sábado, diciembre 28, 2013

2013

El Extraño Mundo es el lugar donde me pasan las cosas más ciertas, el lugar donde las señales se cristalizan y tienen sentido. El Afuera, todo lo que me hace, de alguna forma, "ser social", es impermeable a esas señales. Aprendí a funcionar en los dos lugares casi al mismo tiempo, como ensamblada de apuro; a veces vibro en las dos frecuencias y la divergencia me abruma. 
Promediando el año empiezo a vivir un poco más en el Aquí/Ahora (el Extraño Mundo, claro) y sobre el final me meto allí para quedarme, tiendo a ignorar y a olvidarme del afuera. Me vencen el calor y las pocas ganas, el desánimo, el humor bajón. Me dejo arrastrar por ellos. Acá, ahora, alucino insectos todo el tiempo los haya o no. Acá, un fantasma se me para al lado mientras hago la colada y me susurra cosas viejas y me hace llorar. Acá me corto y me lastimo todo el tiempo sin darme cuenta, amanezco llena de puntazos y no recuerdo de qué eran. Acá me siento transparente y unicélula, ameboide, impensante. Me emborracho. Me permito ser egoísta y olvidar a mis amigos. Acá hago planes de un futuro sin nadie, fantaseo que soy prescindente y que me puedo separar de todos esos otros que me moldearon. Acá escribo mentalmente lo que afuera se convierte en otra capa protectora. Acá me vuelvo un poco loca a cada minuto, lejos de cualquier neurosis protectora, y me enojo con todo lo que no me alteró en el año y puteo y golpeo el suelo con mis puños. Acá me crujen los dientes en sueños, tampoco volví a tener una sola noche en paz desde que empezó el calor. Acá mis perversiones se vuelven aberrantes.
Acá soy el retrato desfigurado con fondo de tormentas mientras afuera ven a Agus, la bambola triunfante y equilibrada.
Acá todavía se libran batallas con las mejores intenciones y las peores expectativas.

martes, diciembre 10, 2013

El camino corto no siempre es el más fácil

Siempre fui un vago, preferí hacer la fácil: trabajar para ganarme el puchero y ya.

Así son las cosas, o algo parecido: el camino corto de los cuentos no siempre es el más fácil. Por eso los cuentos son cuentos y la vida es eso que te pasa a cada rato mientras vas desovillando el tiempo (el tuyo, el que te tocó). En los cuentos, "fácil" y "corto" son sinónimos. "Largo" y "difícil" también lo son, con la irrevocable aclaración: este es el camino bueno, eh, no te equivoques.
En algún momento llegaré a la mitad de mi expectativa de vida y podré revisar mis conclusiones, pero he aquí un adelanto. El camino bueno a algo, a cualquier cosa, es el corto y difícil. ¿Por qué es corto? Porque si bien se hace esperar, llegás a hacerlo en vida y a disfrutar de su conclusión. ¿Por qué es difícil? Porque no es fácil. ¡Ja! ¿Y qué de todo eso es bueno? ¿Quién querría esperar y sacrificarse tanto por algo que ni siquiera sé si realmente es bueno para mí al final?
Lo único que tengo para oponer es experiencia, propia y ajena. 
De chica me gustó el colegio, no lo voy a negar. Pero ni comparación con lo que disfrutaba de mi tiempo libre, porque en ese tiempo podía leer lo que se me antojase, ir al campo, a la pileta, caminar durante horas, tocar la guitarra, jugar con mis hermanos... Eso era lo que verdaderamente me gustaba. Entonces, si bien el colegio me aburría un poco y detestaba la tarea para la casa por sobre todas las cosas, tenía muy claro que nada se interpondría entre mis vacaciones y yo. Nunca me llevé una sola materia, ni siquiera en aquellos dos o tres años de sufrimientos capaces no de hacerme llorar, pero sí desconcentrarme hasta que llegué a pensar si no me estaba volviendo bruta sin remedio. Nunca dejé una tarea sin hacer, aunque muchas veces trampeaba "adelantando" el trabajo en clase (casi siempre terminaba primero). Las horas que dediqué a lo difícil fueron triplemente recompensadas cada verano de perfecto ocio, tres meses completos en los que me olvidaba que era estudiante y podía ser aventurera, lectora, pescadora, actriz. Escritora, sobre todo. 
He aquí la fórmula del camino corto: Si quiero guita, trabajo. Si quiero afecto, lo pido (sé cómo hacerlo, cualidad rara si las hay). Si espero algo de alguien, se lo hago saber y sobre todo, le demuestro que puedo hacer algo por él. Corto. Simple. Latigazo. Medio que asusta, ¿no? 
Por alguna razón que excede a la propia razón, la gente se empeña en el camino difícil, en complicar(se) la vida. Y no tiene nada que ver con la inteligencia. Auténticas mentes brillantes que conocí probaron ser los más simplones entre los seres humanos a la hora de tomar decisiones o aplicar cambios reales en su vida. Primero que nada, no entienden la razón básica para mover el cambio: es bueno para ellos, pero mucho mejor para el entorno. Todo se transforma de alguna manera cuando se pone en marcha el cambio necesario. 
Veo compañeros de trabajo saltar de mujer en mujer, insatisfechos, sin darse cuenta que cada una es el reflejo de la anterior, y por ende el reflejo de su propio error. ¿Por qué insisten en probar una y otra vez la misma fórmula si está claro que no lleva al éxito? Veo mujeres valiosas desperdiciar sus mejores años en alcanzar un objetivo (hombre ideal, status, cuerpo perfecto) sintiendo que no llegan jamás porque un polarizador gigante les nubla la perspectiva y persisten en actitudes y caminos equivocados. Veo seres humanos equivocándose y echando la culpa a otros, atribuyendo errores propios al poder de las marcas que les infligieron, cuando ellos mismos ya no son sus marcas, sino las decisiones que hacen sobre ellas.
Yo misma, que vivo intentando convertir mis marcas en palabras, desperdicié demasiado tiempo en senderos equivocados, en abordajes erróneos, en distracciones y atajos. Agarré el camino fácil y largo porque era más fácil dejarse llevar, distraerse todo lo posible, porque la Llama no se iba a apagar nunca: me esperaba en el futuro. Cómo nos mentimos de fácil. Reaccioné mucho después de darme cuenta de que esa llama no ardería por siempre, porque era tan humana y finita como cualquiera.
El camino corto era ponerse a escribir. Pariéndola, a las puteadas, empantanándose y llorando. O sea, un camino difícil como la misma mierda. Ahora que lo estoy transitando y veo la meta tan cerca, pienso "cómo... ¿esto era todo?" y me queda todo el resto del tiempo incierto de mi vida para planificar una nueva aventura.

martes, noviembre 26, 2013

De una carta no tan vieja...


"Los dos somos ángeles caídos, pero usted todavía se mira las alas".

