jueves, julio 28, 2011

Asquerosa alegría / 2

Otro agosto. Otro invierno que me dura poco. Como en cada mes de julio, releí las entradas de 2006 y 2007. Releí mails viejos, chats. Hurgué en las fotos que nos pasábamos por MSN. Traté de recordar cómo era probar el vino sola, cómo era dormir sola. Hice fuerza para detectar la mínima duda, el mínimo sentimiento de nostalgia por la oscuridad que ayer llenaba todo este espacio y hoy habita casi exclusivamente mis ficciones.
No puedo parar de mirar las últimas fotos en la cámara que nos regalamos el año pasado, la primera que tuve en mi vida. Desde que llegaste me di cuenta cuántas "primeras veces" me faltaban vivir. Y las que me faltan, todavía. Estas fotos son especiales porque la fiaca me hizo demorar su bajada a la PC y allí se juntan un montón de nuestros afectos, personas increíbles que todavía no se conocen entre sí, todas hermosas estrellas en este universo personal.
Ah, digo estrellas y todavía guardo en la retina ese momento increíble en que me preguntaste si había luna afuera (allá por Pampa de Pocho, cerca de Cruz del Eje), y te contesté "no, pero hay un montón de estrellas...". Entonces paraste el auto a la vera de la ruta, apagamos absolutamente todo y salimos al silencio y a la noche helada con presagio de nieve, para ver por fin las nubes de Magallanes.
Hacía tantos años que nadie me regalaba noches así... momentos así...
De pronto mi vida se llenó de niños. Quién lo diría. Los suyos y los míos. La "tía Alicia" y el hombre que en su adolescencia no se imaginaba padre. Pese a nuestro consenso mutuo, la sangre se mueve, la vida se abre paso. Esos niños que no heredaron ni sus ojos ni los míos, pero tienen algo nuestro también, me colman de una ternura y una zozobra desconocidas. ¿Qué será de ellos? ¿por qué los adultos no podemos eludir esa pregunta? Tarde o temprano, alguna proyección aflora y los contamina; es inevitable. Mi memoria los llevará imprimados en cada etapa. Es lo menos que puedo hacer por ellos, los de ahora... casi incorruptos.
Escribir felicidad es muy difícil para mí. Transmitirla se me hace difícil. Lo bueno es que siendo feliz, como dice una de esas amigas de la vida, una se toma revancha de todo. Los cadáveres pueden pasar por la puerta y amontonarse; ya no importa. ¿Me lastimaste? Te lo agradezco. ¿Pasé privaciones? Salí fortalecida. ¿Todavía no estoy donde quiero estar? No hay apuro. Si me voy a morir mañana, no llego aunque corra. Y si me queda tiempo, haré la porción de camino que pueda hacer. A mi ritmo.
No sé qué decirles a mis más queridos, más que lo mucho que los amo, los extraño y los atesoro. Aunque sepa que lo saben. Necesito acariciarlos con mis alas, como ellos me acarician con su luz cada día. Hacerles entender que detrás de los miles de defectos tendrán siempre una mujer fuerte y leal con quien contar. Que podemos compartir el silencio, e incluso la indiferencia. Que no tengo nada que perdonar y que de a poco voy dejando de pedir perdón por todo. O eso intento.
Que soy la afortunada con más mala suerte del mundo, pero que no pienso dejar de reírme.
Ahora, que descubrí ese humor y esa alegría que siempre llevé dentro, hasta mis lágrimas tienen un nuevo significado.

En este blog hablo de mí, de mis experiencias vitales, de esas cosas que no le importan a nadie. Lo que realmente se me hace muy difícil transmitir es qué tan llena de otros está esa vida, esos momentos, esas experiencias. Es que no hay palabras que puedan expresar claramente lo importantes que son para esa vida que me pasa todos los días. Me cuesta ponerlo en un muro para que todos lo lean; ante todo, soy una maldita desconfiada de quienes necesitan gritarle a todo el mundo emociones perfectamente naturales, y una chica chapada a la antigua que se reserva lo mejor de sí para la intimidad, el cara a cara. Mi emoción, cuando se desborda, es difícil de manejar, incómoda... sobre todo para el otro. La prefiero así, puertas adentro, en el círculo de mis abrazos.
De cualquier manera, esos, mis Otros, lo saben.
Vos, que sos parte de esa alegría, lo sabés.



