1. m. Repliegue patológico de la personalidad sobre sí misma.
2. m. Med. Síndrome infantil caracterizado por la incapacidad congénita de establecer contacto verbal y afectivo con las personas y por la necesidad de mantener absolutamente estable su entorno.
3. m. Med. En psiquiatría, síntoma esquizofrénico que consiste en referir a la propia persona todo cuanto acontece a su alrededor.
Cuando Cass no era Cass sino una nena de tres o cuatro años, entró por la puerta chica al universo de la rareza, precedida por todos los prejuicios que corresponden a una familia notoria (no siempre por motivos felices) en una ciudad pequeña.
Mucho tiempo después, en almuerzos o reuniones familiares donde se rescatan infaliblemente las anécdotas de las criaturas que ya no son, mi mamá reconocería que durante un tiempo se planteó la posibilidad de que yo tuviera algún tipo de autismo. En ambas ramas de la familia ya existían incidentalmente un par de casos inexplicables, que se agudizaron en la generación siguiente a la mía con dos nacimientos. Pasada mi adolescencia, ya me habían asumido como un bicho raro. Jamás se me cruzó por la cabeza que pudiera tener algún tipo de perturbación psiquiátrica y nadie me hizo analizar por un especialista.
Una tarde del año 2000, derivando entre mesas de saldos de la ciudad de las diagonales, encontré un libro atractivo por su precio (2 pesos) y su título ("Aquí no hay nadie: La extraordinaria biografía de una niña autista"). Lo compré sin pensarlo, junto con la historia real de los devoradores de hombres de Tsavo... me duró dos días, entre apuntes de Comunicación y Cultura y talleres varios. Lo llené de anotaciones, subrayados a lápiz y símbolos marginales. Cuando Donna hablaba de "perderse en las manchas", de su indiferencia al dolor, de sus bruscos enclaustramientos, sonaba una alarma dentro de mí. A Donna, igual que a mí, sus padres la habían hecho analizar por episodios considerados erróneamente como sordera, y que obedecían en realidad a una excesiva concentración en determinada tarea (en mi caso, lecto-escritura y dibujo).
Retengo ese vicio en mis momentos de lectura. Cuando estoy leyendo, sea donde sea, siento que el libro me absorbe absolutamente: me pierdo en lo que estoy leyendo y nada más importa. Si fuera leyendo por la calle, no sería capaz de medir el entorno y posiblemente me atropellaría un auto o me robarían hasta los calzones. Esto no me pasa con la música, tal vez por la costumbre de escucharla todo el tiempo sin que interfiera con el entorno (más bien lo acompaña).
Con algunos añitos y alguna calle encima, estoy logrando sacarme de los hombros el saco de piedras de la opinión ajena. Irme de allá fue lo mejor que pude hacerle a mi psiquis. Irónicamente, los episodios de enclaustramiento y alguna que otra crisis neurótica me siguieron a todos lados, pero estoy aprendiendo a manejarlos cada vez mejor, como quien interviene en un sueño consciente.
(No, todavía no hago terapia. Me dijeron que para hacer terapia tengo que estar convencida, querer cooperar, creer que la terapia me va a ayudar. Y mientras más lo pienso, menos lista estoy para afrontar el paso, así que no jodan).
Analizándolo en perspectiva, encuentro que el autismo como enfermedad de múltiples síntomas es uno de mis temas recurrentes. Leo todo lo que cae en mis manos desde el secundario (antes de Donna, había conocido a Sally, en esta película que me encantó -con una gran banda sonora, nunca editada, de James Horner-) y miro todos los casos documentados de los que puedo enterarme. Algo me dice que esta enfermedad es un tema bastante complejo y que lo único que hacen aplicándolo a mansalva (para definir a la clase política argentina, al academicismo canónico y a ciertas personas -por no hablar de "clases"- con complejo de ombliguismo) es desvirtuarlo.
Y acá me voy a permitir desvirtuar yo, porque escuché y leí un par de cosas que me enfermaron mal. Muy mal.