(definiciones que te hacen verte por primera vez)



Soy una chica-pájaro, ahora.
Tengo mi corazón
Aqui, en mis manos, ahora
Estuve buscando
Mis alas durante algún tiempo.
Renaceré
Pronto en el cielo
Porque soy una chica-pájaro
Y las chicas-pájaro van al cielo.
Soy una chica-pájaro
Y las chicas-pájaro pueden volar.
Podemos volar.

lunes, octubre 07, 2013

Liebster award

En honor a quien me nominó (gracias, Selestar) voy a intentar articular un post-meme como aquellos que blogueábamos allá por los 2006/2007.
La cosa es así: respondo las once preguntas de Sele y luego invento otras once preguntas que responderán once blogueros de mi elección, que elegirán a su vez a otros once y los obligarán a responder un cuestionario propio. Como sé los bueyes con que aro, es posible que esta cadena quede trunca y ninguno de los once seleccionados responda mi cuestionario públicamente. ¿Saben qué? Vafangulo. Tu ruta mi ruta. Vivan y dejen vivir. O sea, hagan lo que se les antoje.

Liebster award: El cuestionario de Sele.

1. ¿Qué es lo que usted más detesta del hecho de escribir? ¿O me va a decir que todo son rosas?
Hasta ahora, muy pocas rosas realmente. Lo que más detesto es la forma arbitraria y totalmente fuera de control en que la escritura se adueña de mí. Mi cabeza y mi cuerpo se juegan enteros en el momento de escribir algo que sé que seguramente no me va a encantar, sino que también y paralelamente va a generar su carga de miseria. 

2. ¿Qué opina de los blogs que ventilan cosas muy privadas, de esas que nos dan yuyu?
El mío ventila con elegancia, pero ventila. Así que no creo que pueda opinar con coherencia. Me generan una irreprimible curiosidad, sobre todo si están bien escritos.

3. ¿Opina algo sobre el grave problema sintáctico que sufre una importante parte de la blogósfera en lengua hispana? ¿Qué?
Opino que es un espanto, pero nada impropio de los tiempos que corren. A la gente por lo general lo único que le importa de comunicar algo es "que se entienda", no "que esté perfecto". Sufro muchísimo leyendo burradas ajenas, así que me voy volviendo una ermitaña del lenguaje y circunscribo cada vez más el círculo de lectura.

4. ¿No le parece que la revista Orsai ha bajado su nivel en los contenidos desde el año pasado a esta parte? Si no le parece, explique por qué.
No tengo opinión, ya que no he leído dos Orsai completas sino artículos sueltos. Perdón.

5. ¿Lloró con el capítulo final de Breaking Bad?
No vi Breaking Bad. No me engancho con ninguna serie desde hace casi un año.

6. Cuénteme la última vez que se emocionó, con detalles.
Recién. Mi ex extraño no-ex esposo puso en Spotify una lista de música que llama "Depresivos" y tiene todas las canciones que necesito para vivir en estado de emoción perpetua. Soy una maricona que llora por todo, aunque nadie lo diría. Como mi cabeza vive en estado de ficción y fantasía perpetuos me emociona prácticamente todo. Perdón de nuevo por ser tan aburrida.

7. ¿Sigue algún blog de modo obsesivo? ¿Cuál/es?
Dejé de seguir blogs de modo obsesivo hace bastante tiempo ya. Todas mis lecturas son placenteras y vienen naturalmente. Desde que voló el GReader me limito a visitar los mismos blogs que seguía cuando abrí el mío, una vez a la semana como mucho.

8. ¿Come usted en Macdonald’s? ¿Con qué frecuencia?
Nunca. Trabajé en McDonald's y salí odiando la comida de ese lugar.

9. Escribir en chanclas y fumando maría a lo Lebowski ¿Sí o no?
Sí.

10. ¿Ha conocido a alguien que sea importante en su vida por internet?
Sí, la mayoría de la gente que es importante en mi vida ha salido directamente de internet, o hemos estrechado vínculos a través de internet. Hasta me casé con uno de ellos.

11. ¿Cuántas versiones de un post escribe antes de publicarlo?
Todos mis posteos salen de una sola vez, sin corrección. Rara vez los releo o los edito.

A los once elegidos que nombraré a continuación, les dejo al final del post mis preguntas. Buena caza.

Das Gebiet
Desconfianza Absoluta
Calíope
Mundos suspensivos
Mitakuye Oyasin
El último paraguas
Malas palabras
Seleccione Reales Dijes
The Happiest Corpse
Violentamente feliz
La columna de Joao

Cuestionario para mis premiados:

1- ¿Cómo te gustaría que fuese el fin del mundo?
2- Estás viajando solo y se acerca un desconocido a darte conversación a pesar de que estás en otra (escuchando música, leyendo, etcétera). ¿Cuál es tu reacción?
3- ¿Cuál fue la situación más desesperante que viviste de la semana pasada para acá?
4-¿Una regla de vida que compartirías con alguien?
5-¿Qué vicio erradicarías de la faz de la tierra?
6-¿Cuáles son los temas sobre los que más te gusta leer y/o escribir?
7-Hay montones de cosas gratis en la vida, ¿de cuál sentís que no te cansarías nunca?
8- En tu casa hay libros en...
9-¿Cuál sería el viaje perfecto?
10-¿Cuál es tu primer recuerdo consciente?
11-¿Te levantás todos los días con una canción en la cabeza? ¿Cuál?


domingo, septiembre 15, 2013

Manifiesto

Más que nada, habría querido ser normal.

Querría haber sido normal más que ninguna otra cosa. A la gente normal les pasan cosas tranquilas, habituales, seguras. Eso creía. Después me di cuenta de que la normalidad apestaba. Que afuera estaba lleno de egomaníacas como yo que se sentían especiales igual que yo, y que esa era la normalidad de la que realmente quería escaparme. Mi verdadero deseo era desencajar, no volver a pertenecer a ningún lugar, a ningún ghetto, a ninguna omertá. Nunca más un clan, del tipo que fuera. Ni siquiera el de las mujeres especiales llamadas a algo.

Yo quería escribir y empecé a escribir, y a medida que crecía, más se despegaba esa escritura de las formas habituales, más se alejaba de aquellos referentes que me habían inspirado en un principio. Llegó internet y el boom de los foros y redes sociales me ayudó a afianzar esa decisión de volverme outsider, de una vez y para siempre. Los perdedores como yo eran legión; las mujeres de carácter se volvieron trendy. Internet dotó de máscaras de fuerza a todos los inseguros del mundo. ¿Qué iba a hacer yo con todas mis certezas y con todo lo que aprendí a fuerza de escribir y equivocarme, de leer y amargarme porque ya no había más nada que decir? A partir del surgimiento de la era de los raros, nada lo era. Fue liberador, pero profundamente traumático también.

Ya no era especial, nunca más lo sería. Salvo para mí misma.

