sábado, julio 31, 2010

Contra el silencio, contra la muerte.

Estoy en contra del aborto.

Lo digo ahora mismo para que se entienda y para que se enteren los que nunca preguntaron sobre el tema. No me parece sano para la mujer que aborta ni ético para con la criatura que viene al mundo sin haberlo siquiera pedido. El solo hecho de poner en riesgo las vidas de esa relación simbiótica madre-hijo me toca la más íntima de las fibras.
La violencia y el crimen me espantan, más cuanto más cercanos. Como a todos. Entonces, soy de las que piensan que en la medida de lo posible habría que tener a la criatura y darla en adopción, en caso de no poder o no querer hacerse cargo. Pero insisto en que esta es mi postura personal. Esta soy yo, diciendo qué haría yo, o en todo caso alguien en una situación similar a la mía.

La cuestión es sencilla: el aborto existe.
El aborto está.
El aborto se realiza en cientos de lugares en todo el país, fuera del arbitrio de la ley, causando miles de complicaciones y miles de muertes anuales (incluyo aquí a los bebés nonatos).
El aborto continuará existiendo aunque la Iglesia Católica o cualquier otra Iglesia, religión, culto o tendencia moral/política se opongan a su existencia. Es absurdo decir que uno se opone a la existencia de algo que ya está, pensando que la suma de oposiciones hace que esta situación desaparezca, se evapore. ¿Acaso la penalización del aborto ha disminuido un ápice el número de abortos? Está claro que no.

El aborto es el punto culminante de una forma de violencia que se me ocurre terrible por varios motivos, porque es una violencia de múltiples vías. Violencia contra el ser indefenso, última (aunque no única) víctima de la cadena de sucesos que lleva al aborto. Violencia contra la madre, cuyo cuerpo desgarrado por dentro queda, aunque no se vea, marcado para siempre. Más violencia contra la madre por la decisión tomada. Violencia previa contra una mujer que no ha sabido, no ha podido o no ha querido no embarazarse, pero que está segura de que ese embarazo no puede continuar. ¿Quién puede cuestionar sus motivos, sus lágrimas o su convicción? Y sin embargo, sólo por el hecho de abortar, son discriminadas y maltratadas. Esto sin contar la profunda huella psicológica que deja en una mujer la interrupción de un embarazo.


Vale la pena contarles ahora la historia de Carme y de Dorita antes de seguir. Los nombres fueron cambiados, pero lo que escribo aquí me lo contaron ellas mismas. Todo es verdad.

Carme se casó joven y enamorada con su primer novio, que también fue su primer y único hombre. Vivieron juntos, noviazgo y matrimonio, durante algo más de treinta y cinco años. Tuvieron dos hijos, el segundo de los cuales casi le causa la muerte a Carme. A partir de ese momento, el médico familiar les advirtió que debían cuidarse de futuros embarazos, porque no garantizaba la supervivencia de ninguno de los dos (madre e hijo).
Sea que Carme no tuviera la posibilidad o las ganas de acudir a un sistema eficaz de anticoncepción, su fertilidad desafió cualquier intento y quedó embarazada dos veces más, en un lapso de diez años. El mismo médico amigo fue quien evaluó y guió a la pareja en el proceso de suspensión de los dos embarazos. A sus setenta y cinco años, Carme sigue pensando que fue la mejor decisión que pudieron tomar. Actualmente es abuela, es viuda y extraña a su marido todos los días. De los bebés que pudieron ser no habla, fuera de la anécdota puntual.

