En mi historia hay un registro amplio y variado de explosiones e incendios.
Desde la primera vez que alguien que no era yo misma se refirió a mi temperamento como "inflamable y apasionado", tomé conciencia de lo que es arder y consumirse.
Características que tomaron dimensión humana gracias a personalidades que cambiaron el mundo para bien o para mal y a las que fui conociendo en años de estudio, por mera curiosidad personal. También otros (mucho más anónimos) que cambiaron mi mundo y me moldearon en el mejor y en el peor de los sentidos fueron personas apasionadas, capaces de entregar una llama brillante y limpia o una explosión caótica antes de extinguirse por completo.
Hay quienes nacen para brindar esa llama como un don permanente. Aprenden a domarlo y entregan de sí lo justo, quedándose con lo que les permita realimentarse y crecer. También están los que de vez en vez flaquean en la constancia por el afán de brindarlo todo y quedándose, en consecuencia, con lo mínimo imprescindible para sobrevivir hasta el próximo impulso llameante.
Los que me inspiran, los que me apasionan verdaderamente, son los otros.
Esos que vienen al mundo para brindar un único resplandor y consumirse en el esfuerzo.
Se los reconoce desde chicos, por más introvertidos que sean. Afectan todo lo que tocan. A veces son un bálsamo para sus más queridos, pero los llenan de miedos, felicidad y dudas. Suelen ubicarse en extremos opuestos del espectro de la empatía: o absolutamente adaptables, o irremisiblemente outsiders.
Y un día, simplemente, explotan.
La luz puede durar toda una vida, unos días, años, horas, un latido de corazón, cien ciclos de mariposas. Pero mientras dura, está cambiando el mundo.
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Todo esto viene a cuento del día de ayer, que empezó muy temprano (muy temprano, supongo que entenderán por qué) y me dejó un regusto a cenizas entre nariz y boca.
Desperté tres horas después, con la televisión encendida en el exacto canal donde se había quedado y me levanté a preparar el día. Creía que el tufillo a humo pegado a mi nariz era producto de alguna quematina cerca, pero preferí ignorarlo evocando las fogatas de espinillos y arbustos que hacíamos en la infancia.
Fue inútil. El olor no me abandonó ni por la mañana ni por la tarde, mientras volaban los despachos noticiosos sobre "la historia del día". A esa altura estaba resignada a percibirlo como una jugarreta sinestésica más. A la hora del after hubo que correr para hacer tiempo de cenar (muy temprano) y llegar puntuales al Imax para ver la película que veníamos esperando hace años. Una vez allí, espantados los pensamientos cotidianos por la posibilidad de un poco de acción discrónica, entendí una vez más que nada es porque sí y que hasta las casualidades sensoriales pueden cerrar en un sentido causal, ya no azaroso.
Si tuviera que hacer una síntesis de ayer, diría que todo fueron fuego y explosiones y cenizas de principio a fin del día. Y la más violenta de todas fue la explosión de un personaje-ser-humano que ocupó todo el espacio que había para la incredulidad o el escepticismo. Quizá más. Quizá fue por ese desborde que no paro de borrar y reescribir cada palabra hace horas.
Es fácil decirlo ahora que pasó la emoción y que se aplacaron los latidos de mi corazón; fácil, porque en el lapso de cinco meses y medio hubo tantas otras cosas en las que pensar, incluso otros momentos extra-cinematográficos donde él no tenía cabida...
Es fácil porque nunca lo conocí más que por las películas donde participaba y alguna que otra entrevista. Es fácil porque no hay otro nexo entre él y yo que un par de causalidades compartidas y que a nadie van a interesarle más que a mí (tan afecta a encontrar en esas coincidencias mensajes direccionados, excusas para pensar y repensar cuando estoy ordenando mi memorabilia cinéfila).
Ahora es fácil. Pero ayer, cuando vi esa última escena y caí en la cuenta de que nunca más vamos a verlo caminar, reírse, callar, leer, mirar ausente, abrazar a su esposa ... Cuando me di cuenta de que no tendremos la posibilidad de encontrarlo de nuevo (desmesurado, alucinado, perdido para siempre), lloré en silencio.
Porque haciendo lo que más quería, él ardió hasta consumirse. Y gracias a eso, arderá siempre en mi memoria y en muchas otras.
Gracias, Heath.
Desde la primera vez que alguien que no era yo misma se refirió a mi temperamento como "inflamable y apasionado", tomé conciencia de lo que es arder y consumirse.
Características que tomaron dimensión humana gracias a personalidades que cambiaron el mundo para bien o para mal y a las que fui conociendo en años de estudio, por mera curiosidad personal. También otros (mucho más anónimos) que cambiaron mi mundo y me moldearon en el mejor y en el peor de los sentidos fueron personas apasionadas, capaces de entregar una llama brillante y limpia o una explosión caótica antes de extinguirse por completo.
Hay quienes nacen para brindar esa llama como un don permanente. Aprenden a domarlo y entregan de sí lo justo, quedándose con lo que les permita realimentarse y crecer. También están los que de vez en vez flaquean en la constancia por el afán de brindarlo todo y quedándose, en consecuencia, con lo mínimo imprescindible para sobrevivir hasta el próximo impulso llameante.
Los que me inspiran, los que me apasionan verdaderamente, son los otros.
Esos que vienen al mundo para brindar un único resplandor y consumirse en el esfuerzo.
Se los reconoce desde chicos, por más introvertidos que sean. Afectan todo lo que tocan. A veces son un bálsamo para sus más queridos, pero los llenan de miedos, felicidad y dudas. Suelen ubicarse en extremos opuestos del espectro de la empatía: o absolutamente adaptables, o irremisiblemente outsiders.
