viernes, abril 01, 2011

All you need is love

No necesito gritarle a los cuatro vientos mi amor a mis amores. No necesito vivir en el pasado para hacerme cargo del peso de mi historia. No necesito poseer. No persigo la Felicidad; trabajo por ella. No me hacen falta amigos de ocasión; sí buenos compañeros e interlocutores en cada tramo del camino. No quiero quejarme. No busco la sanidad mental tanto como la estabilidad emocional. No ambiciono ni codicio. No necesito de nadie para vivir o para morirme. No necesito idealizar, y es uno de los dones que más agradezco. No necesito tomar ventajas o ganar siempre. No necesito exceso de abrigo, confort, pan para mañana. No necesito ni quiero a quien no me quiere. No sirvo para endulzar verdades, aunque sí que puedo ser elíptica y enmarañada cuando tengo días difíciles. Tampoco para esconder mis emociones. Si alguien va a alegrarse de mis dolores y sufrir mis alegrías (y viceversa) es su tema, no mío. No necesito vivir a través de otros, generar conflictos o armar bandos para una guerra que se pelea en el terreno de la imaginación. No necesito pensar que merezco algo de "la Vida".

Sí necesito que sepas cada día que te quiero. A vos, persona especial que estás en mi vida, nunca te van a faltar mi mano extendida ni mis palabras o actos de amor (privados, íntimos). Sí necesito la paz que conseguí a fuerza de darme mil batallas. Necesito de la naturaleza. Necesito mis cuadernos, la escritura, casi como al aire que respiro. Necesitaría vivir al lado del mar o la montaña, aunque sea unos meses por año (aunque esto es un condicional no inmediato ni excluyente; no puedo sentirme desagradecida con la vida que me ha tocado). Necesito, por nombrar algo frívolamente placentero, del mate por las mañanas y un poco de buena música variada en el celular para transitar estos espacios demasiado ruidosos. Necesito la música y las películas que puedo seguir viendo una y otra vez aunque sigan vivas e intactas en el recuerdo. Necesito estímulos constantes para que mi universo interior estalle cada día con una gama de colores diferentes. Necesito períodos más o menos largos de introspección o aislamiento (no puedo evitarlo). Necesito despertar cada día pensando que estoy en el Paraíso, por poco que dure esa sensación al encender la radio o llegar a la calle.

Si apenas una década y media atrás me hubieran dicho todo lo que mis significant others me dicen ahora me habría reído abiertamente. "Es una joda, ¿no?". Ahora la sonrisa es de gratitud e incredulidad. De a poco voy aprendiendo que algunas cualidades que consideraba menores han servido para llevarle algo de felicidad a gente que aprecio muchísimo, que quiero, que me importa. Increíblemente, a algunos desconocidos también. Al final, mi lugar en el mundo es un lugar de servicio: cada vuelta del camino me ha puesto a disposición de uno, varios o muchos. Cada vez son más y hay a quienes no conoceré jamás. Así lo prefiero. Que la energía positiva me acaricie una vez al día, cuando más lo necesito, es todo (y más de) lo que puedo pedir.

Aunque a esta altura de la vida hablar de experiencias como si fueran verdades es indudablemente pretencioso y poco humilde (sobre todo porque el aprendizaje nunca se acaba), creo que puedo decirles sin lugar a dudas que el mayor Maestro es el corazón. Si saben escucharlo, nunca los va a engañar. El problema es que aprender a escucharlo necesita de una cuota importante de abandono, intuición y confianza en uno mismo. Es imprescindible que apaguemos un poco el intelecto y el ego para que la cabeza y el alma queden absolutamente expuestos. Es fundamental también dejar de autojustificarse y aprender de una vez por todas que el "no sos vos, soy yo" puede, efectivamente, ser así tanto como al revés. Hacerse cargo de lo que es cada uno con sus fantasmas, limitaciones, errores y aciertos debe ser la tarea más interminable y dura del mundo.
Como suelen decir algunos de mis muy queridos maestros de la vida, se puede aprender de todo y de todos. Escuchar es un don precioso en vías de extinción. Oír, oímos todos. Escuchar... pocos. "Vengo con puños llenos de verdades" sólo es válido cuando las verdades lo ameritan, o la emoción nos tuerce el paso.
Pese a lo largo que lo expongo, creo que no es tan difícil. Sólo el que se carga la vida de ruido y obligaciones para no pensar corre el riesgo de truncarse en su crecimiento, por más que a su alrededor florezcan comodidades, trabajo, hijos y proyectos.
Yo quiero rendir, al final del camino, mis manos vacías y llenas de callos. Que cuando me pregunten en qué estaba invirtiendo el tiempo de mi vida pueda mostrar algo más que palabra escrita o diplomas en una pared. Quiero sostener la certeza de que en el final, el amor que obtienes es igual al amor que das.
Hasta ahora, cada vez que salgo de un período de silencio y oscuridad, o cada vez que caigo y me levanto, las manos que se extienden hacia mí no hacen más que darme la razón.

Gracias.

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Esta es la música que ilumina mis días, los últimos de calor furioso, y me cambia la cara cuando camino por la calle.

miércoles, marzo 16, 2011

Cocinar, ese placer


En la casa suele haber libros apoyados en cualquier lugar. Toallas y ropa colgadas de los respaldos de las sillas. Zapatillas tiradas por todos los rincones. Lo que nunca falta es el tiempo para cocinar. Los dos somos privilegiados en ese sentido: tenemos buena mano y buena predisposición, nos gusta la comida casera, disfrutamos cocinando. Disfrutamos sobre todo del rito de cocinar juntos, con música de fondo y conversando. Tal como lo hacíamos antes de la convivencia, cuando gastábamos la batería del celular mientras cada uno preparaba su cena, a mil kilómetros de distancia uno del otro.
Hoy, primer día del resto de mi vida y después de una semana de re-adaptación posterior a varios días de viaje laboral, descorchamos una botella de Syrah y abrimos las aceitunas al roquefort para celebrar una nueva tanda de decisiones consensuadas y de propósitos (míos) que seguramente volverán a llegar a un punto muerto en cuestión de días. Pero no importa.
Lo que más me importa en este momento es que la plancha esté bien caliente para recibir dos bifes, uno per capita. La copa recién servida con ese vino oscuro que no deja pasar la luz. Las cebollas rebanadas bien finas junto con el tomate, mientras controlo que no se pase la carne. Apoyar el traste en la mesada para mirar pensativa la colección de especias y aderezos que hemos ido juntando, viaje por viaje, hasta atiborrar el estante sobremesada y una alacena completa. Algunos son regalos de amigos muy queridos, como el cardamomo y la canela israelíes que nos trajo María y que administramos con avaricia. O las pastas de aceitunas patagónicas de Pau. Y pensar que todo empezó en el Barrio Chino, con las variedades de curry y mostazas, y la botella de ají picante de un litro que lleva casi dos años en la heladera y que todavía no conseguimos terminar.


