Algo me golpea en las entrañas y me quema.
Es fugaz, es sordo. Al principio no duele.
Sólo arde. Puedo soportarlo, estoy acostumbrada al ardor.
Soy de fuego, no de agua. Ni de viento. Ni de tierra.
Y de pronto, el dolor. Un dolor sordo, que sube por mi garganta.
Miro donde el golpe. Una mancha se extiende. Late.
Explotan mis entrañas.
Quisiera gritar, pero apenas puedo moverme.
La música, la lluvia que golpea afuera, el ruido de los autos en la calle.
Todo ahogado por el rumor de la sangre que se agolpa...
Explota mi cabeza.
Veo rojo.
Mis manos tiemblan.
No es la ira, aunque la sienta. Es la maldita espera, de nuevo.
Angustia de la espera.
No nací para esperar.
Y sin embargo, espero.
Pero arde como la mierda. Cada día.
Explotan mis entrañas. Es el peor de los dolores.
Y para no sentirlo,
me vuelo la cabeza.
jueves, enero 25, 2007
miércoles, enero 24, 2007
In the mood for rain
Una lluvia mansa y constante se descarga sobre la ciudad. Yo camino.
Camino por Lavalle con la vista clavada en los escasos árboles, de copas altísimas que buscan sobrepasar a los edificios para ganarles el sol. Hojas renovadas de verde, a mediodía. Viento fresco que preanuncia más lluvia.
Camino dándome cuenta que hay un par de personas mirándome pasar, puedo escucharlos pensar en mi enajenación como algo extraño, pero nadie habla; nadie dice nada.
De repente, hay en la ciudad un silencio perfecto. Sólo las gotas de lluvia caen pesadas, parsimoniosas, sobre el asfalto.
Nadie camina cerca, todos esperan bajo los techos: es una postal que conozco. Pero mi corazón es otro. Hoy no los noto. No los desprecio por ser "gente de azúcar". Simplemente pienso en la constancia de los árboles y en la posibilidad de que las generaciones por venir puedan disfrutar de días similares.
A veces me pregunto qué haría yo en un mundo sin lluvia y sin árboles. Si de pronto me arrancaran esta paz urbana que de a ratos me ofrece un escape, un respiro al agobio de la rutina y los sucesivos fracasos.
Esta lluvia es, de alguna manera, mi revancha contra el conformismo diario. Contra las caras de culo permanentes, contra ciertas palabras que cada vez me suenan más extrañas.
Esta lluvia bendita que me empapa hasta las uñas de los pies, que huele (todavía) a minerales, a tierra lejana, río y montañas, es el lazo que une las piezas de mi cordura.
Camino por Lavalle con la vista clavada en los escasos árboles, de copas altísimas que buscan sobrepasar a los edificios para ganarles el sol. Hojas renovadas de verde, a mediodía. Viento fresco que preanuncia más lluvia.
Camino dándome cuenta que hay un par de personas mirándome pasar, puedo escucharlos pensar en mi enajenación como algo extraño, pero nadie habla; nadie dice nada.
De repente, hay en la ciudad un silencio perfecto. Sólo las gotas de lluvia caen pesadas, parsimoniosas, sobre el asfalto.
Nadie camina cerca, todos esperan bajo los techos: es una postal que conozco. Pero mi corazón es otro. Hoy no los noto. No los desprecio por ser "gente de azúcar". Simplemente pienso en la constancia de los árboles y en la posibilidad de que las generaciones por venir puedan disfrutar de días similares.
A veces me pregunto qué haría yo en un mundo sin lluvia y sin árboles. Si de pronto me arrancaran esta paz urbana que de a ratos me ofrece un escape, un respiro al agobio de la rutina y los sucesivos fracasos.
Esta lluvia es, de alguna manera, mi revancha contra el conformismo diario. Contra las caras de culo permanentes, contra ciertas palabras que cada vez me suenan más extrañas.
Esta lluvia bendita que me empapa hasta las uñas de los pies, que huele (todavía) a minerales, a tierra lejana, río y montañas, es el lazo que une las piezas de mi cordura.
lunes, enero 22, 2007
Cuando suena el río...
