miércoles, septiembre 29, 2010

Postales (escritas) de un eterno retorno

En el colectivo llené de garabatos los apuntes que me mandó Bianca por mail. Entre metodologías de análisis semiótico y música funcional de los cuarenta principales, me distrajo una puntada en la cabeza... cada vez la misma historia en los lugares cerrados y cargados. El Plaza iba lleno, o casi lleno; casi todos amodorrados, yo llena de expectativas y con la inseguridad de siempre. ¿Qué mierda hago con esto de la hermenéutica? ¿Y si tengo que reformular todo?
Llegué a Plaza Italia y la ciudad me recibió con esa lluvia molesta de cada cambio estacional. Retorcí mi pelo esponjado en trenzas y me fui a caminar por el barrio de la Facultad, reconociendo viejas rutas. Pensar que alguna vez cambié mi domicilio a este preciso lugar. Pensar que mi mejor amigo pasó uno de los peores años de su vida armando un cyber en este local y hoy ni siquiera recuerdo cómo se llamaba ese cyber. Acá vivió Paula en la época en que cursábamos Comunicación y Teorías. Y quién lo diría: hoy, mis primos viven a dos cuadras de mi último domicilio platense, aquella pensión de alto con una ventana a la luna y en la que me dormía escuchando la sirena del tren.
Mates y galletas mediante, charlamos sobre la familia y el estudio. Pude reconocer la cama recién hecha, el desorden ordenado de la cocina, las ventanas por las que se empieza a colar el sol. Vida de estudiantes varones y solteros, en fin... "¿Qué será del Seba? ¿Vivirá solo ahora?" No sé por qué, pero ni me asomé a ver si lo encontraba en Musimundo. "Hoy tengo que pensar en otra cosa." De camino al lugar del próximo encuentro, volvió la lluvia y me metí en la galería Géminis. "La lluvia espanta bastante a la gente; nota mental: siempre que sea posible, elegir los días grises para viajar".
En la mesa del bar, llena de papeles, el mozo acomodó dos ensaladas y agua mineral. Nuestras risas y el envuelte se atropellaron en una hora y media que nunca alcanza y sin embargo, nunca nos queda corta. Gracias por todo, nena, ahora me voy caminando al edificio nuevo, a ver qué onda.
Y acá, la mejor parte del viaje: perfecto silencio sin auriculares, manos a los lados del cuerpo y una larga caminata hasta diagonal 79 y 118, después unos metros a la izquierda. El edificio nuevo no me produjo nada, apenas una sensación un poco opresiva de "qué aislados quedamos", esa falsa pertenencia a la facultad que, minutos más tarde, corroboré mientras firmaba la solicitud de readmisión. Frenar para avanzar, pensé mientras Estudiantes gritaba el primer gol en algún lado, y ahí me di cuenta que la poca gente en la calle quizá no tenía nada que ver con la lluvia, con el día gris.
Perfecto silencio sin auriculares y más caminata, por avenida 1 hasta la estación de trenes. Pasó más de una hora sin que llegara el único mensajito capaz de retenerme minutos extra en la ciudad que nunca les gustó a mis hermanos ni a mi vieja. En ese ínterin, bordeé el bosque y sentí la tentación de perder un par de horas más en el museo. Si hubiera tiempo... La próxima vez, sin dudas. Tengo que volver a andar por ese camino que antes me vio correr, comer choripán, reaprender a manejar y besar al que creía que era el chico de mis sueños.
Volví a Buenos Aires en el Roca. Los vagones y asientos están mejor que antes, los olores y sonidos son los mismos de hace años. Descubrí, casi al mismo tiempo, que la cámara de fotos nunca había abandonado mi mochila y que el libro de cuentos que estaba leyendo (y que me mandaron directamente de la editorial) era un ejemplar dedicado por el hijo del autor a una persona que conozco. Honestamente, ¿cuáles son las probabilidades de que pase algo así?
Bajé del subte C en Avenida de Mayo y caminé por las veredas de un barrio posible. El regreso sigue estando a la vuelta de la esquina.


domingo, septiembre 26, 2010

En las alas de la madrugada

Las personas ansiosas e impacientes no nos llevamos bien con la rutina. Si a eso sumamos cuotitas de excentricidad y una angurria de vivir todo al mismo tiempo, a veces se desatan reacciones en cadena que terminan en enfermedades varias (gastrointestinales, musculares, nerviosas). Usualmente, me pegó por el lado del insomnio y desde mi más tierna infancia hasta que terminé de cursar no hice otra cosa que contar ovejas, estrujando sábanas y dando vueltas como leona enjaulada cuando la madrugada había avanzado tanto que no valía la pena arriesgar el pellejo en una caminata agotadora.

Por suerte apareció esta mujer mientras buscaba una canción que me había gustado mucho (Ever so lonely) y haciendo uso de una banda ancha ajena, me bajé este disco suyo que contribuyó en gran medida a relajar mis noches pasada de mate, de trabajo en McD y de estudio feroz.


Pasaron los años, pasó el insomnio y llegaron algunas cuestiones más importantes y demandantes que atender. Ya no era una estudiante, y aunque la experiencia gasolera me había enseñado los rudimentos de la supervivencia, nada me preparó para el desembarco en Buenos Aires. Ciudad caníbal con la que sólo me reconcilié cuando un ex-porteño se apareció en mi vida para darle un sentido distinto (y tres cambios menos) a esto de vivir sola y acelerada.