Pensar que cuando empecé a arrimarme a la cocina (por vivir sola y por la necesidad de experimentar variantes de platos clásicos, más que nada) me sentía una eficiente ama de casa. El punto máximo de mi creatividad eran los omelettes: llegué a rellenarlos con atún o lentejas cuando no tenía nada más que usar. Recocía incluso la salsa para las pizzas y los champignones hasta achicharrarlos antes de coronar con ellos una pila de fideos con crema. El pollo se hervía o se horneaba, como máximo con una capa de mostaza al limón. La carne también: al horno o a la plancha, a lo sumo un puchero con sal y dientes de ajo como único condimento. Lo único que podía amasar eran tortas fritas y unas pepas de membrillo (o pastafrolas) cuya receta tenía que espiar una y otra vez si no quería que la masa se quemara al cocinarla. Y era incapaz, absolutamente incapaz de hacer una salsa blanca o la masa de los panqueques. Solamente me salían bien las tortillas, algo increíble si se tiene en cuenta que las cocinaba en la misma sartén donde hacía las tostadas, los bifes de hígado y los buñuelos de membrillo, sin solución de continuidad.
Así sobrevivimos mis hermanos y yo los pocos años que compartimos juntos. Cuando me fui a vivir con el Ra, empecé a soltarme un poco más, a leer e investigar recetas bien hechas y a frecuentar gente más cocinera que me fue inculcando nuevos hábitos, incluso el disfrute discreto del buen vino. Muy poco tiempo después, bastó que él llegara para hacerme entender que cocinar era otra cosa. Que hace falta más que el simple gusto de comer; que elaborar lo que uno come y lo que va a probar ese otro que nos importa agasajar es un acto de amor. Ni más ni menos. Y que cada plato, así sea el más común y corriente de los platos, es especial y digno de la dedicación que ponemos los que damos al comer la importancia que ese acto cotidiano merece.
Con él aprendí que se puede cocinar en treinta minutos algo tan maravilloso y simple como unas crépes vegetarianas. Supe que incluso una heladera vacía y una alacena limitada pueden contener el germen de un plato nuevo. Que los condimentos adecuados son la clave para transformar una comida de todos los días en un nuevo clásico. Que la clave maestra de quienes saben cocinar son buenos cuchillos, bien afilados. Y que, sobre todo en invierno, no pueden faltar una buena cantidad de deshidratados (avena, sémola, cebolla, ajo, espinacas) a los que recurrir cuando la imaginación agotó polentas, arroz, fideo, guisos y potajes varios.
Yo, que no condimentaba las ensaladas más que con aceite de girasol, sal y limón, comencé a alternar la sal común con la marina y ahora incluso me animo a las sales especiadas. En la alacena, el vinagre de alcohol y el de manzana conviven con dos tipos diferentes de acetos. El aceite de girasol es apenas un resguardo por si se acaba el cumplidor aceite de oliva catamarqueño, comprado por galón cuando tenemos la posibilidad de ir de visita por allá. Pero usamos, más que nada, el spray vegetal para casi todo.
Rescaté la mandolina de mi bisabuela para darle a los salteados y ratatouilles el corte justo, además de jugar con las clásicas papas rejilla o acanaladas en ocasión de recibir visitas. Reciclamos una olla gigante para esos días de invierno en los que hay que repartir entre batallones o guardar viandas en el freezer, y otra olla que además es vaporiera. Gracias a ella, no hemos vuelto a comer brócoli, coliflor o repollitos hervidos, sino que los podemos tener en el plato con su color y sabor originales, tiernos y turgentes al mismo tiempo.
Ahora me animo a innovar con bollos de masa (yo, que nunca fui capaz de hacer una hogaza de pan sin que se apelmazara...) y a adaptar recetas que veo en TV o internet. Me gusta inventar nuevas ensaladas y armar picadas vegetarianas por muy poco dinero. Revitalicé mi gusto por el picante y en la heladera nunca hay menos de tres variedades de ajíes, cuatro tipos de quesos, un vino para cocinar y caldos saborizantes varios: comodines salvadores de cualquier urgencia culinaria.
Incursionamos con bastante audacia y éxito en la comida mexicana, la judía, la árabe, la china, el sushi... Él se convirtió en el responsable de las olladas de locro del 25 de mayo, de la humita norteña y de las pizzas de los viernes entre amigos. Yo tengo mis propias especialidades: nadie me gana cocinando cualquier tipo de empanadas (especialmente fatay) o tartas con masa casera, y puedo pasarme una tarde tranquila amasando pan árabe para algún evento especial, o para guardar en el freezer y usar de comodín.
De a poco vamos dejando de comprar cosas que podemos elaborar en casa: el vinagre para el sushi, conservas de distintos tipos y aderezos caseros, además del pan para recibir visitas y algún postre rescatado de los recuerdos de infancia que se pueda preparar en cuestión de minutos.
La regla suele ser "nada se pierde; todo se transforma". Una máxima de oro que incluso nos salvó en el campamento este verano, cuando con apenas una garrafita pudimos improvisar una comida de tres pasos, con salsa agridulce incluída, usando un sobre de ketchup, huevos, cebollas y el puré que había sobrado del mediodía. O la noche lluviosa de nuestra llegada a San Martín de los Andes, cuando la última pechuga de pollo grillada fue a parar al glorioso risotto que nos calentó la noche a 5º.

Todo esto pensaba con el traste apoyado en la mesada, en el silencio de una noche que presagia lluvia y recordando los pequeños actos de amor que a veces nos negamos, incluso teniéndolos al alcance de la mano. Algo tan sencillo como cocinar para un amigo, sentarse a la mesa aunque estemos solos con un plato sencillo para comer en paz, o enseñarle a un niño a participar del rito de la cocina, para que, con suerte, el día de mañana no tenga que depender de nadie más (especialmente de un delivery) para disfrutar de la costumbre más vieja del mundo.


domingo, febrero 13, 2011

Verano en Buenos Aires

Verano en Buenos Aires, ocho años después. Sin pantalones blancos, pero todavía con trenzas. Sin guita, como entonces... pero al menos con laburo. Con amigos de aquel tiempo, más amigos que nunca, y casi todos ellos con sus circunstancias cambiadas. Ya no aquel grupo de solteros alegres de joda corrida, miércoles a lunes, cine en el Abasto con Musimundo como punto de encuentro. Ya sin entradas garroneadas a cinco pesos para que rindieran más, o mirar los platos de los otros en el patio de comidas porque no había con qué comprarse nada. Ahora, de vez en vez, compartimos recitales y un par de ritos al año, más fiestas, más cenas. En ese entonces no teníamos celulares y nos llamábamos a casa o mandábamos mails organizando encuentros. Ahora un teléfono y el mail suelen ser la única manera de sostener aquel contacto. Siento que dejé atrás la fase Secundaria y pasé directamente a Padres y Madres de Familia con ese grupete loco de febrero de 2003. Para organizar una cena hay que planificar las agendas. Y está bien, porque en todos estos años recuperé un espacio propio que me ayudó a armarme. Y porque sé que están allí, y que ellos cuentan conmigo. Es suficiente.

Verano en Buenos Aires. Palomas estampadas en el pavimento. Horas diurnas de encierro y salidas vespertinas. Volver a leer, a escribir, a jugar, a agitar viejos fantasmas. Verano rueda de la fortuna: estación del éxito laboral y el infortunio personal. Buenas y malas noticias invertidas. Lo que me acerca al mar me aleja de vos, y así sucesivamente. Mala época para vacas flacas y ya vendrán tiempos mejores. Frases hechas sobre culpa, sobre remordimientos, sobre inquietudes que no puedo manejar porque no son mías. Mala estación, el verano; malo cada preludio de cuaresma. Malo el calor. Mala vibra. Bueno esto de tenerte de amarre, de ancla. Esta alma libre mía jamás se sintió más segura que ahora, sabiendo que puede volver a enroscarse en tu dedo. Hacés amigable hasta las malas estaciones de cada año juntos.

La montaña rusa, en marcha nuevamente y conmigo en la parte más alta, me da la pauta de que acá empezó todo. Otra vez.
Y yo solamente pido que todo pase.
Que termine.

sábado, febrero 05, 2011

Hojas en blanco

Hacía un tiempo que no salía de vacaciones en enero. Verdaderas vacaciones en las que la primera parte del viaje fuera un destino incierto, un cambio de planes constante. Viajar en compañía como si viajara sola: lo necesitaba. Los años y las batallas, especialmente las interiores, me volvieron una solitaria "amigable" que no desprecia a la humanidad pero la estudia con cautela, de ser posible a una cierta distancia. El flujo continuo de cariño que agradezco y alimento (aunque todavía no sé bien cómo, lo confieso) ha sido la marea que me mantuvo a flote cuando lo que más quería era sentarme en el silencio del fondo del mar y pensar hasta que la vida se agotara.
Vacaciones en enero funciona también como una forma de empezar el año en blanco, dicen. Por acá diciembre, sin embargo, está tan fuertemente enlazado con enero que son casi un solo mes en continuado. Mis hojas en blanco son otras, distintas. Cuando parecía que no había excusas para volver a escribir, las excusas volvieron y también las palabras. Por eso desaparecí de la vida virtual tal y como la conocía; por eso me cuesta volver a conectarme. En las montañas, junto al sol, los argumentos y fundamentos se presentaron muy claros. Entendí cuál es mi clase y por qué no la había visto antes.
Las palabras dejaron de danzar en mi cabeza y ahora luchan por abrirse paso en el papel. Me desquician, termino transpirando como si hubiera corrido hasta el límite de mis fuerzas, pero es bueno recuperar la sensación de estar creando algo que tendrá un destino fuera de mí. Ya no me importa si gusta o no, quiénes lleguen a leerlo o cómo lo critiquen. Lo único que sé es que tengo que sacarlo de una vez, que envenene a otros, que los contamine o los llene de furia, o de alegría... qué se yo. Mi pequeño mundo interno tiene destino de imperio falso y yo no se lo voy a seguir negando.

lunes, enero 24, 2011

¿Qué pasó en la semana? ¿¿Eh??