No me interesan los circuitos ni la aprobación ajena. Muy en lo profundo, esa egomanía que nunca vencí (tampoco me interesa) me volvió áspera, intolerante. Estaba empezando a vivir dividida otra vez: una cara para la tribuna, sólo de vez en cuando alguna turbulencia que me revelaba entera, y después de ese impulso la profunda vergüenza de haber entregado al olvido inmediato de cien desconocidos una emoción valiosa, algo muy representativo de mí misma que nadie estaría en condiciones de valorar.

Ahora quiero escribir como me siento: convulsa, rumiante, introvertida; un volcán que prepara la erupción que cambiará la faz de la tierra. Como una fuerza de la naturaleza. Quiero escribir como revancha, eso es. Para enseñarles a los que saben cómo hacer todo que no hay reglas ni por qués. Que una puede haber nacido de culo y aún así ser un cero en el cero. Que te pueden gustar cosas contradictorias y banales, que podés sentirte monstruo y aún así tener instantes de profundo amor.

No hay reglas. No hay límite de tiempo. Ya no hay obstáculos al frente, y mis obsesiones ahora son mi fuerza. Me asumí, mostré mis cartas, mi cara sin photoshop, la fealdad de mis sentimientos. Estoy desnuda frente al mundo.

Todo lo que haga a partir de hoy es mi revancha. Mi carta definitiva de presentación al mundo. Necesito generar un espacio a empujones donde instalarme en paz y que nadie llegue hasta ahí. Espíen si quieren, pero sepan que el portazo expulsor está ahí nomás. No los soporto. No me interesan. En este mundo de cartón pintado elijo prescindir de la emoción y la empatía.

Estoy sola y desnuda en la oscuridad. Y nunca fui más libre ni más fuerte.



miércoles, septiembre 11, 2013

Caminar en la lluvia

A veces es todo lo que queda, lo único que se puede hacer. Caminar en la lluvia. Ser parte de todo y disolverse al mismo tiempo en nada. Aún así, si pudiera retroceder el tiempo y volver a verme en esa noche de marzo bajo la lluvia caliente del verano entrerriano, caminando sobre un puente a medianoche... No, no sé si me diría algo. No sé si me abrazaría a la yo de aquel entonces para decirle "ahora estás mal, pero muy pronto todo cambiará para bien. Te lo prometo. Y esta angustia se habrá ido lejos". 
No creo. Porque intuyo que habrá más caminatas bajo la lluvia en mi vida. Y no sé si querría que mi yo futura saliera de atrás de un árbol o de la misma oscuridad para decirme "esto también pasará". Prefiero obligarme a recordar este mantra cuando el momento llegue.



P.S. La diferencia (lo diferente) incomoda.

domingo, septiembre 01, 2013

Gratitud / Karma

Lo que sos se encontró con lo que yo era y hubo una chispa entre los dos. Así de simple empiezan las relaciones humanas. A veces la chispa no se siente en el momento cero, aunque qué bueno cuando te podés dar cuenta (enseguida, sin necesidad de que hayan pasado días, meses o años). 
Lo que somos es imposible sin lo que fuimos. 
Antes de la chispa, antes del día de hoy, tuvimos infancia, adolescencia, juventud adulta, errores y aciertos, experiencia todo. Los errores, básicamente, pero también los aciertos nos condujeron acá, a este living donde nos abrazamos con los ojos cerrados para bailar, aunque bailar sea una excusa para abrazarse, acariciarse. 
Nada cambió y cambió todo. Seguís siendo un gruñón, yo me sigo quejando de boludeces del mundo y sufriendo más o menos calladamente las cosas más graves, mientras los demás miran una cara que no es exactamente la que guardo para vos, para el final de cada día (de los días) aunque también sonrío, también me quedo mirando el vacío con cara seria. Seguís oponiendo a mis planes delirantes la fuerza de la razón. 
Si nos está pasando es porque lo merecemos. Si no hubiera debido ser, no habría sido. ¿O no fueron pocos los planteos, las dudas? ¿Cuántos puentes podrías haber elegido volar y retuviste la mano? ¿Cuántas formas tenía yo de romperte el corazón? Los escenarios que ahora parecen lejanos y ridículos fueron posibles en un mismo momento de la línea. 
Pero jamás dudamos que esa decisión era correcta.
A veces (incluso hoy) leo la incertidumbre en tus ojos. No importa si te abrazo o si te digo con la mayor de las convicciones "todo va a salir bien" "podemos" "abajo hay agua".  Está en tu naturaleza, como está en la mía esta ridícula, delirante confianza que algunos llaman Fe. Para ser tan parecidos somos bastante opuestos, también. Hasta nuestras inseguridades son distintas.
Esto no puede ser amor. Estamos obsesionados el uno con el otro y nos necesitamos para estar completos, así que no puede ser amor. Verte, tocarte, es mejor que cualquier cosa en el día y desde que te conocí cambiaste incluso mi forma de percibir a los demás. Soy mucho mejor persona porque ahora tengo más ganas de serlo. Pero no, no puede ser amor porque nos enseñaron que amar es sufrir, es darse celos y sentirlos, es marcar territorio, es aislarse del entorno y vivir en exclusiva para el otro. Irrespetarse, incluso. No puede ser amor, porque hablamos de la muerte y de cómo seguir el uno sin el otro, porque podemos pasar mucho tiempo separados y extrañarnos como el primer día. Porque nos destruímos y nos reconstruímos todo el tiempo, y eso no es lo que se suponen hacen dos personas sanas que se aman.
Nos lo decimos cada vez que bailamos en el living, y cada vez terminamos entre risas. Mejor que hace siete años, cuando empezamos a conocernos. 
Hay un solo deseo sostenido desde aquella otra primavera. Esto no será amor, ponele, pero es tan bueno que me hace desear que todos los que nos rodean tengan algo así, al menos una vez en la vida. Dure lo que dure: que lo tengan, que sepan que lo tienen. Que lo valoren. Y que, llegado el momento, lo dejen ir en paz. 
Te amo libremente, con el pensamiento, con el cuerpo y con las palabras. Con todos los chakras. Con las tripas y el corazón. A pesar de los defectos y las discordias. Salvando distancias y errores. Te amo como me sale, como aprendí y desaprendí tantas veces: sin veneno. Pensá cuánta gente no sabe vivir sin veneno, cuántos de los que queremos o quisimos lo dejaron entrar y no se fue jamás, y se les quedó ahí, envenenando cada ángulo de sus vidas, cada posibilidad perfecta. Pensá cuántas soledades derrota un sentimiento como éste, el equilibrio que pone en el Universo un deseo como este que deseo todos los días. 
¿Que cuál es el secreto? Viste cuando la gente que te quiere se preocupa: "No digas esas cosas. No presumas de tu felicidad, que te van a envidiar". Bueno... nunca les hice caso. Nunca me enteré de envidia alguna, sus efectos no me hicieron efecto. Seguí adelante en la mía, sin joder a nadie. Y llegué hasta acá. Por suerte acompañada, aunque sola hubiera sido lo mismo y lo puedo decir porque sé lo que es estar sola en las horas más oscuras. 
Tenemos mucho. No ambicionamos por encima de nada ni de nadie. No nos comparamos con otros. Vivimos en paz. Si no es amor, tal como lo conocen otros, realmente no me importa: es amor porque yo lo decreto, porque me sirve y porque hace felices a más de dos personas. Y porque amor es una palabra (igual que karma), pero las conexiones de sentido que implica son la chispa que mueve absolutamente todo.
Por eso vivo esta vida, mi pequeña vida, agradecida y sin odios.
No hay otro secreto.





