Mis sueños se volvieron vívidos 24/7 desde agosto, no puedo registrar el momento preciso pero sí lo que yo estaba mirando del otro lado de la realidad: un techo de vigas de madera con anillas metálicas incrustadas estratégicamente. El sonido ambiente: pájaros, viento entrando por ventanas abiertas. Perfume a menta y romero. Me desperté y desde entonces cada día de cada semana mis sueños son vívidos y hay elementos que se repiten.
Hay una secuencia perturbadora. Estoy frente a un camino que lleva a las montañas, entre el silencio cargado del bosque poniéndose en pausa y el sol derramado sobre todas las cosas. Alguien sale de entre los árboles y se para frente a mí para desafiarme en un lenguaje que no entiendo. Reconozco al cuerpo que habla aunque no comprenda las palabras: soy yo, parada frente a mí, a menos que la que creo que soy yo sea en realidad otra persona. ¿Cómo saberlo? Me toco la cara. Qué curioso, cómo después de treinta y cuatro años de tocarme la cara a diario no soy capaz de reconocer mis rasgos por el tacto. El pelo parece mío, las manos las reconozco. Debo ser yo y por alguna razón, me estoy batiendo a duelo conmigo misma del otro lado de la realidad. Donde todo es posible. Donde vivo hace meses.
El lugar de donde nunca debería haberme ido.