En diez días de vacaciones vengo pasando por todos los climas. Mi piel no llega a cuartearse y ya está roja de nuevo, pese al FPS 45 y todas las precauciones. Tomo 3 a 4 litros de agua por día, sin contar el tereré / mate: el agua de estas latitudes es la gloria absoluta y siempre andamos con el bidón lleno por ahí.
Ahora, hacia el final del camino, hace calor. Mucho. Pero en algún momento hizo frío. Volví a tocar la nieve, a arrodillarme sobre ella, a llenarme los puños, agradecida, en un gesto puramente simbólico que nunca pierde sentido. Se me despertaron al cien por cien el oído, el olfato, el gusto, el tacto. Por fin entendí lo que debe haber sentido Johanna Spyri cuando oyó por primera vez el rumor del viento en las coníferas en medio de la majestad y el silencio absoluto de los Alpes, un sonido que se me imprimó para siempre. Lavé y tendí ropa a centímetros de un halcón que nunca receló de mis pies descalzos y mi olor a excursión por el monte. Cocinamos verdaderas exquisiteces en la precariedad de una carpa, bajo la lluvia. Probamos algunas de las cosas más ricas que vamos a comer y beber en nuestras vidas (lo sé). Caminé tanto que mis zapatillas ya no aguantarán el viaje de regreso; siguen allí, al costado del bolso, llenas de pedregullo entre suela y plantilla. Abracé a los árboles con el cuerpo y con el corazón. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando un arcoiris me dio la bienvenida en mi primera mañana de caminatas en Colonia Suiza (el arcoiris más perfecto del mundo, y el más cercano a la Tierra que jamás haya visto). Vi volar a los cóndores. Me mojé manos, pies y cara en los arroyos y cascadas de montaña hasta quedar entumecida. Reverencié a los Lagos en silencio. Leí en voz alta y para mis adentros el primer tomo de los Cuentos Completos de Isaac Asimov (alegrándome por el reencuentro con muchos de ellos). Recordé por qué la gente puede ser maravillosa, aún cuando el fin de este viaje era precisamente no encontrarme a muchos ejemplares de seres humanos. Balanceé varias veces mis pies en el abismo. Me desperté con una sonrisa radiante de algunas de las peores noches de mi vida (traten de dormir después de un día agotador, con frío y los pies mojados). Me decepcioné por el cortísimo tiempo que pude pasar en algunos lugares y por lo mucho que cambió el Bariloche que conocí hace diecisiete años. La decepción duró lo que tardamos en llegar al Valle Encantado: minutos, apenas. Sufrí y gocé como loca el tramo en construcción de la ruta de montañas entre San Martín de los Andes y Villa La Angostura. Esperé media hora con el objetivo listo y las rodillas acalambradas hasta visualizar al volcán Lanín. Percibí los cultivos de frutas neuquinos antes de llegar a verlos, y aprendí que algunas pequeñas ciudades (sobre todo las perdidas en el cerro) pueden oler a alcanfor, menta y especias durante días. Tuve más momentos de lluvia, nubes y viento que de sol.
No compré chocolates, pero sí especias ahumadas y algo de cerveza artesanal. Probé un Partagás, quebrando uno de los pocos tabúes que me quedan en la vida. Extrañé un poco a mi guitarra, sólo un poco: la reservo para viajes más amigables con los objetos. Si la hubiera llevado, habría vuelto tan abollada como yo y además, canté muy pocas veces; hay lugares y momentos donde es mejor dejarse llenar por el canto de la Madre.
Escuché toneladas de música "en tránsito", pero hay una BSO muy definida que no se va a despegar jamás de este viaje: Rush, Arcade Fire, Queens of the Stone Age, Frank Zappa and the Mothers of Invention, Porcupine Tree, These New Puritans, The National, Goldfrapp y su Seventh Tree, Marillion... incluso hubo lugar para Raffaella Carrá, Los Prisioneros y Lady Gaga, bailes tipo "A night at the Roxbury" en el auto y lentos acaramelados bajo los árboles de San Martín de los Andes.
Todavía me faltan algunos días para disfrutar de esto antes de volver. Yo siento que me voy a quedar acá también, como cada vez que vuelvo a casa sin haberme ido del todo.

jueves, enero 13, 2011

La mejor BSO es la vida misma

Me gusta pensar que no "me escapo" de la ciudad. Escapar siempre entraña una huida de uno mismo, de lo que uno es. Y yo me llevo todo esto conmigo. Soy siempre Cass, en Baires o Entre Ríos, en Córdoba o Uruguay, en Cuyo o la Patagonia. Cambia el escenario, cambia la predisposición, a lo sumo; la gente, a veces... Principalmente, lagente-masa-anónima que rodea nuestra cotidianeidad y que no nos sigue a todas partes. ¡Por suerte!
Lo más probable es que no use ni tacos/plataformas ni maquillaje en estas vacaciones. Es fija que voy a pasarme 18 de 24 horas untada de bloqueador solar. Casi no voy a usar los anteojos; totalmente lo contrario de lo que va a pasar con la cámara de fotos. El celular será apenas una forma de mantener el contacto con los seres queridos que se preocupan a distancia o se ocupan de la casa. No enviaré ni contestaré mensajes o mails. No voy a extrañar la televisión ni el teléfono. ¿Y?
Al mismo tiempo que enumero todo esto, me pongo a pensar y advierto que muchas de esas cosas también las hago (mejor dicho, las no-hago) acá: no tacos, no maquillaje, no tele, no responder mensajes... No necesito escaparme porque en la perra gran ciudad también puedo hacer lo que quiero cuando se me da la regalada gana. Ventajas del trabajo de data entry por las mañanas y el freelancismo de la tarde. Caretaje reducido a la mínima expresión, cada vez más reductos donde ser una misma. Lucky bastard...
Si mi espíritu y mi capacidad de goce no cambian, sino que se adaptan... ¿para qué escapar?
La palabra "escapada" define cada vez menos esos paseos cortos o largos que hago (hacemos) fuera de Buenos Aires. Lo único que diferencia este viaje de los pasados viajes o de los que vendrán en el futuro es la sensación de aventura inminente. Una sensación diferente todas y cada una de las veces. El salto alegre del vértigo en la panza porque seguimos recorriendo juntos un camino compuesto de puntitos rojos en un mapa y muchas líneas más o menos convergentes. Y porque el mapa, que no se acota solamente a la geografía, nunca termina...
Emi y yo solíamos decir "¡A huir!" en tono cartoonesco cada vez que salíamos de viaje, así fuera a las canteras, Magdalena o Villa Gesell. Pero era apenas un código entre dos almas inquietas que se rebelaban contra la rutina y que sólo se liberaban por completo en un ámbito propicio, lejos (sobre todo) de las estructuras familiares y la gente conocida. Emi se llevó todo eso a Villa La Angostura y hoy es su propio Castillo Ambulante. Un tipo auténticamente libre, prescindente, que ya no necesita escaparse. Para preservarme, yo tuve que aprender que puedo ser Castillo y bosque, prado y fortaleza siempre y cuando tenga el coraje de reconocerme libre, de asimilar mis limitaciones (tiempo, dinero, objetivos, proyectos) y poner al karma a trabajar en mi favor.
El día que dejé de sentir que esta ciudad era una jaula, se acabaron las escapadas y empezó el verdadero camino de mi vida.

¡A celebrar, entonces!


viernes, diciembre 31, 2010

Huellas / Last session

Tengo huellas en el cuerpo y la mente. Mi piel y mi espíritu son mapas de la vida. Me he consumido los ojos leyendo, la cabeza pensando, el cuerpo corriendo detrás del goce permanente de las cosas buenas de la existencia. También corriendo detrás del dolor y la autodestrucción; ha habido de todo.
La felicidad que vivo, a la manera de Clarissa, está hecha de instantes continuos fundados sobre cimientos de dolor insoportable, de angustias que apenas puedo morigerar, de días y noches de llanto en continuado, de seres queridos que murieron o se fueron, de olvidos y de bienvenidas, de adioses y de enseñanzas. Cada momento de dolor me arrinconó insidioso, haciéndome creer que jamás iba a salir de allí. Bordeé la locura. Grité por qué y para qué. Le saqué la lengua a la muerte. Me paré frente a un arma cargada y frente al pozo de un edificio de trece pisos; me hundí en el abismo más profundo dispuesta a llenarme los pulmones de agua, y Eros me dio vuelta de un sopapo para que volviera a mirar el sol.
Ahora que lo pienso en retrospectiva, debería haber muerto antes de los 28. Elegí la vida tomándome, una vez más, de aquello que me hacía bien. Me salvó el amor que di, que nunca se había ido de mi lado aunque me sintiera terriblemente sola.

