Afuera, unos grados menos aligeraron la noche porteña. Hay silencio en el barrio. Pasamos la víspera de año nuevo como pasamos la navidad del año que pasó: solos. Entre los dos, rumor de ventiladores, una charla que va y viene. La cena temprana, algún trago rico con alcohol. Buena música. Lo de siempre. Pero en realidad, no. En realidad, las extrañeces, las embicheces que nos unieron aquellos primeros últimos días de 2006 tienen una continuidad en nuestra vida. Sobrevuelan las conversaciones los errores que nos confesamos alguna vez. Y aunque todo es normal y se puede hablar de todo, aunque tenga tus piernas en mi regazo mientras hablamos, hay mucho que no cambió desde aquel 2006 hasta ahora.
Vos creciste y yo me quedé un poco. No crecimos a la par. Podrás decir que llevabas ventaja pero los dos sabemos que no es cuestión de edad, sino de temperamento; de decisión, por qué no. Yo avanzo a los saltos, a veces me adelanto años o meses a las cosas que van a pasar, y después me quedo ¿semanas, meses? pensando en nada, haciendo nada. La plancha. Milagro es que me aguantes después de tantos tirones. Vos, que una vez encarada la montaña no parás ni a respirar.
Pero decís que te gusta de mí incluso lo que ha repugnado a otros y algo se me mueve en el corazón, esa necesidad de volver a estar a la altura de algo. No para complacer, sino para estar un poco más cerca de lo que alguna vez soñé. Aprendí mucho con vos en estos años, cosas que después otros pusieron en perspectiva o diagnosticaron; en mi caso es todo lo mismo.
Este trago que me hiciste me deja un regusto a flores de jazmín en el paladar. No sé qué usaste, no me animo a preguntar. Es lindo, como todo en nuestra vida común, y es un anticipo. ¿Estamos viviendo nuestra primavera, aún? ¿Cómo hago para diferenciar las estaciones de una vida iluminada? Mis preguntas te hacen sonreír. Vivamos el momento, me dicen tus ojos. Retruca mi sonrisa en silencio: ¿no es lo que siempre digo? Carpe diem.