Pese a mi incorregible aversión a las multitudes y mi siempre menguante economía, me gusta ir a la Feria del Libro. Tengo demasiados buenos recuerdos asociados a ese manicomio donde la gente que nunca lee va a comprarse los libros que posiblemente leerá una sola vez o terminará regalando. Por ese lugar paseé acompañada de los más extraños personajes y viví un par de situaciones bizarras, bordeando lo antropológico.
Desde hace un par de años asisto en calidad de acreditada y tengo acceso a descuentos y a la posibilidad de entrar gratis cuantas veces quiera, lo que me da un enorme alivio monetario que eventualmente se traducirá en alguna compra. No viene siendo el caso de esta edición, pero de todas formas la anécdota es otra.
El primer día siempre es el mejor día para ir. El primero, y quizá el último, cuando algunos stands empiezan a rematar todo .
El jueves fue el primer día. Los pasillos anchos y poco transitados daban a nuestros pies inquietos y caras de pocos amigos la tranquilidad de circular sin chocarnos con nadie. Lo mismo dentro de los stands, con su mínima posibilidad de circulación.
Una se va acostumbrando a ciertas cosas. Hay stands que no se mueven del mismo pabellón, tienen la misma ubicación desde hace años. Parece que hubiéramos salido ayer de esta Feria, donde Colihue y Santillana y La Flor estaban justo ahí, con los mismos revestimientos, ese inflable gigante, el fileteado en los carteles. Algunos crecieron, mirá qué bien. A Urano la salvó Dan Brown, no hay dudas. ¿Dónde está IVREA? Menos mal que compré todos los números que me faltaban de Sakura el año pasado, hoy sería imposible. Un asco las nuevas ediciones de La Materia Oscura. Una vergüenza que ciertas reediciones no estén ni cerca de aparecer de nuevo en los anaqueles; si no es en "la Feria", dónde? ¿Cuándo, cuando no podamos acceder al descuento y tengamos que postergar "el regalo" un año más?
Deambulo sin mirar muchas caras, en realidad estoy pendiente del primer barrido vital porque no voy a tener ganas de patearla de nuevo hasta dentro de algunos días, cuando sea un caos y se vuelva imprescindible recurrir a mi memoria para ir directamente al punto de interés.
Ajustados como estamos, nos divertimos pensando cuál libro de los que vamos encontrando nos compraríamos; hojeamos uno por aquí y otro por allá para descubrir nombres amigos en los agradecimientos de algunas ediciones. Entre pitos y flautas, llevamos gastados unos ciento cincuenta pesos virtuales cuando llegamos a la mesa de Aleph, que rebosa de saldos. Rodeo una mesa sin esperanza alguna y es ahí donde se produce lo inesperado, lo que me pasa invariablemente todas las Ferias; el hallazgo, el "algo" que estaba perdido desde mi infancia. Y cuesta cinco pesos.
Trago saliva, me lo llevo. Cómo está de mal todo para que duelan esos cinco pesos... Pero de inmediato me acuerdo de la cara que pondrá mi madre cuando venga a visitarme y le muestre que después de quince años me compré el libro que ella me negó aquella vez. Y ya no me pesa. Sonrío, aunque me duelen los pies como la miércoles después de dos horas sin parar de caminar. Y recién es el primer día.
Desde hace un par de años asisto en calidad de acreditada y tengo acceso a descuentos y a la posibilidad de entrar gratis cuantas veces quiera, lo que me da un enorme alivio monetario que eventualmente se traducirá en alguna compra. No viene siendo el caso de esta edición, pero de todas formas la anécdota es otra.
El primer día siempre es el mejor día para ir. El primero, y quizá el último, cuando algunos stands empiezan a rematar todo .
El jueves fue el primer día. Los pasillos anchos y poco transitados daban a nuestros pies inquietos y caras de pocos amigos la tranquilidad de circular sin chocarnos con nadie. Lo mismo dentro de los stands, con su mínima posibilidad de circulación.
Una se va acostumbrando a ciertas cosas. Hay stands que no se mueven del mismo pabellón, tienen la misma ubicación desde hace años. Parece que hubiéramos salido ayer de esta Feria, donde Colihue y Santillana y La Flor estaban justo ahí, con los mismos revestimientos, ese inflable gigante, el fileteado en los carteles. Algunos crecieron, mirá qué bien. A Urano la salvó Dan Brown, no hay dudas. ¿Dónde está IVREA? Menos mal que compré todos los números que me faltaban de Sakura el año pasado, hoy sería imposible. Un asco las nuevas ediciones de La Materia Oscura. Una vergüenza que ciertas reediciones no estén ni cerca de aparecer de nuevo en los anaqueles; si no es en "la Feria", dónde? ¿Cuándo, cuando no podamos acceder al descuento y tengamos que postergar "el regalo" un año más?
Deambulo sin mirar muchas caras, en realidad estoy pendiente del primer barrido vital porque no voy a tener ganas de patearla de nuevo hasta dentro de algunos días, cuando sea un caos y se vuelva imprescindible recurrir a mi memoria para ir directamente al punto de interés.
Ajustados como estamos, nos divertimos pensando cuál libro de los que vamos encontrando nos compraríamos; hojeamos uno por aquí y otro por allá para descubrir nombres amigos en los agradecimientos de algunas ediciones. Entre pitos y flautas, llevamos gastados unos ciento cincuenta pesos virtuales cuando llegamos a la mesa de Aleph, que rebosa de saldos. Rodeo una mesa sin esperanza alguna y es ahí donde se produce lo inesperado, lo que me pasa invariablemente todas las Ferias; el hallazgo, el "algo" que estaba perdido desde mi infancia. Y cuesta cinco pesos.
Trago saliva, me lo llevo. Cómo está de mal todo para que duelan esos cinco pesos... Pero de inmediato me acuerdo de la cara que pondrá mi madre cuando venga a visitarme y le muestre que después de quince años me compré el libro que ella me negó aquella vez. Y ya no me pesa. Sonrío, aunque me duelen los pies como la miércoles después de dos horas sin parar de caminar. Y recién es el primer día.