Estoy volviendo a los viejos hábitos. Bien por nosotros, por resistir el paso de los meses, las penurias y las faltas. Fuera de mí, culpa del superviviente. Anoche soñé con Fe, una de las que se fueron sin que nos volviéramos a ver, y pude darle el abrazo que tenía atravesado desde hace diez años. Estamos viendo una serie nueva, For All Mankind. ¿Cómo hace para vivir la gente que no sueña? ¿La que no es capaz de vehiculizar sus fantasmas y sus deseos? Soy afortunada porque todavía puedo comprar lo que nos permite estar vivos y cómodos, aunque sea a cuenta. Privilegiada por disponer de algunas horas al día para dedicarle a cocinar, ordenar, limpiar, a mantener andando la nave madre que es nuestra casa. Le corro carreritas a mi propia habilidad de hacerlo todo mientras escribo, borro y vuelvo a escribir. Una tarta integral, un pastel de pollo, sopas, el postre, todo artesanal y amoroso. Ojalá no se me pase el tiempo de sembrar la huerta de primavera: poquitas especies, no pido mucho, hay que empezar por alguna parte. Anoche también soñé con las hormigas de García Márquez. Nos tenemos entre nosotros, dice Jime: nos entretenemos. Mirá, el sol que todo lo tiñe está cambiando de posición. Ya es otro equinoccio. Habrá más carencias, otros huecos en el alma. El cuerpo sabe, nos va guiando a medida que envejecemos. La mente es el gran asesino: la máquina de amor y de guerra jamás descansa.
jueves, septiembre 22, 2022
Sobrevida
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