Tengo huellas en el cuerpo y la mente. Mi piel y mi espíritu son mapas de la vida. Me he consumido los ojos leyendo, la cabeza pensando, el cuerpo corriendo detrás del goce permanente de las cosas buenas de la existencia. También corriendo detrás del dolor y la autodestrucción; ha habido de todo.
La felicidad que vivo, a la manera de Clarissa, está hecha de instantes continuos fundados sobre cimientos de dolor insoportable, de angustias que apenas puedo morigerar, de días y noches de llanto en continuado, de seres queridos que murieron o se fueron, de olvidos y de bienvenidas, de adioses y de enseñanzas. Cada momento de dolor me arrinconó insidioso, haciéndome creer que jamás iba a salir de allí. Bordeé la locura. Grité por qué y para qué. Le saqué la lengua a la muerte. Me paré frente a un arma cargada y frente al pozo de un edificio de trece pisos; me hundí en el abismo más profundo dispuesta a llenarme los pulmones de agua, y Eros me dio vuelta de un sopapo para que volviera a mirar el sol.
La felicidad que vivo, a la manera de Clarissa, está hecha de instantes continuos fundados sobre cimientos de dolor insoportable, de angustias que apenas puedo morigerar, de días y noches de llanto en continuado, de seres queridos que murieron o se fueron, de olvidos y de bienvenidas, de adioses y de enseñanzas. Cada momento de dolor me arrinconó insidioso, haciéndome creer que jamás iba a salir de allí. Bordeé la locura. Grité por qué y para qué. Le saqué la lengua a la muerte. Me paré frente a un arma cargada y frente al pozo de un edificio de trece pisos; me hundí en el abismo más profundo dispuesta a llenarme los pulmones de agua, y Eros me dio vuelta de un sopapo para que volviera a mirar el sol.
Ahora que lo pienso en retrospectiva, debería haber muerto antes de los 28. Elegí la vida tomándome, una vez más, de aquello que me hacía bien. Me salvó el amor que di, que nunca se había ido de mi lado aunque me sintiera terriblemente sola.
Huellas como cicatrices, queloides en el alma. Como marcas de dobleces en papel cuarteado. Como aureolas de quemaduras, resquebrajamientos y reconstrucciones sucesivas. Capa sobre capa sobre capa de una personalidad que, pese a los años, persiste en brillar a través de lo más opaco. Un brote verde me surge de las grietas, muro de piedra donde se enraizan las especies más diversas (entre la hiedra también se crían bichos). Magia en la punta de los dedos, que proviene de la Madre Universo y del Todo, de la Nada, del anverso y reverso de las cosas.
Me siento capaz de construir, de encontrar, de razonar, de crear. Nazco, crezco y muero cada día, desde la duermevela hasta la noche. Nunca sé dónde voy a estar, ni cómo, ni con quién. Insisto en no querer saberlo, en ignorar el día de mi muerte. Simplemente, vivo. Disfruto. Valoro cada segundo de música de la misma forma en que valoro el silencio. Me entretengo en los recuerdos, en la precisa reconstrucción de mis momentos preferidos. Pero no me quedo en el pasado. Sigo adelante, variando el ritmo para no agotarme demasiado rápido y porque las variaciones son lo que hace de la vida una maravilla constante.
¿Me he consumido, dije? Me corrijo. Mi devastación es como la del fénix, que se consuma y vuelve a empezar. Voy a leer hasta quedarme ciega. Voy a pensar aunque me vuelva loca. Voy a correr, a nadar, a volar hasta que me crujan todos los huesos y me salgan callos por todos los rincones. No me pongo límites. Los rechazo. A lo sumo tomaré un descanso, un respiro en el camino... pero siempre "más adelante, mañana".
Hoy voy a celebrarte, Vida, por lo que ya me diste y lo que vas a darme. Voy a beberte, a multiplicarte y a gastarte hasta que no quede nada.