Dorita se casó de apuro a los dieciséis años, víctima de circunstancias ajenas: su hermana quedó deshonrada la primera noche que salieron de baile juntas, y ella pagó el pato por haberla acompañado al baile. "Yo todavía era tan chica, todavía necesitaba tanto a mi mamá" me dice con su voz de pajarito, que los setenta años transcurridos no alteraron ni un poco. La veo tan menuda como debe haber sido. Me imagino al hombre que eligieron para ella, un tano grandote, mujeriego y bailarín que le llevaba diez años y, por supuesto, ya tenía toda la experiencia. Un hombre explosivo "pero bueno", cuya familia había decidido que tenía que sentar cabeza. Así que Dorita se casó con él. Pero el Tano no quería saber nada de regirse por el almanaque, no quería excusas de cansancio ni dolores de cabeza.
Muy rápido llegaron los hijos, y con ellos la estrechez económica. Dorita, que ni siquiera pudo terminar el colegio, tuvo que salir a trabajar porque con el sueldo del marido no alcanzaba. El Tano agachó la cabeza, pero no perdía ocasión de aparecérsele por el dispensario a hacerle auténticas escenas de celos. Es que en los años '40 no era común que una mujer saliera a trabajar, y menos la mujer de un tipo tan machista y celoso como el Tano. Aunque él nunca le pegó ni la maltrató, Dorita tenía terror de sus arranques y hacía cualquier cosa por aplacarlo. Nunca se le negó en la cama, aunque ya habían hablado de no tener más hijos. Entonces, lo inevitable sucedió: ella quedó embarazada una y otra vez.
Una y otra vez, dice. No se acuerda si fueron cinco o seis, o más. Se queda en suspenso mirando el techo, los ojos enormes empañados. Sacude la cabeza con gesto resignado, de "qué macana, no". Es que había que hacerlo, pero si el Tano se enteraba... Entonces recurrió a una enfermera amiga que le hizo el favor y la atendió lo mejor posible, hasta que el cuerpo dijo basta, aquí no entra nada más, de aquí no sale nada más. Fue un alivio pensar que ya no habría que preocuparse por eso. Pero Dorita nunca superó el trauma de esas experiencias. "Todos esos bebés que no tenían la culpa" dice. A veces llora. "Todavía sueño con bebés, casi todas las noches. Son mis bebés. Les pido perdón pero ellos no dicen nada, solamente me miran".

Ellas tuvieron suerte de no pagar con su vida el precio de la decisión. A las otras miles de historias, las anónimas, no puedo más que imaginarlas. No hay mujeres para contarlas, ni familiares que te digan "se murió por un aborto mal hecho". Es una vergüenza o un dolor muy grande, a veces ni siquiera en ese orden. A veces es solamente la vergüenza la que frena la lengua. Y en el silencio crece la violencia.

Según estudios realizados por distintas organizaciones, en Argentina, las muertes a consecuencia de abortos mal realizados constituyen la primera causa de muerte materna.
Pónganse a imaginar ahora mismo a todas las mujeres que conocen. Yo puedo imaginar a Carme y a Dorita entre ellas. Ochenta y dos madres cada cien mil nacidos vivos son las que mueren. Pónganles caras conocidas a todas ellas. Cuenten ochenta y dos mujeres caminando por la calle de camino a su trabajo, y piensen.
Supongamos que la cifra es exagerada. Supongamos. La mitad, la cuarta parte de esa cifra ya sería escandalosa. Se habla de medio millón de solicitudes o intentos de aborto por año en Argentina. Supongamos que fueran cien mil. Supongamos que fueran treinta mil. ¿Cuál es el punto? ¿Reducir las muertes? El objetivo debería ser cero, y punto. Reducción a cero de las muertes, o al menos del riesgo de muerte. Dada la circunstancia y la inevitabilidad de la realización de un aborto, hay que desplegar una serie de garantías mínimas que hagan más plausible ese objetivo.

Asimismo, tiene que cortarse de una vez el enorme negocio montado detrás de las redes de aborto clandestino. Sobre todo las más inseguras, aquellas que por quinientos pesos realizan una mala intervención a una adolescente de bajos recursos cuya vida o muerte no le importa a nadie, sólo a los fines de la indignación.