Y un día, simplemente, explotan.
La luz puede durar toda una vida, unos días, años, horas, un latido de corazón, cien ciclos de mariposas. Pero mientras dura, está cambiando el mundo.
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Todo esto viene a cuento del día de ayer, que empezó muy temprano (muy temprano, supongo que entenderán por qué) y me dejó un regusto a cenizas entre nariz y boca.
Desperté tres horas después, con la televisión encendida en el exacto canal donde se había quedado y me levanté a preparar el día. Creía que el tufillo a humo pegado a mi nariz era producto de alguna quematina cerca, pero preferí ignorarlo evocando las fogatas de espinillos y arbustos que hacíamos en la infancia.
Fue inútil. El olor no me abandonó ni por la mañana ni por la tarde, mientras volaban los despachos noticiosos sobre "la historia del día". A esa altura estaba resignada a percibirlo como una jugarreta sinestésica más. A la hora del after hubo que correr para hacer tiempo de cenar (muy temprano) y llegar puntuales al Imax para ver la película que veníamos esperando hace años. Una vez allí, espantados los pensamientos cotidianos por la posibilidad de un poco de acción discrónica, entendí una vez más que nada es porque sí y que hasta las casualidades sensoriales pueden cerrar en un sentido causal, ya no azaroso.
Si tuviera que hacer una síntesis de ayer, diría que todo fueron fuego y explosiones y cenizas de principio a fin del día. Y la más violenta de todas fue la explosión de un personaje-ser-humano que ocupó todo el espacio que había para la incredulidad o el escepticismo. Quizá más. Quizá fue por ese desborde que no paro de borrar y reescribir cada palabra hace horas.
Es fácil decirlo ahora que pasó la emoción y que se aplacaron los latidos de mi corazón; fácil, porque en el lapso de cinco meses y medio hubo tantas otras cosas en las que pensar, incluso otros momentos extra-cinematográficos donde él no tenía cabida...
Es fácil porque nunca lo conocí más que por las películas donde participaba y alguna que otra entrevista. Es fácil porque no hay otro nexo entre él y yo que un par de causalidades compartidas y que a nadie van a interesarle más que a mí (tan afecta a encontrar en esas coincidencias mensajes direccionados, excusas para pensar y repensar cuando estoy ordenando mi memorabilia cinéfila).
Ahora es fácil. Pero ayer, cuando vi esa última escena y caí en la cuenta de que nunca más vamos a verlo caminar, reírse, callar, leer, mirar ausente, abrazar a su esposa ... Cuando me di cuenta de que no tendremos la posibilidad de encontrarlo de nuevo (desmesurado, alucinado, perdido para siempre), lloré en silencio.
Porque haciendo lo que más quería, él ardió hasta consumirse. Y gracias a eso, arderá siempre en mi memoria y en muchas otras.
Gracias, Heath.
8 comentarios:
UF! Magnífico post. Muy sentida y precisa descripción de quienes te apasionan. De quienes apasionan. Luego sobrevino esta tristeza oscura ante la muerte. Todavía no vi la película, pero no me aguanté y leí comentarios varios. En The New Yorker hay uno que por supuesto no puede dejar de hacer casi todo el hincapié en Heath Ledger y se parece bastante a lo que has escrito. Habrá que padecer lo que haya que padecer, con tal de pasar por la seguramente inolvidable experiencia de verlo en su último papel.
Con respecto a la primera parte del post... pienso que los que entregan "una explosión caótica", nunca se extinguen por completo. Aunque más no sea para que uno los recuerde como una explosión caótica. Besos!
Conmover así, conmoverse así, es lo que hace que valga la pena arder y consumirse una y otra vez.
Ana, muchas gracias por tus palabras. Ahora releo (de nuevo) y todo me parece tan poquita cosa, tan desprolijo. No hice justicia a unos ni a otros y sigo siendo elíptica; pero para ampliar la idea tendría que hablar, también, de las vidas llamadas a ser brillantes y que se extinguen con un chispazo de nada, por pura incomprensión de sí mismos y por asfixia del entorno.
Justamente resulta inspirador quien arde, en lo positivo o lo negativo, por los alcances de esa explosión, de esa llama. Si no fuera así, yo quizá no estaría tan marcada. Pero también es cierto que hay que ser sensible a esa inspiración.
Me encantaría leer el artículo del New Yorker que mencionás. Y te aseguro que "The Dark Knight" no es en ningún caso una película para padecer. Está tan bien hecha que se disfruta incluso días después de haberla visto.
Manuelita: Totalmente de acuerdo. Totalmente.
Gracias por pasar!
Llegué por azar.
Me enredé profunadamente en el inicio y el concepto de tu post.
Aún estoy manchada de cenizas de un amadísimo ser que ardió
y esas cenizas son el humus de la vida
un placer leerte y encontrarte
mientras dura, está cambiando el mundo. sí, cass. es así, mientras tus letras se alinean.
Que hermosura de post, Cass.
Arha: Así son las causalidades, causas y efectos. Cuando menos lo pensás te cruzaste con algo que te invoca. Bienvenida.
Sibila: No sólo mis letras, estimada. No sólo mis letras. Qué suerte tenerla de vuelta!
Rubiaa: Gracias. Igual, sigo sintiendo que le hace tan poca justicia! Menos mal que Fender complementó con algo mucho más visceral y anecdótico, más concreto.
Gracias por pasar!
Creo que lo llamaría energía vital. Algunos tienen mucha, otros menos.
¡Pero cómo brillan los que brillan!
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