Porque respeto a personas como él, los invito a leeresto.
Resume buena parte de mi sentimiento de hoy. Y al que le quepa el sayo, que se lo ponga y aguante.
No quiero volver a escuchar a ningún imbécil volver a llenarse la boca de "¡Qué barbaridad!" a la Susanita, después de avalar con su voto tanta miseria. Yo he hecho mis mea culpas hace tiempo, y a tiempo me comprometí con la realidad desde el lugar que me toca ocupar. Sin embargo, leyendo a don Lucho y viendo a los gurises dormidos a la vera de "Chiquilín" cada noche, todavía siento que tengo que purgar tanta vergüenza.
Hay silencio de sábado pese a las palabras y al tránsito de Corrientes y la amenaza de lluvia que se aleja. Hay silencio, porque siempre que estás bien hay un silencio que recorre el mundo como un ángel que pasa (dicen las viejas). Y hay silencio porque a veces la melodía que suena en el pecho como un acorde único (como el Fa sostenido, que por algún motivo me afecta de una forma distinta a las demás notas, sobre todo en ciertas canciones) pulsa en las venas con fuerza extraña, buscando una vía hacia afuera. Una explosión de emociones tratando de salir, atomizando todo.
En una mano, la bolsa con un poco de verdura; en la otra, tu mano. En tu otra mano, las últimas monedas. Nuestras palabras, el olor de la noche y el silencio (me niego a escuchar estos colectivos que pasan tan cerca), las piernas acompasadas y simétricas trazando pasos sobre la vereda, pasos que no hacen ruido. "Una rata, ahí, ahí..." Las risas. Callao. Y un saxo ahí nomás, donde termina el obrador justito al lado del Los Angeles.
La banda de todos los sábados nos corta el paso. Apoyados cerca de un auto siento que el Fa me deja para perderse en un acorde de jazz, va a reunirse con el resto de la música y me deja el pecho abierto, expuesto. Sigo apretando la bolsa, cambiamos de mano. Ahora siento unas monedas contra la palma; las últimas, tibias. Echo las monedas en el estuche del saxo, donde han caído otras cuantas y muchos billetes de dos pesos. Una señora alta, canosa, enfundada de negro, me mira con aprobación (aunque tengo la cabeza baja; sonrío).
Cinco temas "Oh-when-the-saints-go-marchin'-in" después, con los bolsillos vacíos, las manos llenas, otra vez los pasos sobre la vereda y sonrisas que aletean en el aire. Felices con tan poco, silencio hasta la esquina, las luces que se apagan, la casa.