"¿Qué se siente tener a un loco por hijo?" pregunta Jake Gyllenhaal en Donnie Darko, ahora mismo. Yo miro la televisión a centímetros, los pies planos en el suelo, la espalda derecha y las manos clavadas a los lados de las caderas. El sumario de mi domingo se resume en las ganas que me quedaron de escribir tanto que tenía por escribir y en que no logro que se vaya mi dolor de cabeza. Volverán las oscuras golondrinas... y los eternos fantasmas, y los remordimientos, y mañana seguro sí hago lo que todavía no hice. Lo juro. Me lo juro a mí misma, ya no puedo esperar más. ¿Qué se siente tener este ácido corriéndote por las venas, estas ganas furiosas de no volver a ver a nadie, de no salir más de tu casa?
Estoy en este túnel de tiempo. Mañana será otro día y todo seguirá su camino según lo previsto. O no. Qué lindo es vivir, qué lindo es que el arte te recuerde cosas fundamentales. Qué lindo es sentirte cerca ahora, y qué lindo era también cuando no estabas, porque ya estabas en el mundo y yo iba a vos. Errática ciclotimia. Domingos de otoño, con su veneno para solitarios. A veces vuelven.
Cuando volvés del viaje más largo y hermoso que hayas hecho en compañía de una sola persona (que es casi vos misma) y la realidad te recibe con un mazazo en plena cara, recordándote que el mundo sigue girando implacable para todos. Cuando tenés que separarte de alguien a quien querés con el alma con el calor tibio de sus abrazos todavía en el cuerpo. Cuando te vuelven a romper el corazón. Cuando el proyecto más brillante comienza a revelar sus peros y sus nubes y te agarra justo, justo con la guardia baja y tenés que calzarte el equipo para hacerle frente aún débil, aún ebria de una felicidad que te medraron. Allí vuelven las lágrimas, el corazón pesado. Es ahí, en ese momento, el vaivén de los días como el vaivén del mar. Darte cuenta que los sueños siguen teniendo un significado y que todo se conecta con tus tiempos, el momento de tu vida apenas un pulso insignificante: el círculo concéntrico exterior de la piedra que alguien tiró al océano de la Vida muchos años antes de que vos nacieras.
Cómo explicarle al tiempo que puede parar, canta acá abajo Jamardo con Gran Martell. Yo todavía soy una idealista de aquéllas y me siento tan invulnerable pese a mis fragilidades que insisto en pararme frente a estas enormes abstracciones (el Tiempo, la Muerte, la Locura, el Ser) para explicarles un poco de lo que aprendí y tratar de entenderme con ellas de igual a igual.
Entonces anoche, en una mesa familiar irregular donde intentaban unirme los pedazos del cuore una vez más, se dieron cuenta de que no siempre lloro cuando querría y que hoy, por ejemplo, escuchando (sic) el final de "El verano de Kikujiro" en I-Sat, mientras él ordenaba un poco las fotos que ahora me demoro en mirar, sí lloraba. En silencio, con toda la angustia que ni mis millones de demonios desatados liberan en momentos de tensión, guardándome todo para cuando estoy en casa, asentada y feliz. Dándole la espalda para que no se entere que estoy llorando, porque sé que seguiré llorando cuando él vuelva del trabajo y no quiero ahogarle el comienzo del día.
Cuando tenía dieciocho años lastimé a alguien muy querido, fue el primero de varios y dolió como ninguno. Me encerré dos días seguidos a llorar en la piecita de la pensión, falté a la facultad y dejé de comer con tal de no cruzarme con las chicas en la cocina a la hora del almuerzo. Lloré hasta que creí haberme sacado la última lágrima del cuerpo, no sólo por la culpa de dejarlo sino porque sentía cómo le dolía a él. Mi cuerpo y mi cabeza, limpios de esa emoción, explotaron unos días después y salieron al exterior pateando y gritando, en un desenfreno vital que me mantuvo al tope de mis emociones más agresivas durante muchísimo tiempo. Claro que muchísimo tiempo a los veinticinco años no es más que una fracción ahora. Y las lágrimas de aquellos dos días volvieron después multiplicadas, se concentraron, explotando de adentro hacia afuera volviéndome agujero negro, estrella fría... usted sabe.
Otro ciclo me trae frente a estas gigantes abstracciones y esta vez, humilde, me siento para hablar. Les cuento que estoy cansada física y emocionalmente, de los peores y mejores cansancios que un ser humano puede albergar. En este cuerpo se mezclan la fatiga de las aventuras al aire libre con el agotamiento emocional de las despedidas y las discusiones. Soy esposa-compañera, hermana, tía, madre e hija incompletas. Todos los roles me desgarran, le digo a la Locura, que es la más paciente y la única que no me habla por mucho que insisto. Vivo sin miedo, mi adrenalina es positiva, le cuento a la Muerte, que habitualmente camina a mi lado y me acaricia para recordarme que está allí. Balanceo mis pies en el abismo del Ser que es también la Nada, un bloc de hojas en blanco cuyo número desconozco, y que puede terminar abruptamente: allí no hacen falta palabras, está lleno de los sonidos que configuran la Vida. Acabo de entregarle los más recientes y los escucho mezclarse con los otros sin discordia, en armonía. Incluso el último, esa voz que me apuñala con adioses de desprecio.
He aquí, le susurro al Tiempo, lo que aprendí: no importa cuán lejos me vaya, cuánta gente conozca y cuánta deje de frecuentar en esta vida. Hasta el fin de mis días tendré alguien por quién llorar, sea de tristeza o de alegría, de culpa o bronca, por la nostalgia de lo que fue o el presentimiento de lo que no será. Y este llanto no es por mí (hasta ese rasgo compartimos con el amor de mi vida: nuestra tristeza nunca es ego-céntrica). No lo causa la música de Hisaishi en la televisión. Este llanto es hilo invisible que une mis entrañas con las entrañas del mundo que conozco y del que apenas puedo intuir. Es esa raíz común, ancestral, genética. Es el Otro que me posee por el solo hecho de configurarse en alguna parte de mí, sea por mutua elección o por la inevitabilidad de algo que me resisto a nombrar.
Y de esos hilos, la energía irradiando a todos los demás hilos del tapiz, esa trama tan infinita como la misma vida, tocando otras vidas, obligándome a buscar el equilibrio para seguir adelante porque... pucha... pese a los conflictos y los dolores, hay tanto amor a mi alrededor y tanto por lo que quiero pelear, sonriendo entre lágrimas, mientras me dure esta fuerza que presiento inagotable.
Un papel puede no significar más que lo que está escrito en él...
PERO...
si rubrica la mayor apuesta de mi vida (al corazón, a la intuición y a la racionalidad combinados)
si refuerza la mejor decisión que pude haber tomado
si sus imbricaciones pueden cambiar el curso de mi vida y mis proyectos
si abre la puerta a futuras y mayores aventuras... entonces