La primera vez que murió alguien a quien yo quería, tenía 9 años. Recuerdo verlo en el cajón, todos llorando. Mi primo del alma, ese con el que estamos "empardados" en edad, llamando a su padrino con angustia y lágrimas silenciosas. Yo no lloraba. Desde el momento en que supe que el tío Hugo se había muerto, empecé a extrañarlo. Pero el del cajón no era él. Yo extrañaba al otro.
Esa cáscara corpórea no movilizaba en mí demasiadas emociones, y después de todo las circunstancias de su muerte eran previsibles: cáncer de pulmón. Dos semanas antes, yo había estado revisando revistas de salud para entender un poco más del tema y había visto pulmones seccionados, ennegrecidos por el alquitrán. Aprendí lo que significaban palabras como "enfisema" y "sarcoma", y fui la única de la familia que nunca probó el cigarrillo.
Esa cáscara corpórea no movilizaba en mí demasiadas emociones, y después de todo las circunstancias de su muerte eran previsibles: cáncer de pulmón. Dos semanas antes, yo había estado revisando revistas de salud para entender un poco más del tema y había visto pulmones seccionados, ennegrecidos por el alquitrán. Aprendí lo que significaban palabras como "enfisema" y "sarcoma", y fui la única de la familia que nunca probó el cigarrillo.
En un entierro poco después (no me dejaron asistir al del tío), vi el cementerio por primera vez. Fue como entrar a una pequeña ciudad. El cementerio Norte de Gualeguaychú es un poco como el de la Recoleta: los mismos panteones, similares esculturas, altos muros flanqueados de nichos. Cuando terminó el entierro pedí permiso para recorrer más. Bajé a las criptas. El fresco era tan agradable que me habría quedado allí toda la tarde (era noviembre, y si bien aquellos noviembres no eran como los de ahora, hacía calor).
No olía, como yo esperaba, a podrido; sólo a verdín, a agua de flores muertas, a piedra enmohecida y fría. En uno de los nichos de la cripta subterránea, había huesos sueltos. No me produjo particular impresión. Pero recuerdo vivamente un cuerpo de pie, detrás de un cristal opaco, con un ajuar de novia ya amarillento. La Novia de las Catacumbas, me contaron después en el colegio. Nunca pude olvidarla, pero la verdad es que tampoco la volví a ver.
A partir de ese momento, me volví una rondadora de cementerios, soñando con el día en que pudiera pasar la noche en uno. Detesto los Jardines de Paz, los cementerio - parques. Las ciudades mortuorias son un camino de ida.
6 comentarios:
Solo conozco dos cementerios, y la verdad, me gustan. No es una cuestión macabra. Todo lo contrario, no se; cualquier explicación que pienso suena tonta.
je... necesito aclarar que este post es idea originaria de otro que viene más adelante, donde sí me explayo sobre lo propiamente macabro?
Qué bien que te has vuelto habitué, D! Saludos.
...a mí me gustan los cementerios...
Enterraron a mi abuela en Chacarita cuando yo tenía unos diez años, así que iba bastante seguido al cementerio, sola. Daba vueltas. La primera vez que fui, me topé con una escultura muy seventies de una chica muuuy linda con su perro, y un poema en italiano (yo estudiaba, justo), escrito por el padre, donde decía que la naturaleza envidiosa se la había llevado. Sólo eso, una escultura, sin tumba.
Cada vez que iba a Chacarita, me encontraba con ella sin buscarla. Y me quedaba con ella un rato.
Al tiempo, decidí pasear por Recoleta, también. Dando vueltas, me encontré de nuevo con la muchacha. Exactamente igual. Salvo que esta sí tenía su tumba al lado. Y una pulserita en la muñeca.
Tiempo después, investigando, descubrí que se había muerto en su luna de miel en algún país nórdico europeo, a causa de un alúd.
(gracias a las vueltas de la internet, me encontré con otros que saben de esta muchacha http://www.lacoctelera.com/laluzenmi/post/2006/12/21/liliana-crociati#c1678574
ahí está el poema y fotos de la estatua...)
creo que me fui a la mierda
para variar
jiji
besot
Nunca me dieron miedo los cementerios, de hecho, me escapaba de rateada ahí para leer tranquilo, estar lejos del pueblo (al que iba al secundario) y a mano de la ruta, para hacer dedo y volverme al mío (a mi pueblo, se entiende).
Pero como usted manifiesta, los niños tienen algo con lo macabro, lo veo seguido.
los cementerios son lugares maravillosos..... ideales para quedarse un rato cuando la agresividad de la ciudad te pega demasiado fuerte.
Cassandra, coincido con usted: una vez que alguien querido ha muerto, "eso" que descansa en el nicho/cajón/urna, no tiene nada que ver con aquel que hemos querido.
Mucho más si la primera vez que uno tiene de cerca a la muerte, es en la infancia.
A mí, particularmente, me gustaba ir al cementerio cuando no llegaba a los doce años.
Me parecía un lugar bucólico: flores, ángeles, árboles.
Lo sentí así hasta que justo el año que cumplí doce años, murió mi padre.
Desde ese día, no sólo han dejado de gustarme los cementerios, sino que me he convertido en una esquivadora de velorios.
En algo que escribí una vez, una historia que alguna vez haré publica, al volver del cementerio, unas hermanas que rondan los treinta años comentan:
El color de las flores, el verde de los árboles, los colores de los pabellones explotaban frente a nuestra vista. Nos pareció un insulto.
Es un horror que me cite a mi misma, pero es lo más acorde que se me ocurrió.
De todas maneras, y mas allá de este blableo innecesario, quiero decirle que me gustó mucho su relato y prometo ponerme al día con los anteriores.
Salú.
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