo dijo...

Qué lindo post nena. Casi casi que una lee y va armando su historia escolar en la cabeza y termina diciendo ¡Yo también la pasé bien! Que afortunadas.

Yo los voy a visitar cuando me inviten... ah y cuando me den un mapa porque siempre me pierdo ji.

Besotes.

El Profe dijo...

¡Muy lindo! Me trasladé al lugar, aunque en mi imaginación pueda ser todo distinto. Realmente me gustó mucho, Cass ¡Gracias!

Blue Fairy meets Gepetto dijo...

excelente cass! pude sentir todos los aromas que mencionabas y hasta me dio la sensacion que una arañita chiquita me recorría el brazo a medida que hablabas. Yo tuve muchos colegios pero de todos recuerdo algo, en su gran mayoría cosas buenas, para mi el cole era un buen escape a mi realidad cotidiana. Asi que más allá de monjas exigentes, lecciones o peleas con compañeras para mi el colegio era descansar. Un beso enorme y ya te linkee.

Cassandra Cross dijo...

Manuelita: Me alegra que te haya gustado. Sigo encontrándole errores formales a todo, pero finalmente me doy por vencida y no reescribo más, Después de todo, es apenas una catarsis.
Aunque deteste darle la razón a los creativos de la Coca Cola, la vida es como te la tomás. Hoy por hoy cualquier pendejo/a lleno de todo y aburrido dice que sufre. El desafío es no hacer un drama de todo. Y mirá quién te lo dice...

Bug: Sinceramente, gracias.

Marisa: Cuando venga Estrella y lea, qué poder evocador el del banquito!

Zorrita: Sale mapa por mail! jajaja. No, en serio, media pila. Me alegra que te haya gustado el textito.

Profe: Dos palabritas: Google Earth. Ya tiene todos los datos como para empezar a buscar. Seguro cae justo en el parque. Besos y gracias por tu constante visita :-)

Blue: Por más que me esfuerce, creo que no voy a poder hacerle justicia nunca a este colegio ni a lo que significó para mí. Pero al menos lo intentamos :-)

Gracias por pasar.

Anónimo dijo...

Leerte dan ganas de mas, y también de ponerse a escribir.
Gracias por esto, Cass.

Vill Gates dijo...

En el fondo, tal vez tu madre este igualmente contenta de no haberte mandado a aquel otro colegio. No serías la persona que conoce.
Que lindos recuerdos. Las grutas de Lourdes... en la esquina donde pasé mi infancia hay una...
Las cosas que habré rezado/pensado allí.
Las grutas tienen algo inspirador. Habrá que investigarlo.
Muy bueno Cassandra.

Fender dijo...

Ufff!! Usté y sus cuentitos. Después se queja.

Ya no me debiera sorprenderme, pero ahí sigo, maravillado.

Cassandra Cross dijo...

Rubiaa: Gracias a vos. ¿Ves que tenés que sacarte un bloC? y de paso le seguimos dando la razón a JPFeinmann.
Escribir es lo más. Salga lo que salga, cueste lo que cueste.

Vill: Las madres siempre tienen algo por qué angustiarse o para culparse o lo que sea. Yo creo que la mía ya me tiene junada de hace rato y le quedó la letanía nomás...
Sólo conocí esa gruta y algunas otras en Uruguay, pero en general cualquier lugar que tenga piedra, tierra y muchas plantas me "chupa", me absorbe. No tiene explicación, y me gusta que siga en el misterio, al menos por un tiempo más :-)

Fen: Gracias, mucho de todo esto se lo debo a usted y lo sabe :-)

Estrella dijo...

Sorprendida, claro, por todo lo que te ha despertado esta foto. A mí también me gusta mucho.
Hay una cadencia en tu relato... resulta tan fácil leerte y entrar sin sobresaltos en el maravilloso mundo de la infancia. Bien podrías seguir con más recuerdos, y más, y más.
Linda la escena de los tres hermanso compartiendo la merienda.
Pude imaginarme perfecamente la gruta con la glorieta, el camino de casuarinas, el banco de madera.
Y a vos en la bici, llegando primera, pero feliz, con tu saquito azul tejido por la abuela.
Buenísimo, quiero más!

Capitan de su calle dijo...

Esto tambien es muy tuyo. Sin embargo tenes la capacidad para hacernos sentir todo el sentimiento que te significa. para que podamos hacerlo nuestro.
Que bueno recordar con alegria, las cosas que enseñan a sobrevivir.

Besos

Calio dijo...

Adoré este texto. Nunca fui tan rápido en un texto, es más, recordaba esos lugares prohibidos de mi escuela y todas las cosas que aprendí también.
Mucha ternura. Hermoso relato.

besos

Mona Loca dijo...

Cass, me trajiste recuerdos de mi colegio, también...yo también guardo lindos recuerdos del lugar, aunque tuvo sus altibajos ( bajos: primaria, altis, secundaria). Pero es cierto que es ( o era, en nuestra época) un gran formador de personalidades...

baccio

Eric dijo...

Creo que puedo decir lo mismo de mi colegio. Hermoso post.

Minombresabeahierba dijo...

recuerdo mañanas como las que describis, a mi tampoco nunca me vieron llorar. besos

-.M.- dijo...

"Extraño Mundo" es una de las etiquetas que le pusiste... Sí, tal cual. Conozco ese parque, la gruta, los bebederos, los bancos. No por haber sido alumna, sino por algunos "encuentros" de Acción Católica o deportivos.
Yo fui a la ENOVA (por tradición familiar), pero en tercer año me les planté a mis padres y pedí permiso para pasarme al "Nacional" de donde egresé.
Te cuento todo esto para que te des cuenta de cuánto disfruté este relato y, más allá del nombre de la escuela, me identifiqué con mucho de lo que decís.
Te felicito, escribís exquisitamente y agradezco a Catu porque llegué desde su blog.
Saludos

Cassandra Cross dijo...

Estrella: Así es la memoria, así la imaginación; puro archivo, y las imágenes y olores son los disparadores. Ya vendrá algo más seguramente, con el tiempo. Las vivencias son tan propias que es difícil sentarse a plasmarlas siendo fiel. Gracias por tu aliento.

Pablo: He sido una chica triste el tiempo suficiente para entender que la vida vale vivirse con alegría, aprendiendo de todo, hasta de lo más sencillo. Me alegra que te haya gustado.

Calíope: Gracias :-)

Eric: Eso confirma mi impresión de que hay semejanzas que trascienden lugares, tiempos, personas. Gracias por pasar!

Minombre: Reaprender el llanto costó tanto como aprender a reprimirlo. Me genera mucha angustia mostrarme de otro modo que no sea perfectamente seria, correcta o callada. Excepto entre amigos, ahí se va todo al cazzo. Es genial que podamos compartir recuerdos de este tipo :-)

María: Qué linda coincidencia, entonces! Me alegra mucho que disfrutaras el relato. Yo, por mi parte, estoy disfrutando de tu blog de ahora en más. Saludos verdes.

Gracias a todos por pasar.

silvia camerotto dijo...

ningún otro, cass. éste era el apropiado.
abrazo.

Cassandra Cross dijo...

Sibila: Gracias. Seguro habrías sido una como yo.