Porque estoy en contra de llegar al aborto como solución, quiero (exijo) que se regule el aborto de una buena vez por todas.
Porque más allá de mi personalísima visión del tema o de mi decisión irreductible de traer al mundo a una criatura que no busco o no deseé, tiene que terminar tanta muerte. La cadena de violencia tiene que cortarse por algún lado.
Y ya que las políticas de salud reproductiva no son suficientes (por desidia, por mala implementación de lo que ya está o por impracticabilidad de la misma según áreas puntuales de la población - aquellas más carentes de lo básico-), es deber del Estado garantizar una opción de interrupción de embarazo segura para estas miles de mujeres en situación desesperante.
Esto no les exime de continuar implementando y mejorando la Ley de salud reproductiva que se sancionó en 2003, con décadas de atraso: el problema ya está arraigado en esta sociedad pauperizada, polarizada educativa y económicamente. Pero eso no es excusa para no hacer nada.

Que se entienda que estoy en contra del aborto pero no voy a juzgar jamás a una mujer por tomar la decisión de hacerlo. Ni por reclamar el derecho a no morir en este intento.
Antes bien, me abrazaré a ella como si fuera mi hermana y la sostendré en su reclamo. Prefiero creer en su convicción y sus intenciones a juzgarla y maltratarla por una decisión que es suya y sólo suya.

Para leer hoy:

- Suplemento Las 12. Diario Página/12
- Artículo "Argentina: ¿Por qué hay tantas muertes por aborto?". BBC Mundo (tiene vínculos relacionados a la derecha de la página que conviene consultar también)
- Síntesis de la historia legislativa del aborto en Argentina.
- En Wikipedia: Aborto en Argentina, breve historia y antecedentes inmediatos.
- En Pensar.org: "Aborto: una contribución al debate en Argentina". Cuestiona los datos vigentes y la real incidencia del aborto en las tasas de mortandad femenina, en ocasión del debate que se dio en 2007 con las declaraciones de Ginés González García. Para que puedan leer otro punto de vista.
- Carmen Argibay en 2009, también sobre el aborto.

Se agradece cualquier contribución que quieran dejar en los comentarios.

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Qué cosa es el amor,
medio pariente del dolor,
que a ti y a mí no nos tocó,
que no ha sabido, ni ha querido, ni ha podido.

Por eso no estás conmigo,
por eso... no estoy contigo.

(Liliana Felipe, "A nadie")

lunes, julio 26, 2010

Días extraños / 3

"When I call a name, it will be your name"





(esta es la primera escena de una película que amamos. Yes: we, the freaks.)

Son días extraños en los que leo mucho y lloro por cualquier cosa. Son días de aquéllos, con el cambio a las puertas y la zozobra en la punta de los dedos, todo el tiempo. Lo que me moviliza no es el miedo, al fin, ni el eterno pendular de esta mente llena de recuerdos. Son días de sonrisas mordidas para que no se note, de pañuelos de colores entre la ropa negra y de jugar con mi cabeza por última vez (mentira: no puedo ni quiero dejar de jugar conmigo).

Creo que ya harté, que ya cansé... pero me siento agradecida. Profundamente agradecida. La vida es generosa conmigo en personas y momentos. Qué me importan un par de cachetazos cuando todo lo demás es rojo, verde y mariposas. Cuando llego a casa y sé que en un rincón hay aceites esenciales y un burbujero para usar en caso de emergencia. Qué me importan las once líneas de colectivos desfilando a bocinazo puro bajo mi ventana, si vas a estar esperándome con los ojos llenos de sonrisas y los brazos colmados de bienvenidas.

Ambiciono la paz y sólo la paz. Es tan invaluable tenerla al alcance de mi mano cada vez que la necesito, sólo estirarme un poco y respirar... y ya. No más habitaciones grises de un metro cuadrado con el sueño de un profundo bosque en su núcleo; simplemente abrir los ojos y ver que estuve siempre allí, en el bosque que creía sueño y que era la realidad en la que tenía que construír todo lo demás.

Mi paz han sido estas caminatas, chicas, con ustedes. Estos días de mate, de cosas ricas y poca ansiedad. Mi paz fueron las lágrimas que no quise guardarme. Mi paz fue el fin de semana de descanso y diversión en las dosis exactas. Son las imágenes y las voces que nunca me abandonan.
Mi paz es, por sobre todo, llegar molida de cansancio y aún así acompañarte en tus labores hasta que las piernas y la espalda no dan más y piden cama. Mi paz es esa cama donde una luz clara se derrama sobre tus dedos curándome la nana del pie y deslizándose por mis pantorrillas.