Huellas como cicatrices, queloides en el alma. Como marcas de dobleces en papel cuarteado. Como aureolas de quemaduras, resquebrajamientos y reconstrucciones sucesivas. Capa sobre capa sobre capa de una personalidad que, pese a los años, persiste en brillar a través de lo más opaco. Un brote verde me surge de las grietas, muro de piedra donde se enraizan las especies más diversas (entre la hiedra también se crían bichos). Magia en la punta de los dedos, que proviene de la Madre Universo y del Todo, de la Nada, del anverso y reverso de las cosas.
Me siento capaz de construir, de encontrar, de razonar, de crear. Nazco, crezco y muero cada día, desde la duermevela hasta la noche. Nunca sé dónde voy a estar, ni cómo, ni con quién. Insisto en no querer saberlo, en ignorar el día de mi muerte. Simplemente, vivo. Disfruto. Valoro cada segundo de música de la misma forma en que valoro el silencio. Me entretengo en los recuerdos, en la precisa reconstrucción de mis momentos preferidos. Pero no me quedo en el pasado. Sigo adelante, variando el ritmo para no agotarme demasiado rápido y porque las variaciones son lo que hace de la vida una maravilla constante.
¿Me he consumido, dije? Me corrijo. Mi devastación es como la del fénix, que se consuma y vuelve a empezar. Voy a leer hasta quedarme ciega. Voy a pensar aunque me vuelva loca. Voy a correr, a nadar, a volar hasta que me crujan todos los huesos y me salgan callos por todos los rincones. No me pongo límites. Los rechazo. A lo sumo tomaré un descanso, un respiro en el camino... pero siempre "más adelante, mañana".

Hoy voy a celebrarte, Vida, por lo que ya me diste y lo que vas a darme. Voy a beberte, a multiplicarte y a gastarte hasta que no quede nada.



viernes, diciembre 10, 2010

Impasse: Dejame bailar

Hay en algún lugar, en la casa de una tía lejana en geografía y en afecto (aunque nunca en el recuerdo) una foto de mis cinco años con vestido de organza pastel, moño en la cabeza, medias caladas (de esas que al sacarlas dejaban marcados circulitos en la piel) y guillerminas blancas, bailando entre las parejas de adultos en medio del patio del caserón que tenían mis abuelos paternos. En realidad, no hay una sola foto. Es todo un álbum de casamiento lleno de fotos en las que se cuela una nena bailando con la mirada perdida, sin darse cuenta que alguien la retrata junto a otros treinta danzarines.

Cuando se es apasionado hasta el punto del desborde emocional hay pocas cosas que "gusten". Por eso me cuesta mucho hablar de pasiones. No hay grados de pasión en mí, hay niveles. La escritura y la lectura, por ejemplo, son para mí naturales como respirar; me es fácil escribir casi sin corregirme, leer es parte de mi día a día. El cine está llegando al nivel de la lectura después de muchos años de demora, compensados con década y media de visionado constante. La pintura y el dibujo, dos cosas que no se me dan ni de cerca, también me apasionan. Pero van en otro nivel.

Así, llegamos a la música. ¿Qué decir de ella? La tengo dentro, en las tripas. Todos los momentos de mi vida están llenos de ella. Este blog está lleno de la música que me atravesaba en mi niñez y que me sigue sorprendiendo, de descubrimientos tardíos y adquisiciones recientes. En cada link de cada post puede estar escondida la sorpresa de un disco difícil de conseguir o una joyita para el alma de quien sabe escuchar. Sólo con los soundtracks de mi vida llenaríamos una módica disquería (de aquellas que valen la pena, del estilo de "High Fidelity").

La música es parte de mí, por eso me es difícil poner en palabras lo que significa. Me complementa mejor que cualquier otra cosa. En el silencio puedo imaginar la música de los elementos. Lo recordé en los dos últimos días de mar y campo y sol. Cuando llega a mi cabeza empiezan a picarme las notas, se me llena el diafragma de vibraciones minúsculas y tengo que dejarla salir. Me maravilla mi propia voz porque nunca suena igual en mi cabeza que en una pista de audio, que en una habitación cerrada, que gritada al viento y a las olas.

Pero lo mejor de todo es cuando se apodera de mí. Cuando su pulsar me inunda. Cuando quiero bailar con mi sombra esté donde esté. Cuando siento un atisbo de miedo o de ansiedad y me dejo arrebatar por el ritmo de mi propio corazón que busca el arpegio, la nota que le complemente.

Entonces, como en aquellos días de la infancia cuando apenas era consciente de las miradas sobre mí, bailo. Sentada en la oficina, de pie en un rincón o en la cola del supermercado, arrebatada en la soledad de mi casa vacía o en medio de una multitud de extraños. Abrazada, enlazada por las manos o la cintura. Saltando locamente o deslizándome al ritmo de un vals imposible y bello. Imaginando pasos nuevos o replicando una coreo universal. Siguiendo un ritmo perfecto, o absolutamente desacompasada. Envuelta en la toalla del baño, disfrazada o desnuda. Con tacos y en chatitas, aunque mejor descalza. Moviendo la cabeza de manera alocada o sólo las manos. O sólo los pies. O sólo unos dedos.

Bailar es anarquía en su expresión más pura. Es el canal de energía más armónico. Mi forma perfecta de expresar amor y convicción. Mi fórmula ideal para exorcizar a los demonios.
El mundo es un lugar irregular, caótico, transido de dolor y de pasiones. Y aún así, perfecto... porque todavía existe gente que baila en medio de la noche y las tormentas. Porque estoy convencida de que no existe un dolor capaz de silenciar todas las melodías del mundo, o privarnos de bailar. Porque cuando esa fuerza llega, me lleva puesta. Porque mientras bailo siento que todos, hasta los muertos, bailan conmigo.

Ahora, por ejemplo, para celebrar el viernes y el inicio de uno de los últimos fines de semana del año, les dejo un clásico saltarín de la casa, que nos perdimos este año porque estaba en la Creamfields... el día que los traigan a cualquier otro fest, nos tienen firmes como rulo de estatua.



sábado, noviembre 27, 2010

Dibujitos de ayer y hoy (1): Por qué Candy

Desde hace dos semanas, en Facebook se lleva adelante una simpática iniciativa: cambiar la foto de perfil por una imagen de algún dibujo animado que haya marcado tu infancia.
Se me hizo cuesta arriba elegir sólo uno, porque la realidad es que no sólo mi infancia ha sido marcada (o tocada) por los dibujos animados. Mi adolescencia y mi vida adulta están llenas, todavía, de esas series con personajes bidimensionales, algunos mejor animados que otros o con más profundidad argumental. En definitiva, nunca me alejé de esa parte de mi vida; soy incapaz de tomar distancia emocional con los buenos recuerdos.
Entonces, si tenía tantas opciones para elegir, ¿por qué Candy Candy? Me identifican mejor dibujos como Robotech, Mazinger Z, Heidi, Mi Pequeño Pony, los Pitufos, Patoaventuras, los Autos Locos... Incluso pertenecen a mi primera infancia (5 a 12 años), en tanto Candy llegó a mi vida durante la adolescencia. Pero todo tiene su explicación.

Ante todo, una breve (!) síntesis de este shoujo manga del año ´77, según lo que recuerdo y sin acudir a la Wikipedia (al menos por ahora)