Hace un tiempo ya, la gente de mi pueblo se levantó un poco mosqueada de que la pisotearan tanto. Hicieron escuchar su voz en un reclamo que pretendieron llevar a todo el país. Desde mi pequeño lugar, y por el amor que le tengo a esa tierra que me dio algunos de mis mejores años, participé difundiendo y generando discusiones sobre ese conflicto.
Tomé conciencia de muchas cosas. Primero que nada, de que Argentina como país no existe. No hay conciencia nacional, no hay solidaridad entre provincias, no existe esa pavada del federalismo tal como la quieren inculcar los politiqueros. La causa por las papeleras, con suerte, la trajimos a Buenos Aires. Pero, ¿cómo involucrar en ella a gente del noroeste, a gente de la Patagonia? Todos con sus propias causas, que muchísimas veces elegimos ignorar.
¿Cómo pedir lo que nunca dimos?
Aunque nunca es tarde, y todo nos termina dejando una enseñanza. Aprender. Esa es la clave. Una de las patas de mi blog y de mi vida diaria. Aprender.
De todos modos lo que más duele es esa gente que teniendo la posibilidad de aprender, abrir la cabeza, entender un poco, elige cerrarse. Era fácil aprobar los cortes de rutas mientras hubiera alternativas de salida al Uruguay, ahora... si les tocamos la terminal del Buquebús somos unos piqueteros de mierda. Todos se quedaban muy panchos en sus casas del Tigre y el Delta, hasta que se sugirió el traslado de una planta a un lugar "estratégico" que los incluía. Ah, cómo cambia la cosa, entonces...
Pobre mi Gualeguaychú... tan lejos de la Argentina profunda, y tan cerca de Buenos Aires.
Y una nota marginal a todo esto. Ayer, el diario Perfil dedicó un generoso espacio a profundizar (relativamente... aunque es bien cierto que no hay otro medio que trate el tema como lo hacen ellos) sobre cómo está afectando el tema a los habitantes de Gualeguaychú a nivel social, económico, familiar.
Incluye, en un momento, análisis de una psicopedagoga sobre dibujos realizados por niños de entre 5 y 9 años... en los cuales la especialista se asombra y se preocupa de la conciencia que tienen estas criaturas sobre la muerte, o cómo la asocian a la situación que están viviendo.
Cualquiera que haya vivido en Gualeguaychú el tiempo suficiente conoce algo de la idiosincrasia local. Gualeguaychú es, básicamente, una ciudad pequeña, con alma de pueblo. No existen seis grados de separación entre los vecinos... sino que prácticamente se conocen todos entre sí.
Es una ciudad de poetas, de gente amable y pequeñoburguesa, de laburantes y de "personajes" también. Una ciudad en la que es muy fácil quedar estigmatizado de por vida por cualquier pavada. Un pueblo donde el morbo es cosa de todos los días, como en casi cualquier ciudad con alma de pueblo chico.
En ciudades así, donde el río es calmo en la superficie y arrastra todo en corrientes subterráneas, los chicos crecemos de otra manera. No es fácil soslayar la melancolía que sobrevuela las calles en otoño e invierno, cuando la atención del turismo está puesta en otros puntos. La conciencia de muerte es tan palpable como en cualquier otro lugar, y si se da más temprano es sólo porque los chicos están más alertas, y menos "distraídos" que en las grandes ciudades, donde hay más cosas para hacer, o bien donde el poder adquisitivo de los padres va más allá de un televisor con video casetera o DVD player.
No sé, qué se yo. Lo digo desde mi lugar de desangelada antes de tiempo. Siempre tuve mucha conciencia de la conciencia global de mi ciudad. Tan individualistas a veces, y tirando agua para su molino en las pequeñas mezquindades cotidianas. Pero tan solidarios y aguerridos cuando la situación lo requiere. Tan "no-te-metas" cuando la cosa se ponía espesa con el vecino, y tan propensos a interesarse cuando la cuestión rozaba un morbo insano.
