Otro agosto. Otro invierno que me dura poco. Como en cada mes de julio, releí las entradas de 2006 y 2007. Releí mails viejos, chats. Hurgué en las fotos que nos pasábamos por MSN. Traté de recordar cómo era probar el vino sola, cómo era dormir sola. Hice fuerza para detectar la mínima duda, el mínimo sentimiento de nostalgia por la oscuridad que ayer llenaba todo este espacio y hoy habita casi exclusivamente mis ficciones.
No puedo parar de mirar las últimas fotos en la cámara que nos regalamos el año pasado, la primera que tuve en mi vida. Desde que llegaste me di cuenta cuántas "primeras veces" me faltaban vivir. Y las que me faltan, todavía. Estas fotos son especiales porque la fiaca me hizo demorar su bajada a la PC y allí se juntan un montón de nuestros afectos, personas increíbles que todavía no se conocen entre sí, todas hermosas estrellas en este universo personal.
Ah, digo estrellas y todavía guardo en la retina ese momento increíble en que me preguntaste si había luna afuera (allá por Pampa de Pocho, cerca de Cruz del Eje), y te contesté "no, pero hay un montón de estrellas...". Entonces paraste el auto a la vera de la ruta, apagamos absolutamente todo y salimos al silencio y a la noche helada con presagio de nieve, para ver por fin las nubes de Magallanes.
Hacía tantos años que nadie me regalaba noches así... momentos así...
De pronto mi vida se llenó de niños. Quién lo diría. Los suyos y los míos. La "tía Alicia" y el hombre que en su adolescencia no se imaginaba padre. Pese a nuestro consenso mutuo, la sangre se mueve, la vida se abre paso. Esos niños que no heredaron ni sus ojos ni los míos, pero tienen algo nuestro también, me colman de una ternura y una zozobra desconocidas. ¿Qué será de ellos? ¿por qué los adultos no podemos eludir esa pregunta? Tarde o temprano, alguna proyección aflora y los contamina; es inevitable. Mi memoria los llevará imprimados en cada etapa. Es lo menos que puedo hacer por ellos, los de ahora... casi incorruptos.
Escribir felicidad es muy difícil para mí. Transmitirla se me hace difícil. Lo bueno es que siendo feliz, como dice una de esas amigas de la vida, una se toma revancha de todo. Los cadáveres pueden pasar por la puerta y amontonarse; ya no importa. ¿Me lastimaste? Te lo agradezco. ¿Pasé privaciones? Salí fortalecida. ¿Todavía no estoy donde quiero estar? No hay apuro. Si me voy a morir mañana, no llego aunque corra. Y si me queda tiempo, haré la porción de camino que pueda hacer. A mi ritmo.
No sé qué decirles a mis más queridos, más que lo mucho que los amo, los extraño y los atesoro. Aunque sepa que lo saben. Necesito acariciarlos con mis alas, como ellos me acarician con su luz cada día. Hacerles entender que detrás de los miles de defectos tendrán siempre una mujer fuerte y leal con quien contar. Que podemos compartir el silencio, e incluso la indiferencia. Que no tengo nada que perdonar y que de a poco voy dejando de pedir perdón por todo. O eso intento.
Que soy la afortunada con más mala suerte del mundo, pero que no pienso dejar de reírme.
Ahora, que descubrí ese humor y esa alegría que siempre llevé dentro, hasta mis lágrimas tienen un nuevo significado.
En este blog hablo de mí, de mis experiencias vitales, de esas cosas que no le importan a nadie. Lo que realmente se me hace muy difícil transmitir es qué tan llena de otros está esa vida, esos momentos, esas experiencias. Es que no hay palabras que puedan expresar claramente lo importantes que son para esa vida que me pasa todos los días. Me cuesta ponerlo en un muro para que todos lo lean; ante todo, soy una maldita desconfiada de quienes necesitan gritarle a todo el mundo emociones perfectamente naturales, y una chica chapada a la antigua que se reserva lo mejor de sí para la intimidad, el cara a cara. Mi emoción, cuando se desborda, es difícil de manejar, incómoda... sobre todo para el otro. La prefiero así, puertas adentro, en el círculo de mis abrazos.
De cualquier manera, esos, mis Otros, lo saben.
Vos, que sos parte de esa alegría, lo sabés.