Candice White es apenas un bebé cuando la abandonan en la casa de la Señorita Pony y la hermana María, una especie de orfanato rural, en un frío día de invierno. El mismo día abandonan a otra niña, Annie, que con los años se convierte en su mejor amiga (junto con su mascota mapachesca, Clint). Cuando las dos llegan a los seis años de edad, un matrimonio rico adopta a Annie y le prohíbe tener contacto con Candy siquiera por medio de cartas, ya que no quieren que sus amistades sepan que la niña proviene de un orfanato. Ese mismo día, Candy conoce al que se convierte en su primer gran amor, un chico de unos 14 años que toca la gaita para consolarla de su pena y se va sin decirle su nombre, aunque ella lo bautiza como "el Príncipe de la Colina".
Al cumplir doce años, Candy es adoptada por la familia Leagan, emparentada con los Ardley (o Andrew, o Andrley, según las versiones), que constituyen uno de los clanes más poderosos de Estados Unidos a nivel económico. Los chicos Leagan, Eliza y Neal, la torturan psicológicamente de tal forma que la niña piensa en escaparse, pero sufre un accidente y cae a un río turbulento. La rescata un extraño ermitaño llamado Albert, que vive secretamente en la propiedad Leagan/Ardley rodeado de animales. A partir de ese momento, Albert aparece varias veces a lo largo de la historia cuando Candy se encuentra en problemas o triste.
Después conoce a los otros miembros de la familia Ardley: la imponente tía Elroy y los primos Anthony, Stear y Archie, que de inmediato se convierten en sus mejores amigos. Anthony, además, será el segundo gran amor de Candy por su increíble parecido con el "Príncipe de la Colina". Pero todo termina trágicamente cuando Anthony muere en un accidente y se culpa de esto a Candy, motivando su expulsión de la familia Leagan. Misteriosamente, el patriarca William Ardley (que no aparece en la serie sino hasta el final) declara que ha adoptado a Candy y que no será maltratada nunca más por ningún miembro del clan, además de recibir la mejor educación junto con los demás primos.
Stear, Archie y Candy se embarcan en un buque a Inglaterra para continuar sus estudios en el Colegio St. Paul's. Una noche de niebla durante ese viaje, mientras llora recordando a Anthony, Candy conoce a un joven insolente que se burla de ella y la bautiza "pecosa". Además de encontrarse con los hermanos Leagan en el internado, también se encontrará con ese rufiancito que resulta no ser otro que el hijo ilegítimo del conde Grandchester y una actriz americana. Terry Grandchester se convertirá en el amor definitivo en la vida de Candy. Las aventuras en la etapa del colegio y posteriores son la mejor parte de la historia. Allí conoce a una simpática nueva amiga, Patty (que se convierte después en la novia de Stear). Y, oh, casualidad, también su amiga Annie estudia en el prestigioso colegio. Por supuesto, cerca de allí también anda rondando Albert, que recorre Europa trabajando aquí y allá para estar cerca de los primos Ardley y de Candy. Albert se hace muy amigo de Terry también.
Luego de la huída de Terry del colegio, consecuencia de un injusto castigo que recibiera por culpa de Eliza Leagan, Candy se escapa para seguirlo hasta América. Cuando sus esfuerzos por encontrarlo fracasan, se convierte en estudiante de enfermería en la escuela de Mary Jane, una veterana que la tiene al trote y la llama "torrrrrrrrrpeee" todo el tiempo. Además, su archirrival en la escuela de enfermeras, Flammy, no la trata mucho mejor, aunque Candy le tiene un enorme afecto y respeto: sólo se amigan cuando Flammy se va de voluntaria al frente de batalla en Europa (recordemos que la historia transcurre en la etapa previa y simultánea con la Primera Guerra Mundial).
Mientras estudia con Mary Jane, Candy reencuentra a Albert luego de que éste sufre un accidente y pierde la memoria. Lo toma a su cargo y viven juntos en un departamento cedido por el tío abuelo William Ardley. Poco tiempo después, Candy tiene la posibilidad de reencontrarse con Terry, que es ahora un actor exitoso en gira con su compañía teatral. Para desgracia de Candy, la actriz principal de la compañía, Susannah, está perdidamente enamorada de Terry también y justo cuando ellos dos están a punto de reconstruir la pareja, Susannah lo salva de un accidente potencialmente fatal... y queda inválida. La culpa fuerza a Terry a separarse de Candy para casarse con su salvadora.
Candy abandona la ciudad con el corazón destrozado, sólo para encontrar que Stear, su "primo del corazón", se ha enrolado en el ejército. La familia Ardley se encuentra revolucionada por este tema y por la decisión de Candy de ser enfermera. Ni los Leagan ni la tía Elroy la tratan bien desde que menguaron las noticias del tío abuelo William, de quien se rumorea está gravemente enfermo. Entre tanto, Albert se encuentra accidentalmente con Terry, que devastado por su separación de Candy abandonó la compañía teatral y se emborracha en antros de mala muerte. Luego de una charla lo convence de que regrese a la vida que eligió, y se separan. Albert tiene un accidente callejero mientras vuelve al departamento y recupera la memoria, pero no se lo dice a Candy. Unos días después, desaparece.
Esto es el golpe definitivo para Candy, pero todavía hay más: Stear Ardley, hermano mayor de Archie y novio de Patty, muere en el frente mientras pilotea su avión de combate. Y para colmo de males, el joven Neil Leagan, el mismo que la torturaba durante su infancia, descubre que en realidad está enamorado de ella y convence a la tía Elroy y a sus padres de que lo mejor que pueden hacer por Candy es obligarla a casarse con él. Falsifican una autorización del tío abuelo William, y cuando Candy le escribe desesperada para informarle la situación, recibe la orden de encontrarse con él para confrontar a la familia. Allí se revelará la verdadera identidad del benefactor de Candy, después de muchos años. Pero esa resolución me la guardo, así que si leyeron hasta acá... ¡no la deschaven en los comentarios, petes!

Factos y curiosidades de la serie:
- "Candy Candy" es una creación de Kyoko Mizuki (historia) y Yumiko Igarashi (dibujo). Tras un largo conflicto entre las socias, tanto el manga como el animé dejaron de distribuirse en el mundo, además de truncarse para siempre la muy rumoreada continuación de la historia. De hecho, la repetición de la serie está prohibida en todo el mundo desde el año 1998. Sin embargo, hay canales que continúan transmitiendo la totalidad de la serie eventualmente, como Panamericana Perú.
- El final no conformó a ninguno de los muchos fanáticos de Candy en el mundo y esto originó una fiebre de fanfics (ficciones "truchas", sin permiso de los autores) donde algunas fans le daban a Candy diferentes destinos, sobre todo en el aspecto sentimental. El más conocido y de mayor aceptación en castellano fue "Reencuentro en el vórtice" y se lo puede encontrar en línea en los sitios dedicados a la serie.
- El doblaje de Candy Candy se realizó en Argentina. Cuenta la leyenda que las fans hispanohablantes de todo el mundo quedaron enamoradas de Terry Grandchester (el tercer y definitivo gran amor de Candy) por el acento porteño de su actor de doblaje, Andrés Turnes. Casualmente, es el mismo que dobla a los otros dos amores de Candy: el Príncipe de la Colina y Anthony Brown (o Bower, o Brower, según quién escriba). La chillona e inconfundible voz de Candy pertenece a Cecilia Gispert.

Mis motivos para elegirla por sobre otras series:
El primer dibujo animado que tocó mi corazón fue Heidi, seguido de Mazinger, Ulysses 31, Voltron y Robotech. Esto definió en gran medida mi apego a la animación japonesa. Sin embargo, con el paso de los años fueron ganando terreno las producciones de Hannah Barbera (Los Picapiedras, Los Supersónicos, El Oso Yogi, Scooby Doo), Warner Bros animations (Looney Tunes, Merry Melodies, Tom y Jerry) y otros cuya factoría no puedo ni quiero recordar... (He-man, She-ra, Thundercats, Dinosaucers, Silver Hawks, The Centurions, Jem y The Holograms).

Cuando apareció Candy Candy yo estaba en pleno furor de reencuentro con mis raíces animé, ya que seguía de forma obsesiva a Capitain Tsubasa / Los Supercampeones por Telefé, y a Los Caballeros del Zodíaco en Rede O'Globo (sí, los vi de cabo a rabo primero en portugués y gracias a eso hoy entiendo gran parte de ese idioma que no hablo... jeje). Pero eran dibus bastante machones, por decirlo de manera delicada, y me conectaban con emociones muy diferentes a las que habían generado aquellos primeros dibujitos.
El breve apogeo de The Big Channel me acercó a Speed Racer / Meteoro, G-Force, UFO Robo Grendizer, la Abeja Maya y Kimba el león blanco. También me devolvió a Robotech (volver a ver esta serie cambió mi vida, no se rían... pero le debo mucho, de verdad). Y me envició severa y definitivamente con Candy Candy.

La primera vez que vi ese dibujo, volví a tener cinco años. Me emocioné genuinamente con las peripecias y tragedias de esa niña que estaba pisando la adolescencia a inicios del siglo XX, me identifiqué con su lado más marimacho y también con sus ilusiones románticas. Era un placer absolutamente culposo que sólo compartí con una amiga, Sabrina, tan fanática de los dibus como yo. La verdad era que me avergonzaba un poco reconocer que a los quince o dieciséis seguía estas aventuras con avidez. Fue mi regreso definitivo a la inocencia de la niñez y, de alguna forma, mi camino a casa.
Después de Candy Candy, mi escritura sufrió importantes cambios. Mi forma de ver animé, también. El shoujo manga se hizo parte de mi vida y le abrió las puertas a ese lado femenino que me negaba. Que existan historias así, con sus inverosimilitudes y lugares comunes es para mí una especie de celebración de la vida. No sé, ¿les parece suficiente justificación?

Presentación de Candy Candy:




Canción del final:




(todavía me acuerdo de las dos de memoria... ¡mi sobrina Evange me hacía cantárselas en la guitarra y todo!)

Próximo post: todos los dibujitos que marcaron mi infancia (en dudoso orden cronológico). Con mención especial al Magic Kids, canal que me acercó al gran vicio de mi adolescencia: Dragon Ball.

domingo, noviembre 21, 2010

Canciones tristes para amantes sucios

En estos días paso por una fiebre revival de mis clásicos. Cuando era chica nada me estremecía más que la música de The Cure en la radio. Primero "Friday I'm in love" y de ahí, para atrás. "Charlotte Sometimes", "Lullaby", "Boys don't cry", "A forest", "In between days", todos temas que me siguen partiendo la cabeza y me remontan a mis épocas en las que chapuceaba ese inglés que ni siquiera intuía (en los '80 era, ni más ni menos, una nena) tratando simplemente de seguir la melodía. Cuando llegué al conocimiento de las letras, la banda me gustó aún más y Robert Smith se me antojaba el tipo más lindo del mundo. La música nos afecta a todos de maneras... diversas.