Mi paz es esta música perfecta en la que flotamos hasta quedarnos dormidos, un ratito nomás; mi paz son los sueños de ruta y de mar, de montañas y seres queridos a quienes abrazarnos. Mi paz es trabajar por todo esto, no importa cuánto, no importa dónde. Y nombrarte cada día, como un mantra. Nombrarte aunque sea evocando la línea de tus manos, la forma increíble de tus ojos y tus cejas, silabeando todo lo que sé de vos durante seis horas al día con Hisaishi en segundo plano.

Gracias a esta energía que me rodea soy color en el gris. Un núcleo cálido en medio de tanto invierno que late y se expande donde quiera que voy. No hay tristeza que no pueda derrotar riendo entre las lágrimas, ni ansiedad que no se calme gastándome el cuerpo en bailes catárticos. A veces, la danza está en mi mente y por fuera apenas soy una sonrisa en la ciudad que pocas veces ríe. Casi nunca soy la que sale en las fotos, ni siquiera en las que me gustan.

Pero sí quiero ser paz, siempre que pueda. Música, siempre. Y palabras y colores. Esto, hoy. Esta vida presente, pasada y futura.

Buena semana a todos.

miércoles, julio 14, 2010

¿Por qué no?

1. Sobre el amor

El amor y la razón son arterias por las cuales necesariamente hay que circular por doble sentido, no se puede ir siempre hacia un solo lado, porque se acaban pronto si no se realimentan. Un ejemplo de la razón funcionando en doble sentido es la ciencia, que por definición necesita razón para existir. Y, según una lectura somera de la Biblia, ni siquiera Dios ama sin esperanza (y este es quizá el rasgo que lo muestra más sospechosamente humano).
En un mundo de individuos que viven colectivamente, el amor y la razón individuales son algo que pueden existir sin ninguna duda, aunque para dicho "mundo" como sistema de individuos, no. Amar en secreto, amarse uno mismo, amar por el amor mismo, son estados espirituales y como tales, no compartibles. Ya Dostoievsky y Sartre, por ejemplo, trataron el caso del "humanismo" que es capaz, según Dostoievsky, de sentir un amor ciertamente desproporcionado por los hombres en su conjunto pero que es incapaz de sentirlo por los individuos o, como doble paradoja en Sartre, que sublima en el todo el no poder concretar su consumación individual. Tomando estos dos ejemplos, podemos trazar todo un arco de situaciones similares que hacen de la autocontención del amor su paradoja y su muerte para el "mundo": ecologistas y/o amantes de los animales que detestan a los seres humanos, cristianos que deliberadamente deciden no amar al prójimo como a ellos mismos, maridos que golpean a sus mujeres, y un largo etcétera. Hay en los cultos religiosos una enorme cantidad de estas paradojas -en un sentido estricto y tomando a Dios como un ser teológicamente fuera de este "mundo" y que no es un igual- como el fenómeno de la clausura en algunas órdenes religiosas o llegar a la sublimación del amor conyugal en "el amor a Dios" o "el matrimonio con la Iglesia".
Hay un sofisma posmopolitan que dice que para amar a otros es necesario amarse primero, pero es una falacia que intenta decir que amarse uno mismo es condición suficiente para ser amado cuando apenas es condición necesaria para quienes precisan del narcisismo del otro como confirmación de una elección. Y hay un tema aquí del que no me quiero distraer: el narcisismo posmodernista metrosexual no es más que una velada salida del clóset del componente homosexual individual, a veces de manera tan exagerada que, en parejas heterosexuales, surge otra paradoja sobre el verdadero objeto del deseo.
Razón y amor pueden vivir aislados del mundo, sí, pero son estados "santos". Y, siguiendo a Henry Miller -que habla de la "madera" con la que están constituidos-, ya sabemos que los santos, los asesinos seriales, los locos y los poetas están "fuera del mundo" (y juro entre estos paréntesis que eso no significa ningún juicio de valor, sobre todo viviendo en una cultura que le reza a imágenes de mártires torturados, idealiza asesinos seriales en vampiros y otros similares, que considera a Hitler y a Videla "normales" y que siente una predilección especial por poetas sufridos y suicidas). Pero yo, con el fibrón negro en la mano, sé que necesito razón y amor de ida y vuelta para no darlos por inexistentes.