Valga de ejemplo la anécdota de los múltiples suicidios que tenemos año a año, y de cómo se vuelven tema de conversación en una sobremesa, sin importar si hay criaturas escuchando.
Papeleras o no, me llena de un confuso orgullo el hecho de que esa gente a la que considero mi gente haya sostenido su forma de ser en el tiempo. Que las criaturas sigan teniendo básicamente las mismas taras de conciencia que tuve yo en su momento, o muchos de mis compañeritos de sala, no deja de ser un dato sumamente revelador. No hace falta ser sicopedagoga para darse cuenta de cómo nos está afectando a futuro este conflicto.
El tema es... ¿Se darán cuenta los gobiernos?
O peor. ¿Les importará, en algún punto?
Tomé conciencia de muchas cosas. Primero que nada, de que Argentina como país no existe. No hay conciencia nacional, no hay solidaridad entre provincias, no existe esa pavada del federalismo tal como la quieren inculcar los politiqueros. La causa por las papeleras, con suerte, la trajimos a Buenos Aires. Pero, ¿cómo involucrar en ella a gente del noroeste, a gente de la Patagonia? Todos con sus propias causas, que muchísimas veces elegimos ignorar.
¿Cómo pedir lo que nunca dimos?
Aunque nunca es tarde, y todo nos termina dejando una enseñanza. Aprender. Esa es la clave. Una de las patas de mi blog y de mi vida diaria. Aprender.
De todos modos lo que más duele es esa gente que teniendo la posibilidad de aprender, abrir la cabeza, entender un poco, elige cerrarse. Era fácil aprobar los cortes de rutas mientras hubiera alternativas de salida al Uruguay, ahora... si les tocamos la terminal del Buquebús somos unos piqueteros de mierda. Todos se quedaban muy panchos en sus casas del Tigre y el Delta, hasta que se sugirió el traslado de una planta a un lugar "estratégico" que los incluía. Ah, cómo cambia la cosa, entonces...
Pobre mi Gualeguaychú... tan lejos de la Argentina profunda, y tan cerca de Buenos Aires.
Y una nota marginal a todo esto. Ayer, el diario Perfil dedicó un generoso espacio a profundizar (relativamente... aunque es bien cierto que no hay otro medio que trate el tema como lo hacen ellos) sobre cómo está afectando el tema a los habitantes de Gualeguaychú a nivel social, económico, familiar.
Incluye, en un momento, análisis de una psicopedagoga sobre dibujos realizados por niños de entre 5 y 9 años... en los cuales la especialista se asombra y se preocupa de la conciencia que tienen estas criaturas sobre la muerte, o cómo la asocian a la situación que están viviendo.
Cualquiera que haya vivido en Gualeguaychú el tiempo suficiente conoce algo de la idiosincrasia local. Gualeguaychú es, básicamente, una ciudad pequeña, con alma de pueblo. No existen seis grados de separación entre los vecinos... sino que prácticamente se conocen todos entre sí.
Es una ciudad de poetas, de gente amable y pequeñoburguesa, de laburantes y de "personajes" también. Una ciudad en la que es muy fácil quedar estigmatizado de por vida por cualquier pavada. Un pueblo donde el morbo es cosa de todos los días, como en casi cualquier ciudad con alma de pueblo chico.
En ciudades así, donde el río es calmo en la superficie y arrastra todo en corrientes subterráneas, los chicos crecemos de otra manera. No es fácil soslayar la melancolía que sobrevuela las calles en otoño e invierno, cuando la atención del turismo está puesta en otros puntos. La conciencia de muerte es tan palpable como en cualquier otro lugar, y si se da más temprano es sólo porque los chicos están más alertas, y menos "distraídos" que en las grandes ciudades, donde hay más cosas para hacer, o bien donde el poder adquisitivo de los padres va más allá de un televisor con video casetera o DVD player.