Pero como la música es una búsqueda que jamás se agota, mi gusto por lo darkie me llevó en años universitarios, como ya conté muchas veces antes, a Dead Can Dance, Cocteau Twins, This Mortal Coil y por extensión a todo el sello 4AD, que actualmente incluye a varios de mis nuevos amores (St Vincent, Blonde Redhead, The National - a quien mencionaré más abajo-).

A medida que crecía, fueron llegando nuevas influencias nefastas. De la música gothfriendly llegué, por bifurcaciones que ni yo recuerdo, a las que yo llamo voces oscuras; mi amiga Ce alguna vez las llamó "voces como papeles rotos". Por ejemplo, Nick Cave and the Bad Seeds con sus "Murder Ballads", algunas canciones sueltas de "Henry's Dream", "The Boatman's call" y sobre todo "Let love in". Me pierde este tipo.
Me pierden los tipos con voces profundas, sucias, y letras que flechan corazón y cerebro al mismo tiempo. Me pierden Serge Gainsbourg, Chris Rea, Mark Knopfler, Tom Waits y Leonard Cohen. Me pierden la cadencia oscura de Brendan Perry y David Sylvian. Más cerca en estos últimos años, mis descubrimientos tardíos: Johnny Cash, Mark Lanegan, Chris Cornell. Y etcéteras que a veces se me van de la cabeza.

Click aquí para escuchar estos vozarrones (más yapas) en mi flamante primera lista de Grooveshark.

Click aquí para escuchar a The National. La voz de Matt Berninger es mi más reciente adquisición emocional. Cada respiración cerca del micrófono, cada vaivén en su registro vocal, me eriza la piel hasta el último vellito.
Será que las canciones tristes, melancólicas u oscuras me dan una atípica felicidad. Subrepticia, a la vez que intransferible. Como a tantos otros bichos en este extraño mundo.

sábado, noviembre 20, 2010

Tarea para el hogar (y experimento): Gotitas de felicidad /2)

Hace algún tiempo, por invitación de la Mona, me llegó este meme. ¿Se acuerdan de los memes? Cierto que con la llegada del FB y del Twitter se perdió la gracia de bloguear, pero no se pueden haber olvidado de aquellas verdaderas cadenas de pavadas que hacíamos con tanto gusto, a veces sólo por tener la excusa de postear algo.

Hoy se me dio por hacer un experimento, así que les ofrezco algunos de los clásicos del GReader de Cass. Una pequeña lista de blogs y sitios (que empezaron como blogs) que me han hecho feliz a lo largo de estos cinco años, por categorías atrevidas y sin ton ni son.

My kin, my soul:

a)
"Las ma-nosdeto-doslos-ne-grosarriba!".

b)
Con la felicidad implícita en el título:

c)
Abandonados, aunque inmortales (para mí):
- SEBUP (Se está buscando una paliza...)

Bonus- Con grave peligro de abandono:

La pura buena maldad
- Pequeñas Maldades Gratuitas (este también califica como "abandonado"... pero buáh)

La paz en la tormenta

Curiosidades, interés general + aplauso, medalla y beso:
- Inner el pendejoPrecaución, almas sensibles! Es sumamente explícito. En todo sentido.)

Buena onda, buena leche

Adquisiciones recientes (últimos dos años) / Diamantes en bruto

Y ahora, ¿cuál es el experimento? Simple. Si todavía hay alguien que me sigue por el Reader o cada tanto espía para acá, al menos uno se copará con la idea y reproducirá estas Gotitas de Felicidad en su propio blog, ofreciendo a la comunidad 2.0 la posibilidad de conocer un poco más de este hermoso microcosmos que es (o era) la blogósfera.

Eso sí: no dejen de avisarme, así puedo espiar también.
Pido disculpas si me olvidé de alguien. No habrá sido intencional :-)

sábado, noviembre 06, 2010

Apuntes de un luminoso sábado

Va a hacer calor, dicen. Me molesta en grado sumo el calor, pero eso no me impide amar los días soleados de primavera. Que no pueda ponerme al sol hace más o menos una década me ayudó a valorarlo más, a tolerarlo, y sobre todo a disfrutar las pocas horas diurnas en las que no me hace mal.

Este sol que todavía no pica se derrama por el suelo como agua lenta. La piel huele distinto en primavera. La ropa huele distinto, aunque se siga secando en interiores.
Persigo desde la noche sueños por toda la casa.
Hoy vamos a dormir la segunda siesta desde que cambió el espacio.
Caigo en el futón elevando los pies y juego a la tranquilidad por primera vez en meses.

Antes de anoche y anoche pisaron esta casa los primeros queridos extraños. Las voces quedaron atrapadas en algún lugar cerca del cielorraso. May golpeando con sus pies enfundados en medias de colegio paredes y puertas mientras hace la vertical. Finis bailando y saltando sobre la cama "como un conejo". Flores celestes para celebrar.

Hay una ventana con antepecho que podemos llenar de plantas. Por ahora, la única huésped es la que ya teníamos, un pequeño potus. Lo traje abrazado, a pie, desde la casa vieja. Le hablé como si pudiera escucharme y le dije que todo iba a ser mejor. Desde que llegamos se estira lleno de una nueva vida, las hojas buscando el cielo cinco pisos más arriba.

Ir a la Marcha sin curiosidad ni poses, encontrarse con amigos a celebrar el amor. Eso es motivo de orgullo. Celebrar que el amor exista y se multiplique, para llenar la nada que dejan el rencor y las mezquindades cotidianas.

Estamos escuchando esto:


martes, noviembre 02, 2010

Otros ámbitos

En la casa nueva hay otros olores, nuevos sonidos, pequeños desperfectos. La lucha con los cueritos canilleros nos persiguió hasta aquí. Hay un cuarto con frisos infantiles y una sección del piso que a veces chilla. Hay puertas vaivén, puertas corredizas y celosías por todos lados. Circula tanto aire que a veces pienso que hace fresco afuera, cuando en realidad hay 25º o así.
La casa nueva me hace pensar en un mundo de posibilidades y en la mejor manera de llenar las paredes tan grandes. Tiene, eso sí, muebles no aptos para liliputienses y hay que treparse a la silla para poder alcanzar un tupper o unas copas.
Me quedo embobada mirando el techo, pensando en la altura que deberá tener la escalera que me haga llegar hasta ahí si se llega a quemar el foco del living o el de la habitación. Restrego mis pies en el piso suave y cálido, olfateo las maderas. Estoy reconociendo este ámbito nuevo, amigándome aunque me cueste baches de sueño y madrugones intempestivos justo el día que me pedí para no tener que correr. Tengo sueños maravillosos desde que llegamos y me despierto descansada... no puede ser otra cosa que una buena señal.
Faltan, sí, algunas cosas. Uno que otro mueble, desembalar los libros y por sobre todo, acostumbrarme a caminar hasta él para hablarle. Fueron tres años y medio de levantar la mirada para encontrarlo ahí nomás, de hablar sin levantar la voz porque la cocina quedaba a tres pasos del living y la computadora daba la espalda a una habitación mínima.
Cuatro años habitando una caja de zapatos de divisiones invisibles donde aprendí que la convivencia no era ese cuco atroz que me puso a prueba tantas veces (sometimiento, ahogo, renuncia al espacio propio), sino la única situación posible entre dos personas que se aman y no pueden estar separadas porque ya lo estuvieron mucho tiempo, demasiados años. Trasladar la situación a otro ámbito se me antoja una aventura más, tan llena de misterio e impredecible como todo lo que nos involucra. Y me abro a ese misterio con toda la fe y el optimismo que me dan los años de (muchas) buenas y (pocas) malas sorpresas.
En las cajas viajaron mucho más que libros, elementos de cocina, herramientas y un par de PCs.
Viajaron todas las posibilidades y esperanzas de este pequeño mundo nuevo, mis sueños de siempre actualizados, la irrefrenable convicción de que no importa cómo, pero todo va a estar bien porque no puede ser de otra forma cuando se lo desea de la manera correcta.

Quiero estar entera para cuando lleguen el momento de la cosecha y de la nueva siembra.


domingo, octubre 24, 2010

Qué es felicidad




Adoro ser la que se ríe en sus caras azoradas cuando admito lo mucho que me gusto, aún estando quince, veinte kilos por encima de mi peso. Adoro mi personalidad que no necesita de la confirmación de otros para ser arrolladora. Sencillamente, me gusto porque me divierto conmigo misma, me permito actos de egoísmo, encaro mi lado oscuro y trato de amigarme con la idea de que no soy una persona buena, pero sí alguien perfectible que quiere ser bueno. Ni más ni menos, me acepto: con limitaciones, con miles de defectos, con todo lo que todavía tengo por mejorar.