domingo, julio 24, 2011

Patrick Wolf: las estaciones del corazón

Patrick Wolf (Londres, 1983) es uno de los artistas preferidos que Esquizofónico me regaló. Creativo, furioso, multitasking, en su momento Thiago lo definió como un tipo que grita sus problemitas con violines.
Así lo entendí cuando escuché su extraordinario Lycantrophy, me quedó más claro con The Wind in the Wires, pero la verdad es que arranqué por la mitad: The Magic Position es, indudablemente, uno de los discos de mi vida. O al menos, del último tercio de mi vida.
No voy a profundizar, por lo menos por ahora, en los dos primeros y excelentes trabajos de PW. Hay una crudeza en ellos que nos excede en el análisis y pega directo en lo afectivo. Lo vas a odiar o lo vas a amar, pero no te va a dejar indiferente. Las letras apuntan a una identificación con quien escucha. Pero no es hasta la que yo llamo "la trilogía de los ciclos del corazón" que esa impresión busca directamente al "gran público", a un rango más amplio de oyentes. Los puede escuchar un adolescente, un joven adulto o una persona madura que ya pasó por varias relaciones: todos, sin excepción, encontrarán algún lugar que hayan transitado.
Para mí, la cosa viene más o menos de esta manera:

The Magic Position (2007): el amor

"Deja que la gente hable / en esta caminata de domingo por la mañana"



Es en este trabajo que Patrick se permite, hablando mal y pronto, ser feliz. Un tipo introspectivo, iracundo, una especie de lado B de Emilie Autumn con la ambigüedad de Boy George pero sin la melosidad, de repente... ¡es feliz! Está enamorado y, en su estilo, es un ñoño más. El que estuvo, está o vive enamorado sabe bien a qué se refiere Patrick cuando dice me pones en la posición mágica para vivir, para aprender, para amar en clave mayor*.
Los temas más melancólicos, como "Magpie" (mi preferido, en el que participa la inigualable Marianne Faithful) o "Bluebells", no hacen más que poner la nota de sal a la mezcla dulce y armoniosa de este disco. Resaltan su carácter feliz y juguetón, que cierran en un "Finale" perfecto para escuchar mientras cae la tarde en la ciudad.
No por nada este fue el disco que más escuché en 2007, cuando mi realidad cambió drásticamente y transitaba el inicio de una de las etapas más felices de mi vida. Cagados de angustia y de incertidumbres los dos, pero enamorados.

The Bachelor (2009): el fin del amor, el duelo y la furia.

"No me voy a casar en otoño / No me voy a casar en primavera / No me pienso casar, no me casaré en absoluto / Nadie usará mi anillo de plata"



Cuando salió este disco daba para preguntarse ¿¿qué pasóoooo?? desde el arte de tapa mismo. Totalmente rupturista no sólo con el anterior, sino con los demás. Un Wolf áspero de ángulos agudos, virado a los sonidos metálico-tecnos, crudo como en The Wind... pero además cargando una salva de resentimientos y escupiendo clavos desde los títulos de los temas: "Count of Casualty", "Vultures", "Blackdown" y letras como expresión de catarsis casi adolescente (Padre, ¿dónde está mi arma? No necesito a nadie, a nadie).
Pero, como ya hablamos del ying-yang y la sal en lo dulce, también hay letras donde se plantean propósitos de resolución, con ánimo batallador. Una forma totalmente sana de poner la ira a actuar para la sanación, como sucede en el texto que Tilda Swinton recita en "Oblivion" y que funciona como la voz de la conciencia del amante herido.

Lupercalia (2011): el regreso al amor y la esperanza en el futuro.

"Oh, esta es la mayor paz que haya conocido"



Llegamos a 2011 y en las redes sociales estalla "The City". Lo sentimos: Patrick volvió a enamorarse. Y de alguna manera Lupercalia viene a cerrar el ciclo de su corazón, así como su primera década musical. Patrick sigue siendo, todavía, ese adolescente flacucho y desarrapado que aporrea teclados en un escenario o sacude los brazos como si le pesaran. Pero ahora hay una madurez emocional que le hace abandonar, una vez más, todas las precauciones.
Cae la guardia, caen las reservas y se curan rápidamente las heridas del duelo. No voy a dejar que la ciudad destruya nuestro amor, dice Patrick, y también revaloriza aquél duelo cuando dice estar más feliz sin vos (en "Time of my life"). Vuelven también los momentos ñoños de Magic Position en dos de mis tracks preferidos, que por esas cosas bellas de la vida están pegaditos: "The Days" (reminiscencias Woolfianas, quizá?) y "Slow Motion", uno de esos temas que serían perfectos para chapar si no fuera por los aulliditos étnicos y el casiotone, que le dan forma experimental y juegan con el anticlímax.


