Siempre fui un vago, preferí hacer la fácil: trabajar para ganarme el puchero y ya.
Así son las cosas, o algo parecido: el camino corto de los cuentos no siempre es el más fácil. Por eso los cuentos son cuentos y la vida es eso que te pasa a cada rato mientras vas desovillando el tiempo (el tuyo, el que te tocó). En los cuentos, "fácil" y "corto" son sinónimos. "Largo" y "difícil" también lo son, con la irrevocable aclaración: este es el camino bueno, eh, no te equivoques.
En algún momento llegaré a la mitad de mi expectativa de vida y podré revisar mis conclusiones, pero he aquí un adelanto. El camino bueno a algo, a cualquier cosa, es el corto y difícil. ¿Por qué es corto? Porque si bien se hace esperar, llegás a hacerlo en vida y a disfrutar de su conclusión. ¿Por qué es difícil? Porque no es fácil. ¡Ja! ¿Y qué de todo eso es bueno? ¿Quién querría esperar y sacrificarse tanto por algo que ni siquiera sé si realmente es bueno para mí al final?
Lo único que tengo para oponer es experiencia, propia y ajena.
De chica me gustó el colegio, no lo voy a negar. Pero ni comparación con lo que disfrutaba de mi tiempo libre, porque en ese tiempo podía leer lo que se me antojase, ir al campo, a la pileta, caminar durante horas, tocar la guitarra, jugar con mis hermanos... Eso era lo que verdaderamente me gustaba. Entonces, si bien el colegio me aburría un poco y detestaba la tarea para la casa por sobre todas las cosas, tenía muy claro que nada se interpondría entre mis vacaciones y yo. Nunca me llevé una sola materia, ni siquiera en aquellos dos o tres años de sufrimientos capaces no de hacerme llorar, pero sí desconcentrarme hasta que llegué a pensar si no me estaba volviendo bruta sin remedio. Nunca dejé una tarea sin hacer, aunque muchas veces trampeaba "adelantando" el trabajo en clase (casi siempre terminaba primero). Las horas que dediqué a lo difícil fueron triplemente recompensadas cada verano de perfecto ocio, tres meses completos en los que me olvidaba que era estudiante y podía ser aventurera, lectora, pescadora, actriz. Escritora, sobre todo.
He aquí la fórmula del camino corto: Si quiero guita, trabajo. Si quiero afecto, lo pido (sé cómo hacerlo, cualidad rara si las hay). Si espero algo de alguien, se lo hago saber y sobre todo, le demuestro que puedo hacer algo por él. Corto. Simple. Latigazo. Medio que asusta, ¿no?
Por alguna razón que excede a la propia razón, la gente se empeña en el camino difícil, en complicar(se) la vida. Y no tiene nada que ver con la inteligencia. Auténticas mentes brillantes que conocí probaron ser los más simplones entre los seres humanos a la hora de tomar decisiones o aplicar cambios reales en su vida. Primero que nada, no entienden la razón básica para mover el cambio: es bueno para ellos, pero mucho mejor para el entorno. Todo se transforma de alguna manera cuando se pone en marcha el cambio necesario.
Veo compañeros de trabajo saltar de mujer en mujer, insatisfechos, sin darse cuenta que cada una es el reflejo de la anterior, y por ende el reflejo de su propio error. ¿Por qué insisten en probar una y otra vez la misma fórmula si está claro que no lleva al éxito? Veo mujeres valiosas desperdiciar sus mejores años en alcanzar un objetivo (hombre ideal, status, cuerpo perfecto) sintiendo que no llegan jamás porque un polarizador gigante les nubla la perspectiva y persisten en actitudes y caminos equivocados. Veo seres humanos equivocándose y echando la culpa a otros, atribuyendo errores propios al poder de las marcas que les infligieron, cuando ellos mismos ya no son sus marcas, sino las decisiones que hacen sobre ellas.
Yo misma, que vivo intentando convertir mis marcas en palabras, desperdicié demasiado tiempo en senderos equivocados, en abordajes erróneos, en distracciones y atajos. Agarré el camino fácil y largo porque era más fácil dejarse llevar, distraerse todo lo posible, porque la Llama no se iba a apagar nunca: me esperaba en el futuro. Cómo nos mentimos de fácil. Reaccioné mucho después de darme cuenta de que esa llama no ardería por siempre, porque era tan humana y finita como cualquiera.
El camino corto era ponerse a escribir. Pariéndola, a las puteadas, empantanándose y llorando. O sea, un camino difícil como la misma mierda. Ahora que lo estoy transitando y veo la meta tan cerca, pienso "cómo... ¿esto era todo?" y me queda todo el resto del tiempo incierto de mi vida para planificar una nueva aventura.