(Fender, en Das Gebiet. Hoy.)

En estos días, muchos amigos y notables de la casa se manifestaron con inteligencia, altura y respeto al respecto del matrimonio igualitario. Como, me consta, también han sabido manifestarse (y comprometerse, y actuar) en relación a otros temas igualmente "ocupantes" en este momento.

Les dejo algunos vínculos para que los lean:

- Celia nos recuerda que el derecho al amor atraviesa todas las creencias.
- destripa etimológica y semánticamente al matrimonio en Les Mots.
- Fodor y la Nación avergonzada.
- Augusto y los manotazos de una doble moral que se ahoga.
- Jerónimo y un punto de vista sobre la oposición de las instituciones eclesiásticas en este punto.
- Lucho y tres objeciones a los argumentos más recurrentes en contra del matrimonio igualitario.


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2. Sobre la realidad

¿Cuáles son las consecuencias reales de la aprobación de la ley de matrimonio igualitario? ¿Existe una amenaza concreta al modus vivendi de las personas que ayer manifestaron su repudio frente al Congreso? ¿Se va a acabar la tradición occidental y cristiana tal como la conocemos? (respecto a esto último, está claro que no, pero con tanto tremendismo suelto...)

Esto me preguntaba hoy, en el trabajo, y me puse a garabatear algunas ideas que espero me ayuden a completar:

- El matrimonio heterosexual y la "verdadera familia", esa institución culturalmente establecida como parámetro de lo normal y deseable, no se van a acabar por la sola sanción de una ley que admita en su texto a otras familias igualmente orgánicas. Por la sencilla razón de que estas "familias alternativas" ya existen, ya conviven con las "verdaderas familias", sin que hasta el momento haya existido un menoscabo real de la estructura tradicional, normal y deseable.
- El potencial neurótico, enfermante, viciado e inmoral de estas "nuevas familias" no será diferente del de las "verdaderas familias". (Disculpen el exceso de comillas, estoy citando ideas / términos que no me son propios).
- La aprobación de la ley no conlleva obligatoriedad de transmitir a los niños (¡¡los niños!! las cabecitas de playa de todas las guerras, invocados por padres usualmente demasiado ocupados para ocuparse, hasta que alguien más despierto habla) un canon de valores ajeno a la familia a la que pertenece. Esto se relaciona íntimamente con el primer punto. Ni la ley ni las costumbres obligaron, obligan u obligarán a una familia a predicar valores estructurales (morales, éticos, culturales) que no comparte. Libre albedrío, ¿les suena?
Anexo a lo anterior: Sí sería deseable contemplar una exhaustiva actualización de los contenidos que se brindan en las charlas de educación sexual previstas para los colegios (tema para otros debates).
- De ninguna manera la nueva ley tendrá como consecuencia la imposición forzada a los niños, adolescentes, jóvenes, adultos o ancianos de una decisión tan delicada como es la elección de la propia sexualidad. Un niño podrá seguir asistiendo a colegios que comulguen con las ideas de sus padres, vivir en una burbuja donde la homosexualidad sea ignorada, ninguneada, discriminada, bastardeada... Por más que nos pese. Otra vez: libre albedrío. Es cansador aclararles a estos padres preocupados que no va a venir Pipo Pescador a decirles a sus niños que pueden elegir su sexualidad, válgame. Ustedes, padres, corren con la responsabilidad de una educación integral, con los fallos y los aciertos que sólo a la familia corresponden. Nadie, ni siquiera el Estado mediante la Ley, puede decirles qué enseñarles o no a sus hijos en este apartado. Aunque sean tergiversaciones y mentiras.
Esto es tan obvio que avergüenza leer argumentos como "a mis chicos se les va a enseñar en las escuelas que se puede elegir el género que uno quiere tener", "de acá a unos años vamos a tener los resultados psicológicos y comportamentales de niños influenciados y educados por padres del mismo sexo", "los homosexuales son parejas estériles y promueven una cultura que lleva a la muerte de la especie humana". Los chicos podrán seguir jugando con amigos potencialmente homosexuales sin menoscabo de su propia decisión sexual, a menos que entren a tallar factores como la perversión, y esto es privativo de la condición humana. Va mucho, mucho más allá de con quién elige casarse, acostarse o besarse cada uno.