sábado, agosto 24, 2013

Lo indestructible

Pocas veces enferma. Ninguna quebrada, ninguna internación u operación en mi historial. Crónicas: alergias estacionales, lumbalgia, astigmatismo y miopía. Algún que otro desorden de alimentación, psicológico, ambos. Inestabilidad emocional, altísima permeabilidad al entorno. Lo que no me mata me hace más extraña. Esto que parece una bio de las más idiotas que se puedan encontrar en cualquier red social no define mi resistencia a la vida y sus circuitos, no define mis incapacidades ni mi carencia. Es la enumeración de algo que tengo que no es totalmente yo pero que a veces toma mi lugar como máscara de carnaval y se me parece lo bastante para no levantar sospechas. 
Soy la queja aunque no tenga verdaderos motivos para quejarme. En realidad, pocas cosas me importan o me afectan. Cuando algo me molesta en el pecho, el lugar donde se supone la mente-alma concentra la emoción, le doy vueltas y vueltas hasta que encuentro las palabras justas para sacármelo de encima. Porque, como la inmensa mayoría de los seres vivos, no quiero sufrir. No de ahí, por lo menos, no de "eso". Libero, liberándome. 
Mi núcleo de metal caliente, fuerza centrífuga pura, te llamo mi corazón para distinguirte de otras llamas vivas. Olés a carbón y a industria pero los dos sabemos que tu sustrato es orgánico. La mierda que arrastramos y transformás en combustible. Eso sos. Tan fuerte que me hiciste creer, muy convencida y desafío a quien se anime a contradecirme, que soy indestructible. Tan frágil que cualquier alteración de ese sistema vivo que te envuelve puede matarte. Llevo años destruyendo mis neuronas, poniendo a prueba mi propia fe, estirando los límites. Un filo me rasga la piel y ese corte cicatriza ante mis ojos, pero un resfrío me desmaya en la cama y a veces un "cric" en las vértebras sacras me deja inmóvil durante horas, pensando que no me voy a volver a mover como antes nunca más, cómo hasta hace un rato yo era baile y caminatas incansables y ahora no puedo girar el cuello sin que me duela hasta la punta del dedo gordo del pie. 
Lo que mueve este mundo está tan a la vista que la humanidad le camina por encima sin verlo y así van también ignorando su propia indestructibilidad, su capacidad para la destrucción. Abombados, distraídos con la tele y todo lo que hay para consumir o codiciar. O sufriendo, relegados, afuera de todo. Mundos que no se tocan, el de los de adentro y los de afuera. Es el mismo. Básicamente somos todos la misma máquina. El mismo organismo. Demasiado pagados de nuestra propia importancia para comprender que si los otros eslabones nos sueltan, no somos nada. En realidad, menos que nada. 
El núcleo centrífugo que me mueve gira. Le pasan cosas. Mientras el movimiento continúe se podrá decir que mi fe tiene un por qué lógico: seré indestructible. 
Lo indestructible es lo dinámico, la capacidad de moverse; el resto es nada. Como la Naturaleza se mueve desde que el big bang y la concha de la lora. Veo moverse el mundo de adentro, el de los afortunados. Me sorprende, con bastante violencia, cuántos de ellos en realidad están muertos o casi muertos, confundiendo el movimiento con una rueda de hámster o una cinta de ejercicio. Pilas para la Matrix. Al final estamos muertos y vamos hacia la muerte, dirán los resignados. Pero sabés qué, yo estoy viva, porque lo elijo con mi responsabilidad irresponsable, porque me hago cargo aunque a veces duela, porque esta pústula en realidad es una tuerca intrusa en la maquinaria, una mala hierba en mi ecosistema. Ni más ni menos, y tiene cura y tiene arreglo. Lo irremediable es flotar quieto hacia la muerte, no recibirla con naturalidad cuando se produzca pero viviendo intensamente hasta entonces, sin rencor y sin arrepentimientos. Solos al final, porque la cadena nos sacrificará para seguir unida, una tercera vida que es todo lo que conocerán nuestros restos.
Hasta entonces: pensarse eternos, vivir como mariposas. 
Intensamente. Indestructibles.




sábado, agosto 17, 2013

El camino de Tánatos.

Volcada hacia adelante, mirando la pantalla, me pregunto por un momento ¿qué es real? ¿dónde estoy? ¿cómo llegué hasta aquí? El camino está lleno de noches huecas, agujeros negros de la memoria donde cada tanto aparece un recuerdo. Codos en las rodillas, la frente entre las manos, mirando fijamente la esquina inferior derecha de un rincón de un baño anónimo, afuera el ruido fuerte de la música y las risas y golpes que hacen vibrar la puerta. La boca entreabierta hasta sentir que se reseca la lengua, los ojos doloridos de tan fijos, pierdo la noción del tiempo hasta para acordarme de parpadear. Y eso es sólo el alcohol y un poco de depresión, por qué no. Quiero hacerme pequeña y desaparecer, hundirme en la bañera mientras siguen desfilando los borrachos de esta fiesta o los ansiosos que no pudieron esperar a salir para tener sexo. Sólo percibo los sonidos porque estoy hecha un ovillo de cara a la pared, ausente. Estoy y no estoy. Ya fue mi momento, en otros lugares, en otras fiestas. Otras personas, mi inquietud no era la misma, salía sonriendo, veía el amanecer con las piernas colgando de la baranda de algún balcón y segura (segurísima) de que no me iba a caer jamás.
Muchas manos extendidas para tocarme y ninguna hace blanco a menos que yo quiera, siempre es bueno tener la carta del loco para jugarla y que te dejen en paz. Gringa áspera y deprimida en medio de la alegría de todos, casi siempre mal vestida, capaz de bailar y saltar durante horas para después desaparecer en un rincón con la tripa dada vuelta y deseando que la teletransportación exista. Durmiendo en colectivos y en andenes. Caminando un enojo de madrugadas por la zona roja platense, compartiendo el frío en un tren de medianoche con niños que usan el vagón de casa, ida y vuelta desde Capital hasta provincia; todavía no eran chicos del poxi, del paco, por suerte y quién sabe dónde estarán ahora, si vivieron o murieron. 
Yo viví, mal que bien me sobrepuse y seguí moviéndome a través de la gelatina de los días, de la telaraña pastosa de los malos pensamientos. No aquellos que mamá enseñaba a evitar a fuerza de rezos, esos eran buenos al final: los de verdad malos, los que te pueden torcer la vida. Ay, las trampas de la mente, la relatividad de los problemas, mis granitos de arena en el desierto del todo, tan chiquitos y capaces de aplastar edificios, de horadar el titanio. 
Noches de plegar las piernas bajo el cuerpo hasta que la sangre paraba de circular y había que ponerse de pie como fuera para salir a la calle. Sentir que en cualquier momento te van a fallar la conciencia o la cordura o las dos juntas. Buscar un rostro conocido en medio de tantos maniquíes de ocasión para avisarle, superada, que ya me vuelvo a casa "pero cómo, ¿caminando? ¿sola?" y reírme como si no me doliera todo por dentro, como si no estuviera muerta de miedo o destruída. Y saludar de espaldas sacudiendo la mano desmayada, salir por fin por fin POR FIN a la noche piadosa, el único lugar donde me sentía acompañada, justo yo que de tan diurna ya me había acostumbrado a caminar escuchando nada más que las voces dentro de mi cabeza.