Hasta aquí mi análisis personal, basándome en la escucha de los tres discos. Lo sorprendente es que la realidad me desmiente por completo: The Magic Position y Lupercalia son dos discos transicionales, es decir, escritos en medio de rupturas amorosas, mientras The Bachelor es el único que produjo mientras estaba en una relación. De hecho, la idea original de Patrick fue que The Bachelor y Lupercalia fueran un doble álbum, un proyecto al que tituló Battles y que fue cambiando de forma sobre la marcha. En fin, una muestra más de que muchas veces la música nos lleva a lugares donde los artistas ni siquiera imaginaron cuando concibieron sus obras.

En la barra lateral, en mi clásico widget, este mes se queda la trilogía wolfeana para quienes gusten oír y sacar sus propias conclusiones. En caso de querer acceder a las listas que se mencionan en posts anteriores, las encontrarán en mi usuario de Grooveshark: están ordenadas muy claramente. Y habrá más.

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*En música, la clave mayor es la que se usa para las melodías brillantes, consideradas más alegres; la clave menor se considera dramática, melancólica e introspectiva.

viernes, julio 15, 2011

Synesthesia

Un bolso abandonado, ahí, esperándome. La nariz y los pies helados, el cuerpo cansado, las rimas que me dan risa. A mil kilómetros de distancia se resuelven tantos destinos. A tres mil, a cinco mil kilómetros de mí, a quinientos metros (y sólo por hablar de seres queridos). Yo no puedo más que extrañar lo que no es. El azul es un color y también un olor, una sensación. Saborear el último trago de la última cerveza patagónica que vino con nosotros de las vacaciones es igual a escucharlo a Emi hablar de las cenizas y los truenos. Puedo ver el cielo gris y blanco y los árboles amarillos y marrones de la Villa, imaginar el frío silencioso de las piedras en el fondo de los lagos, retrotraerme al silencio primordial de las mañanas en las que el horizonte se abría. Cuando tocar un arcoiris era más una realidad que una entelequia.
Ya no puedo llamar a mis amigos, se me hizo tarde. Alguno hará el esfuerzo de leerme. Tengo adormiladas la lengua, la mente y los dedos y apenas me repuse de las lágrimas incontrolables de recién. Pasar de la risa al llanto, del nudo en la tripa a las mariposas. Del deseo arrasador a la más pura sinestesia. Y por más que me esfuerce, nunca creer en lo que mis propios ojos ven. El brillo tuyo en la pupila, esa admiración, la alegría que me tira de las manos invitándome a bailar. ¿Qué soy, de dónde vengo? Por qué sigo sintiéndome tan extraterrestre en este mundo enjuto y exclusivo?
Algún día volaremos de aquí, solos o acompañados (pero mejor juntos) y entonces habré cerrado una puerta que me conecta a este mundo donde a es igual a rojo, cuatro a eucaliptus y sol a pinotea, y abriré una ventana donde el arco de luces tiene todas las melodías del mundo desencadenadas.

Me habré vuelto totalmente loca y sabré que esa es la normalidad que perseguí toda mi vida. Que ya no necesito de la confirmación de terceros para sostener esta máscara cada vez más endeble. Que puedo ser la misma allá y en todos lados. Amargo lúpulo en la lengua, cerebro-esponja, nombres sin destino posible, presentimientos.

Yo pequeña, muesca de grano de arroz en la periferia de uno de tantos Universos, te digo hasta mañana, te digo que duermas bien, te deseo la música y la felicidad y todo aquello que alguna vez fuiste y podés volver a ser, te pido que tengas fe, que siempre, pero SIEMPRE se puede. Aunque ya no crea en absolutos, se puede. Podemos.