No sé, qué se yo. Lo digo desde mi lugar de desangelada antes de tiempo. Siempre tuve mucha conciencia de la conciencia global de mi ciudad. Tan individualistas a veces, y tirando agua para su molino en las pequeñas mezquindades cotidianas. Pero tan solidarios y aguerridos cuando la situación lo requiere. Tan "no-te-metas" cuando la cosa se ponía espesa con el vecino, y tan propensos a interesarse cuando la cuestión rozaba un morbo insano.
Valga de ejemplo la anécdota de los múltiples suicidios que tenemos año a año, y de cómo se vuelven tema de conversación en una sobremesa, sin importar si hay criaturas escuchando.
Papeleras o no, me llena de un confuso orgullo el hecho de que esa gente a la que considero mi gente haya sostenido su forma de ser en el tiempo. Que las criaturas sigan teniendo básicamente las mismas taras de conciencia que tuve yo en su momento, o muchos de mis compañeritos de sala, no deja de ser un dato sumamente revelador. No hace falta ser sicopedagoga para darse cuenta de cómo nos está afectando a futuro este conflicto.
El tema es... ¿Se darán cuenta los gobiernos?
O peor. ¿Les importará, en algún punto?
Germinación
De chica me tocó (supongo, igual que a mucha gente) hacer el famoso germinador para porotos, con su papel secante... su arena húmeda prolijamente compactada en el centro... todo dentro de un primoroso frasco de mayonesa Hellmann's que todos los días corría a mirar, a ver si salía el brotecito verde que indicaba que lo había hecho bien.
Malas noticias. Siempre se me pudrió el bendito poroto. Siempre que intenté hacerlo sola, al menos, el proyecto fracasaba. Demasiado sol. Demasiada agua en el papel secante. El poroto demasiado apretado contra el vidrio, o demasiado laxo. Demasiado impaciente, la pequeña Cass corría al patio a descargar su frustración desenterrando lombrices que bailaban un rato en la palma de la mano, antes de volver a la tierra. O transplantando flores de una maceta a otra, o recolectando semillas de fresia de los capullos secos de la huerta de Tiatá.
Una de tantas noches, soñé que el poroto era yo. Que me hinchaba de agua, me ennegrecía y reventaba en un brote podrido e inútil. Me desperté con el olor mohoso pegado en la nariz, nunca me abandonó. Desde ese entonces, la imagen del poroto a punto de reventar en la promesa de un brote, y que en su lugar dejaba escapar una baba negra y mohosa, ha sido una tortura para mí, porque el poroto soy yo, y en días como hoy me siento tan "border" entre esas dos posibilidades.
Estoy hinchada, expectante, llena de... potencialidades. Pero no tengo puta idea de en qué voy a reventar.
Ojalá sea un brote verde, tan grande y hermoso que reviente el frasco y todo. Por el momento, sólo tengo aprensiones, angustias y una yemita temblorosa en mi centro, a la que busco preservar contra todo.
Y yo que pensaba escribir sobre las papeleras...
En fin, mañana será otro día.
Malas noticias. Siempre se me pudrió el bendito poroto. Siempre que intenté hacerlo sola, al menos, el proyecto fracasaba. Demasiado sol. Demasiada agua en el papel secante. El poroto demasiado apretado contra el vidrio, o demasiado laxo. Demasiado impaciente, la pequeña Cass corría al patio a descargar su frustración desenterrando lombrices que bailaban un rato en la palma de la mano, antes de volver a la tierra. O transplantando flores de una maceta a otra, o recolectando semillas de fresia de los capullos secos de la huerta de Tiatá.
Una de tantas noches, soñé que el poroto era yo. Que me hinchaba de agua, me ennegrecía y reventaba en un brote podrido e inútil. Me desperté con el olor mohoso pegado en la nariz, nunca me abandonó. Desde ese entonces, la imagen del poroto a punto de reventar en la promesa de un brote, y que en su lugar dejaba escapar una baba negra y mohosa, ha sido una tortura para mí, porque el poroto soy yo, y en días como hoy me siento tan "border" entre esas dos posibilidades.
Estoy hinchada, expectante, llena de... potencialidades. Pero no tengo puta idea de en qué voy a reventar.