Al pan, pan y al vino, Toro. Vivimos épocas alienadas, en un país alienado de gente bienpensante y malactuante, con la conciencia más sucia que mis pañuelos por estos días. Autistas, my ass. Lo que hay en este país en este momento, es mucha jeta pugnando por opinar y poca cabeza pensando, pocos oídos puestos a escuchar, pocos culos levantándose de la silla. Mucha bajada de línea y poca militancia. Mucho ruido y pocas nueces.
Todos hablan de salir a batir la olla cuando nadie movió un dedo jamás por un pibe en una villa y se mueren de miedo cuando ven cartoneros en la esquina de sus casas. Ahora se rasgan las vestiduras porque no pueden comer fresco y jamás sostuvieron entre sus brazos a una criatura desnutrida. Llenan páginas y páginas de libelos correctísimos donde se pronuncian en contra de todo y a favor de sí mismos, aduciendo una conciencia política que sólo pueden tener desde la intelectualidad y nunca desde la acción directa. Y por supuesto, cuando un grupo acude a la acción directa todos saltan a la garganta con el "dónde-estaban-cuando".
Pero por qué no se miran un poco al espejo, manga de hipócritas. Dónde estaban ustedes? A quiénes votaron ustedes? Por qué no se hacen cargo de que, mal que bien, vivimos en un revuelto de mierda orgánico-transgénica, parida por la misma generación de garcas a los que siempre critican, pero jamás combaten?
Caminen las calles, las rutas, las villas, los cortes, métanse en los trenes llenos de piqueteros, enfrenten al que tiene la cara cubierta con un palo, agárrense de la mano de un desconocido sólo porque piensa como ustedes. Hagan lo que predican desde la tribuna, vamos.
Aprendan de sus errores de una puta vez, no sea cosa de que un día se despierten y tengan al peor de sus miedos golpeándoles la puerta de casa, sin posibilidad de defensa. Las armas están ahí, manga de pelotudos. Ahí las tienen. Tómenlas. Solos, no somos nadie. Solos, nos pasan por arriba como alambre caído. Solos, tenemos siempre el circo y jamás el pan. Solos, predicamos en un desierto donde el que grita más fuerte es al único que se lo escucha. Y todos quieren gritar, todos quieren ser escuchados, pero nadie escucha. Nadie.
Los llaman autistas. Para mí son simplemente Alienados Imbéciles.
Fin del desvirtúe. Sigamos participando.
Mucho tiempo después, en almuerzos o reuniones familiares donde se rescatan infaliblemente las anécdotas de las criaturas que ya no son, mi mamá reconocería que durante un tiempo se planteó la posibilidad de que yo tuviera algún tipo de autismo. En ambas ramas de la familia ya existían incidentalmente un par de casos inexplicables, que se agudizaron en la generación siguiente a la mía con dos nacimientos. Pasada mi adolescencia, ya me habían asumido como un bicho raro. Jamás se me cruzó por la cabeza que pudiera tener algún tipo de perturbación psiquiátrica y nadie me hizo analizar por un especialista.
Una tarde del año 2000, derivando entre mesas de saldos de la ciudad de las diagonales, encontré un libro atractivo por su precio (2 pesos) y su título ("Aquí no hay nadie: La extraordinaria biografía de una niña autista"). Lo compré sin pensarlo, junto con la historia real de los devoradores de hombres de Tsavo... me duró dos días, entre apuntes de Comunicación y Cultura y talleres varios. Lo llené de anotaciones, subrayados a lápiz y símbolos marginales. Cuando Donna hablaba de "perderse en las manchas", de su indiferencia al dolor, de sus bruscos enclaustramientos, sonaba una alarma dentro de mí. A Donna, igual que a mí, sus padres la habían hecho analizar por episodios considerados erróneamente como sordera, y que obedecían en realidad a una excesiva concentración en determinada tarea (en mi caso, lecto-escritura y dibujo).