Sólo el Amor mueve. Sólo... esta energía. Sólo...



sábado, julio 02, 2011

Carta a Marius

Hermano mío, mi par.
Me sorprende muchísimo que la gente que te conocía antes que yo no se haya dado cuenta de lo increíblemente sensible que sos. Que vean en tu sinceridad brutal un defecto y no una virtud es algo que me asombra. Posiblemente, si les preguntás se definan como personas "que van de frente" o que prefieren que les digan la verdad. Ninguno admite que les gusta la mentira y que lo que les molesta de vos es, justamente, que no perdonás la mentira ni la dejás pasar.
Se me escapa una sonrisa cuando reconozco nuestras similitudes: nos la pasábamos escribiendo y leyendo desde niños, curioseando y debatiendo. Siempre nos gustó la expresión oral y escrita. Aún así, amigos y familia, novios y entenados, se asombran cuando leen lo que escribimos. Algunos no nos han leído jamás y asumen que todo esto son palabras a la basura. Me revuelco de risa pensando que, así como nosotros pasamos por delante de su indiferencia, de las burlas, de su ceguera selectiva, se les pasa también la vida con todas sus bellezas. Mientras ellos tipean en las redes sociales, declaman en televisión o cultivan vidas estáticas, sin asombro ni inquietudes, nosotros atrapamos el paisaje con los dientes, con las manos, con todos los sentidos.
A veces me preocupa que aquellos que dicen querernos nos conozcan tan, pero tan poco. Al rato, cuando volvemos a la ciudadela, todo desaparece de mi mente. Incluso esos seres queridos que no son vos y que también forman parte de mi mundo.
Hermano mío, mi par: Como alguna vez te escribí, como alguna vez pensamos al mismo tiempo, el mundo no está preparado para nuestros "modos". Aprendimos nuestra propia forma de amar. Ni mejor ni peor que otras; sólo... más sana. Más libre.
La diferencia entre nosotros va un poco más allá de los años; posiblemente, con el paso del tiempo, me parezca más a vos que a mi propia familia (la afinidad que nos unió trasciende la genética) y necesite estar más aislada. La raíz de la sociabilidad y la tolerancia se aloja, cómoda, en la parte dulce de mi carácter; es la porción que más me cuesta, la que cultivo con más cariño, para tener algo que ofrecer a los amigos y la gente que importa. Mi raíz ermitaña, la más natural, sintoniza con vos a la perfección y con unos pocos más, que no dejan de aprenderme y todavía tienen la paciencia de comprenderme(nos). Cuando hayamos terminado con el mundo, sólo nos quedarán los afectos que hayan hecho el esfuerzo de entender que sólo podemos ser como somos, y que sólo podemos amarlos de esta manera porque de otra forma seríamos hipócritas, deshonestos. Ni ellos lo merecen, ni nosotros.
La retorcida en mí te agradece la transparencia. Agradezco que no puedas disimular con los ojos lo que tu cara pretende esconder por decoro, por diplomacia. Agradezco ese daño preventivo de saber cuándo golpear con tus dudas y certezas. Agradezco tu facilidad para soltar y tu falta de paciencia, que se parece mucho a la paciencia misma. Agradezco todo lo que es tuyo y que no te enseñó nadie, tanto como lo otro que nos hace parecidos y que aprendimos (que seguimos aprendiendo) por separado.
Desde que apareciste en mi vida, las pocas cosas que elegía no ver se han vuelto transparentes, con todo lo que eso implica. Dolor, rabia, impotencia, hacia afuera y hacia mí misma por permitirme la neurosis. Todavía trato de encontrar la forma de manejar esa espita que abre y cierra las emociones, las epifanías. Todavía intento no dejarme arrastrar por la pretensión del control sobre los demás.
Una vez, al poco tiempo de cruzar nuestras primeras palabras, escribí un post catártico que me hizo darme cuenta del poco valor que le daba al futuro, pese a la presión de un entorno que te impone pre-fijar tus pasos. Sigo sin verlo, Marius. Sólo puedo soñarlo y caminar hacia él. A fuerza de sueños y caminatas erráticas llegué a encontrarte. ¿Qué tengo que pensar, entonces?
Entre tantos errores, algo habremos hecho bien.

Que venga el futuro, con todas sus sorpresas y desengaños. Que nos encuentre vivos o muertos, juntos o separados. Pase lo que pase, aún si es algo que me quiebra en mil pedazos, te pido que seas como sos.

Sin absolutos...

Pandora.