Ojalá sea un brote verde, tan grande y hermoso que reviente el frasco y todo. Por el momento, sólo tengo aprensiones, angustias y una yemita temblorosa en mi centro, a la que busco preservar contra todo.
Y yo que pensaba escribir sobre las papeleras...
En fin, mañana será otro día.
lunes, enero 15, 2007
Madre Universo
Tan sencillo como salirse del camino en un día perfecto.
Entrar al verde, al ocre, a los viejos aromas compartidos.
Sentarse en un nudo leñoso con estrías verdes, apoyando la espalda en la corteza.
Volverse una con la Madre Universo hasta sentir que los dedos son astillas, que las piernas se confunden con las raíces en un abrazo amoroso y que los pies dejan de estar fríos para adoptar la tibia humedad de la tierra.
Tan quieta, que hasta las hormigas te recorren pacíficamente, y los pájaros se acercan sin cautela a tiro de tus manos.
Tan íntimamente ligada a todo, que el afuera se borra y sólo queda ese reducto de silencio perfecto de sabores minerales, verdes, ocres.
La perfecta combinación de luz y penumbra. El pulso del viento entre las hojas. El latido del agua sobre el agua. La respiración imperceptible de la Vida que se abre paso a costa de cualquier obstáculo.
Mi Madre y yo, separadas por siglos y unidas por la misma sustancia.
Entrar al verde, al ocre, a los viejos aromas compartidos.
Sentarse en un nudo leñoso con estrías verdes, apoyando la espalda en la corteza.
Volverse una con la Madre Universo hasta sentir que los dedos son astillas, que las piernas se confunden con las raíces en un abrazo amoroso y que los pies dejan de estar fríos para adoptar la tibia humedad de la tierra.
Tan quieta, que hasta las hormigas te recorren pacíficamente, y los pájaros se acercan sin cautela a tiro de tus manos.
Tan íntimamente ligada a todo, que el afuera se borra y sólo queda ese reducto de silencio perfecto de sabores minerales, verdes, ocres.
La perfecta combinación de luz y penumbra. El pulso del viento entre las hojas. El latido del agua sobre el agua. La respiración imperceptible de la Vida que se abre paso a costa de cualquier obstáculo.
Mi Madre y yo, separadas por siglos y unidas por la misma sustancia.
lunes, enero 08, 2007
Ya sé
Siguiendo la línea de lo que escribí hace un tiempo, todavía me queda bastante por descubrir en mi vida, me parece.
¡Diantres! Si aún no cumplí ni la mitad de mis propósitos... Si aún dependo de otras personas... Si aún no me atreví a tomar un par de decisiones cruciales... ¿Cómo puedo decir que he crecido?
La realidad es que los años y las vivencias me arrollaron, me pasaron por encima, secándome en tantos aspectos. Soy un alma vieja, cualquiera puede verlo; en las fotografías, según la luz incida, puedo tener 12 años o 40. Mi edad es la edad de mi estado de ánimo, sin intermedios: absolutamente irresponsable, o absolutamente vencida.
Demasiado joven e inmeritoria para echarme a descansar (que tampoco quiero: el reposo no se me da fácil). Demasiado grande para permitirme cierto tipo de sueños.
Pero ¿quién dice que es demasiado tarde?
La vida está ahí donde la dejé: a la vuelta de la esquina. Esperando que la siga con asombro renovado. Como dijera G., "el movimiento se demuestra andando".
Ya sé.
¡Diantres! Si aún no cumplí ni la mitad de mis propósitos... Si aún dependo de otras personas... Si aún no me atreví a tomar un par de decisiones cruciales... ¿Cómo puedo decir que he crecido?
La realidad es que los años y las vivencias me arrollaron, me pasaron por encima, secándome en tantos aspectos. Soy un alma vieja, cualquiera puede verlo; en las fotografías, según la luz incida, puedo tener 12 años o 40. Mi edad es la edad de mi estado de ánimo, sin intermedios: absolutamente irresponsable, o absolutamente vencida.
Demasiado joven e inmeritoria para echarme a descansar (que tampoco quiero: el reposo no se me da fácil). Demasiado grande para permitirme cierto tipo de sueños.