Me moviliza un irrefrenable impulso vital y me dejo llevar por él con altibajos, intentando moderar apenas los bandazos para no volver a pendular como antes, cuando recién tomaba conciencia de lo poderosa de esa energía y la manejaba así, peligrosamente. Con riesgo de partirme la cabeza a cada salto.

Pero no siempre fue así. No siempre fui así. Tuve mis momentos bajísimos, mis crisis, esos momentos donde la mirada ajena pesó tanto que casi... casi me hace cambiar el curso de lo que quería para mi vida. Casi me hacen pensar que mi valor-persona era equivalente a lo que podía demostrar, a lo que podía aparentar. Casi me hacen creer que ambición es igual a motivación, y que la falta de una es equivalente a la carencia de otra. Casi me hicieron sentir que rebelarse era humillarse y que la última palabra en una discusión demuestra algo. La verdad, nunca me sentí más aliviada que el día que me di cuenta que no me afectaban las voces que me conminaban a pisar cabezas para trepar, que me susurraban que era lícito hacer valer la apariencia y el carisma por encima del auténtico esfuerzo o talento. Y esto pasó cuando no había cumplido veinte años.

Cuando renunciás a encajar en ciertos preconceptos se te cierran muchas puertas. Los "amigos" a los que les convenías más zalamera, descarada, siempre sonriente y feliz dejan de llamar. Los potenciales jefes que se dan cuenta que no van a llegar a ningún lado halagándote, te rebotan a la primera entrevista. Los contactos que se presumen profesionales y terminan siendo citas a ciegas desaparecen de la agenda y, cuando querés acordar, hasta te juegan en contra.

Después, el tiempo pasa y te queda lo que sos. Descubrís que está todo bien y que siempre se puede mejorar. Valorás lo conseguido con la misma calma con la que aprendiste a asumir lo que falta. Aprendés a bendecir todo (sea bueno o malo) lo que te hizo llegar a este punto. Cuando releo cosas como esta, me doy cuenta del camino recorrido y de lo cíclico de algunos procesos. Idas y vueltas, pero no en un mismo lugar: en algún momento dejé de ser trompo y me volví barrilete.

Largas caminatas en una primavera fresca. Me olvido por un rato de aquello que me irrita en "la gente". Redescubro la belleza del ser humano en una chica de gesto tranquilo y severo que pasea en bicicleta por avenida Córdoba, una flecha de luz entre cardúmenes de autos unidireccionales, grisáceos. Llega el último fin de semana en este lugar al que llamé "hogar" por cuatro años, hoy decorado con cajas del piso al techo, me estremezco de emoción, "nada nos puede pasar" aunque pase. Las bolsas de ropa huelen a perfumina, en el ambiente persisten vahos a humo de incendio.

Caricias en el alma. Estoy escuchando esto:



Todo el disco es una belleza. Este hombre siempre sabe cómo hacer llorar de emoción.

jueves, octubre 07, 2010

Retrospective: 'Cause Regina is a bitch

Hace cuatro años escuché por primera vez esta canción y me enamoré perdidamente de la voz de Regina Spektor. Desde la portada de "Begin to Hope" (el segundo disco que llegó a mi compu), una chica de aspecto adolescente y boca grande me invitó a recorrer un camino que ya no abandonaría más.
Es difícil amar la música, haber cantado toda la vida y encontrarte de golpe con un monstruo como Regina. Es desalentador y tortuoso, y a la vez es un milagro. Que apareciera justo en ese momento de mi vida fue como salir de una pileta de barro para zambullirme en pleno océano. Por esa época también me enamoraban otras vocalistas asombrosas, pero ninguna me provocaba esa sensación de infarto. Escuchar a Regina significaba muchas veces contener la respiración durante un rato larguísimo o quedarme después mirando el techo sin saber qué fuerza me pasó por encima.

Desde ese día no hice más que esperar y rogar por el milagro posible que la trajera a Argentina. No éramos pocos los reginómanos. De alguna forma, el occiso blog Esquizofónico fue testigo de la esparción del virus entre propios y ajenos; a partir de ahí me llegaron "Mary Ann meets the Gravediggers", "11.11", "Soviet Kitsch" y finalmente "Far".
La escucha compartida nos dejaba en estado de gracia. A la distancia, en aquella nuestra primera primavera, volaron canciones como "Samson", "Love Affair" y "Fidelity". Dos de ellas nos encontraron abrazados anoche, agradecidos por tanto milagro. Milagro de estar juntos escuchando en vivo, para testificar de paso que esa voz es de verdad.

Regina fue precisa, perfecta como un reloj suizo, y aún así se dio el margen de una cordialidad que tenía poco ensayo. Sus músicos, ajustados a ella como un guante en "On the Radio", "Eet" y "Better" (entre tantas otras), la dejaron sola en el último tercio del programa para que pudiera emocionarnos con una guitarra en "That time", que fue el tiempo de tantas de nosotras (freeeeeeeaaaakies), con sus teclados en "Dance Anthem of the '80's" e incluso a capella.
Y cuando alguien le acercó otra silla al piano nos quedamos pensando quién sería el fantasma capaz de compartir con ella el espacio íntimo de los marfiles blancos y negros. La respuesta sería "nadie". O más bien, ella misma desdoblada en un prodigio imposible de coordinación caprichosa: mano izquierda ejecutora de notas, mano derecha haciendo percusión con una baqueta en la silla a su lado, y su increíble voz que jamás pierde una nota.
Allí recordé lo que más me gusta de Regina, un mes mayor que yo en el almanaque y lejanísima en geografías, pero que en ese momento, cuatro minutos comprimidos, fue más cercana para mí que mi propia familia: su capacidad infinita de juego, el goce de las armonías y las notas, el mundo de afuera envuelto en la música que nace del vientre, del pecho mismo. La música que la acunó de niña y que ella reinventó con la obsesión genial de los monstruos sagrados.

Llegó el final y tuve que agarrarme de tus manos más de una vez. Mis lágrimas escandalosas y toda mi alma cantándote "Us" sin mover los labios. Otra vez sin aliento, pero sin mirar el techo, sino ese escenario vestido de estrellas, piano y violines. Y un baterista increíble: hay que decirlo.

Te queremos de regreso, Regina. No dejes de volver.



miércoles, septiembre 29, 2010

Postales (escritas) de un eterno retorno

En el colectivo llené de garabatos los apuntes que me mandó Bianca por mail. Entre metodologías de análisis semiótico y música funcional de los cuarenta principales, me distrajo una puntada en la cabeza... cada vez la misma historia en los lugares cerrados y cargados. El Plaza iba lleno, o casi lleno; casi todos amodorrados, yo llena de expectativas y con la inseguridad de siempre. ¿Qué mierda hago con esto de la hermenéutica? ¿Y si tengo que reformular todo?
Llegué a Plaza Italia y la ciudad me recibió con esa lluvia molesta de cada cambio estacional. Retorcí mi pelo esponjado en trenzas y me fui a caminar por el barrio de la Facultad, reconociendo viejas rutas. Pensar que alguna vez cambié mi domicilio a este preciso lugar. Pensar que mi mejor amigo pasó uno de los peores años de su vida armando un cyber en este local y hoy ni siquiera recuerdo cómo se llamaba ese cyber. Acá vivió Paula en la época en que cursábamos Comunicación y Teorías. Y quién lo diría: hoy, mis primos viven a dos cuadras de mi último domicilio platense, aquella pensión de alto con una ventana a la luna y en la que me dormía escuchando la sirena del tren.
Mates y galletas mediante, charlamos sobre la familia y el estudio. Pude reconocer la cama recién hecha, el desorden ordenado de la cocina, las ventanas por las que se empieza a colar el sol. Vida de estudiantes varones y solteros, en fin... "¿Qué será del Seba? ¿Vivirá solo ahora?" No sé por qué, pero ni me asomé a ver si lo encontraba en Musimundo. "Hoy tengo que pensar en otra cosa." De camino al lugar del próximo encuentro, volvió la lluvia y me metí en la galería Géminis. "La lluvia espanta bastante a la gente; nota mental: siempre que sea posible, elegir los días grises para viajar".
En la mesa del bar, llena de papeles, el mozo acomodó dos ensaladas y agua mineral. Nuestras risas y el envuelte se atropellaron en una hora y media que nunca alcanza y sin embargo, nunca nos queda corta. Gracias por todo, nena, ahora me voy caminando al edificio nuevo, a ver qué onda.
Y acá, la mejor parte del viaje: perfecto silencio sin auriculares, manos a los lados del cuerpo y una larga caminata hasta diagonal 79 y 118, después unos metros a la izquierda. El edificio nuevo no me produjo nada, apenas una sensación un poco opresiva de "qué aislados quedamos", esa falsa pertenencia a la facultad que, minutos más tarde, corroboré mientras firmaba la solicitud de readmisión. Frenar para avanzar, pensé mientras Estudiantes gritaba el primer gol en algún lado, y ahí me di cuenta que la poca gente en la calle quizá no tenía nada que ver con la lluvia, con el día gris.
Perfecto silencio sin auriculares y más caminata, por avenida 1 hasta la estación de trenes. Pasó más de una hora sin que llegara el único mensajito capaz de retenerme minutos extra en la ciudad que nunca les gustó a mis hermanos ni a mi vieja. En ese ínterin, bordeé el bosque y sentí la tentación de perder un par de horas más en el museo. Si hubiera tiempo... La próxima vez, sin dudas. Tengo que volver a andar por ese camino que antes me vio correr, comer choripán, reaprender a manejar y besar al que creía que era el chico de mis sueños.
Volví a Buenos Aires en el Roca. Los vagones y asientos están mejor que antes, los olores y sonidos son los mismos de hace años. Descubrí, casi al mismo tiempo, que la cámara de fotos nunca había abandonado mi mochila y que el libro de cuentos que estaba leyendo (y que me mandaron directamente de la editorial) era un ejemplar dedicado por el hijo del autor a una persona que conozco. Honestamente, ¿cuáles son las probabilidades de que pase algo así?
Bajé del subte C en Avenida de Mayo y caminé por las veredas de un barrio posible. El regreso sigue estando a la vuelta de la esquina.