domingo, julio 14, 2013

Daydreaming

Hay cosas que mejor te lleguen tarde que demasiado temprano. Mientras lo escribo advierto que siempre lo supe, incluso cuando era demasiado chica para saber de nada: todo tiene su tiempo bajo el sol. Cada impulso que seguí me plantó frente a un abanico de incertidumbres. La línea invisible que no crucé, el tacto bajo el cual no quise ceder, sin ningún tipo de estridencias ni culpas. La intuición es una herramienta infalible en las manos adecuadas. Si no he sido más acertada en mis decisiones de vida no fue por falta de ella: es que era tan fácil hacer las cosas siguiendo la intuición, que parecía una trampa. El sabio puede perder el rastro de la intuición en el camino que lo lleva a través de la experiencia puramente analizada. 
No quiero perder ni la intuición, ni la curiosidad. Ni mis sueños diurnos.
Ya hablé aquí de la pantalla que se extiende frente a mí cuando voy caminando por la calle, presa de las más violentas obsesiones, para separarme de una realidad que no quiero vivir. Frente a mí, están proyectados mis sueños y fantasías diurnos. Soy gajos de una fruta unidos por la matriz terrestre, pero voy toda dividida por dentro. Siempre. Nací partida en dos, lo único que hicieron el tiempo y la experiencia vital fue partirme en más pedazos, desafiando a mi poca inteligencia y capacidad de sobrevivir para que me mantenga hilvanada. No se me cansaron los brazos todavía, pero a veces sueño que revoleo todo para arriba y terminan cayendo las piezas todas mezcladas, una al lado de otra que ni se reconocen de tan distintas.
Los sueños son de otros mundos y cada vez se mezclan más en el presente. Caminan conmigo, se vuelcan en una escritura libidinal, inconexa. Sé que estoy despierta porque hay un hilo que me une a todos los demás y mantiene la coherencia en las horas, en los días. 
Somos sobrevivientes de los pequeños terremotos que nos dejaron solos, outsiders eternos. Y sigo creyendo que podría vivir sólo dentro de mi cabeza, que es caótica y complicada y llena de nudos. Intentando el equilibrio hasta el último aliento, veré tus ojos y acariciaré con respiración de vida la existencia verde allí, frente a nosotros. 




domingo, julio 07, 2013

Escribir por escribir la nada.

(Escrito a vuelapluma en un cuaderno hace dos años. Dedicado a los tantos que, a fuerza de ser "inflados" por parientes y amigos de poca lectura, creen que escriben).

No compares mi escritura con la tuya. Mi escritura nace de la pasión con la que vivo. Escribo como me sale, a los tropiezos y escupidas, a veces carajeando, siempre incendiada. Vivo como escribo: a veces intensa (las más), otras helada, calculadoramente indiferente. No creas que escribís sólo por hacer catarsis en un papel. Cuando vos empezaste yo ya era letras en una hoja Canson en jardín de infantes. Cuando vos empezaste a cuestionar mínimamente tu estructura, yo ya había desbaratado a manotazos mi existencia y no una: muchas veces.
No me compares, por favor, tu prosa hipócrita con la mía. Vas por la vida enmascarado, neurótico; yo estoy desnuda, más de lo que a cualquiera le resultaría cómodo. Asumo y abrazo mis partes oscuras, despreciables. No quiero aparentar valores que no tengo, condescendencia, perdonavidismo. A diferencia tuya, si tengo rencores los asumo y los expongo. No juego a la superada detrás de las letras. Ya ves, mi manuscrita es tan caótica como la forma en que me expreso. Y sin embargo hay conciencia en este caos. Tu escritura es tan neurótica como vos mismo y delata todas tus inseguridades. No creás nada cuando escribís: nada. Ni siquiera tu historia me conmueve en el papel. ¿Sos capaz de hacer llorar a las piedras o excitar sentimientos con tu escritura? Yo sí. Y es la mejor credencial que tengo.
Estas palabras posiblemente se transformen en algo que va a ser leído por muchos pares de ojos y ya no podré desdecirme.
Tus palabras no valen nada, ni el caro papel en el que están escritas.
Tus palabras no tienen belleza, profundidad, sentimiento. No cuentan ni lo hermoso de la vida ni describen con delicadeza las miserias que te habitan. Si no podés con tu propia imagen en el espejo, al menos tendrías que poder escribir sobre eso. ¿Y que hay, nomás, en estas prolijas letras continuadas? Un reflejo falso: quebrado y recompuesto, impostado. Imposible. Cercado por tu propia conciencia e incapaz de soltarse de las ataduras del yo.
¿Cuántas veces soñaste que volabas? ¿Cuántas veces te mordiste las manos para no golpear?
En mi escritura cede y se desarma el último bastión de sociabilidad y de civismo con el que me recubro para enfrentar el día a día. Cada vez más Emily y menos Charlotte, muchísimo menos Anne. Asumo lo corta que me estoy quedando, mi capacidad de verbalización restringida por las circunstancias. Pendulando contenida, como quien se agita entre paredes acolchadas. Ayer D. me preguntó cuánto tardaría en explotar. Me preguntó si me acordaba de la última vez que exploté. Dije que lo tenía muy presente, pero de inmediato tuve que reconocer que no podía aislar esa emoción y recordarla con tanta precisión... ¿Olvidé qué se siente? No. Pero hace un tiempo no entro en punto de ebulición y me doy cuenta que algo en mi cuerpo lo necesita. Bullir, como sí me permito bullir aquí, o en la cama. Bullir. 
Quemarme por dentro hasta que de las cuencas de mis ojos salgan llamas.

sábado, julio 06, 2013

Hitos, segunda parte.