Pero ¿quién dice que es demasiado tarde?
La vida está ahí donde la dejé: a la vuelta de la esquina. Esperando que la siga con asombro renovado. Como dijera G., "el movimiento se demuestra andando".
Ya sé.
Ya sé.
¡Ya sé!
No tengo nada que demostrarles, pero sí una deuda inmensa conmigo misma... Y la pienso saldar.
Qué sencillo y qué claro se ve todo cuando hay un objetivo lo suficientemente fuerte...
No tengo nada que demostrarles, pero sí una deuda inmensa conmigo misma... Y la pienso saldar.
Qué sencillo y qué claro se ve todo cuando hay un objetivo lo suficientemente fuerte...
sábado, enero 06, 2007
Hush...
Cierro los ojos y abro el resto de los sentidos para estar allí otra vez.
Año 1999. Cass pies descalzos empapados del polvo del camino. Bajando una cuesta en una calle vecinal, estancia El Restaurador. A mi lado, mi mejor amigo; apenas unos centímetros de distancia. No nos miramos, no nos hablamos. Ocasionalmente él se sube a una tranquera para aspirar el aire perfumado.
Es noche de luna creciente con muchas estrellas y el campo está absolutamente bañado de esa paz lunar, invadido del sonido de los grillos, las ranas, los escasos pájaros nocturnos.
Allá, cerca del arroyo, un cuis atraviesa la calle al trotecito.
Año 1999. Cass pies descalzos empapados del polvo del camino. Bajando una cuesta en una calle vecinal, estancia El Restaurador. A mi lado, mi mejor amigo; apenas unos centímetros de distancia. No nos miramos, no nos hablamos. Ocasionalmente él se sube a una tranquera para aspirar el aire perfumado.
Es noche de luna creciente con muchas estrellas y el campo está absolutamente bañado de esa paz lunar, invadido del sonido de los grillos, las ranas, los escasos pájaros nocturnos.
Allá, cerca del arroyo, un cuis atraviesa la calle al trotecito.
Hay un viento suave, cálido, que no refresca pero tampoco agobia. Y las luciérnagas forman guirnaldas vivas entre los matorrales aplastados, nos acompañan como hadas en un escenario de fábula.
Sólo el campo, el rumor de nuestros pasos, los sonidos del Cosmos, el perfume a árboles, césped, tierra, agua. El viento en el pelo, el polvo entre los dedos. El corazón enorme y feliz, y el pensamiento de que nada puede ser mejor que este momento vivido aquí, ahora.
La noche de verano en el campo de mis abuelos, el último año de mi más absoluta e inconsciente felicidad. La noche rumorosa, y pese a todo silenciosa. Las luciérnagas, las criaturas, los olores, el cielo.
La noche.
Cierro los ojos y me lleno de noche.
Noche 2º mov. - Emiliano Alvarez
(Disculpen la poquita calidad del audio, pero créanme que hay pocas copias de esta banda sonora... y... es lo que hay :P )
viernes, enero 05, 2007
Cuánto más faltará...
Ayer comenzó la segunda parte. La adaptación primaria está casi hecha. Voy acostumbrándome a los sonidos, al resplandor matinal en la ventana, al rincón donde confiné mi cama sin mucho criterio fengshuístico, a las cajas apiladas que cada vez son menos.
Pero hoy al despertar había, además, sillas desparramadas, restos de comida y algunas botellas vacías. Una cierta molestia en la cabeza. Olor a jabón de almendras. CD's desparramados. Y si bien todavía no se siente "hogar", ya es más "hogar" que ayer. Y es algo.
(Mención especial a mis ganas de cambiar de vida urgente... Pero es un comienzo)
Pero hoy al despertar había, además, sillas desparramadas, restos de comida y algunas botellas vacías. Una cierta molestia en la cabeza. Olor a jabón de almendras. CD's desparramados. Y si bien todavía no se siente "hogar", ya es más "hogar" que ayer. Y es algo.
(Mención especial a mis ganas de cambiar de vida urgente... Pero es un comienzo)
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