martes, abril 20, 2010

The end is the beginning is the end.

Lo bueno del data entry es que en días como hoy podés escuchar de un tirón las tres horas que toma la lectura de un fallo, el debate del mismo, etcétera. Lo malo es que te podés agarrar calambres de bronca previendo las barbaridades que se van a decir antes, durante, después de la lectura de ese fallo.
Los desaforaditos de siempre, los que se compraron todas las leyendas urbanas sobre que la coima que pidió Uruguay era más chica y que por eso, sólo por eso la pastera no se instaló de nuestro lado (como si no hubiéramos ido a activar contra la pastera si eso sucedía), sobre que los gualeguaychenses somos todos una manga de piqueteros gorilas y fascistas; esos que no sólo no se molestaron en escuchar jamás la otra campana sino que en su putísima vida se interesaron por cuestiones ambientales (pero que a la hora de hablar del derecho constitucional a circular por las rutas se para del mismo lado que usualmente critica) no tardaron en inflamarme la paciencia.
Me tomé la tarde libre y escuché buena música, escribí un poco, dejé este post para el final del día, sabiendo que ahora me importa un poco menos la imbecilidad ajena y que jamás hay que dejar de pensar en todo lo que sale como lo esperamos, o como no queremos que salga. Da igual. Mejor no parar de pensar. Pero pensar con la cabeza fría ayuda mucho.
Parte de mi sabático de martes incluyó una visita a otra gualeguaychuense. Mate, facturas, conversación de la linda, de la frívola y de la seria. Me gusta tener perspectivas distintas que sean, para variar, tolerantes y discutibles. Que no incluyan la automática descalificación de otros. y que impliquen información real, no mitos. Me gusta darme cuenta que hace tiempo dejé de ser "la sacadita" y que de a poco voy deshaciéndome de los sacaditos de mi entorno cercano y/o lejano. Necesito la paz que me negaron y me niegan los intolerantes de la vida misma, TN o 678, Palermo o Riquelme, Pando o D'Elía. Siempre busqué entender, no me arrepiento de ser diplomática. Pero hay cuestiones que son a todo o nada.
Lo demás es puro ruido.
En síntesis, pese a todo mi respeto por la actividad desarrollada por los asambleístas y el pueblo de Gualeguaychú, acompañándolos en acciones cuando me es posible, y en pensamientos siempre, soy consciente de que el fallo del tribunal de La Haya abre un nuevo episodio en el affaire Botnia/Pasteras-por-venir; se hace imprescindible una acción civil colectiva que suspenda los cortes (ineficaces desde hace un tiempo y contraproducentes en tanto alejan la protesta del interés público) y que se dedique, de ahora en más, a fogonear a ambos gobiernos para que juntos implementen una fiscalización activa y conjunta de este tipo de empresas. No importa que el daño sea a futuro o que se hable de una contaminación "no comprobable" o "potencial". ¿Por qué, si son tan inocuas, vienen las industrias sucias del hemisferio superdesarrollado a instalarse aquí, en un país pequeño del culo del mundo? Un país que en menos de un lustro ni siquiera tendrá dónde o cómo generar la materia prima de que estas industrias se nutren. ¿Son imbéciles los gobiernos? ¿Son inamovibles "las cosas como son", el status quo que nos condena a aguantar en función de la inversión prometida, pan para hoy y hambre para mañana?
Y nosotros, los argentinos, ¿recién descubrimos que el agua moja? Sí, sabíamos del Riachuelo, de Papel Prensa, de La Alumbrera. ¿Tuvieron que volverse pesados, repetitivos y molestos los ciudadanos de Gualeguaychú para que el tema pasara a la agenda y se saliera del Susanitismo?
"No es para tanto, otros están peor."
Yo pienso en los que ya están peor, cada día de mi vida. Vi brotar a los nuevos pobres cuando en mi casa había poco para comer y nos tambaleábamos en una línea incierta. Vi la desidia de mis gobiernos regionales abandonar al primer río que conocí. Esto no me impide, también, pensar en los que van a estar peor. ¿Saben qué? El "te lo dije" a futuro no me sirve, no me llena, no me cierra. No quiero tener razón sobre las ruinas.
Sencillamente quiero una salida. La exijo.
Es tiempo de reunirse a conversar, de dejar de gritarnos y de chicanearnos y de darnos las cabezas unos contra otros como animales. Es tiempo de acción.
Lo demás es puro ruido.


miércoles, abril 07, 2010

Homecoming


Cae la lluvia mansa. Estamos a mil y pico de kilómetros de ese lugar que llamamos hogar. Todavía no pasó una semana desde esta foto y siento que parte de mí se quedó allá (como en Merlo el año pasado, como en los paisajes y momentos por venir). Cae el agua de la ducha sobre el cuerpo que me pide pará, que me pide un respiro por favor, que me manda señales punzantes (un ojo que duele, la garganta que pica, los pies cansados). El pajarraco en mi cabeza martilla frases urgentes: la dieta, nena, la dieta de una vez, no podés seguir así. Correr, saltar, nadar, bailar. Urgente, todo es para ayer o para ya. Y yo sigo cadente. En cámara lenta, una máquina de emociones amontonadas y de recuerdos frescos que pasaron hace un rato, ayer.
Ahora, otro abril. Vuelve mi aliado, el frío. Quiero caminar a la Rural con el viento pinchándome la cara, ida y vuelta. Quiero pasteles de carne agridulces y el locro del 25 de mayo con mis hermanos. Estoy en casa, porque estoy conmigo misma. Estoy con él, sola-acompañada.
La dieta, nena. El médico. El gimnasio. Los pendientes, los pendientes de hace mil años para cuándo. Sonrío. Estoy borracha, loca de alegría. Miro fotos ajenas y me alegro de las caras de felicidad que, a diferencia de la mía, no cambiaron casi nada. Miro bebés que ya crecieron, lazos cortados. Miro el mar y la ruta y las montañas. Miro el campo. Toco la piel de los que ya no están, piso la casa de mis abuelos, cerrada para mí desde hace quince años o más.
Abrazo la guitarra y rasgo las cuerdas. ¡Esta explosión de notas en el pecho!... Me mata. Abro la boca para cantar; yo tenía una voz linda. Ahora es una voz hermosa. ¿Cuándo nació esta voz? ¿En qué momento volvieron la música, las palabras? ¿En serio sueno así?
No. No quiero tenerlo todo junto. Cuerpo, me vas a tener que aguantar un poco más. Apenitas, hasta que de tanto repartirme quede, por fin, entera.