domingo, agosto 26, 2012

Domingo

Despliego mis papeles, mi prosa manuscrita, empiezo a transcribir las líneas en un documento de word. Así todas las noches, o casi todas, desde hace más o menos dos meses. Dos meses, ya. ¿Dónde se está yendo mi vida? Donde sea, abrazo los cambios. Hoy tengo fe. 
Siete años atrás, me siento una anciana de veinticinco. No quedan aventuras por probar, sí muchos viajes que, pienso, jamás haré. Estoy en un pozo ciego, en una trampa. Deprimida. Enviciada. Escribiendo desapasionadamente, por deporte, exprimiendo mis neuronas inútilmente en textos que no verán la luz. Humillada, ninguneada. Despreciada, principalmente por mí misma. Afuera del pozo, muchos seres queridos me miran, me gritan y me tienden las manos. Estoy muy cerca de la luz, pero vuelvo a mirar la oscuridad, empacada. Quien con monstruos lucha... 
Siete años después, me doy cuenta que soy una niña de treinta y dos. Con la energía y la curiosidad intactas, con ganas de más y mejores aventuras. Preocupada por el entorno, pero también por robustecer mis raíces agotadas; hay tanto tiempo que recuperar. He viajado. Me enamoré. Encuentro la manera de disciplinar mis vicios. Y las palabras que antes se atoraban en un bolo de mugre y tristeza, hoy son el material de las obras que siempre soñé escribir.
Es domingo, de nuevo. La música y las palabras han desplazado definitivamente al televisor y las redes sociales. Fue un día de hermoso y perfecto invierno, que me encontró caminando por las calles desiertas de tres barrios distintos, compartiendo mates y almuerzo en familia. Es una tarde mágica y tranquila en casa. Es todo lo que no se puede decir con palabras (en un hogar de dos también hay preocupaciones y penas secretas, goces y alegrías tanto o más tabú que ciertas crueldades socialmente toleradas). Es un abrazo quieto que jamás pido... nunca necesité pedir, pero tampoco nadie me dio tanto.
Hago mate cocido y para vos es como si te bajara el cielo, y me dan ganas de llorar porque te amo tanto que me pondría a amasar pan casero ahora mismo para compensar esta merienda tan modesta. Nada de lo que yo pueda hacer estaría a la altura de esa mirada de alegría y paz en tus ojos. Cuando llegaste a mi vida, volví a dormir de corrido. Y empecé a entender que esta enfermedad enraizada en mí, esta montaña rusa emocional que me destroza con la misma energía con la que me eleva por el aire, es una pavada. Soy yo, enferma para siempre, en control de mis combustiones. Sos vos, que podés faltarme (no soy tan ingenua de pensar que puedo retenerte contra todo y contra todos) pero ya estás en mi historia. Son nuestras circunstancias moldeando el humor y el terror del día a día. Es el pasado en perspectiva y el futuro acá nomás. 
Hoy, el domingo es esperanza. 
Me tocará el rebote. Pero no tengas miedo.
Yo ya no tengo miedo.