domingo, septiembre 26, 2010

En las alas de la madrugada

Las personas ansiosas e impacientes no nos llevamos bien con la rutina. Si a eso sumamos cuotitas de excentricidad y una angurria de vivir todo al mismo tiempo, a veces se desatan reacciones en cadena que terminan en enfermedades varias (gastrointestinales, musculares, nerviosas). Usualmente, me pegó por el lado del insomnio y desde mi más tierna infancia hasta que terminé de cursar no hice otra cosa que contar ovejas, estrujando sábanas y dando vueltas como leona enjaulada cuando la madrugada había avanzado tanto que no valía la pena arriesgar el pellejo en una caminata agotadora.

Por suerte apareció esta mujer mientras buscaba una canción que me había gustado mucho (Ever so lonely) y haciendo uso de una banda ancha ajena, me bajé este disco suyo que contribuyó en gran medida a relajar mis noches pasada de mate, de trabajo en McD y de estudio feroz.


Pasaron los años, pasó el insomnio y llegaron algunas cuestiones más importantes y demandantes que atender. Ya no era una estudiante, y aunque la experiencia gasolera me había enseñado los rudimentos de la supervivencia, nada me preparó para el desembarco en Buenos Aires. Ciudad caníbal con la que sólo me reconcilié cuando un ex-porteño se apareció en mi vida para darle un sentido distinto (y tres cambios menos) a esto de vivir sola y acelerada.

Desde entonces, no he tenido problemas de sueño (aunque los años de descuidos no dejan de hacerse notar cada vez que me paso de rosca con las actividades) y aprendí a relajarme. A veces demasiado, como puedo advertir cada vez que miro a mi alrededor y descubro lo que no hice cuando debía y que ahora me da fiaca. Pilas de libros, de cd's y de ropa acomodados con apuro, desmañadamente, en cualquier silla o rincón. Platos y cubiertos que nunca se guardan en la alacena y que duermen la siesta en el secaplatos, listos para la próxima comida. Todo limpio, pero a mano; pensado para no perder el tiempo revolviendo. Y a la tardecita no es raro que estemos dándole codazos al afinador de la Fender o al capodastro para hacerle lugar a los vasos, porque tampoco es raro que las ganas de comer nos agarren ensayando una canción.

Parte de las ansiedades de esta altura del año tienen que ver con este espacio que se ha vuelto mínimo y con la inminencia de un cambio. Este imperceptible tic en el ojo izquierdo, las largas listas con teléfonos, presupuestos, pendientes para antes de fin de año (que está tan cerca, ¡tan cerca!), números que cierran a duras penas, espaldas fatigadas y corridas me traen el recuerdo de aquellas otras noches.

Qué chiquitas parecen aquellas preocupaciones comparadas con las actuales. Pero como nada pasa porque sí y la experiencia siempre sirve de algo, las ahuyento de la misma manera: música tranquila, aromas suaves, un té caliente. Y palabras.
Esta receta infalible me ayuda a acomodarme entre las alas de la madrugada y llegar a buen puerto lo más descansada posible. Lista para el desafío cotidiano y para el presente que hilvana mi futuro, todos estos proyectos hermosos que se van concretando. Libre de miedos y de incertidumbres, con los ojos del asombro bien abiertos, la ansiedad convertida en el mejor combustible para la aventura.

jueves, septiembre 23, 2010

Equinox

Hoy es el equinoccio de primavera. Hoy, 23 de septiembre, y no el 21. Un día fatal en el que apenas tuve tiempo de recordar algo que sistemáticamente me obligo a olvidar y que sin embargo siempre me vuelve a la mente: con cada primavera, este blog cumple cinco años.

Cinco años de reflejar una ínfima porción de mi vida y mis pensamientos, cada vez más íntimos (aunque menos visitados). Tan míos. Tan realidad-ficción como el primer día. Y aunque cada vez me acerco más al lado oscuro para explorarlo y sacarle chispas, siempre está este rincón de bosque donde alguna vez floreció vida entre ruinas. Siempre vuelvo a sentarme en el claro del silencio perfecto para mirarme las uñas coloridas, levantarme un poco la remera y tumbarme de cara al cielo imaginando que vuelvo a ser una niña, físicamente una niña con todo el pelo alborotado y mugriento, las hormonas revolucionadas y la garganta áspera de gritar y cantar. Una nena con olor a agua de pozo y roña de cuello u orejas, de esas que sólo son compañía deseable para los perros, los caballos y otra runfla rural. La nena que hablaba (habla) con los árboles, las abejas y los arcoiris. La nena que quería (quiere) escribir y que nunca se va a dormir sin haber leído un buen puñado de páginas.
Esa que un día se quedó esperando en el claro hasta que la mujer que la había despreciado pensando que era hora de despegarse de ella volvió cansada y ojerosa, más muerta que viva, pero con el mismo fuego en los ojos, los brazos llenos de compañías que eran soledad, y que sólo podía seguir viviendo si volvían a ser una sola.

En honor de esa niña que puedo seguir siendo, de esa soñadora, de ese espíritu indomable, un día creé este blog-patio de juegos y me dediqué a registrar las imprecisiones de un mundo que me alienaba, de esta ciudad que todavía me repulsa. Fue sal en las heridas y pomada para las cicatrices. En las fisuras de lo híbrido, lo más frívolo y gritón, resplandecieron brotes de vida nueva. También quedaron guardados por allí algunos sueños y obsesiones. Una de ellas viene al rescate en este preciso momento, cuando iba a decir "ya está, ya fue".

"Ya fue" nada, nena.
La vida siempre está empezando.




sábado, septiembre 04, 2010

Réquiem para Esquizo

El blog Esquizofónico, proyecto que empezó como un juego entre cinco locos lindos, dejó de existir luego de tres años de compartir la música que nos deslumbraba con amigos y desconocidos (es injusto llamarlos así, ya que muchos de éstos se convirtieron en el puntal de un proyecto que nació personalísimo y derivaron en más que conocidos. A ellos, gracias).

Es cierto que desde hacía más de un año que el más dedicado al blog era Thiago, a quien no puedo dejar de agradecer por su constancia y su amor al proyecto. Él lo llamaba su cable a tierra, y sin embargo a través de los meses sus posteos se convirtieron en los cables a tierra de muchos de nosotros. Gracias a él conocí compositores e intérpretes nuevos por montones, versiones de música clásica a la que no habría podido llegar de otra forma y me volví a encontrar con bandas de sonido que buscaba hacía años, sin éxito.

Hoy me voy a quedar sólo con lo bueno, con lo mejor. Ya puteamos un rato a google y su política de meter a todos en la misma bolsa. No somos el primer blog de música que cierra y no vamos a ser el último. Pero siempre hay maneras de volver a compartir lo que uno quiere con quienes quiere. Y como ya lo hice a través de este espacio puedo volver a hacerlo en cualquier momento.

En todo caso, vaya desde aquí todo mi amor para mis compañeros de aventura (Thiago, Donnie, Milo y Fender), para los cientos de seguidores que, solitos, se embarcaron con nosotros.

Gracias por la música, amigos. Nos volveremos a ver.