Este es mi refugio, mi templo. El reino de lo escrito. No importa cuánta ansiedad tenga encima si hay a mano elementos para escribir. Me lo repito desde que me levanto: estoy en el paraíso. ¿Por qué? Si todavía no consigo alcanzar todos mis sueños, si la plata no alcanza, si los proyectos siguen siendo apenas proyectos. Estoy en el paraíso porque me despierto cada día sana y lúcida, con la mente clara, dispuesta a trabajar por esta ciudadela móvil que todavía no encuentra el suelo donde afianzarse.
Empiezo a entender que puedo ser una en gajos para siempre. Estoy bien con eso.
Hago las llamadas necesarias. Me permito equivocarme sin pedir disculpas. Dos logros de este año, y cómo cuesta desafiarse todavía, y cuánto falta.
La Agus que hilvanaba historias taconeando guillerminas en el damero de la Villa creció y se volvió un monstruito anarquista que nunca está completamente cómodo en ninguna estructura, que todavía intenta sacudirse rótulos, buscando salir del cuadro. Una cosa amorfa que lo único que tiene de armonioso es esa música de fondo, la canción perfecta con la que fue pensada y engendrada. Poco más.
Soy una chispa vital ambulante y a veces la sobrecarga me taladra la cabeza. Soy caprichosa, inestable, iracunda. Menos que muchos de todos los que me rodean; ellos no se dan ni cuenta de que los miro desde el suelo mordiéndome las uñas.
Escribí esto en cinco minutos sin corregir ni repensar porque tengo que salir a la calle de nuevo, y no saben lo que le cuesta a quien ganó la paz en su casa volver a la vida fugaz de cientos de extraños que gritan en silencio.
Lo escribí porque escribiendo me doy fuerzas. Cuando no tenga ningún otro soporte, lo tengo claro, escribiré en la piel.
Nada que no haya hecho antes.
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