Este día iba a llegar algún día y no iba a poder ni querer evitarlo. El día de escribir exactamente lo que se me antoja y cagarme en quién lo vaya a leer después. Estoy en eso. Siguen los sueños vívidos. Anoche fue mi familia inverosímil (muertos con vivos sin sentido cronológico alguno) plasmada en una polaroid. Había olas gigantes de color turquesa en el sueño, nado nocturno en una zona portuaria, agua en los pulmones. Estaban mis niños amados. Había un perro lobo enorme. Había espinas bajo mis pies y sangre desde mis manos hasta los antebrazos. Música de fondo: las bandas sonoras de "Drive" y "Springbreakers". Muchas manos en la oscuridad. Pasé tanto calor que me desperté destapada y medio aterida de frío. 
Esta es la vida que me gusta. Este es el tiempo que me gané.


sábado, junio 29, 2013

El día que empecé a aceptarme fue más o menos el día en que empecé a hacerme preguntas. Mi vida, entendida como camino personal, está llena de esos días, que llamaré hitos. Algunos fueron plasmados en este blog y venían de mucho antes. Otros se me perdieron en la memoria, de tan lejos que tengo que ir en el tiempo para recuperarlos. ¿Tenía dos años, tres, siete? A veces, cuando mi mente está predispuesta, me ejercito rescatando esos viejos recuerdos, intentando recordar cada detalle con paciencia de restaurador. La mayor parte del tiempo, sencillamente, los hitos aparecen. En la fila de salida del trabajo, por ejemplo. O en medio de una conversación de la que no participo más que como espectadora. Allí salgo de mí misma y vuelvo a tener la edad que tenía en aquel instante, en el recuerdo. A veces la emoción es abrumadora, porque con la memoria de los años vuelven los temores e incertidumbres de aquella etapa. Es como si me desdoblara en varias dimensiones de tiempo y espacio. Vuelvo a no tener pechos, a oler a niño, a tener espacios entre los dientes. Vuelven mis seres queridos ausentes y es tan natural que estén allí. La experiencia dura segundos apenas y me devuelve a la realidad con una sensación muy mezclada de maravilla y dolor. El vacío entre las costillas es real, un túnel de viento que me congela y me llena los ojos de lágrimas. Me he quedado sola.
En ese espacio que tarda en cerrarse flotan todas las preguntas con sus correspondientes respuestas. Tengo muy poco tiempo para reunir cada pregunta con su respuesta en una idea coherente y siempre siento que mi cabeza va demasiado rápido, que mi instinto de conservación apura el cierre del espacio para que no siga lastimándome. Pero bueno, siempre alguna pregunta se encuentra con su respuesta. O más de una. El agujero se cierra como un ombligo y parece que nunca se hubiera abierto, más que por la huella de la tripa cicatrizada. Obviamente ya no duele ni molesta, pero está allí y no tengo que hacer nada más que mirarlo para recordar por qué soy lo que soy. 
Volví a tener sueños vívidos después de un tiempo largo de no tenerlos, recordé sueños de mi infancia que creí que ya me había olvidado. Anoche caminé descalza sobre un piso de madera mientras afuera soplaba un viento invernal que nunca experimenté en mi propia piel. Toqué a un niño que todavía no nació y le entregué un juguete que todavía no se inventó. Prodigué un afecto renovado a la persona que elegí como compañero de ruta, que tenía las cejas blancas como el abuelo de Heidi en ese sueño. Recuerdo que sus ojos eran exactamente iguales a ahora: extraordinariamente vivos, lúcidos, con la voluntad (pequeña y de titanio) del que vio el otro lado y se dio cuenta que lo bueno está acá, en la Vida. Y me vi en sus ojos. Ahí me desperté.

En la ciudad de la furia no sentimos frío, ni siquiera ha llovido. Hacemos el mate de los sábados y escuchamos música, mientras otro espacio se cose en mi interior, lleno de respuestas suspendidas.


miércoles, mayo 29, 2013

De la vida urbana

No me gusta cómo huele el agua de Buenos Aires. Lo pienso mientras el chorro de la canilla del consorcio golpea el fondo de la olla y me devuelve una lluvia de gotitas pulverizadas con mucho, mucho olor a cloro. Inevitablemente la comparo con el agua que salía de la bomba a motor del campo de mi abuelo Meto: un olor mineral, levemente terroso. Pienso en la temperatura de aquella agua de mi infancia, un agua helada en invierno y en verano. Constante como el moho entre las piedras de la represa. Líquido vegetal y mineral. Venida de la misma napa de la zona del Potrero, en Entre Ríos.
No me gusta esta agua, pero igual lleno la jarra eléctrica con ella sin desperdiciar una sola gota. Tenemos suerte de que haya algo de agua. Hace cinco días el caño maestro que une los baños del primer cuerpo del edificio colapsó e inundó dos pisos de departamentos sobre nosotros. Se nos llovió el techo del baño y perdimos el placarcito... Ok, eso fue demasiada agua. De un tiempo a esta parte siento que todo se rompe en este edificio atrasadísimo de mantenimiento, pero cuyas expensas aumentan puntualmente después de cada paritaria. 
Pienso en la lluvia excepcional de ayer (debe ser la cuarta o quinta excepción en el año) y cómo anegó la 9 de Julio, que antes no se anegaba, y dejó sin subtes a los porteños en plena hora pico. Pienso que mientras llovía en mi baño y mi placard una plaza llena de gente celebró el 25 de mayo, pude estar ahí y salir sin más perturbación que una leve sensación de claustrofobia. Aunque no me gusten las aglomeraciones de ningún tipo, porque no las disfruto.
Pienso: somos afortunados porque tenemos agua potable. Porque tenemos trabajo y por eso: seguro, obra social, aguinaldo, vacaciones, días de licencia por enfermedad. Tenemos suerte porque nuestra zona no se inunda. .Porque cada tanto hay un choreo o un tiroteo pero, por suerte, nunca en los horarios en que vamos o venimos. Porque somos dos, y mal que bien nos las arreglamos rápido porque sabemos trabajar en equipo y nos llevamos bien, juntos y por separado. Creo que esto es lo que nos viene salvando del colapso urbano de esta Buenos Aires que ya no es la que conocí cuando me mudé, diez años atrás: esta relación que parece inquebrantable a pesar de las pruebas.
"Tenemos suerte".
A veces siento que todo lo que pasa en las ciudades como Buenos Aires depende de la suerte. Si tenés suerte, llegás a tu trabajo a horario y volvés a tu casa sano y salvo ("y de buen humor" no debería ser pedir mucho, tampoco; pero es). Si tenés suerte, hoy podés mantener el espíritu alto. Si tenés suerte, no te aumentaron nada de un día para el otro. Si tenés suerte, la gente que querés va a llegar entera (con trabajo y salud) a fin de mes. Si tenés suerte, hoy sonreíste más de lo que te amargaste. Si tenés suerte no se te partió el corazón por alguien a quien no pudiste ayudar. Si tenés suerte, no vas a perder la mitad de la audición para cuando llegues a los 40 años. Podría seguir y seguir, pero para qué.
Yo no digo que en el campo o en un centro urbano más chico se viva mejor. Sé que yo viviría mejor. Así que estoy trabajando para eso, para que en un futuro no se me achicharre el corazón apenas con oler el agua.

jueves, mayo 09, 2013

Subemployed in summertime.

