Pasó hace once años. Me regalaron un libro con una dedicatoria que hoy yace pegoteada entre dos hojas porque no quise volver a leerla. Oculté con ese gesto la letra dolorida del primer amor, del primer muchacho-hombre al que le rompí el corazón. Con un dolor que no querría haber sentido nunca, le dije "no te quiero" y, un poco, lo maté. Un poco, me morí. Porque sí lo quería; en realidad, recién había empezado a olvidarlo y la culpa la tuvo el otro amor, el que yo creía único, el definitivo. Que llegó tan de golpe que hizo que quisiera deshacerme en caliente de los primeros besos, aunque los extrañara un tiempo después. Que me hizo distinta, más yo y menos aquella que quería conformar a todo el mundo. El Amor, le llamé, con mayúsculas. El que se sentía como deben sentirse las épicas de la primera juventud.
El mismo amor que seis años después de eso me rompió el corazón, pero en serio. En mil pedazos. El mismo que con una sola frase me quitó de un solo golpe todo el aire del pecho. El que me llenó la cara de tristeza, de ojeras, de noches ásperas, y el pecho de una sensación de estrangulamiento permanente. Entonces, casi sin querer, en la mudanza con la que lo dejaba atrás para siempre (al segundo, al Amor con mayúsculas, al que me fracturó para siempre), reapareció ese libro. Recordé el poema, el último, el que más me había gustado y que me parecía tan triste. Las dos palabras:
YA
NO
Y el nombre de la autora, un nombre poderoso. Como su historia.
Porque aunque sólo conocí esa historia algunos años después, en el momento de releer el poema, con lágrimas en los ojos, la columna doblada de dolor y el pecho cerrado de angustia, yo era igual que Idea extrañando a Juan, jurándole su herida de amor para siempre.
¿Qué pasará con este amor cuando muera? habrá pensado, como pensé. ¿Alguien lo recordará? ¿Entenderán qué significó para mí? ¿Morirá conmigo?
Idea, con su vida y con su obra, eternizó su amor para siempre. No es un sentimiento extemporáneo con olor a nafalina. Es el mapa de sus emociones, grabado para siempre en el papel y en la memoria.
El mismo amor que seis años después de eso me rompió el corazón, pero en serio. En mil pedazos. El mismo que con una sola frase me quitó de un solo golpe todo el aire del pecho. El que me llenó la cara de tristeza, de ojeras, de noches ásperas, y el pecho de una sensación de estrangulamiento permanente. Entonces, casi sin querer, en la mudanza con la que lo dejaba atrás para siempre (al segundo, al Amor con mayúsculas, al que me fracturó para siempre), reapareció ese libro. Recordé el poema, el último, el que más me había gustado y que me parecía tan triste. Las dos palabras:
YA
NO
Y el nombre de la autora, un nombre poderoso. Como su historia.
Porque aunque sólo conocí esa historia algunos años después, en el momento de releer el poema, con lágrimas en los ojos, la columna doblada de dolor y el pecho cerrado de angustia, yo era igual que Idea extrañando a Juan, jurándole su herida de amor para siempre.
¿Qué pasará con este amor cuando muera? habrá pensado, como pensé. ¿Alguien lo recordará? ¿Entenderán qué significó para mí? ¿Morirá conmigo?
Idea, con su vida y con su obra, eternizó su amor para siempre. No es un sentimiento extemporáneo con olor a nafalina. Es el mapa de sus emociones, grabado para siempre en el papel y en la memoria.
Por eso, llegué a casa y escribí este post.
Gracias por lo que perdura, Idea.
Gracias por Idea, que perdura.