Que se entienda: la homosexualidad no es una enfermedad. La homofobia sí.
Homosexualidad no es perversión sexual. Es orientación sexual y elección de vida, no la simple y mera manifestación de una enfermedad mental.

Se puede consultar bibliografía adicional sobre las familias en este sitio: QueerParents.org (está en inglés, paciencia)

No me sirven los statu quo mentirosos, inamovibles. No me sirve la historia estática, cíclica, gatopardista. No me sirve quedarme con lo que me enseñaron sin permitirme cuestionamientos o debates. No me sirve quedarme callada y meramente "tolerar": yo tolero, pero no voy a permitir que se me avasalle con pseudo-razonamientos o falacias ad-hominem.

A cada una de las conclusiones que puse más arriba, cualquier persona con ánimo de cuestionar la terminología y tipificación de la ley podría oponer un "Y entonces, ¿qué tiene de malo la unión civil? Podrían tener en la práctica los mismos derechos o muy similares..." y toda esta larga retahíla de "pero si..." que vengo escuchando, no en la última semana sino en la última década y media, más o menos. A esa oposición yo opondría la pregunta que titula el post. ¿Por qué no, entonces? ¿Por qué no "matrimonio"? Porque si a mis cuestionamientos van a salir bufando "tanta alharaca por una palabra", se estarán olvidando que a veces una palabra ("puto", por ejemplo) o una frase ("tortillera de mierda") alcanzan para reafirmar una indignidad. O para subvertir un orden impuesto a puro condicionamiento.

En un día en que se conmemora a todas las Revoluciones en una sola, les deseo a todos

LIBERTAD
IGUALDAD
FRATERNIDAD

Allons.
Porque es derecho del hombre.


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Actualización: Me gustaría cerrar citando a Yamila, una ex compañera de colegio, una persona de espíritu enorme, y a quien humildemente considero una amiga.
A raíz de un pequeño debate que hubo en Facebook, ella envió un e-mail del que me permito copiar aquí algunos párrafos.

(...)
No somos sólo XX y XY y afortunadamente la naturaleza humana no se reduce a eso. Si reducimos todo a esta distinción perfecta toda nuestra genética sería perfecta, y no habría mujeres u hombres que siendo tales no pudieran tener hijos. Dejemos de creer que la definíción del hombre se reduce al XX/Y ó que hay una manera de "ser normal" en relación a esto y que lo distinto a lo que fue arbitrariamente establecido como "normal" es una desviación ó aberración de la naturaleza. El racismo funciona de esa manera. El nazismo funcionó y funciona de esa manera (intentando eliminar toda "desviación" de una definición genética arbitrariamente establecida como la más apta ó mejor).
No hay nada perfecto ni exacto en la naturaleza. Por eso es inasible y misteriosa. Somos y ya. Que la ciencia establezca ciertos parámetros -o teoría de conjunto- para definir casos y avanzar con determinados fines es cierto, es aceptable y es necesario para su avance. Pero no podemos reducir la realidad y la vida a esos parámetros, como los únicos e indiscutibles. La historia nos muestra con muchos ejemplos (Galileo es uno de los más alevosos) que no podemos hacer carne postulados científicos -que son totalmente contingentes y modificables/ampliables/ reemplazables- para definir la realidad (aquí los sexos), porque la realidad es más compleja que su dimensión científica. La ciencia es sólo una mirada con ciertos fines específicos.

(...)