Es verano. Todavía no cumplí los veinte años. Tengo una beca de trabajo de tres meses en el diario local que más me gusta, ayudando en la edición de cables y redactando noticias que rara vez me mandan a cubrir. Ocasionalmente también corrijo, porque la chica que se ocupa de las publicidades y que funciona como correctora no da abasto. Entro después de las 12 y me quedo casi hasta la hora del cierre, de martes a domingos. 
Es el trabajo que siempre quise para ganar algo de oficio; estoy por empezar mi tercer año de Comunicación Social y necesito la experiencia.
En el diario me quieren todos, tengo un trato excelente con el jefe de redacción y el responsable de cables. Me siento cuidada; después de todo, soy "la chiquita" del edificio y aunque soy más bien grandulota, mi cara de niña cansada y mi historia generan simpatías y morbo por doquier. 
Es el verano del infierno en que reventó mi casa y la ciudad entera está al tanto. Justo este año, justo este verano en que empiezo a trabajar en un diario. Justo este verano en el que mi familia casi se vuelve una noticia más en la página de escandaletes locales. Justo este verano, la beca en el diario. Y las caras de incomodidad y compasión rodeándome, aunque nadie dice nada. El afecto con el que me tratan es algo que me alivia y me duele al mismo tiempo. 
Tengo casi veinte años pero cargo tanto, tanto en el cuerpo y en el alma que todavía hoy, trece años después, me asombra haber podido llevar adelante esa experiencia. Mal comida, mal dormida, sufriendo calambres casi todas las noches, pernoctando dos o tres veces por semana en casas distintas, enferma de preocupación por mis padres. Agotada. Se me saltan los huesos de los hombros, se me cae el pelo de a puñados. y a medida que avanza el verano empalidezco en lugar de tomar color.
Recuerdo un par de días aleatorios. Uno en enero, caminando bajo el sol de la siesta con mi vestido de cuadros naranja, rosa y amarillo, sintiéndome toda una profesional hasta que me encierra una pandilla de gurises con bombuchas en las manos y yo dejo caer la mochila al piso y abro los brazos para dejarme empapar, resignada. Me duele tanto todo adentro que las bombitas de agua son un alivio. Lloro las seis cuadras hasta la redacción y cuando llego a la puerta, ya estoy bien. 
Más tarde ese día, quedo en blanco unos segundos frente a la impresora de matriz de punto que escupe un cable tras otro, siento que se me van los ojos para atrás. Fabián me pregunta si estoy bien. Supongo que fue un principio de desmayo, microconvulsiones provocadas por el stress. 
Nunca me voy temprano. Tomo aspirinas y sigo, no quiero volver a casa porque creo que ya no tengo casa. El trabajo es mi refugio. 
Otro día que recuerdo: ya es febrero, nacieron unos cachorritos en el negocio de la mamá de una amiga de mi hermana, nos quedamos con una perrita mestiza tan chiquita que cabe en el cuenco de mis manos. La llevo a la redacción y le encontramos una cajita para que juegue y haga pis y caca. Fabián le pone Pelusa, se encariña con ella. Me pide que lo aguante, que va a ver si se la puede llevar a la casa. Pelusa va y viene una semana en el bolsillo delantero de mi jardinero de gabardina azul. Nunca me voy a olvidar de su peso y su calor en mi pecho, lo buena que era, el consuelo que fue esa semana de oficina con Pelusa desviando la atención de mí hacia ella. Nos veían llegar y éramos una pareja rara, la chiquilina que empezaba a ser periodista con su perrita en el bolsillo del jardinero. Muy entrerriano todo. 
Al final, Fabián se lleva a Pelusa y nunca más la vuelvo a ver.
Cada vez me quedo más tiempo. Llego a irme a las 9 de la noche de la redacción. Alguna vez llevé a mi novio de entonces para que conociera la oficina. Me costó mucho terminar aquel verano, alejarme del trabajo. Era la primera vez que tenía un trabajo que me gustaba, aunque pagaran poquísimo. Aunque a veces fui con fiebre, con sueño, con miedo. 
Desde ese verano de mi última inocencia, tener trabajo se convirtió en mi refugio, en una excusa para no pensar durante horas en los problemas del afuera. También me volví un poco más fuerte y gané una intolerancia que me hace agarrarle bronca a cualquier persona que se escuda en dolores y padecimientos (reales o imaginarios) para esquivar el trabajo. Para crecer, para hacerse fuerte en la vida, no sólo hace falta que te hayan quebrado. Hace falta levantarse, secarse las lágrimas, sonreír y decir "esto no va a poder conmigo".
La verdad es que nadie puede conmigo, a menos que yo me deje vencer.





(Ya que estás, pensalo vos también).

domingo, mayo 05, 2013

Asimetrías

Mis días extraños se presentan sin previo aviso. Los preceden estos sueños que nunca podré explicar y que a veces se me olvidan no bien despierto, dejándome un acorde nublado en el oído como el vibrar de una campana que olvidé que había tocado.
Mis días extraños me parten al medio y me vuelven a armar así nomás, desorganizada como un mal puzzle. Lo veo en mis ojos que delatan la tensión. No me puedo relajar. Lo que hasta hace dos segundos me llenaba de entusiasmo, me desarma y me empaca. Me enfrento con toda la realidad de golpe y caigo a plomo por un tobogán circular que me marea, esperando que al fondo haya el alivio o al menos una poza de agua para recibirme. Mientras la sensación pasa, intento hacer cosas para llenar el tiempo, para evitar que se me note.
En el fondo tengo miedo de mí misma, es un miedo permanente e inevitable. Me doy manija pensando si no estaré volviendo a caer en el autoboicot, si no estoy a las puertas de una depresión (o de una manía...). La vida y la muerte se me hacen una, me paralizo en el vértice de muchas cosas. "¿Y ahora? ¿Y ahora?" Vuelven los dolores de cabeza, las ganas de llorar, las expectativas rotas antes de ser pensadas o sentidas, o formuladas. Para qué dar un paso en este sentido, si finalmente... Finalmente ¿qué?
Si el desorden que me rodea fuera un precio a pagar por la paz mental y espiritual que gané con tanto esfuerzo... pero no, es apenas un síntoma de la entropía que me chupa y me vomita con asco. Soy lo que quiero al precio de lo que perdí haciendo lo que se me antojó sin medir las consecuencias. Soy un poema caótico a la autodestrucción, la cara sonriente que todos miran sin sospechar que allá adentro está el infierno. Me despierto cada mañana con la incertidumbre de quién va a ganar, si mi mejor o mi peor yo. 
No estoy segura de nada en mis días extraños. Ni de mi pasado ("¿aquella era yo?"), ni de mi presente (¿lo merezco?) ni de mi futuro, por más que me visualice allí y no aquí, ya no más. Quizá es eso, el hecho de que me empecé a volver transparente, a desaparecer de aquí para empezar a aparecer allá, aunque falta muchísimo y la ansiedad cabalga a lomos de dragones mientras yo me arrastro a la velocidad de los caracoles. Cada expectativa que no me permito es una semilla que explota en el aire y muere antes de tocar la tierra. Su posibilidad deshecha me amarga. Ahí es cuando me doy cuenta de que no se trata solamente de ser valiente, impulsiva, optimista. De animarse. Ese tipo de coraje me sobra. Para "afuera".
Me falta todavía perdonarme.
Me falta quererme.
Me falta valorarme.
No importa cuánto amor me rodea, siento que es inmerecido e insuficiente y que nunca voy a poder estar a la altura de quienes me lo dan. No me alcanzaría la vida para pagar mis deudas afectivas. 
Miro en el espejo y me percibo rota y reensamblada, mal alineada, enferma.
Nunca dejaré de estar enferma. Y aún así, nunca me rendiré a este veneno que me atenaza en los días extraños.