Retengo ese vicio en mis momentos de lectura. Cuando estoy leyendo, sea donde sea, siento que el libro me absorbe absolutamente: me pierdo en lo que estoy leyendo y nada más importa. Si fuera leyendo por la calle, no sería capaz de medir el entorno y posiblemente me atropellaría un auto o me robarían hasta los calzones. Esto no me pasa con la música, tal vez por la costumbre de escucharla todo el tiempo sin que interfiera con el entorno (más bien lo acompaña).
Con algunos añitos y alguna calle encima, estoy logrando sacarme de los hombros el saco de piedras de la opinión ajena. Irme de allá fue lo mejor que pude hacerle a mi psiquis. Irónicamente, los episodios de enclaustramiento y alguna que otra crisis neurótica me siguieron a todos lados, pero estoy aprendiendo a manejarlos cada vez mejor, como quien interviene en un sueño consciente.
(No, todavía no hago terapia. Me dijeron que para hacer terapia tengo que estar convencida, querer cooperar, creer que la terapia me va a ayudar. Y mientras más lo pienso, menos lista estoy para afrontar el paso, así que no jodan).
Analizándolo en perspectiva, encuentro que el autismo como enfermedad de múltiples síntomas es uno de mis temas recurrentes. Leo todo lo que cae en mis manos desde el secundario (antes de Donna, había conocido a Sally, en esta película que me encantó -con una gran banda sonora, nunca editada, de James Horner-) y miro todos los casos documentados de los que puedo enterarme. Algo me dice que esta enfermedad es un tema bastante complejo y que lo único que hacen aplicándolo a mansalva (para definir a la clase política argentina, al academicismo canónico y a ciertas personas -por no hablar de "clases"- con complejo de ombliguismo) es desvirtuarlo.
Y acá me voy a permitir desvirtuar yo, porque escuché y leí un par de cosas que me enfermaron mal. Muy mal.
Al pan, pan y al vino, Toro. Vivimos épocas alienadas, en un país alienado de gente bienpensante y malactuante, con la conciencia más sucia que mis pañuelos por estos días. Autistas, my ass. Lo que hay en este país en este momento, es mucha jeta pugnando por opinar y poca cabeza pensando, pocos oídos puestos a escuchar, pocos culos levantándose de la silla. Mucha bajada de línea y poca militancia. Mucho ruido y pocas nueces.
Todos hablan de salir a batir la olla cuando nadie movió un dedo jamás por un pibe en una villa y se mueren de miedo cuando ven cartoneros en la esquina de sus casas. Ahora se rasgan las vestiduras porque no pueden comer fresco y jamás sostuvieron entre sus brazos a una criatura desnutrida. Llenan páginas y páginas de libelos correctísimos donde se pronuncian en contra de todo y a favor de sí mismos, aduciendo una conciencia política que sólo pueden tener desde la intelectualidad y nunca desde la acción directa. Y por supuesto, cuando un grupo acude a la acción directa todos saltan a la garganta con el "dónde-estaban-cuando".
Pero por qué no se miran un poco al espejo, manga de hipócritas. Dónde estaban ustedes? A quiénes votaron ustedes? Por qué no se hacen cargo de que, mal que bien, vivimos en un revuelto de mierda orgánico-transgénica, parida por la misma generación de garcas a los que siempre critican, pero jamás combaten?
Caminen las calles, las rutas, las villas, los cortes, métanse en los trenes llenos de piqueteros, enfrenten al que tiene la cara cubierta con un palo, agárrense de la mano de un desconocido sólo porque piensa como ustedes. Hagan lo que predican desde la tribuna, vamos.
Aprendan de sus errores de una puta vez, no sea cosa de que un día se despierten y tengan al peor de sus miedos golpeándoles la puerta de casa, sin posibilidad de defensa. Las armas están ahí, manga de pelotudos. Ahí las tienen. Tómenlas. Solos, no somos nadie. Solos, nos pasan por arriba como alambre caído. Solos, tenemos siempre el circo y jamás el pan. Solos, predicamos en un desierto donde el que grita más fuerte es al único que se lo escucha. Y todos quieren gritar, todos quieren ser escuchados, pero nadie escucha. Nadie.
Los llaman autistas. Para mí son simplemente Alienados Imbéciles.
Fin del desvirtúe. Sigamos participando.