Desde entonces, no he tenido problemas de sueño (aunque los años de descuidos no dejan de hacerse notar cada vez que me paso de rosca con las actividades) y aprendí a relajarme. A veces demasiado, como puedo advertir cada vez que miro a mi alrededor y descubro lo que no hice cuando debía y que ahora me da fiaca. Pilas de libros, de cd's y de ropa acomodados con apuro, desmañadamente, en cualquier silla o rincón. Platos y cubiertos que nunca se guardan en la alacena y que duermen la siesta en el secaplatos, listos para la próxima comida. Todo limpio, pero a mano; pensado para no perder el tiempo revolviendo. Y a la tardecita no es raro que estemos dándole codazos al afinador de la Fender o al capodastro para hacerle lugar a los vasos, porque tampoco es raro que las ganas de comer nos agarren ensayando una canción.

Parte de las ansiedades de esta altura del año tienen que ver con este espacio que se ha vuelto mínimo y con la inminencia de un cambio. Este imperceptible tic en el ojo izquierdo, las largas listas con teléfonos, presupuestos, pendientes para antes de fin de año (que está tan cerca, ¡tan cerca!), números que cierran a duras penas, espaldas fatigadas y corridas me traen el recuerdo de aquellas otras noches.

Qué chiquitas parecen aquellas preocupaciones comparadas con las actuales. Pero como nada pasa porque sí y la experiencia siempre sirve de algo, las ahuyento de la misma manera: música tranquila, aromas suaves, un té caliente. Y palabras.
Esta receta infalible me ayuda a acomodarme entre las alas de la madrugada y llegar a buen puerto lo más descansada posible. Lista para el desafío cotidiano y para el presente que hilvana mi futuro, todos estos proyectos hermosos que se van concretando. Libre de miedos y de incertidumbres, con los ojos del asombro bien abiertos, la ansiedad convertida en el mejor combustible para la aventura.

jueves, septiembre 23, 2010

Equinox

Hoy es el equinoccio de primavera. Hoy, 23 de septiembre, y no el 21. Un día fatal en el que apenas tuve tiempo de recordar algo que sistemáticamente me obligo a olvidar y que sin embargo siempre me vuelve a la mente: con cada primavera, este blog cumple cinco años.

Cinco años de reflejar una ínfima porción de mi vida y mis pensamientos, cada vez más íntimos (aunque menos visitados). Tan míos. Tan realidad-ficción como el primer día. Y aunque cada vez me acerco más al lado oscuro para explorarlo y sacarle chispas, siempre está este rincón de bosque donde alguna vez floreció vida entre ruinas. Siempre vuelvo a sentarme en el claro del silencio perfecto para mirarme las uñas coloridas, levantarme un poco la remera y tumbarme de cara al cielo imaginando que vuelvo a ser una niña, físicamente una niña con todo el pelo alborotado y mugriento, las hormonas revolucionadas y la garganta áspera de gritar y cantar. Una nena con olor a agua de pozo y roña de cuello u orejas, de esas que sólo son compañía deseable para los perros, los caballos y otra runfla rural. La nena que hablaba (habla) con los árboles, las abejas y los arcoiris. La nena que quería (quiere) escribir y que nunca se va a dormir sin haber leído un buen puñado de páginas.
Esa que un día se quedó esperando en el claro hasta que la mujer que la había despreciado pensando que era hora de despegarse de ella volvió cansada y ojerosa, más muerta que viva, pero con el mismo fuego en los ojos, los brazos llenos de compañías que eran soledad, y que sólo podía seguir viviendo si volvían a ser una sola.

En honor de esa niña que puedo seguir siendo, de esa soñadora, de ese espíritu indomable, un día creé este blog-patio de juegos y me dediqué a registrar las imprecisiones de un mundo que me alienaba, de esta ciudad que todavía me repulsa. Fue sal en las heridas y pomada para las cicatrices. En las fisuras de lo híbrido, lo más frívolo y gritón, resplandecieron brotes de vida nueva. También quedaron guardados por allí algunos sueños y obsesiones. Una de ellas viene al rescate en este preciso momento, cuando iba a decir "ya está, ya fue".

"Ya fue" nada, nena.
La vida siempre está empezando.




sábado, septiembre 04, 2010

Réquiem para Esquizo

El blog Esquizofónico, proyecto que empezó como un juego entre cinco locos lindos, dejó de existir luego de tres años de compartir la música que nos deslumbraba con amigos y desconocidos (es injusto llamarlos así, ya que muchos de éstos se convirtieron en el puntal de un proyecto que nació personalísimo y derivaron en más que conocidos. A ellos, gracias).

Es cierto que desde hacía más de un año que el más dedicado al blog era Thiago, a quien no puedo dejar de agradecer por su constancia y su amor al proyecto. Él lo llamaba su cable a tierra, y sin embargo a través de los meses sus posteos se convirtieron en los cables a tierra de muchos de nosotros. Gracias a él conocí compositores e intérpretes nuevos por montones, versiones de música clásica a la que no habría podido llegar de otra forma y me volví a encontrar con bandas de sonido que buscaba hacía años, sin éxito.

Hoy me voy a quedar sólo con lo bueno, con lo mejor. Ya puteamos un rato a google y su política de meter a todos en la misma bolsa. No somos el primer blog de música que cierra y no vamos a ser el último. Pero siempre hay maneras de volver a compartir lo que uno quiere con quienes quiere. Y como ya lo hice a través de este espacio puedo volver a hacerlo en cualquier momento.

En todo caso, vaya desde aquí todo mi amor para mis compañeros de aventura (Thiago, Donnie, Milo y Fender), para los cientos de seguidores que, solitos, se embarcaron con nosotros.

Gracias por la música, amigos. Nos volveremos a ver.