lunes, marzo 11, 2013

Los post-its de estos días

Tengo palabras e imágenes sueltas que estos días no pude liberar. Tuve viaje y tuve amor, y me aspiré todo el aire libre y olfateé con fruición los aromas de mis pequeñas para que sigan llenándome el alma aún a la distancia. Vi el río, el cielo y el verde amarillear en la terrible ciudad a la que siempre vuelvo y no puedo dejar de querer, jamás. También esquivé calles y manzanas, pero sin poder evitarlo todavía miro en dirección a la casa vieja, que se aleja para siempre de mí (ella de mí es lo mismo que si dijera yo de ella, porque no es más que todos esos momentos y recuerdos, la vida que pasó y el futuro que no será). Me senté con mi hermana en la galería de su casa después de una tormenta intensa a disfrutar del cansancio y del descanso en medio de palabras y proyectos. 
Ayer, el viaje de regreso y mi casa de nuevo. Esta cama desde la que escribo ahora y el otoño inminente. Todo lo que no puedo o no quiero (todavía) verbalizar, quemándome la garganta. Nuevos ojos para viejas compañías. El amor en las calles, en las plazas. La violencia también, con su combustión contagiosa. Preservar mi salud mental por mí misma, esta vez con éxito, con más herramientas. Este documental, que no es el mejor ni más lindo de los que haya visto pero que me hace bien dejar de fondo en estos días en que redefino "orden" y "limpieza" en casa. Cada vez quiero y necesito menos, pero al mismo tiempo comienzo a entender la lógica perversa de un mundo en el que hace falta "tener" aún para no tener nada.
Miyazaki. Nuevos libros. "Nada se opone a la noche" y "Los cuerpos del verano" y la saga de Ender completa. Releer a London y a Edmundo de Amicis. Cuentan los mapuches. Hablar de curas villeros con mi madre y escuchar una voz distinta sobre temas que conozco bien, y saber que si quisiera podría convencerme. La realidad que nos abruma y golpea cada vez más cerca con enfermedad y pulsión de muerte. Los miedos que se piensan y los que apenas sentimos. Algunas macetas en mi ventana. Comida nueva y ejercicios porque no voy a recaer, no voy a recaer, no voy a rendirme nunca. La música siempre presente, las imágenes y las palabras. Que el amor no termine nunca, que no se acaben los brotes.

domingo, enero 20, 2013

Ahora.

Ahora que ya caminé con el viento en la cara y dormí en el suelo. Ahora que el sol volvió a descascarar mi piel. Ahora que lloré todas las lágrimas de meses en un día (el último) y descubrí que los ojos más hermosos siguen mirándome con infinita dulzura, rejuveneciendo día a día hacia el infinito. Ahora que estreché nuevas manos y lloraron en mi hombro. Ahora que nadé y navegué en aguas heladas, que encontré nuevos futuros senderos que recorrer en lugares de los que me siento parte orgánica aunque intrusa. Ahora que es mañana, que es muy pronto o demasiado tarde, me doy cuenta que si bien el tiempo es inelástico también es relativo, que un año puede resumirse en un día y en los sueños de una sola noche se esconden las epifanías de toda una década.
Ahora que admití que todavía no me quiero completamente, que no he aceptado del todo mi esencia, que no abracé mi naturaleza sin temores, que no me abandono del todo a las potencialidades de mi vocación (que serán pocas o pobres, pero son totales y sobre todo mías).  
Ahora que soy yo la que se queda y viajan amores muy lejos de mí, entiendo un poco cómo deben sentirse ellos cuando me voy. Es una angustia dulce y remezclada que no se pasa con los días. Ahora, que me toca ordenar mi quilombo y subir las fotos de los hermosos días vividos, no puedo despegarme de esta silla, no me puedo enfrentar a los días que vienen. No puedo o no quiero, ya no sé qué es cada cosa o si es lo mismo. 
Lo único que sé después de cada viaje y de cada separación, de cada desgarro provisorio o permanente, es que me estoy acercando paso a paso a la que quería ser a los veinte y no me animé. 
Y es una Yo tan grande y tan brillante que a veces me da miedo. Y es tan fuerte la tentación de sofocarla, de mantenerla pequeña, de no dejarla respirar aunque me mire con cara de tristeza o de furia, o en pánico. Aunque se muera por salir. Porque al salir va a desgarrarme y a ponerme muy lejos de muchas personas a las que quiero, me va a parar en la vereda de enfrente de mi historia con las manos vueltas hacia arriba. Desarmada, sin aviso. Y yo sé que no me queda otra que dejarla salir, porque ya está aquí. Es epidérmica, me late a flor de piel. Una desconocida me paró en una calle de tierra en medio de la montaña para saludarme y decirme que no era la primera vez que me veía pasar y que ella veía pasar mucha gente, que nadie le impresionaba tanto como yo y la energía que movía solamente al caminar. Que era bueno verme. Ella, que no me conocía, me dijo "es bueno verte". 
Y yo dándome cuenta, allí mismo, que todo este tiempo no he querido verme a mí misma. Que me niego, aunque ya estoy a la vista, a plena luz de día. Esa Yo que promete desgarrarme ya está aquí y yo sigo sin verla, haciendo como que no existe. Como si fuera posible sofocarla. Como si fuera posible contener un torrente con las manos. Aquí y Ahora.
Ahora.
Ahora.