No somos iguales para unas cosas sí y para otras no. Somos todos seres distintos e iguales en derecho (que es una categoría establecida por el hombre).
Los hombres y las mujeres no somos pares de zapatos por suerte. Cada uno se calza del lado que su ser le indica, le nace, le es.

lunes, julio 12, 2010

Enfolding

Vuelve el frío y camino. Es lo que mejor me sale, lo que hago incluso cuando estoy quieta: caminar. Camina mi cabeza, mi cerebro como esponja de celulosa, resbaloso y denso y empapado de nada, de todo.
Caminan mis dedos.
Caminan mis oídos, mi paranoia en ese Rapipago donde estoy atrapada momentáneamente, Rapipago que acaba de dejar un cliente enojado, tan enojado que estoy segura que va a regresar enseguida con un martillo para romper la puerta, con una bazooka o al volante de un colectivo para matarnos a todos.
Camina mi imaginación detrás de los espejos. Caminan mis piernas atrapadas en un atuendo impropio. Desafiante, echo los hombros hacia atrás demostrando que no me importa estar metida en esta ropa, en este cuerpo prestado, y me invento que estoy protegida por un campo de fuerza invisible y que no estoy pensando en nada, absolutamente nada.
Caminaban hace unos minutos las suelas de mis zapatillas sucias por la misma plaza donde años atrás otro calzado jugó a mimetizarse con las raíces de un ombú mientras las palabras se me hacían rizos, a la vez, y yo era un barrilete pura cola buscando enredarme en tu dedo.
El reloj de la Torre de los Ingleses marcando las 17.20 y en mi retina un nombre propio, Esquel. Más otros dos nombres al que quiero sumar el tuyo, más esa carpa que sueño comprar en primavera para compartir con vos.

Pienso en el clavijero que me vas a enseñar a poner, si tenés la paciencia de soportar mis ojos pendulando entre tus dedos y tus propios ojos concentrados, uno de estos días en la guitarra criolla. Pienso que no quiero perder los callos nunca más. Tropiezo en Suipacha a la altura del Tita Merello, que ya no está y es otra ausencia que me pone triste y me hace pensar cuál fue la última película que fui a ver allí... "De quién es el portaligas", eso. Un seis, un siete con toda la furia, y que le besen el pupo a la Ricci porque fue gracias a ella. ¿Y en el Cosmos, qué fue lo último? Ni una década en Baires y ya he visto desaparecer lugares que empezaban a ser míos y que fueron de tanta gente, tanto tiempo. Gandhi, el América, que ni para eventos quedó. Las cuponeras del Hoyts a veinte pesos, las salidas foreras de jueves a lunes.

Me acuerdo de todo a fuerza de pensarlo todo, siempre, a fuerza de caminarme la cabeza ida y vuelta. A veces siento que estas múltiples Yo que se envuelven una dentro de la otra, bien apretadas en un abrazo cómodo, son mi manera de no olvidarme de nada: creer que todo le pasó a una Otra Yo lejana y próxima. Porque si no, no podría recordarla con este nivel de detalle.
Labial protector para el frío, pienso en "La campana de cristal" y "ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí". Estoy tan lejos de las publicidades de la tele y de la radio. Nadie me conoce. Sonrío. Nadie entendería cómo se hila este matete que me lleva inevitablemente al jueves, 16 horas, un punto más de inflexión porque sí. Porque puedo. Porque lo mío no es la sinestesia exaltada de los químicos, sino la química tramposa de mis propias neuronas.





sábado, julio 03, 2010

Kate Beaton, o la historia hecha comics



No les puedo explicar lo mucho que me gusta esta web, a la que llegué gracias a Ge hace un tiempito por una tira que compartió.

Para (más) muestra...



Reconozcámoslo: hasta que los hicieron sexies, había poca gente interesada en los Tudor...




Ahhhh, podría vivir algún día sin Internet, pero qué de buenos hallazgos me habrá dado para ese entonces.

(PD: No entiendo por qué Blogger no me deja mostrarles las versiones ampliadas de todas las imágenes, así que las linkeo para que las vean fully en la web)